Jorge Faljo
Estamos inmersos en un conjunto de calamidades, como lo acaba de expresar la Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva. La pandemia empobreció a cientos de millones y la distribución de las vacunas demostró la falta de solidaridad de los países ricos con los pobres. Los países pobres están más endeudados que nunca.
La estrategia de confinamientos rigurosos en China desarticuló el comercio global de productos industriales y provocó un enorme incremento en los costos del transporte internacional de carga pesada.
Ya casi no hay necios que nieguen el calentamiento global que es cada vez más evidente en forma de oleadas de calor excesivo, incendios, sequías, inundaciones, deshielo de los polos y una lenta pero imparable elevación de los niveles del mar.
Y para colmo, llegó lo impensable; una guerra en un punto neurálgico de Europa por la importancia de su producción alimentaria: Ucrania. Y a la guerra siguieron las sanciones occidentales que paralizan las exportaciones de otra potencia alimentaria, incluso más importante, Rusia. Estos dos países son en conjunto considerados el granero del mundo, de donde salen los alimentos de, sin exagerar, cientos de millones.
Poco después de la invasión rusa a Ucrania el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, advirtió del riesgo de quiebre del sistema alimentario global y eso es justo lo que ahora vive el planeta. La producción y distribución de alimentos en el mundo, y de hecho todo el comercio internacional, no era conducente a la equidad y el bienestar de la mayoría. Pero al menos parecía previsible, confiable.
Un gran número de países, con cientos de millones de habitantes, confiaron en ese sistema para conseguir sus alimentos. Se pregonaba, incluso los más poderosos exigían que la seguridad alimentaria dependiera de las importaciones de los países más competitivos. Así era también para la ropa, el calzado, los automóviles, los electrodomésticos, los aparatos electrónicos, todo tipo de utensilios, herramientas, maquinaria y componentes de la producción.
Se llegó a niveles de dependencia extrema, más allá de lo razonable, incluso en lo más vital para la supervivencia de los pueblos.
No todos aceptaron ciegamente esa estrategia. China sigue desde hace décadas una exitosa estrategia de substitución de importaciones y autosuficiencias estratégicas que la han convertido en gran potencia. Rusia aprendió de las sanciones que le aplicaron en 2014 que debía lograr su independencia alimentaria y en ocho años se convirtió en gran potencia exportadora de granos. Fueron excepciones. Casi todos los demás países ahora sufren las consecuencias de una fe excesiva en el mercado global.
El problema neurálgico del momento es el colapso del sistema alimentario. Para empezar hay un enorme problema de distribución de existencias. Cerca de 25 millones de toneladas de cereales se encuentran bloqueadas en Ucrania, otros millones de toneladas de cereales y de fertilizantes se encuentran bloqueadas por las sanciones en Rusia.
Estados Unidos, la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el programa Mundial de Alimentos y la Organización Mundial del Comercio exhortan a que todos los países mantengan sus mercados agropecuarios y de alimentos abiertos y transparentes; sin acaparamientos ni medidas restrictivas a la exportación de alimentos y fertilizantes. De otro modo, señalan, se incrementará la volatilidad del mercado y el sufrimiento de las personas más vulnerables.
No obstante no se suman al llamado del Secretario General de las Naciones Unidas a un armisticio inmediato y a un cese de las sanciones que permita la salida simultanea de los cereales disponibles en Ucrania y Rusia.
Pero el temor al desabasto y al incremento de los precios a un nivel tal que su propia población no pueda pagarlos hace que muchos países estén desoyendo el llamado a que siga operando un libre comercio alimentario herido de gravedad.
Indonesia, el principal exportador, prohibió a finales de abril la exportación de aceite de palma. India el mayor importador protestó. Posteriormente Indonesia cambió la prohibición por una regla menos tajante que permite la exportación siempre y cuando permanezcan dentro del país reservas de 10 millones de toneladas de aceite.
Hace 15 días el gobierno de India prohibió todas las exportaciones privadas de trigo con excepción de las ya contratadas con anterioridad. Declaró que tal medida era necesaria para su propia seguridad alimentaria y que al mismo tiempo le permitiría apoyar a países vulnerables. Más de 40 países han manifestado su interés en comprarle el cereal. Con esta medida su venta se convierte en un asunto que no depende del libre mercado sino de intereses y decisiones de política internacional.
En Europa, Hungría prohibió la exportación de granos y Moldavia la de trigo, maíz y azúcar. Bulgaria ha decidido hacer compras públicas de grano para asegurar el abasto de la población. Eslovaquia está en vías de modificar un reglamento que le permita exigir la autorización gubernamental para todo cargamento de exportación de alimentos superior a las 400 toneladas. Su autorización dependerá de una evaluación de la suficiencia del abasto interno.
La dirigencia de la Unión Europea se ha manifestado decididamente en contra de estas medidas que fracturan la unidad de sus países y atentan contra el libre comercio al interior de la Unión.
Argentina y Rusia tienen impuestos a las exportaciones. China, Ucrania y Rusia han prohibido la exportación de fertilizantes. Aunque esta última dice que esto se debe a las sanciones que limitan el transporte naval.
Otros países han prohibido algunas exportaciones. Entre ellos Argelia, Egipto, Irán, Kazajstán, Kosovo, Turquía, Serbia, Túnez y Kuwait. Las exportaciones más prohibidas son las de trigo, maíz, harinas, aceites comestibles y azúcar.
La lista de países y prohibiciones no puede ser detallada ni exhaustiva porque crece en la medida que se expande la incertidumbre. Muchos países no se suman a este tipo de medidas porque son predominantemente importadores y les preocupa más que sus proveedores les restrinjan las ventas.
México debe crear por ley la facultad de establecer aranceles a exportaciones estratégicas en circunstancias extraordinarias. Solo sería aplicable en circunstancias excepcionales; pero el futuro es incierto. Y para nuestras importaciones, esperamos que nuestros vecinos no impongan restricciones, porque si de autosuficiencia alimentaria se trata, andamos en la banqueta.
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