Jorge Faljo
La guerra sobre Ucrania tiene dos
niveles. Uno es el de la violencia directa con pérdida de vidas y destrucción
incontrolada dentro del país. El otro es el nivel de las sanciones, las
represalias comerciales, los ataques financieros y la desinformación que
involucra a la alianza militar de Estados Unidos y Europa, la OTAN, por un lado
y a Rusia por el otro. Es una guerra donde no se percibe una violencia directa pero
que daña a muchos más que a los directamente involucrados.
No existe experiencia previa de
una guerra de esta magnitud en un mundo altamente globalizado; donde todos
dependemos de los demás. En esta guerra se juega la suerte de cientos de
millones que viven en otros continentes pero que están sufriendo la escasez y
el encarecimiento de alimentos y energía que provoca el conflicto.
Destacan dos campos de la lucha
que podría llamarse comercial: alimentos y energéticos.
A principios de junio el
presidente de Senegal y de la Unión Africana, que incluye a 55 países, Macky
Sall, acudió a entrevistarse con el presidente Rusia, Vladimir Putin, para
pedirle que permita la salida de trigo y fertilizantes de Ucrania por el puerto
de Odessa y también de granos rusos. El presidente de Senegal señaló que ya se
empieza a sentir el desabasto y la carestía en África a pesar de estar muy
alejados del conflicto. Putin se comprometió a permitir la exportación segura
de los granos almacenados en Ucrania.
En paralelo Rusia y Turquía llegaron
a un acuerdo para crear el corredor naval que permita la exportación de granos
que también estaría respaldado por la Organización de las Naciones Unidas. No
es algo sencillo; se requiere quitar las minas sembradas por Ucrania para
protegerse de una posible invasión rusa por vía marítima. No se sabe que tantas
minas fueron colocadas; tanto Turquía como Rumania han desactivado minas que se
soltaron de su ancla y llegaron a mar abierto.
También hay que retirar unos 80
barcos que quedaron atrapados en el puerto de Odessa y cuyas tripulaciones se
fueron a sus países de origen. Turquía proporcionaría una escolta naval para
asegurar el pasaje de los barcos de carga.
Una salida marítima a cerca de 22
millones de toneladas de cereales, que en un par de meses podrían crecer hasta triplicarse
al ir levantando la próxima cosecha, es una mucho mejor solución que intentar
llevarlos por ferrocarril y camiones a los puertos del mar báltico. Desde
Odessa y pasando del mar negro al mediterráneo por el estrecho del Bósforo
(controlado por Turquía) estos cargamentos llegarían al norte de África y por
el canal de Suez al resto del continente y a Asia.
Parece un buen plan, solo que le
falta un ingrediente fundamental: que Ucrania lo acepte. Hasta el momento el
gobierno de Zelensky se ha mostrado reacio a desminar un corredor que podría
ser empleado para infiltrar barcos rusos y no acepta que Rusia quiera revisar
los cargueros para asegurarse que no introducen armamento. Ucrania pide que
occidente le proporcione misiles anti barcos o, en todo caso, que la seguridad
del corredor sea garantizada por “países civilizados”, es decir la respaldan.
Pero si la OTAN proporciona una
escolta naval militar se eleva el riesgo de una confrontación directa con naves
rusas; algo que por tierra, mar y aire ha evitado cuidadosamente para no
escalar el conflicto.
Otro punto por discutir es la distribución
de los beneficios de la exportación, en particular si también se aprovechan
instalaciones portuarias y de almacenamiento que se encuentran bajo control
ruso. Un ejemplo sería el puerto de Mariupol, que Rusia está rehabilitando
aceleradamente. Finalmente está el asunto de si Ucrania mantiene el control de
quien recibe sus granos, o si la ONU regula su acceso al mercado mundial.
El tiempo apremia, a fines de
julio se empieza a levantar la siguiente cosecha y los almacenes ya están
llenos. Por otra parte, como lo planteó el presidente de Senegal, África está
sufriendo y le urge adquirir los granos.
Sin embargo, no es fácil que dos
países en guerra, con los ánimos exaltados, puedan llegar a un acuerdo tan
complicado como necesario. Así que de momento la propuesta apunta al fracaso.
Otra vertiente del conflicto
comercial se acaba de agudizar hace pocos días cuando Rusia redujo en 60 por
ciento el suministro de gas que fluye por el ducto Nord Stream 1 hacia
Alemania, alegando la necesidad de reparar la turbina de una estación de
compresión ubicada en Rusia. La empresa alemana Siemens Energy, que es la
fabricante de la turbina dijo que esta fue enviada a Canadá para su
mantenimiento y reparación. Lo difícil es que Canadá la devuelva debido a las
sanciones que le ha impuesto a Rusia.
Siemens declaró que está tratando
de resolver la situación. No obstante, el gobierno alemán sospecha que Gazprom,
la empresa rusa que surte el gas se está aprovechando del retraso en las
reparaciones para presionar políticamente, provocar el encarecimiento del gas y
obstaculizar el incremento de las reservas de Alemania y Europa.
Alemania y Europa se encuentran a
la búsqueda de proveedores de gas alternativos. Con la mala suerte de que una
importante instalación de gas ubicada en Texas, Freeport LNG, sufrió un
incendio y la empresa calcula que reanudar operaciones le llevará unos tres
meses.
En estos momentos no falta gas en
Alemania debido a la poca demanda que tiene en verano. Lo que se alteran son
los planes para acumular reservas para el invierto cuando sube fuertemente la
demanda de calefacción.
Al inicio de la guerra el
gobierno alemán congeló el uso del ducto Nord Stream 2 cuya construcción costó
11 mil millones de dólares. El argumento alemán es que para operar el ducto
requería garantías de un abasto continuo; lo que no podía asegurar debido al
conflicto. Ahora con ese ducto paralizado el riesgo de desabasto es mayor.
Tanto el abasto de alimentos y
fertilizantes de Ucrania y Rusia hacia el mercado global, como el de gas ruso a
Europa enfrentan decisiones que los encarecen para ellos mismos y para todo el
mundo. Resolverlos, creando un corredor marítimo seguro para la exportación de
granos y fertilizantes o, en el caso del gas, utilizando la amplia capacidad
existente del Nord Stream 2, requiere de acuerdos basados en la buena voluntad
y la construcción de confianza. Algo que por el momento no se vislumbra en el
horizonte.
No parece viable facilitar el
flujo de ambas mercancías fuera de un acuerdo de paz más amplio que incluya a
los actores directos e indirectos del conflicto. Sin embargo, la perspectiva
real es que nos espera una guerra de larga duración en la que todos saldremos
perdiendo por la carestía y desabasto que provoca una desglobalización atrabancada.
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