Faljoritmo
Jorge Faljo
Michelle Bachelet, la candidata socialista, ganó las elecciones presidenciales de la República de Chile de manera contundente. Bajo el sistema chileno si ningún candidato obtiene más del cincuenta por ciento de los votos se organiza una segunda votación en la que solo participan los dos candidatos punteros. Fue en la segunda vuelta que Bachelet obtuvo el 62.2 por ciento de los votos frente al 37.8 por ciento que consiguió la candidata oficialista, Evelyn Matthei.
Es la segunda ocasión que Bachelet será presidenta de Chile. Terminó su mandato anterior con un nivel de aprobación superior al 84 por ciento. Solo que las leyes de su país no permiten la reelección inmediata, pero si después de uno o más periodos intermedios. Ahora, además de ser la candidata socialista lo era de una amplia coalición de izquierda que incluía al partido comunista.
En esta ocasión Bachelet se confrontó con otra mujer que fue su amiga de la niñez pero a las que la historia las colocó bandos opuestos. Las dos son hijas de militares de alto rango. Solo que el padre de Bachelet fue el militar encargado de la logística de la distribución de alimentos básicos durante la administración del presidente socialista Salvador Allende y el padre de Matthei, supuestamente amigo del primero, participó en el golpe de estado encabezado por Pinochet.
El padre de Bachelet fue torturado hasta la muerte por sus compañeros militares. También fueron torturadas Bachelet y su madre aunque cuando ella habla del asunto dice que su tortura fue leve comparada con el trato mucho más brutal que ella vio aplicado a otros prisioneros. Finalmente y gracias a las simpatías, o sentimientos de culpa, de algunos conocidos de su padre, se les permitió, a ella y a su madre, emigrar a Australia.
Bachelet se formó como médica cirujana pediatra y a su regreso a Chile trabajó en una ONG especializada en el tratamiento de hijos de detenidos víctimas de la dictadura y tuvo un comportamiento políticamente activo. Madre de tres hijos, el primero lo tuvo estando soltera. Fue nombrada ministra de salud pública y destacó por su capacidad para mejorar el funcionamiento de los hospitales. Algunas de sus decisiones fueron muy controvertidas para la conservadora sociedad chilena, pero por otra parte la hicieron destacar.
Un ejemplo de ello fue ordenar que se distribuyera la “píldora del día siguiente” a las mujeres violadas. También ha manifestado estar en contra de la criminalización del aborto y a favor del reconocimiento legal a las parejas del mismo sexo. Asuntos que sin embargo evitó resaltar en su campaña. En materia religiosa se declara agnóstica; lo que equivale a decir que no es creyente pero sin llegar a declararse atea.
Posteriormente, después de estudios en estrategia militar, fue nombrada ministra de defensa. Algo ciertamente inusitado y al mismo tiempo un mensaje contundente sobre cómo es posible revertir incluso los peores momentos de la historia de un país. De nueva cuenta destacó por sus esfuerzos en favor de la reconciliación entre la casta militar y sus víctimas.
La nueva mandataria marca el retorno de la centroizquierda al poder. Sus propuestas principales son la mejora del sistema de salud público, educación gratuita hasta el nivel universitario, combatir la desigualdad y promover una nueva constitución para reemplazar la de la dictadura. El mejoramiento de los servicios públicos lo hará elevando los impuestos a las empresas y la clase pudiente.
Esta descripción de sus propuestas se queda muy corta. Llama la atención, sobre todo en la perspectiva mexicana, lo amplio, detallado y bien estructurado del programa con el que ganó las elecciones. Era el programa de una candidata pero sería comparable en estructura y detalle, con el Plan Nacional de Desarrollo que en nuestro caso se elabora meses después de iniciado un periodo presidencial. Los chilenos pueden votar conociendo a detalle el diagnóstico, propósitos y plan de acción de su candidato.
Tras las elecciones la contrincante Matthei acudió muy civilizadamente a saludar a la ganadora. Una muestra del error de la derecha al elegirla como candidata fue que en esta como en otras apariciones públicas a ella y sus acompañantes algunos les gritaban “asesinos”. Simplemente sus nexos familiares y de amistad con los golpistas no la ayudaron. Ella se presentaba como la candidata católica, defensora de la vida y los valores; es decir en favor de mantener la criminalización de las mujeres que abortan.
Bachelet no destaca en el debate público, titubea, acepta que no sabe muchas cosas y no es “resolutiva”. Pero estas características no operan en su contra, posiblemente porque sus seguidores aprecian su naturalidad, su respeto a las personas, y saben que tiene otras cualidades: es una mujer de equipo y de dialogo, sabe escuchar y cuando no sabe se pone a estudiar. Es dentro de su grupo de trabajo donde se encuentra el conocimiento experto necesario para llevar adelante las acciones detalladas del gran diseño de la transformación que propone.
De la nueva presidente se espera que ahora si pueda realizar las transformaciones que prometió desde su periodo anterior pero no pudo llevar a la práctica. Cuenta a su favor con un congreso en el que se encuentran, por ejemplo, los líderes de los movimientos estudiantiles recientes.
Pero la situación no será fácil. El ritmo de crecimiento se ha reducido del seis por ciento anual a la mitad. La economía mundial no le resulta favorable y el precio del cobre, un producto fundamental, se ha desplomado. Chile es un país muy desigual: el 10 por ciento más pobre tiene un ingreso 78 veces menor que el 10 por ciento más rico.
De momento lo que resulta alentador es la decisión mayoritaria de eliminar los resabios de la dictadura y con serenidad y fortalecimiento democrático reemprender la ruta del desarrollo con justicia social.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
jueves, 26 de diciembre de 2013
domingo, 15 de diciembre de 2013
El color negro del dinero
Faljoritmo
Jorge Faljo
El 18 de marzo de 1938 el presidente de la República Lázaro Cárdenas del Rio anunció la expropiación del petróleo, riqueza que explotaban 17 compañías extranjeras. Fueron días de júbilo y movilización popular en apoyo a una decisión gubernamental que fue, revolución aparte, el hecho histórico más trascendente del siglo pasado.
Se fortaleció un modelo económico, social y político asociado a la recuperación de la tierra por parte de las comunidades, a la organización de los trabajadores y al impulso a la producción rural e industrial. Se redefinieron nuevos grandes actores: campesinos, un empresariado nacional en construcción y organizaciones de trabajadores. Arriba de todo un estado regulador socioeconómico e impulsor de la economía mediante un amplio aparato de soporte institucional.
El cardenismo sentó las bases de un crecimiento económico y del bienestar que duró cuatro décadas; en 1978 se alcanzó el momento de mayor ingreso y bienestar de los trabajadores mexicanos.
La transformación de estos días no es menos trascendente. En los dos casos las reformas adquieren sentido como parte de estrategias más amplias que definen distintos rumbos socioeconómicos. Hace 75 años se fortaleció un modelo de país de producción y trabajo. Ahora se difunde la idea de que podemos aspirar al rentismo.
Se nos dice que existe una enorme riqueza que no podemos explotar nosotros mismos y hay que invitar a los poderosos al banquete. La manera de explotar esta riqueza es fundamental. Pero hay otro punto tan importante, o más, que urge analizar. ¿De qué tipo de banquete estamos hablando?
La única forma de que las mayorías del país mejoren su bienestar es mediante trabajo; esa es su aspiración y única vía firme a una mejoría sustentable. El rentismo es privilegio de minorías; solo el trabajo puede sustentar el bienestar mayoritario. Pero la reforma no apunta a impulsar el fortalecimiento productivo generalizado y el empleo mayoritario. Cuando más, si la riqueza de la que se habla se hace realidad, se creará un sector poderoso del que podrán salir recursos para la asistencia y el control social, pero no para el desarrollo socioeconómico.
La urgencia de la reforma se debe a que el modelo económico se encuentra moribundo. El país no ha tenido un solo saldo positivo en cuenta corriente en los últimos 25 años. Las exportaciones petroleras, las remesas de los trabajadores migrantes y el narco no bastaban para equilibrar las finanzas nacionales. Aparte de ello era necesario vender patrimonio: los bancos, las grandes industrias, la minería, las acciones en la bolsa, la distribución comercial de mayoreo y menudeo. Y además, claro está, el endeudamiento público y privado con inversionistas externos.
El problema es que equilibrar las finanzas nacionales mediante venta patrimonial es adictivo. La venta de un bien productivo (cervecera, acerera, tequilera, subsuelo) puede atraer miles de millones de dólares al grado de crear una abundancia que abarate el dólar y las importaciones. Solo que en los años siguientes esos inversionistas empiezan a enviar sus ganancias al exterior; aumentamos el consumo externo y destruimos la producción interna. Lo que hace necesario atraer más inversiones o préstamos externos.
A fines del 2008 la crisis norteamericana provocó grandes pérdidas a inversionistas mexicanos que especularon con el capital de sus empresas. Para pagar lo que perdieron tuvieron que comprar dólares en México y provocaron el alza del dólar. Había el riesgo de una desbandada de capitales asustados por la perspectiva de devaluación.
La situación se atajó con el anuncio de la línea de crédito flexible llamada blindaje financiero. Así se anunciaba que el país estaba dispuesto a endeudarse al tope para proporcionar los dólares suficientes, a buen precio, a los capitales que decidieran retirarse. Esa promesa de endeudamiento potencial del Banco de México calmó los ánimos y no se produjo una estampida.
Solo que de entonces para acá la necesidad de capitales externos para sostener unas finanzas precarias se incrementó al tiempo que los ingresos flaquean. Las exportaciones, las remesas de migrantes y tal vez hasta los narco dólares se estancan. Debemos a la decisión de la Fed (el banco central norteamericano) de imprimir 85 mil millones de dólares mensuales el que nos siguieran llegando dólares en abundancia para aprovechar nuestras altas tasas de interés.
Pero la posibilidad de que se dejen de imprimir tantos dólares amenaza con secar esta fuente también. Ahora la reforma energética entra como salvadora al crear la expectativa de grandes inversiones externas y mayores exportaciones petroleras.
Una gran entrada de dólares le evitaría al gobierno el trago amarguísimo de elevar los impuestos al gran capital (productivo y financiero) a niveles comparables a los internacionales. Pero sobre todo permite sostener la sobrevaluación del peso y atraer capitales a la bolsa de valores.
Así que esencialmente el efecto de la reforma energética será similar al del blindaje financiero. Con él se lograron ganancias record en la bolsa de valores (muy presumidas por Fox y Calderón) y abaratar el precio del dólar y las importaciones. Eso les pegó duro a los productores nacionales no protegidos en nichos de mercado de privilegio (concesiones y favores públicos). A la empresa productiva convencional le redujo el margen de utilidad y a millares de ellas las llevó a la quiebra. Ciertamente no creó empleo ni alentó la producción.
Se planea llevar el productivismo petrolero al máximo grado de extracción posible; incluso más allá de las necesidades de financiamiento gubernamental y ya se anuncia la creación de un fondo soberano de estabilidad financiera en Banxico; una institución sin representación del aparato productivo, ni de la sociedad en general, que no rinde cuentas de su política y que está esencialmente blindada ante las exigencias de desarrollo económico y social.
Tres efectos previsibles: sobreoferta petrolera que abarate los precios internacionales; convertir el petróleo en inversión especulativa para beneficio del capital financiero; y fortalecer el peso. Lo que se anuncia es la continuidad, por varios años más, del modelo importador y destructor del empleo productivo.
Es decir que habrá un banquete sin pobres, sin trabajadores y sin la mayoría de los empresarios productivos del campo o la ciudad.
Jorge Faljo
El 18 de marzo de 1938 el presidente de la República Lázaro Cárdenas del Rio anunció la expropiación del petróleo, riqueza que explotaban 17 compañías extranjeras. Fueron días de júbilo y movilización popular en apoyo a una decisión gubernamental que fue, revolución aparte, el hecho histórico más trascendente del siglo pasado.
Se fortaleció un modelo económico, social y político asociado a la recuperación de la tierra por parte de las comunidades, a la organización de los trabajadores y al impulso a la producción rural e industrial. Se redefinieron nuevos grandes actores: campesinos, un empresariado nacional en construcción y organizaciones de trabajadores. Arriba de todo un estado regulador socioeconómico e impulsor de la economía mediante un amplio aparato de soporte institucional.
El cardenismo sentó las bases de un crecimiento económico y del bienestar que duró cuatro décadas; en 1978 se alcanzó el momento de mayor ingreso y bienestar de los trabajadores mexicanos.
La transformación de estos días no es menos trascendente. En los dos casos las reformas adquieren sentido como parte de estrategias más amplias que definen distintos rumbos socioeconómicos. Hace 75 años se fortaleció un modelo de país de producción y trabajo. Ahora se difunde la idea de que podemos aspirar al rentismo.
Se nos dice que existe una enorme riqueza que no podemos explotar nosotros mismos y hay que invitar a los poderosos al banquete. La manera de explotar esta riqueza es fundamental. Pero hay otro punto tan importante, o más, que urge analizar. ¿De qué tipo de banquete estamos hablando?
La única forma de que las mayorías del país mejoren su bienestar es mediante trabajo; esa es su aspiración y única vía firme a una mejoría sustentable. El rentismo es privilegio de minorías; solo el trabajo puede sustentar el bienestar mayoritario. Pero la reforma no apunta a impulsar el fortalecimiento productivo generalizado y el empleo mayoritario. Cuando más, si la riqueza de la que se habla se hace realidad, se creará un sector poderoso del que podrán salir recursos para la asistencia y el control social, pero no para el desarrollo socioeconómico.
La urgencia de la reforma se debe a que el modelo económico se encuentra moribundo. El país no ha tenido un solo saldo positivo en cuenta corriente en los últimos 25 años. Las exportaciones petroleras, las remesas de los trabajadores migrantes y el narco no bastaban para equilibrar las finanzas nacionales. Aparte de ello era necesario vender patrimonio: los bancos, las grandes industrias, la minería, las acciones en la bolsa, la distribución comercial de mayoreo y menudeo. Y además, claro está, el endeudamiento público y privado con inversionistas externos.
El problema es que equilibrar las finanzas nacionales mediante venta patrimonial es adictivo. La venta de un bien productivo (cervecera, acerera, tequilera, subsuelo) puede atraer miles de millones de dólares al grado de crear una abundancia que abarate el dólar y las importaciones. Solo que en los años siguientes esos inversionistas empiezan a enviar sus ganancias al exterior; aumentamos el consumo externo y destruimos la producción interna. Lo que hace necesario atraer más inversiones o préstamos externos.
A fines del 2008 la crisis norteamericana provocó grandes pérdidas a inversionistas mexicanos que especularon con el capital de sus empresas. Para pagar lo que perdieron tuvieron que comprar dólares en México y provocaron el alza del dólar. Había el riesgo de una desbandada de capitales asustados por la perspectiva de devaluación.
La situación se atajó con el anuncio de la línea de crédito flexible llamada blindaje financiero. Así se anunciaba que el país estaba dispuesto a endeudarse al tope para proporcionar los dólares suficientes, a buen precio, a los capitales que decidieran retirarse. Esa promesa de endeudamiento potencial del Banco de México calmó los ánimos y no se produjo una estampida.
Solo que de entonces para acá la necesidad de capitales externos para sostener unas finanzas precarias se incrementó al tiempo que los ingresos flaquean. Las exportaciones, las remesas de migrantes y tal vez hasta los narco dólares se estancan. Debemos a la decisión de la Fed (el banco central norteamericano) de imprimir 85 mil millones de dólares mensuales el que nos siguieran llegando dólares en abundancia para aprovechar nuestras altas tasas de interés.
Pero la posibilidad de que se dejen de imprimir tantos dólares amenaza con secar esta fuente también. Ahora la reforma energética entra como salvadora al crear la expectativa de grandes inversiones externas y mayores exportaciones petroleras.
Una gran entrada de dólares le evitaría al gobierno el trago amarguísimo de elevar los impuestos al gran capital (productivo y financiero) a niveles comparables a los internacionales. Pero sobre todo permite sostener la sobrevaluación del peso y atraer capitales a la bolsa de valores.
Así que esencialmente el efecto de la reforma energética será similar al del blindaje financiero. Con él se lograron ganancias record en la bolsa de valores (muy presumidas por Fox y Calderón) y abaratar el precio del dólar y las importaciones. Eso les pegó duro a los productores nacionales no protegidos en nichos de mercado de privilegio (concesiones y favores públicos). A la empresa productiva convencional le redujo el margen de utilidad y a millares de ellas las llevó a la quiebra. Ciertamente no creó empleo ni alentó la producción.
Se planea llevar el productivismo petrolero al máximo grado de extracción posible; incluso más allá de las necesidades de financiamiento gubernamental y ya se anuncia la creación de un fondo soberano de estabilidad financiera en Banxico; una institución sin representación del aparato productivo, ni de la sociedad en general, que no rinde cuentas de su política y que está esencialmente blindada ante las exigencias de desarrollo económico y social.
Tres efectos previsibles: sobreoferta petrolera que abarate los precios internacionales; convertir el petróleo en inversión especulativa para beneficio del capital financiero; y fortalecer el peso. Lo que se anuncia es la continuidad, por varios años más, del modelo importador y destructor del empleo productivo.
Es decir que habrá un banquete sin pobres, sin trabajadores y sin la mayoría de los empresarios productivos del campo o la ciudad.
lunes, 9 de diciembre de 2013
El onceavo mandamiento es la buena economía
Faljoritmo
Jorge Faljo
La primera exhortación apostólica del Papa Francisco está levantando ámpula porque pega duro a las estructuras anquilosadas de su propia iglesia, al funcionamiento de la economía globalizada y al pensamiento neoliberal que defiende los intereses anticristianos de los poderosos.
No se piensa el Papa como revolucionario, pero si crítica que dentro de la complejidad del mensaje evangélico no siempre se destaca lo prioritario y esencial. Propone un cambio de énfasis al interpretarlo; pero eso de cualquier manera es una propuesta para modificar de raíz a la iglesia y al mundo. De su crítica no se salva ni el papado; pues propone su “conversión” para volverlo más fiel al mensaje cristiano original.
Para empezar la exhortación Evangelii Gaudium, o “Alegría del Evangelio” propone que este debiera ser el sentimiento central de la vida de la iglesia. Una alegría asociada a una vida en comunidad donde cada uno ayuda a los demás y es contraria a la tristeza del individualismo egoísta. Lo contrario a decir que esta vida es un valle de lágrimas y a considerar al sufrimiento como algo valioso.
Retoma lo que eran ideas centrales de la ideología de la liberación: democratización de la iglesia, priorización de la justicia, ambas expresadas con sutileza. Señala, por ejemplo, que a veces los obispos deberán estar delante de su comunidad para indicar el camino, en otras en medio de todos y en ocasiones deberán caminar detrás del pueblo porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. Se opone a una doctrina monolítica y dice que hay muchos caminos, siempre y cuando haya respeto y amor.
Incluso señala que muchas veces lo que se expresa con un lenguaje enteramente ortodoxo no permite que el pueblo comprenda el verdadero mensaje de Jesucristo. Que hay costumbres muy arraigadas que se presentan como mensaje divino cuando son en realidad creación de la propia iglesia y ya son obsoletas. Cita a Santo Tomás de Aquino para decir que en realidad los preceptos dados por Jesucristo son poquísimos y que hay que cuidad que los otros, los añadidos, no conviertan la vida de los fieles en esclavitud. El confesionario no debe ser sala de torturas y la iglesia no es aduana de la gracia, sino lugar de comprensión y misericordia. Con ello propone el abandono de la autoritaria posición juzgadora para tratar de entender mejor al mundo de hoy en día.
Bergoglio no quiere una iglesia enferma por el encierro y la comodidad; ni preocupada por ser el centro; ni clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos. Lo esencial es justicia y misericordia; el vínculo inseparable entre la fe y los pobres.
Con estas bases el papa Francisco se lanza a la crítica profunda de la situación económica del mundo. Su diagnóstico es sencillo pero contundente: la alegría de vivir se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad.
Hay un mandamiento, “no matar” y por ello tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad” porque ella mata. “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”. La consecuencia es que grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas; sin trabajo, sin horizontes.
Ya no se trata simplemente de explotación, sino de algo más terrible: la exclusión de gran parte de la población. Las teorías que suponen que el crecimiento económico y la libertad de mercado generan equidad e inclusión social no tienen sustento. Expresan una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico. Se ha desarrollado una globalización de la indiferencia incapaz de compadecerse de las vidas truncadas.
Por la adoración del becerro de oro se ha perdido el objetivo humano y se empobrece la mayoría. Se trata de un desequilibrio que proviene de las ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que niegan el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Es una nueva tiranía invisible.
Tras esta actitud egoísta de los poderosos se esconde un rechazo de la ética y de Dios. Para estas ideologías Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.
El mensaje del Papa a los católicos es contundente: ¡muévanse!
Jorge Faljo
La primera exhortación apostólica del Papa Francisco está levantando ámpula porque pega duro a las estructuras anquilosadas de su propia iglesia, al funcionamiento de la economía globalizada y al pensamiento neoliberal que defiende los intereses anticristianos de los poderosos.
No se piensa el Papa como revolucionario, pero si crítica que dentro de la complejidad del mensaje evangélico no siempre se destaca lo prioritario y esencial. Propone un cambio de énfasis al interpretarlo; pero eso de cualquier manera es una propuesta para modificar de raíz a la iglesia y al mundo. De su crítica no se salva ni el papado; pues propone su “conversión” para volverlo más fiel al mensaje cristiano original.
Para empezar la exhortación Evangelii Gaudium, o “Alegría del Evangelio” propone que este debiera ser el sentimiento central de la vida de la iglesia. Una alegría asociada a una vida en comunidad donde cada uno ayuda a los demás y es contraria a la tristeza del individualismo egoísta. Lo contrario a decir que esta vida es un valle de lágrimas y a considerar al sufrimiento como algo valioso.
Retoma lo que eran ideas centrales de la ideología de la liberación: democratización de la iglesia, priorización de la justicia, ambas expresadas con sutileza. Señala, por ejemplo, que a veces los obispos deberán estar delante de su comunidad para indicar el camino, en otras en medio de todos y en ocasiones deberán caminar detrás del pueblo porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. Se opone a una doctrina monolítica y dice que hay muchos caminos, siempre y cuando haya respeto y amor.
Incluso señala que muchas veces lo que se expresa con un lenguaje enteramente ortodoxo no permite que el pueblo comprenda el verdadero mensaje de Jesucristo. Que hay costumbres muy arraigadas que se presentan como mensaje divino cuando son en realidad creación de la propia iglesia y ya son obsoletas. Cita a Santo Tomás de Aquino para decir que en realidad los preceptos dados por Jesucristo son poquísimos y que hay que cuidad que los otros, los añadidos, no conviertan la vida de los fieles en esclavitud. El confesionario no debe ser sala de torturas y la iglesia no es aduana de la gracia, sino lugar de comprensión y misericordia. Con ello propone el abandono de la autoritaria posición juzgadora para tratar de entender mejor al mundo de hoy en día.
Bergoglio no quiere una iglesia enferma por el encierro y la comodidad; ni preocupada por ser el centro; ni clausurada por una maraña de obsesiones y procedimientos. Lo esencial es justicia y misericordia; el vínculo inseparable entre la fe y los pobres.
Con estas bases el papa Francisco se lanza a la crítica profunda de la situación económica del mundo. Su diagnóstico es sencillo pero contundente: la alegría de vivir se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad.
Hay un mandamiento, “no matar” y por ello tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad” porque ella mata. “Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil”. La consecuencia es que grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas; sin trabajo, sin horizontes.
Ya no se trata simplemente de explotación, sino de algo más terrible: la exclusión de gran parte de la población. Las teorías que suponen que el crecimiento económico y la libertad de mercado generan equidad e inclusión social no tienen sustento. Expresan una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico. Se ha desarrollado una globalización de la indiferencia incapaz de compadecerse de las vidas truncadas.
Por la adoración del becerro de oro se ha perdido el objetivo humano y se empobrece la mayoría. Se trata de un desequilibrio que proviene de las ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que niegan el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Es una nueva tiranía invisible.
Tras esta actitud egoísta de los poderosos se esconde un rechazo de la ética y de Dios. Para estas ideologías Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.
El mensaje del Papa a los católicos es contundente: ¡muévanse!
lunes, 2 de diciembre de 2013
Vamos a Bali a recuperar nuestra soberanía alimentaria.
Faljoritmo
Jorge Faljo
Los ministros encargados del comercio internacional de numerosos países se reunirán en Bali, Indonesia, del 3 al 6 de diciembre. Se trata de otra de las reuniones interministeriales que ocurren cada dos años en el marco de las negociaciones “Ronda de Doha” de la Organización Mundial del Comercio.
No se espera mucho de esta reunión y la mayoría se conformaría con muy poco simplemente para mostrar que este tipo de reuniones sirven para algo. Lo que ocurre es que no se han dado cambios en las reglas del comercio internacional desde el 2001. Algunos esperarían ver avances a favor de la mayor liberalización comercial mundial; pero lo cierto es que muchos, arrepentidos de algunos compromisos hechos en el pasado, intentan conseguir lo que los más neoliberales llamarían retrocesos.
Las negociaciones previas y el encuentro de la siguiente semana giran en torno a un desacuerdo profundo en cuanto a lo que significa y simboliza la nueva ley de seguridad alimentaria de la India. Es el eje de una estrategia de lucha contra el hambre que eleva notablemente el monto de los subsidios destinados a centenares de millones de sus ciudadanos.
Este país asiático sostiene que debido a que su agricultura se configura sobre todo por pequeños productores en condiciones de subsistencia, la apertura de su mercado tiene que estar cuidadosamente calibrada para proteger los medios de vida de estos productores pobres y sus familias. Es más, se plantea que este sector de la pequeña producción campesina sea la fuente de los alimentos que serán subsidiados para el consumo del resto de su población pobre; alrededor de 800 millones de ciudadanos indios.
Su estrategia incluye compras directas a los pequeños productores y prevé crear reservas públicas de alimentos como un mecanismo de regulación del abasto y los precios. Para funcionar requiere administrar e imponer aranceles a las importaciones agropecuarias para evitar que su exceso o sus bajos precios dañen a los productores internos.
Hace un año la India encabezó la propuesta del G-33, un grupo que a pesar de su nombre cuenta ya con 46 países que demandan cambios en las reglas del comercio relativas a la producción, comercialización y políticas alimentarias. Incluye en América Latina, por ejemplo, a Cuba, Belice, República Dominicana, El Salvador, Guatemala, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela.
La crisis de alimentos del 2008 cimbró la conciencia de muchos de estos gobiernos y creó el interés por proteger a productores y consumidores de los altibajos creados en parte por lo imprevisible del clima y también, en mucho, por la especulación financiera de los productos agropecuarios y sus precios.
Pero ocurre que los Estados Unidos se encuentran opuestos a estas medidas y que los tratados de la Organización Mundial del Comercio anteriormente firmados por todos estos países, prohíben las medidas que quiere instrumentar la India. Las reglas internacionales no permiten que más del 10 por ciento de la producción interna sea subsidiada, que el gobierno participe en la comercialización y sobre todo se oponen a la creación de reservas y al control de importaciones.
Algunos países se limitan a solicitar que la OMC autorice subsidiar hasta el 15 por ciento de la producción interna; otros quieren que de plano no haya limitaciones.
Estados Unidos ha aceptado una “cláusula de paz” que permitiría a la India llevar a cabo su estrategia de combate al hambre durante un máximo de cuatro años y luego tendría que sujetarse a las reglas del comercio internacional. La India no acepta esta limitación pero podría preferirla a que se la considere en falta y se vea sometida a represalias. Indonesia, el país anfitrión y muchos de los 46 mencionados podrían considerar que un armisticio temporal les podría permitir ampliarlo más adelante.
México no es parte de los 46 países y no muestra interés en una política de combate al hambre que incluya medidas de fondo como las que instrumenta la India. Sin embargo ante la disputa internacional no es posible la neutralidad; si no apoyamos en este momento el derecho de todos a la soberanía alimentaria estaremos de hecho apoyando a los Estados Unidos y los grandes exportadores en su exigencia de que todos abran sus fronteras y acepten la destrucción de sus productores. Lo peor es que nos estaríamos amarrando las manos para más adelante instrumentar una política de apoyo al campo y de lucha contra el hambre de mayor potencial.
Lo absurdo del momento es que en la práctica se improvisan subsidios para los productores cuando estos tienen la capacidad para presionar a sus gobiernos locales y estatales, incluso al federal. De este modo de repente resulta que si hay subsidios al precio del frijol o del maíz en algunos estados y para los afiliados a algunas organizaciones. Es una política no nacional, no integral y francamente incoherente.
Todo parece indicar que la India logrará salirse con la suya; podrá instrumentar su política de lucha contra el hambre durante, por lo menos, cuatro años sin riesgo de represalias. Es evidente que otros países demandarán un trato similar con lo que se contribuirá a revertir algunas de las clausulas más infames de la OMC y se podrá avanzar en la recuperación de la soberanía alimentaria. Con esa soberanía podrán instrumentarse estrategias que eleven los niveles de autosuficiencia nacionales de manera asociada a la protección de los productores campesinos.
¿Cuál será la posición de México en Bali a lo largo de la semana que entra? Ojalá y abandone la posición de esquirol que lo ha caracterizado y aproveche esta ventana de oportunidad para, con otros muchos países, recuperar su soberanía plena en el campo de la producción agropecuaria y la alimentación de su población.
martes, 26 de noviembre de 2013
Alemania; pobreza y milagro
Faljoritmo
Jorge Faljo
Alemania destaca como uno de los países europeos que mejor han sorteado la crisis de los últimos años. Tiene una tasa de desempleo muy baja, de tan solo el 5.5 por ciento y destaca como una potencia exportadora mundial. Es el único país europeo que tuvo superávit comercial en el 2012; es decir que contrasta con el conjunto de países que la rodean y que pueden caracterizarse como su clientela importadora.
Durante mucho tiempo se ha hablado de un “milagro alemán”, sobre todo por su crecimiento hasta antes de la crisis del 2009. Sin embargo, al igual que toda Europa, no logra retomar el camino de un crecimiento dinámico. Se calcula que este año su Producto Interno Bruto habrá de crecer en un 0.3 por ciento. Menos que el 0.7 por ciento que el año anterior aunque mejor que el promedio de 0.1 por ciento al que está creciendo toda la zona del Euro.
Ocurre que su “milagro” se encuentra entrampado en el agotamiento de los dos pilares que lo sostenían: por un lado la contención salarial y la flexibilización laboral llevadas al extremo de la precarización del empleo. Hablo de trabajos de tiempo parcial, por tiempos determinados y sin seguridad de mediano o largo plazo, sumados al recorte de prestaciones sociales para los desempleados y a una exitosa estrategia de presión para incorporar a la población al empleo. Estos cambios de la última década aunados a una decidida política industrial permitieron elevar las ganancias empresariales y hacer una fuerte acumulación de capitales financieros.
El segundo gran sustento de la estrategia fue orientar esos capitales hacia la generación de demanda en el exterior para convertir al país en una potencia prestamista – exportadora. A grandes rasgos la misma estrategia seguida por china. Hoy en día el planeta se divide en países exportadores de capital y superavitarios en su comercio externo y países receptores de capital y deficitarios. México es de los segundos.
Muchos piensan equivocadamente que el éxito económico alemán se asocia a buenas condiciones laborales, de ingresos y de nivel de vida de su población. No es así. Otros países tienen una población en mejor situación económica. Es el caso de Noruega, Dinamarca, Holanda, Suecia, Finlandia, Austria, Francia, Suiza y Bélgica. En cambio la situación de bienestar de Alemania es más bien parecida al promedio de la zona Euro y solo ligeramente mejor a la de Irlanda e Inglaterra.
Hasta hace unos años el crecimiento económico se relacionaba claramente con una disminución de la pobreza. Pero esta correlación negativa se ha alterado; en el 2011 Alemania creció en un 3.9 por ciento y no obstante el porcentaje de población en condiciones de pobreza también se incrementó en un 4.1 por ciento.
Dado que Alemania es uno de los pocos países que no cuentan con un salario mínimo legalmente establecido parte de su población trabajadora formal no obtiene el salario suficiente para salir de la pobreza. Lo cual crea una paradoja; del 2005 a 2011 se redujo el desempleo en un cinco por ciento y sin embargo creció la pobreza en casi 3.5 por ciento.
Para ser más claros habría que decir que el milagro económico alemán se ha basado en la precarización de las condiciones laborales de sus trabajadores y en el empobrecimiento de parte de su población.
La estrategia alemana parece haber llegado a su fin. Su capacidad para prestar ya no se corresponde con la capacidad de su periferia para endeudarse. Por el contrario, los grandes capitales exigen que se les pague e imponen la austeridad de los gobiernos y pueblos de Europa. Tal apretamiento de cinturones en Grecia, España, Portugal, Italia y otros más se enfrenta a la posibilidad de un crecimiento de sus economías, incluyendo la alemana.
Por otra parte la tendencia al empobrecimiento de su población no ha favorecido contar con un mercado interno en expansión. Sin esta opción y con la periferia Europea amarrándose el cinturón el principal problema de Alemania es la falta de demanda para su poderío productivo.
Es curioso que ante el deterioro de las organizaciones de los trabajadores los principales defensores del mejoramiento de ingresos y del nivel de vida del pueblo Alemán se encuentren en los Estados Unidos y en el resto de Europa. Ellos demandan que este país aproveche su fortaleza productiva y su buena situación financiera para incrementar salarios y precios internos. Hay que recordar que toda Europa está preocupada por su bajo nivel de inflación que dificulta el pago de las deudas periféricas.
La alternativa es ineludible. Aumentar la producción solo es posible si aumenta el consumo. El problema es donde. Alemania es el país en mejores condiciones para elevar substancialmente el nivel de vida de su población. Pero ello implica modificar el reparto de la riqueza en su interior y debilitar su condición de potencia exportadora. Sería un cambio de 180 grados en su estrategia económica y obviamente afecta intereses poderosos pero ¿hay otra opción?
domingo, 17 de noviembre de 2013
Liquidez o Austeridad
Faljoritmo
Jorge Faljo
Janet Yellen se encuentra nominada, con el respaldo de Barack Obama, para presidir la Reserva Federal –Fed-, el Banco Central Norteamericano. Es la candidata puntera y de la continuidad. Apoya plenamente las políticas del actual presidente y habría de continuar con la creación de dinero, concretamente 85 mil millones de dólares al mes para dotar de gran liquidez a la economía, bajar las tasas de interés y financiar de manera barata al gobierno norteamericano.
Ante el comité del senado que entrevista a los distintos candidatos Janet Yellen acaba de señalar que el desempleo es demasiado alto, lo que refleja una economía que operan muy por debajo de su potencial. Se mostró decidida a apoyar la recuperación económica desde lo que podría ser su nueva posición.
Básicamente lo que ha estado haciendo la reserva es imprimir dinero que utiliza para comprar los bonos del tesoro que se encuentran en manos de inversionistas privados. Al comprar la deuda del gobierno libera los recursos privados que entonces deben buscar otras alternativas de inversión distintas a prestarle al gobierno.
La abundancia de dólares en el mercado financiero hace que las tasas de interés sean muy bajas, incluso negativas, por lo que el pago del servicio de la deuda pública es barato. Es prácticamente dinero sin costo; lo que facilita el desendeudamiento público y privado, o promueve deudas que alientan el gasto privado. Por esta vía se genera la demanda, la inversión y, derivada de ambas, la generación de empleo y el crecimiento económico.
Crear liquidez y demanda de este modo no tiene un efecto inflacionario debido a que la economía norteamericana tiene una amplia capacidad instalada y mano de obra disponible que no es utilizada. La demanda que se genera puede provocar que de inmediato se reactive la oferta correspondiente.
¿Cuál podría ser una política similar en México? Echando a volar la imaginación, el Banco de México podría imprimir decenas de miles de millones de pesos para gradualmente ir comprando la hasta ahora impagable deuda que nos heredó el FOBAPROA e incluso comprar CETES. Al comprar esa deuda se dejaría libre una gran cantidad de recursos privados que habrían de buscar otra cosa en que invertir al mismo tiempo que el servicio de la deuda pública se abatiría. Lo que facilitaría tanto su pago, como el re endeudamiento.
Habría un incremento substancial del gasto público disponible que podría orientarse a crear demanda. Dado que buena parte de nuestro aparato productivo manufacturero como agropecuario, están también operando muy por debajo de su potencial, ese gasto podría tener una rápida respuesta en creación de oferta. El equilibrio entre nueva demanda y nueva oferta haría que el esquema no fuera inflacionario.
Lamentablemente se trata de sueños guajiros. ¿Sabía Uds. que lo que estoy proponiendo es ilegal? A diferencia de Janet Yellen, si esto lo propusiera Agustín Carstens perdería su empleo en el acto. A “nuestro” Banco de México no le está permitido impulsar la economía o el empleo; lo administran solo ex banqueros y financieros.
La Fed de nuestros vecinos del norte tiene entre sus responsabilidades principales las de promover el aprovechamiento del potencial productivo de la economía norteamericana y la de procurar el pleno empleo. Lo dirigen representantes de la industria, el comercio y las diferentes regiones del país.
Allá buscan una intervención activa en la economía real, productiva, generando capacidades de demanda públicas y privadas. Acá el debate se centra en como imponer mayor austeridad, incluso de manera vengativa. De este modo el razonamiento es que si la mayor parte de los mexicanos nos empobrecemos también el gobierno debe apretarse el cinturón. En lugar de demandar que el gobierno se responsabilice de promover eficazmente la economía, el empleo y el bienestar, lo amarramos y justificamos sus incapacidades.
Este ha sido un pésimo primer año de sexenio, de decepción. Y si no cambiamos el rumbo será un sexenio de desmoronamiento económico y social.
Jorge Faljo
Janet Yellen se encuentra nominada, con el respaldo de Barack Obama, para presidir la Reserva Federal –Fed-, el Banco Central Norteamericano. Es la candidata puntera y de la continuidad. Apoya plenamente las políticas del actual presidente y habría de continuar con la creación de dinero, concretamente 85 mil millones de dólares al mes para dotar de gran liquidez a la economía, bajar las tasas de interés y financiar de manera barata al gobierno norteamericano.
Ante el comité del senado que entrevista a los distintos candidatos Janet Yellen acaba de señalar que el desempleo es demasiado alto, lo que refleja una economía que operan muy por debajo de su potencial. Se mostró decidida a apoyar la recuperación económica desde lo que podría ser su nueva posición.
Básicamente lo que ha estado haciendo la reserva es imprimir dinero que utiliza para comprar los bonos del tesoro que se encuentran en manos de inversionistas privados. Al comprar la deuda del gobierno libera los recursos privados que entonces deben buscar otras alternativas de inversión distintas a prestarle al gobierno.
La abundancia de dólares en el mercado financiero hace que las tasas de interés sean muy bajas, incluso negativas, por lo que el pago del servicio de la deuda pública es barato. Es prácticamente dinero sin costo; lo que facilita el desendeudamiento público y privado, o promueve deudas que alientan el gasto privado. Por esta vía se genera la demanda, la inversión y, derivada de ambas, la generación de empleo y el crecimiento económico.
Crear liquidez y demanda de este modo no tiene un efecto inflacionario debido a que la economía norteamericana tiene una amplia capacidad instalada y mano de obra disponible que no es utilizada. La demanda que se genera puede provocar que de inmediato se reactive la oferta correspondiente.
¿Cuál podría ser una política similar en México? Echando a volar la imaginación, el Banco de México podría imprimir decenas de miles de millones de pesos para gradualmente ir comprando la hasta ahora impagable deuda que nos heredó el FOBAPROA e incluso comprar CETES. Al comprar esa deuda se dejaría libre una gran cantidad de recursos privados que habrían de buscar otra cosa en que invertir al mismo tiempo que el servicio de la deuda pública se abatiría. Lo que facilitaría tanto su pago, como el re endeudamiento.
Habría un incremento substancial del gasto público disponible que podría orientarse a crear demanda. Dado que buena parte de nuestro aparato productivo manufacturero como agropecuario, están también operando muy por debajo de su potencial, ese gasto podría tener una rápida respuesta en creación de oferta. El equilibrio entre nueva demanda y nueva oferta haría que el esquema no fuera inflacionario.
Lamentablemente se trata de sueños guajiros. ¿Sabía Uds. que lo que estoy proponiendo es ilegal? A diferencia de Janet Yellen, si esto lo propusiera Agustín Carstens perdería su empleo en el acto. A “nuestro” Banco de México no le está permitido impulsar la economía o el empleo; lo administran solo ex banqueros y financieros.
La Fed de nuestros vecinos del norte tiene entre sus responsabilidades principales las de promover el aprovechamiento del potencial productivo de la economía norteamericana y la de procurar el pleno empleo. Lo dirigen representantes de la industria, el comercio y las diferentes regiones del país.
Allá buscan una intervención activa en la economía real, productiva, generando capacidades de demanda públicas y privadas. Acá el debate se centra en como imponer mayor austeridad, incluso de manera vengativa. De este modo el razonamiento es que si la mayor parte de los mexicanos nos empobrecemos también el gobierno debe apretarse el cinturón. En lugar de demandar que el gobierno se responsabilice de promover eficazmente la economía, el empleo y el bienestar, lo amarramos y justificamos sus incapacidades.
Este ha sido un pésimo primer año de sexenio, de decepción. Y si no cambiamos el rumbo será un sexenio de desmoronamiento económico y social.
El derecho a no exportar petróleo
Faljoritmo
Jorge Faljo
Se encuentra a discusión una reforma energética y petrolera de gran importancia. Pero temo que se realiza en medio de una especie de euforia inexplicable en donde parecen predominar las cuentas del gran capitán. Como si nuestro petróleo fuera inacabable.
Apenas a principios de este año el Presidente Peña Nieto declaraba que teníamos reservas probadas para diez años; probables para veinte y posibles para treinta. De lo cual se desprendía que había que explorar más y conseguir incrementar las probadas, seguramente a costa de las probables y posibles. En cualquier caso los límites de esta riqueza no solo se encuentran a la vista sino que ya nos impactan. Las exportaciones de crudo a los Estados Unidos han caído a la mitad en los últimos diez años. Solo que como el precio aumentó el impacto no ha sido notable.
El asunto es que la humanidad se encuentra, años más o años menos, al final de la era del petróleo. Esto implica que en algún momento, en el México de nuestros hijos o nietos, bien puede ocurrir que nos convenga más conservar lo que tenemos que venderlo al exterior. Para ello es vital dejar bien establecido en la reforma energética este derecho; el de no vender petróleo.
Puede parecer absurdo pero estoy seguro de que no lo digo de balde.
Hace unos años China decidió restringir sus exportaciones de “tierras raras”. Se les llama así a un conjunto de 17 metales casi innombrables (como el Itrio, Neodimio, Europio e Iterbio), que son indispensables en la fabricación de componentes electrónicos de alta tecnología. Son realmente escasos, su extracción es muy dispersa y altamente contaminante.
China concentra la producción mundial de estos metales y cuando restringió su exportación sus precios se elevaron notablemente lo que provocó una demanda ante la Organización Mundial del Comercio –OMC-, por parte de los Estados Unidos, Japón y Europa.
China alega que las restricciones a la exportación son necesarias para controlar la alta contaminación que genera esa producción. Pero el caso es que acaba de perder el juicio y deberá eliminar tales restricciones o se verá sancionada.
No es una novedad el ataque a las restricciones de este tipo. Cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP- restringía sus exportaciones y conseguía negociar mejores precios eso desataba la furia de las grandes naciones industrializadas.
El tema de la restricción a las exportaciones no fue por mucho tiempo relevante debido a que en general todos los países intentan exportar lo más posible. Sin embargo la reciente crisis alimentaria del 2007 – 2008 cambió esta percepción entre los fundamentalistas neoliberales.
Argentina ha sido duramente criticada por establecer impuestos a sus exportaciones agropecuarias, otros países, como la India por limitar sus exportaciones de arroz. No son casos aislados. Distintos países han decidido priorizar la seguridad alimentaria de sus pueblos antes que permitir que las grandes empresas que controlan la comercialización internacional de granos vacíen las bodegas nacionales.
Las reglas del comercio mundial prohíben, desde 1994 con el GATT, las restricciones a la exportación de productos sujetos a las reglas del libre comercio. Se aceptan restricciones temporales y de otra índole pero no obstante se considera que los países pueden ser demandados por tomar esas medidas.
Existe ahora una creciente presión para “apretar” las reglas del libre comercio ya no solo en contra de los obstáculos a las importaciones, sino de las restricciones a las exportaciones. Para la mentalidad neoliberal un país no tiene derecho a impedir que las empresas (sobre todo los gigantescos conglomerados de la globalización) exporten libremente. Todo es mercancía y prácticamente todo debe ser libre comercio.
Hasta ahora los energéticos de México han sido un caso aparte. No fueron incluidos en las negociaciones del TLC ni en la adhesión de México a la OMC; nuestra soberanía ha sido ilimitada sobre ellos. La reforma energética habrá de cambiar esta situación y quedarán sujetos al comportamiento y reglas del libre mercado.
Pero estoy convencido de que hay que marcar un límite que preserve el derecho de nuestros hijos y nietos para que más adelante puedan decidir no vender este recurso. Creo que la reforma energética, aún si abre paso a la inversión privada y sobre todo si lo hace con empresas de gran poderío, debe especificar con todas su letras que la nación se reserva el derecho a fijar el monto exportable de sus energéticos.
Podría para ello determinarse un régimen particular en el que sea el Congreso de la Unión el que cada año autorice el monto exportable. Definitivamente quiero la prioridad para mis hijos y nietos en el uso de nuestros recursos. Preservemos su derecho.
Jorge Faljo
Se encuentra a discusión una reforma energética y petrolera de gran importancia. Pero temo que se realiza en medio de una especie de euforia inexplicable en donde parecen predominar las cuentas del gran capitán. Como si nuestro petróleo fuera inacabable.
Apenas a principios de este año el Presidente Peña Nieto declaraba que teníamos reservas probadas para diez años; probables para veinte y posibles para treinta. De lo cual se desprendía que había que explorar más y conseguir incrementar las probadas, seguramente a costa de las probables y posibles. En cualquier caso los límites de esta riqueza no solo se encuentran a la vista sino que ya nos impactan. Las exportaciones de crudo a los Estados Unidos han caído a la mitad en los últimos diez años. Solo que como el precio aumentó el impacto no ha sido notable.
El asunto es que la humanidad se encuentra, años más o años menos, al final de la era del petróleo. Esto implica que en algún momento, en el México de nuestros hijos o nietos, bien puede ocurrir que nos convenga más conservar lo que tenemos que venderlo al exterior. Para ello es vital dejar bien establecido en la reforma energética este derecho; el de no vender petróleo.
Puede parecer absurdo pero estoy seguro de que no lo digo de balde.
Hace unos años China decidió restringir sus exportaciones de “tierras raras”. Se les llama así a un conjunto de 17 metales casi innombrables (como el Itrio, Neodimio, Europio e Iterbio), que son indispensables en la fabricación de componentes electrónicos de alta tecnología. Son realmente escasos, su extracción es muy dispersa y altamente contaminante.
China concentra la producción mundial de estos metales y cuando restringió su exportación sus precios se elevaron notablemente lo que provocó una demanda ante la Organización Mundial del Comercio –OMC-, por parte de los Estados Unidos, Japón y Europa.
China alega que las restricciones a la exportación son necesarias para controlar la alta contaminación que genera esa producción. Pero el caso es que acaba de perder el juicio y deberá eliminar tales restricciones o se verá sancionada.
No es una novedad el ataque a las restricciones de este tipo. Cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo –OPEP- restringía sus exportaciones y conseguía negociar mejores precios eso desataba la furia de las grandes naciones industrializadas.
El tema de la restricción a las exportaciones no fue por mucho tiempo relevante debido a que en general todos los países intentan exportar lo más posible. Sin embargo la reciente crisis alimentaria del 2007 – 2008 cambió esta percepción entre los fundamentalistas neoliberales.
Argentina ha sido duramente criticada por establecer impuestos a sus exportaciones agropecuarias, otros países, como la India por limitar sus exportaciones de arroz. No son casos aislados. Distintos países han decidido priorizar la seguridad alimentaria de sus pueblos antes que permitir que las grandes empresas que controlan la comercialización internacional de granos vacíen las bodegas nacionales.
Las reglas del comercio mundial prohíben, desde 1994 con el GATT, las restricciones a la exportación de productos sujetos a las reglas del libre comercio. Se aceptan restricciones temporales y de otra índole pero no obstante se considera que los países pueden ser demandados por tomar esas medidas.
Existe ahora una creciente presión para “apretar” las reglas del libre comercio ya no solo en contra de los obstáculos a las importaciones, sino de las restricciones a las exportaciones. Para la mentalidad neoliberal un país no tiene derecho a impedir que las empresas (sobre todo los gigantescos conglomerados de la globalización) exporten libremente. Todo es mercancía y prácticamente todo debe ser libre comercio.
Hasta ahora los energéticos de México han sido un caso aparte. No fueron incluidos en las negociaciones del TLC ni en la adhesión de México a la OMC; nuestra soberanía ha sido ilimitada sobre ellos. La reforma energética habrá de cambiar esta situación y quedarán sujetos al comportamiento y reglas del libre mercado.
Pero estoy convencido de que hay que marcar un límite que preserve el derecho de nuestros hijos y nietos para que más adelante puedan decidir no vender este recurso. Creo que la reforma energética, aún si abre paso a la inversión privada y sobre todo si lo hace con empresas de gran poderío, debe especificar con todas su letras que la nación se reserva el derecho a fijar el monto exportable de sus energéticos.
Podría para ello determinarse un régimen particular en el que sea el Congreso de la Unión el que cada año autorice el monto exportable. Definitivamente quiero la prioridad para mis hijos y nietos en el uso de nuestros recursos. Preservemos su derecho.
lunes, 11 de noviembre de 2013
El Reporte del Tesoro
Faljoritmo
Jorge Faljo
Hace unos días se difundió el Reporte al Congreso del Departamento del Tesoro norteamericano sobre políticas económicas y cambiarias internacionales. Es un informe semestral en el que esa oficina analiza, desde la perspectiva norteamericana, su propia situación, la de la economía mundial y las políticas macroeconómicas de los países con los que tienen mayor comercio.
Describe un crecimiento moderado de su economía, alrededor del 2 por ciento anual que se asocia al incremento similar de la demanda de la población. Habrían crecido algo más sino hubiera sido por las restricciones al gasto gubernamental. No obstante tienen 1.3 millones menos empleos que al final del 2007. Un gran número de hogares es más pobre que hace seis años.
En todo caso les va mejor que al resto de las economías industriales y en particular a las de Europa que todavía no logran recuperar los niveles de producción del 2007.
Nada de esto es novedad. Lo que si sorprendió fue la dura crítica del informe a las dos principales economías exportadoras y superavitarias del planeta: Alemania y China. El obstáculo principal al crecimiento es la debilidad de la demanda mundial y lo que propone el Reporte es que estos dos países eleven substancialmente la capacidad de demanda de su población. De esa manera consumirían más, reducirían su superávit y toda la economía mundial se beneficiaría.
Es un consejo del tipo de “hágase la voluntad de dios… en los bueyes de mi compadre”. Solo que tiene razón. La demanda es el motor de la producción. Las economías superavitarias, las que venden más de lo que compran, lo que hacen es apoderarse de la capacidad de demanda de las economías deficitarias. De ese modo expanden su propia producción y destruyen la de sus compradores.
Nada ilustra mejor esta situación que la relación comercial entre México y China. Ellos tienen un superávit de más de 50 mil millones de dólares con nosotros y de nuestro lado tenemos un déficit por la misma cantidad. Su industria crece aceleradamente; la nuestra se desmorona.
Estados Unidos tiene el mismo problema que México frente a China y Alemania, y lo que exige es que ambos reduzcan su superávit comprando más o vendiendo menos. Para el caso de China no solo piden que eleve el bienestar y consumo de su población sino que fortalezca su moneda. Lo que no es posible en el caso de Alemania porque no tiene moneda propia. Tiene al euro y lo comparte con países deficitarios como España, Grecia, Portugal y otros cuyo interés es precisamente el contrario: devaluar para ser más competitivos y equilibrar su comercio.
La reacción alemana frente a la petición norteamericana ha sido literalmente de “mi no comprendou”. Ellos están muy a gusto vendiendo mucho y prestando a los demás para que les compren. Están siguiendo la estrategia básica de los exportadores exitosos: prestarles a los demás para que les compren.
El Reporte del Tesoro se suma al coro de críticas que pone su atención en los desequilibrios del comercio internacional. Antes la Oficina Internacional del Trabajo ha señalado los bajos salarios alemanes como una de las causas de la crisis europea. En esos dos países el incremento de la productividad ha sido superior al del resto del planeta; sus empresas producen mucho y pagan bajos salarios e impuestos y emplean sus altas ganancias en prestar al exterior.
Alemania y China crecen prestando y endeudando a todos a su alrededor. Eso es lo que ya no puede continuar. Y no porque ya no estén dispuestos a prestar sino por la sencilla razón de que la mayor parte de las clases medias, los gobiernos y los países enteros han llegado a sus límites de endeudamiento.
De no darse un cambio en este modelo globalizador sustentado en el endeudamiento masivo, toda la maquinaria productiva planetaria ira atascándose cada vez más empobreciendo a todos.
El mensaje del Reporte es muy claro. También lo es el hecho de que en realidad no va a hacer nada al respecto. No está dispuesto a romper el tabú neoliberal que pregona la libertad de flujos financieros (que no existe en China) y comerciales porque sus propias empresas gigantes se verían afectadas si el resto del planeta empieza a exigir lo que ellos proponen: equilibrio comercial y financiero.
Mientras no existan esos equilibrios unos países seguirán apoderándose de la demanda de sus contrapartes comerciales generando polos de crecimiento de un lado, como es el caso de China; y del otro lado, destrucción de capacidades productivas, como es el caso de México.
Entretanto los pueblos de los dos lados seguirán atrapados en políticas que piden que los demás eleven la demanda y el consumo pero que no están dispuestos a hacerlo ellos mismos, como es el caso de Estados Unidos.
Jorge Faljo
Hace unos días se difundió el Reporte al Congreso del Departamento del Tesoro norteamericano sobre políticas económicas y cambiarias internacionales. Es un informe semestral en el que esa oficina analiza, desde la perspectiva norteamericana, su propia situación, la de la economía mundial y las políticas macroeconómicas de los países con los que tienen mayor comercio.
Describe un crecimiento moderado de su economía, alrededor del 2 por ciento anual que se asocia al incremento similar de la demanda de la población. Habrían crecido algo más sino hubiera sido por las restricciones al gasto gubernamental. No obstante tienen 1.3 millones menos empleos que al final del 2007. Un gran número de hogares es más pobre que hace seis años.
En todo caso les va mejor que al resto de las economías industriales y en particular a las de Europa que todavía no logran recuperar los niveles de producción del 2007.
Nada de esto es novedad. Lo que si sorprendió fue la dura crítica del informe a las dos principales economías exportadoras y superavitarias del planeta: Alemania y China. El obstáculo principal al crecimiento es la debilidad de la demanda mundial y lo que propone el Reporte es que estos dos países eleven substancialmente la capacidad de demanda de su población. De esa manera consumirían más, reducirían su superávit y toda la economía mundial se beneficiaría.
Es un consejo del tipo de “hágase la voluntad de dios… en los bueyes de mi compadre”. Solo que tiene razón. La demanda es el motor de la producción. Las economías superavitarias, las que venden más de lo que compran, lo que hacen es apoderarse de la capacidad de demanda de las economías deficitarias. De ese modo expanden su propia producción y destruyen la de sus compradores.
Nada ilustra mejor esta situación que la relación comercial entre México y China. Ellos tienen un superávit de más de 50 mil millones de dólares con nosotros y de nuestro lado tenemos un déficit por la misma cantidad. Su industria crece aceleradamente; la nuestra se desmorona.
Estados Unidos tiene el mismo problema que México frente a China y Alemania, y lo que exige es que ambos reduzcan su superávit comprando más o vendiendo menos. Para el caso de China no solo piden que eleve el bienestar y consumo de su población sino que fortalezca su moneda. Lo que no es posible en el caso de Alemania porque no tiene moneda propia. Tiene al euro y lo comparte con países deficitarios como España, Grecia, Portugal y otros cuyo interés es precisamente el contrario: devaluar para ser más competitivos y equilibrar su comercio.
La reacción alemana frente a la petición norteamericana ha sido literalmente de “mi no comprendou”. Ellos están muy a gusto vendiendo mucho y prestando a los demás para que les compren. Están siguiendo la estrategia básica de los exportadores exitosos: prestarles a los demás para que les compren.
El Reporte del Tesoro se suma al coro de críticas que pone su atención en los desequilibrios del comercio internacional. Antes la Oficina Internacional del Trabajo ha señalado los bajos salarios alemanes como una de las causas de la crisis europea. En esos dos países el incremento de la productividad ha sido superior al del resto del planeta; sus empresas producen mucho y pagan bajos salarios e impuestos y emplean sus altas ganancias en prestar al exterior.
Alemania y China crecen prestando y endeudando a todos a su alrededor. Eso es lo que ya no puede continuar. Y no porque ya no estén dispuestos a prestar sino por la sencilla razón de que la mayor parte de las clases medias, los gobiernos y los países enteros han llegado a sus límites de endeudamiento.
De no darse un cambio en este modelo globalizador sustentado en el endeudamiento masivo, toda la maquinaria productiva planetaria ira atascándose cada vez más empobreciendo a todos.
El mensaje del Reporte es muy claro. También lo es el hecho de que en realidad no va a hacer nada al respecto. No está dispuesto a romper el tabú neoliberal que pregona la libertad de flujos financieros (que no existe en China) y comerciales porque sus propias empresas gigantes se verían afectadas si el resto del planeta empieza a exigir lo que ellos proponen: equilibrio comercial y financiero.
Mientras no existan esos equilibrios unos países seguirán apoderándose de la demanda de sus contrapartes comerciales generando polos de crecimiento de un lado, como es el caso de China; y del otro lado, destrucción de capacidades productivas, como es el caso de México.
Entretanto los pueblos de los dos lados seguirán atrapados en políticas que piden que los demás eleven la demanda y el consumo pero que no están dispuestos a hacerlo ellos mismos, como es el caso de Estados Unidos.
lunes, 4 de noviembre de 2013
Competitividad y Productividad, ahora
Jorge Faljo
De nueva cuenta nos llega desde el Fondo Monetario Internacional el consejo de darle máxima prioridad al incremento de la productividad. Lo dice Alejandro Werner, un economista mexicano con estudios en el Massachusetts Technological Institute que es ahora economista en jefe para el Hemisferio Occidental de esa agencia financiera internacional. Apunta así a una posible solución al bajo crecimiento de México que este año, según esa institución, crecerá a tan solo un 1.2 por ciento, pero que, si hace su tarea podrá aprovechar el crecimiento norteamericano esperado para el año que entra. Se trata de la vieja visión de México como furgón de cola de la economía norteamericana; sin un motor interno que nos permita crecer por cuenta propia.
Sin embargo esta visión del crecimiento de la productividad como base del crecimiento de la competitividad de nuestra economía para venderle más a los Estados Unidos deja mucho que desear, sobre todo cuando se trata de competir con China en el terreno industrial.
Para explicarlo mejor me remito al muy exitoso crecimiento de la exportación de manufacturas que ocurrió entre 1994 y 1996. En esos dos años incrementamos la exportación de manufacturas de empresas no maquiladoras en un 80 por ciento. Tal experiencia tiene mucho que enseñarnos y conviene revisarla a conciencia. Sobre todo en una estrategia de furgón de cola, pero también en un posible modelo alternativo que se planteé la reindustrialización nacional bajo el viejo modelo exitoso de la substitución de importaciones.
El caso es que el salto exportador de esos dos años se hizo de tal manera que sustentó el crecimiento de la manufactura mexicana a un ritmo de 7.24 por ciento anual de 1995 al 2000. Muy distinto del periodo del 2000 al 2006 en que el crecimiento medio no llegó al 2 por ciento.
¿Cuáles fueron las condiciones en las que elevamos la competitividad y aumentamos nuestra participación en el mercado norteamericano? Aunque parezca paradójico, y sin duda no se trata de una sugerencia, resulta que ese crecimiento se dio en un par de años de grave crisis; con ausencia casi total del crédito a la producción; con fuerte caída de la inversión productiva; con un gobierno fuertemente contraído y en pleno dislocamiento del comercio interno y externo.
En esas duras condiciones las empresas manufactureras debieron, para sobrevivir, encontrar abastecedores internos que les vendieran en pesos y no en dólares.
Lo que había ocurrido es que tras la fuerte fuga de capitales ocurrida en 1994 llegamos a una situación en que el país agotó sus reservas vendiéndolas a los “tomadores de ganancias” al grado de ya no contar con lo suficiente para pagar deudas o para importaciones estratégicas.
La escasez y encarecimiento de los dólares obligó a empresas y consumidores a abastecerse en el mercado interno. Fueron años de tropiezo del modelo económico y paradójicamente de fuerte incremento de la competitividad. Tan alto que alentó una reactivación generalizada de capacidades productivas. El truco no fue la nueva inversión y el incremento de la productividad. Lo que ocurrió fue muy distinto; emplear mejor lo que ya se tenía; incluso empresas pequeñas y micro con tecnologías atrasadas.
Lo que ocurrió en medio del sufrimiento de la población fue, no obstante, espectacular. Si nos enfocamos en el aspecto de la productividad encontramos una paradoja: se reabrieron empresas y talleres de baja productividad con lo que podríamos pensar que la productividad media se redujo; lo que podríamos llamar “productividad país” se elevó debido al mejor uso de capacidades instaladas y recursos existentes, entre ellos mano de obra.
