jueves, 25 de octubre de 2012

Hacia la crisis


Hacia la Crisis 
Jorge Faljo
La nueva administración sexenal está recibiendo una economía con apariencia de estabilidad macroeconómica y solidez financiera. Un peso fuerte, una bolsa de valores que rompe records de ganancias y la aparente distancia entre lo que aquí ocurre y la tragedia europea induce una sensación de seguridad sobre bases falsas. Tal y como la economía norteamericana parecía boyante antes del 2007 o la de España hace apenas unos pocos años.
Urge entender que no nos encontramos libres de riesgos sino, simplemente, en otra fase del horrendo ciclo de bonanza y crisis que ya es típico de la globalización. Debemos aprender de lo que nos ha ocurrido antes y de las experiencias recientes de los Estados Unidos y de Europa. Estamos creando las bases de otra grave crisis para la que no resulta fácil predecir el momento en que se desatará pero si su inevitabilidad a lo largo del siguiente sexenio.
Las crisis norteamericana, española, griega y otras más de reciente factura tienen mucho que enseñarnos. Cada una de ellas explotó cuando sus gobiernos y clases medias llegaron a sus límites de endeudamiento. Habían elevado notablemente sus niveles de consumo (gasto público o compra privada de viviendas y demás) hasta que los prestamistas decidieron que habían llegado al límite y exigieron el pago de las deudas acumuladas. Una de sus medidas fue elevar notablemente los costos del refinanciamiento de las deudas bajo el argumento de que se trataba de gobiernos y población en riesgo de insolvencia.
El crédito que había operado como gran promotor del incremento de la demanda y que de ese modo había impulsado la producción y el empleo, se convirtió en su gran enemigo. La pesada carga de desendeudarse está imponiendo fuertes recortes al gasto público, impone la elevación de impuestos y la reducción del consumo que genera lleva a la recesión, el cierre de empresas y la pérdida de empleos.
Ahora las economías de los Estados Unidos y de toda Europa se convulsionan ante el problema de desendeudarse. Para los Estados Unidos sortear su precipicio fiscal implica elevar los impuestos a los ricos o dejar de dar servicios públicos, sobre todo médicos, a las mayorías. Es el debate político central en el que, si no se llega a un arreglo entre los dos grandes partidos se impondrán recortes automáticos que provocarán una recesión. En Europa la reducción del consumo paraliza la producción y los ingresos al grado de que, paradójicamente, dificulta recibir los impuestos suficientes para pagar la deuda pública.
¿Se parece a eso la situación de México? Pues sí, se parece mucho a la situación de bonanza previa; cuando todos se endeudaban alegremente  y creaban las burbujas de consumo y deuda que habrían de explotar posteriormente.
Estados Unidos y Europa están emitiendo fuertes cantidades de dinero, de dólares y de euros, con el objetivo expreso de crear liquidez y bajar las tasas de interés. Sin embargo, sea o no un objetivo oficialmente admitido, sus bancos conducen parte de esos grandes capitales hacia las periferias. Hacia América Latina, incluyendo a México. Lo hacen por falta de oportunidades de inversión productiva o financiera seguras y redituables en Europa y Estados Unidos. Estos flujos de capital hacia las periferias actúan como mecanismos de generación de demanda sobre la producción de los países desarrollados y contribuyen a fortalecer sus exportaciones. Simplificando se diría que están decididos a prestarnos mucho para que les compremos más. Lo que por cierto es una de sus líneas estratégicas de combate a su crisis.
Para Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional –FMI-, estos flujos de capital van a generar burbujas en las periferias, incrementarán el consumo de importaciones y acentuarán los desequilibrios productivos y financieros. y se convertirán en graves riesgos para la estabilidad económica mundial.
Brasil es un país que ha reaccionado con firmeza ante esta situación. Hace apenas un mes su presidenta, Dilma Roussef, en un discurso ante la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas señalo que la política monetaria expansionista de los países desarrollados desequilibra la paridad cambiaria de las monedas. La entrada de dólares ha abaratado el dólar dentro de ese país y el consecuente fortalecimiento del real le resta competitividad internacional. A los brasileños, celosos de la defensa de su aparato productivo y de su empleo, no les gusta la situación.
Para la señora Roussef son legítimas las medidas de defensa comercial ante lo que ya antes había llamado un “Tsunami” financiero. Ella considera que los países desarrollados deben hacer esfuerzos por retomar el camino de un crecimiento vigoroso y no buscar la salida de su crisis con avalanchas exportadoras hacia las periferias.
México por lo contrario se coloca “de pechito”. Celebramos la entrada de dólares, el fortalecimiento del peso y las ganancias record de la bolsa de valores. Todo ello no es producto de nuestra fortaleza exportadora y del crecimiento de la economía real. Se origina en la mera entrada de capitales financieros volátiles que en algún momento más adelante igual podrán decidir reconvertirse a dólares e irse a otro lado.
La situación está provocando elevación de las importaciones; son los introductores de estas mercancías los que hacen su agosto. Por otra parte los exportadores reciben menos pesos por cada dólar exportado y las empresas productivas enfrentan una competencia abaratada que reduce su rentabilidad y las lleva en muchos casos a la quiebra. Es un paso más en la desindustrialización del país y el deterioro rural.
Los anuncios de grandes yacimientos petroleros y la intención de privatizar por lo menos parcialmente a Pemex; las ganancias de la bolsa y la política histórica de privilegio a la ganancia financiera hacen que México sea muy atractivo a los grandes capitales flotantes en busca de refugios productivos. Esto va de la mano de los grandes volúmenes de producción que no encuentran compradores en Europa, los Estados Unidos o incluso China (que ha bajado su ritmo de crecimiento).
Así que México se alista no para crecer pero si para consumir importaciones abaratadas artificiosamente. Estamos creando burbujas en el valor del peso y en la bolsa de valores; nos convertimos en refugio de enormes capitales improductivos y que cobran altas tasas de interés. Se abarata el crédito de todo tipo, para consumidores y los gobiernos federal, estatales y municipales.
¿Hasta cuándo? Todo tiene su límite. Esos capitales saldrán pitando en algún momento del próximo sexenio. Será inevitable. Pero de momento favorecen que la actual administración entregue el país en una situación de economía aparentemente favorable; con un peso fuerte y buen combate a la inflación, gracias al abaratamiento de las importaciones.
La próxima administración debiera darse cuenta de que recibe una situación insostenible. Hacerlo de manera acrítica le crea un compromiso de defensa de la ganancia financiera, del valor del peso y de los activos en la bolsa de valores, que la obligarán a sacrificar objetivos de defensa de la producción interna, de crecimiento, generación de empleos y bienestar. En el mejor de los casos serán seis años más de estancamiento económicos. Pero lo más probable es que a medio camino, a mitad de sexenio, se imponga la realidad de una economía débil, con finanzas extremadamente frágiles y dependientes de las decisiones de los capitales volátiles y en un entorno social cada vez más crítico.
Para colmo resulta que un eje de la estabilidad financiera del sexenio, el mal llamado “blindaje financiero” está a punto de expirar. Carstens ya anunció que ha solicitado la renovación de la línea de crédito flexible por 71 mil millones de dólares cuyo objetivo es dar seguridades a los capitales financieros. Falta que el FMI, cargado de compromisos en Europa, acepte renovarlo.
La economía mexicana se fragiliza. Nos urge aprender de nuestros hermanos de muy al sur: Argentina que no recibe financiamiento externo y Brasil que con gran dignidad se defiende. 

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