Jorge Faljo
Cuando
suben los precios de las
tortillas y el pan, los limones y el aguacate, el gas y la gasolina, ropa,
zapatos y de hecho todo, los consumidores sufren las consecuencias. Lo que se
gana alcanza para cada vez menos. La inflación es canija, le pega a todo, crea
incertidumbre, genera empobrecimiento y conduce al descontento y al caos
social.
La Organización Internacional del Trabajo,
OIT y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -OCDE-,
reportan una inflación del 9.2 por ciento en el mundo y en los países
desarrollados en el último año. Un ritmo de incremento de los precios que es
más del doble del incremento del año anterior.
No todos los precios crecen por igual, en los
países desarrollados los alimentos subieron 11.5 por ciento y la energía mucho
más, un 32.5 por ciento. Otros países menos bien comunicados, sobre todo en
África reportan incrementos mayores.
Energía y alimentos son las puntas de lanza
del incremento de los precios. La crisis alimentaria tiene un peor y más
dramático golpe a los más pobres. Los precios del petróleo y el gas tienen un
impacto más extendido; sube la gasolina y el diésel; la electricidad para
empresas y hogares; derivados como fertilizantes y plásticos; el costo del
transporte y la producción agrícola.
Esto es lo que está viviendo el mundo entero
y la perspectiva no es buena.
Apenas empezábamos a recuperarnos de los
efectos de la pandemia cuando el conflicto en Ucrania llegó a trastornar aún
más la situación. Más allá de los combates directos, ciertamente destructivos y crueles, hay otras batallas en la economía,
las finanzas y el comercio. Veamos dos de los últimos encontronazos que nos van
a encarecer la vida a todos.
Rusia
cortó los flujos de gas a Bulgaria, Finlandia, Polonia y, más recientemente a
Dinamarca y los Países Bajos porque se negaron a pagarle en rublos. Una
exigencia que según Rusia es respuesta a que los países occidentales le
“congelaron” 300 mil millones de dólares de sus reservas en el extranjero y
ahora discuten si se los apropian definitivamente. Por otra parte, los países
afectados declaran que Rusia rompe contratos que establecen el pago en dólares
o euros.
El
caso es que Europa está acostumbrada al gas ruso, pero algunos países tendrán
que comprarlo de inmediato en otros lados y el resto se preparan para hacerlo
más adelante. El gas ruso se distribuye por tuberías internacionales que se
adentraban dentro de cada país y llegaban hasta las fábricas y los hogares. Una
vez hecha la inversión en ductos el transporte es muy barato.
Comprarlo
en otra parte, por ejemplo en los Estados Unidos, significa que el gas se tiene
que enfriar a muy baja temperatura para volverlo líquido, subirlo en
embarcaciones especiales y descargarlo en un puerto donde exista una planta
regasificadora. Costará bastante más, pero antes hay que invertir en
infraestructura del lado exportador e importador, y en los buques especiales. Podría
llegar a combinarse carestía con desabasto.
El
segundo encontronazo es que Europa, siguiendo la línea norteamericana, acaba de
aprobar un sexto paquete de sanciones contra Rusia con la meta de reducir en un
92 por ciento las importaciones europeas de petróleo ruso en un plazo de seis
meses. En lo inmediato se suspenden las importaciones marítimas, pero se siguen
aceptando las de ductos.
Dejar
de importar petróleo y combustibles rusos requiere incrementar la producción en
otras partes. Por ello la próxima visita del presidente Biden al príncipe gobernante
de Arabia Saudita, Mohammed Bin Salman. Muestra la ductilidad de la política
norteamericana poco después de que el mismo Biden había prometido que convertía
en un paria al autor de múltiples crímenes y atrocidades. Pero en este caso el
estandarte de la defensa de los derechos humanos se hace a un lado.
Incluso
se han dado acercamientos entre Estados Unidos y Venezuela con la mira de que
alguna petrolera norteamericana se encargue de reactivar la producción y el
comercio de las grandes reservas que tiene el país sudamericano bajo tierra.
Limitar
la compra de petróleo ruso por tubería implica para Europa traerlo por mar, lo
que será bastante más caro. Solo que la demanda de buques tanque de gran
capacidad no puede ser satisfecha de inmediato.
Por su
parte Rusia también se ve obligada a emprender enormes inversiones para llevar
gas de los yacimientos ahora conectados a Europa hacia China. Y buques para el
transporte de gas liquido y muchos otros para llevar su petróleo a nuevos
clientes en Asia.
La
competencia por el transporte será reñida, aunque la alianza occidental tiene
la mano porque ha prohibido a las 13 grandes empresas de seguros de nivel
global asegurar los buques y cargamentos rusos. Se trata de un consorcio de
enorme poder en el que las empresas se coaseguran entre sí. Y sin los seguros adecuados los barcos no
pueden tocar puerto o circular por las aguas nacionales de ningún país.
Recordemos
que el buque tanque Exxon Valdez derramó 11 millones de toneladas de petróleo y
las reparaciones, incluida la limpieza, tuvo un costo cercano a los 7 mil
millones de dólares. Estos niveles extremos de gastos reparatorios requieren un
nivel de aseguramiento que involucra al conjunto de las aseguradoras. Ninguna
de ellas es rusa, china o india.
Lo más
probable es que al ritmo en que Europa ha prometido dejar de comprar gas y
petróleo rusos no sea posible construir la infraestructura y el transporte
naviero alternativos. Incluso si se logra, ahora los más grandes productores
tendrán que abastecer consumidores lejanos a un mayor costo. Algunos calculan que
el precio del barril de petróleo que ahora esta a 120 dólares podría subir a
150 o incluso 200 dólares.
Es
decir que la inflación va a acelerarse y es muy posible que para combatirla los
bancos centrales sigan con su estrategia de elevar las tasas de interés. Ya
muchos advierten, o vaticinan que Estados Unidos, Europa y tal vez el mundo
entero podrían entrar en recesión el próximo año.
Las
sanciones están diseñadas para hacer sufrir a los rusos y promover una revuelta
interna. Los costos que habrán de pagar los pueblos pobres serán de verdadera
tragedia, pero esa consideración no detendrá la guerra. Ahora que los costos
para los norteamericanos y europeos si pueden generar un descontento que genere
fracturas en la alianza.
Aparte
de los combates militares sangrientos la lucha también consiste en ver quienes
aguantan más y por más tiempo los altos precios y la caída en los niveles de
vida que impone el conflicto.
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