Jorge Faljo
Democracia es el gobierno del pueblo para el cada vez mayor bienestar del pueblo. Los Estados Unidos presumen ser una democracia ejemplar, pero su peculiar democracia tiene más agujeros que un queso suizo en su forma de operar y en sus resultados concretos.
Para empezar las elecciones. En los Estados Unidos no se puede ganar una elección “democrática” si no se cuenta con un fuerte respaldo monetario que en prácticamente todos los casos solo pueden proporcionar los extremadamente ricos. En las campañas políticas, desde la presidencial hasta la más pueblerina, la fuerza de los contendientes se mide por la bolsa de dinero que han logrado acumular y que en la mayoría de los casos termina siendo el factor decisivo de la victoria o la derrota.
El poder económico, el de las grandes corporaciones y los intereses creados cuentan con importantes blindajes contra prácticamente toda transformación relevante en favor de las mayorías. Cuando una mayoría de la población quiere algún cambio esto se ve con enorme desconfianza y es combatido por los poderes establecidos. Tal es el caso del sistema de salud, la preservación ambiental, la posesión de armas y el derecho de las mujeres a decidir tener o no, un hijo.
El sistema de salud norteamericano es el más caro y menos eficiente entre los países industrializados y no es un derecho ciudadano. Está basado en el aseguramiento privado y subsidios gubernamentales diseñado que aseguran altas ganancias a médicos, hospitales y empresas farmacéuticas. El interés mayoritario por un sistema público y universal parecido al británico o canadiense no logra prevalecer.
La suprema corte norteamericana acaba de acotar fuertemente la capacidad del gobierno para regular las emisiones de gases nocivos a la atmosfera. Contra el interés mayoritario, que ya ha adquirido conciencia de los desastres ambientales en aumento, prevaleció, como siempre, el interés de los grandes corporativos.
El 24 de mayo un muchacho con 18 años recién cumplidos asesinó a 19 niños y dos maestros en una primaria de Uvalde, Texas. Es uno más de los 293 asesinatos masivos ocurridos en el primer semestre de 2022. Se define como asesinato masivo cuando hay más de cuatro víctimas, muertos o heridos. Es obvio que los asesinatos con menos de cuatro víctimas son muchos, muchos más.
Tras la masacre de Uvalde la fuerte indignación pública apenas consiguió que el congreso emitiera una reglamentación deslavada enfocada en detectar individuos peligrosos y dar fondos para una mayor atención a los problemas de salud mental y para mayor seguridad en las escuelas. Algo insuficiente según el presidente Biden y la mayoría de la población. No se pudo más porque los representantes de una minoría de la población, de estados rurales en su mayoría se oponen.
Casi en paralelo la Suprema Corte reafirmó el derecho a portar armas escondidas sin necesidad de un permiso previo que afectaría el derecho establecido en la constitución en la época de los mosquetes de pólvora y que ha evolucionado a permitir la posesión desde pistolas hasta rifles de asalto que son prácticamente ametralladoras.
Pero la mayor muestra de retroceso fue la reciente decisión de la Suprema Corte norteamericana de eliminar lo que ella misma estableció en 1973: el derecho de las mujeres a abortar. Decisión que implicó dejar en manos de cada Estado determinar si es o no legal tener un aborto.
Trece estados con mayoría republicana en sus congresos prepararon leyes que entrarían en vigor en automático al desaparecer el derecho al aborto a nivel federal. En otros casos se reestablecen las leyes vigentes antes de 1973. El resultado es confuso y en todos ellos se regresa a prohibiciones que en algunos casos son extremas. Sin permitirlo incluso en casos de violación o incesto; o solo cuando hay un alto riesgo para la vida de la madre; sin importar la viabilidad del feto; o cuando la concepción acaba de ocurrir y tiene apenas un par de días.
Tanto en el caso de las armas o del derecho de las mujeres a decidir la Suprema Corte afianza el retorno a los derechos existentes en el siglo 18. Predominan en esta institución jueces colocados por presidentes que no ganaron el voto popular. Donald Trump ganó con menos votos que su contrincante, eso en la democracia norteamericana es posible, pero eligió gracias a artimañas a 3 de los actuales 9 jueces que, por cierto, mintieron en su proceso de selección al decir que respetarían el derecho al aborto.
La estrategia de las leyes antiaborto es criminalizar a todos aquellos que de alguna manera colaboren, así sea en grado ínfimo, a la realización de un aborto. En sentido contrario en algunos casos establecen premios en efectivo a los que denuncien a cualquier posible colaborador. Y ese colaborador puede ser incluso el chofer del taxi que transporte a la paciente, o la madre de la paciente. Algunas leyes permiten el aborto solo cuando la vida de la mujer está en grave riesgo pero no antes.
Un problema es que el tratamiento de los abortos espontáneos e inducidos es el mismo y, por tanto, se confunden, con el riesgo para todos los involucrados de ser acusados de cometer un crimen.
Lo peor es que la resolución de la Corte no establece una situación definitiva, aceptable para todos. Justo lo contrario, de un lado se envalentonan y del otro cunde la indignación. Las batallas serán más encarnizadas.
Los contrarios al aborto serán agresivos vigilantes de la prohibición. Algunos pretenden impedir que las mujeres acudan a consultas médicas fuera de su estado o por internet; así como la compra de medicamentos a distancia. El uso de la píldora del día siguiente o medicamentos similares, empleados en casa, pasa a ser un acto criminal en algunos estados.
Seguirán existiendo los abortos, los espontáneos y los inducidos. Puede ser que una madre de varios hijos no tenga manera de criar uno más; o que una joven quiera continuar sus estudios y desarrollarse profesionalmente; o que espere a tener una pareja estable. Solo que ahora las consecuencias de una relación sexual descuidada pueden ser gravísimas para la vida de estas mujeres; poner en riesgo sus vidas, ir a la cárcel, abandonar sus aspiraciones de desarrollo personal.
Habrá un fuerte incremento de los abortos inducidos en casa y estas mujeres no irán al hospital hasta el último momento. Ahí enfrentarán el miedo del personal médico que tratará de rehuir tratarlas porque colaborar en un aborto puede prohibirles el ejercicio de la medicina, ocasionarles severas multas o terminar en la cárcel. Aunque el aborto sea espontaneo, en todo caso irreversible, aún con la vida de la paciente en juego.
Las mujeres pasan a ser, como en el siglo 18, sujetos de segunda clase. Una clara mayoría está en contra del cambio; pero así funciona la supuesta democracia norteamericana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario