Jorge Faljo
El mundo se encuentra al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso será pagado con vidas en los países más pobres del mundo. Así, sin pelos en la lengua lo declara el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus en referencia al acaparamiento de las vacunas contra el Covid-19 por los países más ricos del planeta.
Y es que, también dice, mientras algunos gobiernos ricos
hablan de acceso equitativo en los hechos están acaparando las vacunas y
dejando al resto del mundo, a los países pobres, desprovistos. El resultado está siendo caótico.
Lo descrito es de gran importancia, y sin embargo hay
otro nivel de egoísmo que es incluso peor. Se trata de las barreras impuestas a
la producción de todo tipo de materiales y substancias necesarias para combatir
la pandemia. Estas barreras son los derechos de propiedad intelectual, es
decir, las patentes.
Es en torno a esta formidable barrera legal y de
poder, el poder de las transnacionales y los países ricos, que arrecia la
discusión planetaria más importante para el futuro del combate a la pandemia y,
tal vez, el de la humanidad.
El 2 de octubre del 2020 la India y Sudáfrica propusieron Consejo General de la Organización Mundial del Comercio –OMC-, una suspensión temporal de los derechos de propiedad intelectual concernientes a la producción de productos médicos para el tratamiento del Covid-19. La suspensión duraría hasta que la mayor parte de la humanidad estuviera inmunizada.
Su argumento central es que la pandemia ha provocado
un incremento inusitado de la demanda de productos médicos y que su desabasto
provoca muertes innecesarias. Al tiempo que se desarrollan equipos de
diagnóstico, materiales terapéuticos y vacunas está ocurriendo que estos no
están disponibles de manera oportuna, en cantidades suficientes y a precios
accesibles para cubrir la demanda global.
La propuesta señala que los derechos de propiedad
intelectual obstaculizan el incremento de la producción de los equipos,
materiales y substancias, incluyendo vacunas, en la medida necesaria para un
efectivo combate a la pandemia. Hay ejemplos de demandas en contra de intentos
de producir ventiladores y otros productos que infringen algún derecho de
propiedad intelectual.
Numerosos países se han sumado a la propuesta de la
India y Sudáfrica; múltiples organismos afiliados a la Organización de las
Naciones Unidas; más de 300 organizaciones sociales internacionales; centenares
de figuras reconocidas. Con esa fuerza se llegó a la reunión del Consejo
General de la Organización Mundial del Comercio del pasado 10 de diciembre.
Pero no fue posible el acuerdo por la oposición de los Estados Unidos, Canadá,
Suiza, Reino Unido y Brasil. La única potencia a favor es China. Otros países,
entre ellos México declararon que era una propuesta muy importante que requería
mayor información y reflexión. El asunto se volverá a discutir el próximo 10 y
11 de marzo por los países integrantes de la OMC.
Las principales opositoras son las grandes
corporaciones farmacéuticas. Señalan que sería inútil suspender las patentes
puesto que los países del tercer mundo no tienen capacidades de producción y
que se pondría en riesgo la investigación y producción de vacunas ante futuras
nuevas epidemias.
No hay duda de que las grandes corporaciones
farmacéuticas tienen derecho a tener ganancias. Eso es lo que las mueve. Pero
hay algunos datos adicionales a considerar.
Las farmacéuticas no han destacado en la investigación
y producción de medicamentos para enfrentar enfermedades recurrentes en los
países y poblaciones pobres. Cuando esto ha ocurrido ha sido pagada con recursos
públicos y filantrópicos.
Y eso es justamente lo que ha ocurrido ahora. Desarrollar
las vacunas contra el Covid-19 en tiempo record, en menos de un año, fue
posible sobre todo por la avalancha de dinero que se les dio a las
farmacéuticas para que se pusieran a hacer su tarea sin preocuparse por una
rentabilidad más que garantizada. Las cifras son apabullantes, se miden en
centenares y miles de millones de dólares.
El Congreso norteamericano destinó 10 mil quinientos
millones de dólares a financiar el desarrollo de vacunas en la llamada
operación Warp Speed. Entre marzo y julio del año pasado, para prender la mecha
de las investigaciones se les otorgaron 465 millones de dólares –md-, a Johnson
& Johnson; 483 md a Moderna; 1,200 md a AstraZeneca; 1,950 md a Pfizer y 2
mil md a Sanofi GSK. Más adelante ser añadieron más recursos según lo
prometedor de sus avances.
Aparte está la Coalición para las Innovaciones en
Preparación para Epidemias –CEPI- un organismo privado que el año pasado obtuvo
1,300 md de gobiernos y grandes fundaciones privadas y que destinó a financiar
farmacéuticas. Por ejemplo, 388 md a Novavax; 328 md a Clover y 383 md a
AstraZeneca.
Otro gran donante ha sido el gobierno Alemán que le
dio 455 md a Pfizer para la investigación inicial y el gobierno británico con
111 md en apoyos sobre todo a Astrazeneca.
Ha sido una avalancha de dinero compleja y poco
transparente. Pero hay señales de que fue más que suficiente para que las
farmacéuticas no tuvieran que arriesgar sus propios fondos. Moderna la
fabricante de la vacuna más cara, señala que los apoyos recibidos cubrieron el
total de la investigación básica y las pruebas clínicas de su vacuna.
Esos enormes recursos públicos y filantrópicos que
hicieron posible el desarrollo acelerado de las vacunas desembocaron en
patentes privadas que ahora obstaculizan la difusión del conocimiento, la
transferencia tecnológica y la posibilidad de producir vacunas y todo tipo de
equipos y medicamentos en una verdadera gran escala.
La estrategia pudo ser distinta. Se pudo crear una bolsa internacional que apoyara a las farmacéuticas sin favoritismos nacionales o políticos, de manera transparente y negociando una ganancia razonable, para que, a final de cuentas, las vacunas fueran bienes públicos de la humanidad. No es el caso.
Aún hay la oportunidad de que una suspensión temporal
de los derechos de propiedad intelectual, apoyada por fondos para facilitar
transferencias tecnológicas, permitiera poner en marcha multitud de unidades de
producción esparcidas en todo el mundo para producir ventiladores, equipos de
protección, pruebas clínicas, materiales sanitarios, medicamentos y vacunas.
Entonces si podría decirse que la humanidad actúa unida y solidaria.
Solo así lograremos vencer a la pandemia.
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