Viendo el panorama general podemos decir que el aumento de competitividad originado en la devaluación del peso fue lo que jaló a la productividad. Este es el camino fácil seguido por la mayoría de los países que logran industrializarse. China por ejemplo inició su entrada al mercado internacional con estrategia financiera de moneda barata y regulación comercial altamente proteccionista; eso fue lo que le permitió conquistar los mercados mundiales a partir de niveles tecnológicos muy bajos. Como la vieja historia de Japón que inicia su industrialización exportando productos de baja calidad.
Lo que ha funcionado son las estrategias en las que el gobierno es responsable de una favorable operación del mercado y el comercio externo; es decir de las condiciones de competitividad. Entretanto la adopción de nuevas tecnologías y mejores prácticas productivas es responsabilidad de cada empresa. Sobre todo, no se parte de destruir sino de construir sobre lo que hay.
En nuestro caso lo intentamos hacer al revés. Nuestras estrategias de apertura comercial, de moneda cara y de ausencia de política industrial implican que el gobierno se desentiende del funcionamiento del mercado y el comercio externo. La posibilidad de competir es responsabilidad exclusiva de las empresas. Pero la experiencia histórica no nos habla de buenos resultados.
En nuestro caso los dos años de crisis del 95 – 96 nos colocaron en situación de alta competitividad y podrían haber sido el pie de un modelo de substitución de importaciones, alto crecimiento industrial y avanzar como potencia exportadora. Un traspiés ciertamente, pero que podríamos haberlo aprovechado como punto de arranque para fortalecer el papel del estado y el mercado interno como motores de un crecimiento basado en el mercado interno.
No hay que repetir la infame historia de la crisis de fin de 1994. Nadie lo desea. Hay que hacer examen de conciencia y revalorar la posibilidad de una estrategia de productividad nacional basada en la integración de cadenas productivas que reactiven todas las capacidades existentes en lugar de seguir predicando que la destrucción de los débiles y la contención salarial nos hacen competentes.
De nueva cuenta nos llega desde el Fondo Monetario Internacional el consejo de darle máxima prioridad al incremento de la productividad. Lo dice Alejandro Werner, un economista mexicano con estudios en el Massachusetts Technological Institute que es ahora economista en jefe para el Hemisferio Occidental de esa agencia financiera internacional. Apunta así a una posible solución al bajo crecimiento de México que este año, según esa institución, crecerá a tan solo un 1.2 por ciento, pero que, si hace su tarea podrá aprovechar el crecimiento norteamericano esperado para el año que entra. Se trata de la vieja visión de México como furgón de cola de la economía norteamericana; sin un motor interno que nos permita crecer por cuenta propia.
Sin embargo esta visión del crecimiento de la productividad como base del crecimiento de la competitividad de nuestra economía para venderle más a los Estados Unidos deja mucho que desear, sobre todo cuando se trata de competir con China en el terreno industrial.
Para explicarlo mejor me remito al muy exitoso crecimiento de la exportación de manufacturas que ocurrió entre 1994 y 1996. En esos dos años incrementamos la exportación de manufacturas de empresas no maquiladoras en un 80 por ciento. Tal experiencia tiene mucho que enseñarnos y conviene revisarla a conciencia. Sobre todo en una estrategia de furgón de cola, pero también en un posible modelo alternativo que se planteé la reindustrialización nacional bajo el viejo modelo exitoso de la substitución de importaciones.
El caso es que el salto exportador de esos dos años se hizo de tal manera que sustentó el crecimiento de la manufactura mexicana a un ritmo de 7.24 por ciento anual de 1995 al 2000. Muy distinto del periodo del 2000 al 2006 en que el crecimiento medio no llegó al 2 por ciento.
¿Cuáles fueron las condiciones en las que elevamos la competitividad y aumentamos nuestra participación en el mercado norteamericano? Aunque parezca paradójico, y sin duda no se trata de una sugerencia, resulta que ese crecimiento se dio en un par de años de grave crisis; con ausencia casi total del crédito a la producción; con fuerte caída de la inversión productiva; con un gobierno fuertemente contraído y en pleno dislocamiento del comercio interno y externo.
En esas duras condiciones las empresas manufactureras debieron, para sobrevivir, encontrar abastecedores internos que les vendieran en pesos y no en dólares.
Lo que había ocurrido es que tras la fuerte fuga de capitales ocurrida en 1994 llegamos a una situación en que el país agotó sus reservas vendiéndolas a los “tomadores de ganancias” al grado de ya no contar con lo suficiente para pagar deudas o para importaciones estratégicas.
La escasez y encarecimiento de los dólares obligó a empresas y consumidores a abastecerse en el mercado interno. Fueron años de tropiezo del modelo económico y paradójicamente de fuerte incremento de la competitividad. Tan alto que alentó una reactivación generalizada de capacidades productivas. El truco no fue la nueva inversión y el incremento de la productividad. Lo que ocurrió fue muy distinto; emplear mejor lo que ya se tenía; incluso empresas pequeñas y micro con tecnologías atrasadas.
Lo que ocurrió en medio del sufrimiento de la población fue, no obstante, espectacular. Si nos enfocamos en el aspecto de la productividad encontramos una paradoja: se reabrieron empresas y talleres de baja productividad con lo que podríamos pensar que la productividad media se redujo; lo que podríamos llamar “productividad país” se elevó debido al mejor uso de capacidades instaladas y recursos existentes, entre ellos mano de obra.
Viendo el panorama general podemos decir que el aumento de competitividad originado en la devaluación del peso fue lo que jaló a la productividad. Este es el camino fácil seguido por la mayoría de los países que logran industrializarse. China por ejemplo inició su entrada al mercado internacional con estrategia financiera de moneda barata y regulación comercial altamente proteccionista; eso fue lo que le permitió conquistar los mercados mundiales a partir de niveles tecnológicos muy bajos. Como la vieja historia de Japón que inicia su industrialización exportando productos de baja calidad.
Lo que ha funcionado son las estrategias en las que el gobierno es responsable de una favorable operación del mercado y el comercio externo; es decir de las condiciones de competitividad. Entretanto la adopción de nuevas tecnologías y mejores prácticas productivas es responsabilidad de cada empresa. Sobre todo, no se parte de destruir sino de construir sobre lo que hay.
En nuestro caso lo intentamos hacer al revés. Nuestras estrategias de apertura comercial, de moneda cara y de ausencia de política industrial implican que el gobierno se desentiende del funcionamiento del mercado y el comercio externo. La posibilidad de competir es responsabilidad exclusiva de las empresas. Pero la experiencia histórica no nos habla de buenos resultados.
En nuestro caso los dos años de crisis del 95 – 96 nos colocaron en situación de alta competitividad y podrían haber sido el pie de un modelo de substitución de importaciones, alto crecimiento industrial y avanzar como potencia exportadora. Un traspiés ciertamente, pero que podríamos haberlo aprovechado como punto de arranque para fortalecer el papel del estado y el mercado interno como motores de un crecimiento basado en el mercado interno.
No hay que repetir la infame historia de la crisis de fin de 1994. Nadie lo desea. Hay que hacer examen de conciencia y revalorar la posibilidad de una estrategia de productividad nacional basada en la integración de cadenas productivas que reactiven todas las capacidades existentes en lugar de seguir predicando que la destrucción de los débiles y la contención salarial nos hacen competentes.
lunes, 28 de octubre de 2013
Desaceleramiento, recesión y prioridades
Jorge Faljo
Preocupan los datos relativos a la desaceleración, que ya pinta para recesión, de la economía mexicana. La recaudación del IVA entre enero y agosto, respecto del mismo periodo en el año anterior, se redujo en un 7.9 por ciento. Refleja una fuerte caída en el consumo mayoritario y nos señala el empobrecimiento de amplios sectores que ya se encontraban al borde de la supervivencia. Recordemos que estamos en un país donde la mayoría es pobre y millones pasan hambre.
Otras fuentes de información confirman la caída del consumo, aunque por razones metodológicas aparezcan diferencias. INEGI, encargado de las estadísticas oficiales señala una reducción de las ventas al menudeo de 2.2 por ciento en agosto. La Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales reporta una caída real de sus ventas de un 6.4 por ciento respecto del 2012; para Wal-Mart la baja fue de 7.8 por ciento.
Alarma en particular la caída de 4.5 por ciento en las ventas de alimentos, bebidas y tabaco; un rubro que usualmente es de los menos afectados incluso en situaciones recesivas. Ya que los últimos gastos que reduce la población son precisamente estos. Por otro lado en rubros más prescindibles como la venta de artículos de esparcimiento (digamos televisiones, por ejemplo) la caída fue de 7.6 por ciento.
Desde los sectores productivos y las organizaciones empresariales se corroboran estas señales y nos recuerdan que la baja del consumo se traduce en baja de la producción y del empleo de manera tal que se agrava la caída. Es decir que estamos entramos en una espiral negativa que golpea con múltiples rebotes las insuficiencias de consumo, producción y empleo.
Uno de los sectores más afectados es la producción de materiales de construcción donde las organizaciones empresariales hablan de una reducción de 25 a 30 por ciento en la venta de tabiques; de 30 a 40 por ciento en las de cemento y acero; de parálisis de la producción de las elaboradoras de concreto y de pérdidas de decenas de miles de empleos.
Lo cual sin duda se relaciona con las pésimas políticas de vivienda que han provocado que existan centenares de miles de viviendas no ocupadas y enormes problemas de infraestructura y calidad, asociados a corrupción, que se hicieron evidentes con las recientes lluvias torrenciales. Aun así lo que importa destacar es que las capacidades de producción existen y que con otras estrategias serían pudieran ser aprovechables.
Hay sectores importantes por su impacto en el empleo, la producción y el consumo en los que es difícil saber lo que ocurre. La industria textil, del vestido y confección es en buena parte informal y se constituye de un gran número de pequeños y micro talleres dispersos. Fuentes de información locales señalan el impacto negativo del cierre de centenares, tal vez miles, de estos talleres en varias zonas del país. Su impacto no se capta en las estadísticas oficiales; pero es muy real y afecta el empleo, la producción y el consumo de muchos mexicanos.
No cabría duda, en mi opinión, de que el problema fundamental del país es la caída del consumo mayoritario, la consecuente parálisis de capacidades productivas y de la ocupación. Urge romper el círculo vicioso que se empieza a configurar y que puede instalarse durante largo plazo.
Necesitamos, con urgencia, elevar las capacidades de compra de la población y que las empresas, sobre todo medianas y pequeñas (que son las mayores generadoras de empleo,) puedan vender. Lo anterior para levantar el consumo y la producción, haciendo uso de lo que ya tenemos; inactivo pero funcional.
