lunes, 15 de octubre de 2012

Por una paridad competitiva, ya.


Por una paridad competitiva, ya
Jorge Faljo

En 1994 Zedillo le pidió a Salinas que hiciera una devaluación preventiva dado que la situación financiera era insostenible. El presidente anterior entregaba lo que en apariencia era un país exitoso. Pero había un esqueleto en el closet; el país era adicto a la entrada de capitales externos que eran los que sostenían un peso excesivamente caro que dificultaba exportar y nos hacía grandes importadores.

Salinas se negó a la petición pues pretendía “pasar a la historia” En lugar de una devaluación oportuna y controlada se pusieron las reservas internacionales a la libre disposición de los capitales en fuga hasta agotarlas. Luego llegó lo inevitable, la devaluación catastrófica.
Hoy Calderón entrega un país en un callejón sin salida. La estrategia de peso caro y bajos salarios ha llevado a la desindustrialización y ha deteriorado a la pequeña y mediana producción urbana y rural. El desempleo es muy grave y se ha cerrado el escape hacia el norte. La población se ha empobrecido y millones carecen de lo más indispensable. El país se desangra en guerras fratricidas por el control de derechos de piso y donde la legalidad se vende al mejor postor.

En el closet financiero se oculta un esqueleto; tenemos una economía adicta a la entrada de capitales externos para sostener un peso caro y unas finanzas cada vez más frágiles.

Si las reservas internacionales, del orden de los 161 mil millones de dólares –mmd-, estuvieran constituidas con superávit comercial (excedentes de exportación) diría que son muestra de salud económica y financiera. No es así. Del 2000 a la fecha año con año hemos importado más de lo que exportamos, con todo y petróleo; año con año tenemos un déficit en la cuenta corriente a pesar de las remesas de los trabajadores mexicanos en el exterior.
Estamos inundados de importaciones mientras nuestra industria cierra sus puertas y los mexicanos pierden sus empleos. Lo que se explica por la abundancia de dólares baratos que nos llegan no por la venta de productos, sino por la venta de empresas y la llegada de capitales especulativos a este paraíso fiscal.

En el 2001, según cifras del último informe del Banco de México, entraron al país casi 45 mmd de inversión extranjera, en el 2010 otros 44 mmd. En los cinco primeros años del sexenio llegaron 180 mmd de capital extranjero de los que se tomaron 60 mmd para las reservas.
Aquí, a diferencia de otros países, las reservas se conforman con los dólares por haber vendido los bancos, la siderurgia, las cerveceras y tequileras, el aparato distributivo y por las entradas de capital especulativo.

Pero la crisis financiera mundial empieza a enviar señales de reversión de las tendencias. Hay claras señales de desinversión de empresas españolas en México. Además no parece tan sencilla la renegociación del “blindaje financiero”; es decir la línea de crédito flexible que se tiene contratada con el FMI… hasta el final de este sexenio.

La situación es frágil en lo económico, lo social, lo político y, digan lo que digan, lo financiero. Urge cortar de tajo la adicción a los capitales internacionales y hacer lo necesario para obtener un superávit comercial y de cuenta corriente por la vía de la competitividad cambiaria. Ello implicaría un cambio de estrategia sustentado en la reactivación de capacidades subutilizadas y la substitución de importaciones.

Hay que convertirnos en una economía exportadora de productos y no de venta de patrimonio y esto solo es posible sobre la reconquista, en primer lugar, del mercado interno con producción nacional.  

El experimento globalizador falló estrepitosamente; ahora hay que comerciar intensamente pero privilegiando el interés nacional por el uso eficiente de las capacidades internas, la generación de empleos y el fortalecimiento del mercado interno.

Una devaluación administrada cuando hay reservas a las que pueden asignarse fines estratégicos (importaciones alimentarias y de insumos productivos indispensables) será menos traumática que otra catastrófica.

El nuevo gobierno recibe como estafeta un hierro al rojo vivo y no le conviene cargar con la responsabilidad de una futura, pero no lejana, crisis financiera, cambiaria, productiva, social y, también política. Su interés y la responsabilidad de la actual administración es sanear la relación con el exterior ubicándonos en una paridad competitiva y sostenible sin requerimientos de capital externo. 

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