Instrumentada en la magnitud necesaria la propuesta implica una seria modificación a la estrategia de modernización basada en importaciones, desnacionalización del aparato productivo, concesión de privilegios a unos cuantos y gobierno enano. Una política que anquilosa y empobrece al país.
Las capacidades de producción existentes son enormes y aprovecharlas nos puede permitir escapar del chantaje de los grandes capitales y su exigencia de privilegios. Se trata, en otras palabras, de reactivar la economía popular en lugar de denigrarla, con efectos inmediatos en empleo y bienestar.
Pero esto no será posible sin antes equilibrar las relaciones comerciales con el exterior y reconstruir un estado fuerte, a la altura de sus deberes constitucionales o, por lo menos, de un tamaño similar al de otras economías, sea que pensemos en América Latina o en los países de la OCDE.
No obstante lo más preocupante de la situación actual es la insuficiencia de atención a lo básico. Estamos más preocupados en las finanzas del gobierno que en la economía del país; más en preservar privilegios que en sostener el precario bienestar de la población; más en quedar bien con China que en reactivar nuestra industria.
Lo que urge es cambiar prioridades.
Preocupan los datos relativos a la desaceleración, que ya pinta para recesión, de la economía mexicana. La recaudación del IVA entre enero y agosto, respecto del mismo periodo en el año anterior, se redujo en un 7.9 por ciento. Refleja una fuerte caída en el consumo mayoritario y nos señala el empobrecimiento de amplios sectores que ya se encontraban al borde de la supervivencia. Recordemos que estamos en un país donde la mayoría es pobre y millones pasan hambre.
Otras fuentes de información confirman la caída del consumo, aunque por razones metodológicas aparezcan diferencias. INEGI, encargado de las estadísticas oficiales señala una reducción de las ventas al menudeo de 2.2 por ciento en agosto. La Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales reporta una caída real de sus ventas de un 6.4 por ciento respecto del 2012; para Wal-Mart la baja fue de 7.8 por ciento.
Alarma en particular la caída de 4.5 por ciento en las ventas de alimentos, bebidas y tabaco; un rubro que usualmente es de los menos afectados incluso en situaciones recesivas. Ya que los últimos gastos que reduce la población son precisamente estos. Por otro lado en rubros más prescindibles como la venta de artículos de esparcimiento (digamos televisiones, por ejemplo) la caída fue de 7.6 por ciento.
Desde los sectores productivos y las organizaciones empresariales se corroboran estas señales y nos recuerdan que la baja del consumo se traduce en baja de la producción y del empleo de manera tal que se agrava la caída. Es decir que estamos entramos en una espiral negativa que golpea con múltiples rebotes las insuficiencias de consumo, producción y empleo.
Uno de los sectores más afectados es la producción de materiales de construcción donde las organizaciones empresariales hablan de una reducción de 25 a 30 por ciento en la venta de tabiques; de 30 a 40 por ciento en las de cemento y acero; de parálisis de la producción de las elaboradoras de concreto y de pérdidas de decenas de miles de empleos.
Lo cual sin duda se relaciona con las pésimas políticas de vivienda que han provocado que existan centenares de miles de viviendas no ocupadas y enormes problemas de infraestructura y calidad, asociados a corrupción, que se hicieron evidentes con las recientes lluvias torrenciales. Aun así lo que importa destacar es que las capacidades de producción existen y que con otras estrategias serían pudieran ser aprovechables.
Hay sectores importantes por su impacto en el empleo, la producción y el consumo en los que es difícil saber lo que ocurre. La industria textil, del vestido y confección es en buena parte informal y se constituye de un gran número de pequeños y micro talleres dispersos. Fuentes de información locales señalan el impacto negativo del cierre de centenares, tal vez miles, de estos talleres en varias zonas del país. Su impacto no se capta en las estadísticas oficiales; pero es muy real y afecta el empleo, la producción y el consumo de muchos mexicanos.
No cabría duda, en mi opinión, de que el problema fundamental del país es la caída del consumo mayoritario, la consecuente parálisis de capacidades productivas y de la ocupación. Urge romper el círculo vicioso que se empieza a configurar y que puede instalarse durante largo plazo.
Necesitamos, con urgencia, elevar las capacidades de compra de la población y que las empresas, sobre todo medianas y pequeñas (que son las mayores generadoras de empleo,) puedan vender. Lo anterior para levantar el consumo y la producción, haciendo uso de lo que ya tenemos; inactivo pero funcional.
Instrumentada en la magnitud necesaria la propuesta implica una seria modificación a la estrategia de modernización basada en importaciones, desnacionalización del aparato productivo, concesión de privilegios a unos cuantos y gobierno enano. Una política que anquilosa y empobrece al país.
Las capacidades de producción existentes son enormes y aprovecharlas nos puede permitir escapar del chantaje de los grandes capitales y su exigencia de privilegios. Se trata, en otras palabras, de reactivar la economía popular en lugar de denigrarla, con efectos inmediatos en empleo y bienestar.
Pero esto no será posible sin antes equilibrar las relaciones comerciales con el exterior y reconstruir un estado fuerte, a la altura de sus deberes constitucionales o, por lo menos, de un tamaño similar al de otras economías, sea que pensemos en América Latina o en los países de la OCDE.
No obstante lo más preocupante de la situación actual es la insuficiencia de atención a lo básico. Estamos más preocupados en las finanzas del gobierno que en la economía del país; más en preservar privilegios que en sostener el precario bienestar de la población; más en quedar bien con China que en reactivar nuestra industria.
Lo que urge es cambiar prioridades.
lunes, 21 de octubre de 2013
Estados Unidos; esta batalla fue solo el principio
Jorge Faljo
Falló el intento de los republicanos para detener la instrumentación de la Ley de Salud de Obama. Para lograrlo recurrieron a un arma extrema: bloquear la votación del incremento del endeudamiento gubernamental.
El gobierno de los Estados Unidos, al no poder recurrir al financiamiento de sus gastos y al refinanciamiento de sus deudas, entró en parálisis parcial y días después estuvo a punto de cesar el pago de sus deudas. Las consecuencias habrían sido graves: elevación generalizada de las tasas de interés; recorte del gasto gubernamental y despido de empleados públicos; caída del consumo de la población; baja de la inversión y desempleo en el sector privado. Posiblemente peor que la gran recesión de la que todavía no logran recuperarse.
Afortunadamente no ocurrió porque, como en las películas, se logró apagar el explosivo segundos antes de que estallara.
Los republicanos no contaban con que Obama se negara a toda negociación bajo amenazas tan graves. Tampoco previeron que la población se inclinaría en su contra. Perdido el argumento en contra de la Ley, demandaron negociaciones para reducir el gasto público y finalmente aceptaron un par de concesiones simbólicas a cambio de votar un pequeño incremento presupuestal. Tan pequeño que solo alcanza para que el gobierno funcione hasta el 15 de enero y se pueda endeudar hasta el siete de febrero.
Así que ya se colocó el escenario de la siguiente batalla. Sin embargo tendrán que repensar su estrategia porque Obama ganó negándose a negociar bajo tan brutal amenaza. Lo paradójico es que hacer insolvente al gobierno es un arma tan poderosa que no solo daña al gobierno, sino al sector empresarial, los trabajadores y, a fin de cuentas a toda la nación y al mundo. Por eso no se atrevieron a dispararla.
Más allá de asuntos de estrategia el tema de fondo seguirá siendo el eje de muchas batallas. En las cinco décadas que van de 1953 a 2003 la deuda federal norteamericana se incrementó en 3.1 billones de dólares; en la última década, del 2003 al 2013 subió en 11.8 billones. Un ritmo 19 veces mayor en el último decenio que en los cinco anteriores. Lo cual preocupa a muchos.
Tal situación es vista desde dos perspectivas contradictorias. La primera es la financiera. Cualquier empresa que se endeuda porque sus costos son superiores a sus ingresos se encuentra en problemas y debe cambiar. El indicador de que endereza el rumbo es reducir o evitar el crecimiento de su deuda.
Si se equipara al gobierno con una empresa resulta inaceptable un endeudamiento desproporcionado y se temé que la deuda se convierta en una carga imposible de pagar por la siguiente generación.
La segunda perspectiva, que podemos llamar macroeconómica, pone la atención no en el gobierno, sino en el funcionamiento de la economía en su conjunto. Desde este punto de vista la función del gobierno es promover la mejor operación del aparato productivo, el empleo y el bienestar. Si mediante el endeudamiento se consigue que la economía crezca más, eso facilitará que se pague más adelante.
Habría que añadir un par de consideraciones. El fuerte incremento del gasto público federal, basado en endeudamiento, no fue inflacionario porque existía capacidad de respuesta productiva: trabajadores en busca de empleo y potencial de producción. La demanda gubernamental aprovechó e hizo funcionar ese potencial. Si no se hubiera dado ese gasto el trabajo y la producción se habrían desperdiciado.
Lo que hace el endeudamiento público es trasladar riqueza inactiva hacia la inversión y el consumo. Y lo hace en un nivel que es posibilitado precisamente por la enorme cantidad de riqueza inactiva de un lado y d potencial productivo del otro. De este modo ganan las empresas, los empleados y los prestamistas.
No obstante hay que aceptar que lo que hace racional este tremendo endeudamiento es precisamente la gran irracionalidad de la economía en su conjunto. Ejemplo: en los últimos tres años el ingreso del uno por ciento de los norteamericanos más ricos creció en un 31.4 por ciento; pero como de por si eran ricos su consumo prácticamente no subió. Por otro lado el ingreso del 99 por ciento creció apenas en un 0.4 por ciento y el del gobierno tampoco creció de manera relevante.
En estas condiciones de alta concentración de la riqueza lo que se necesita es trasladar la creciente riqueza de los que ya no van a consumir más hacia la mayoría que si desea y necesita elevar su consumo de todo tipo (vivienda, salud, alimentación, servicios y más). Hacerlo mediante préstamos de un lado y endeudamiento del otro no es la mejor manera posible; pero sería peor no hacerlo.
Si se impide el incremento del endeudamiento público lo que se hará es paralizar el mecanismo que genera lo que más necesita su economía elevar el consumo de la mayoría para echar a andar toda su maquinaria económica (empresas, producción, empleos).
Otra solución sería trasladar la riqueza que no consume o invierte (otra forma de consumo) mediante impuestos de un lado y servicios públicos del otro.
El caso es que hay una diferencia substancial entre la visión meramente financiera, centrada en el gobierno, a otra ocupada en hacer que funcione la economía para todos.
Te lo digo Johnny para que lo entiendas Luis.
Falló el intento de los republicanos para detener la instrumentación de la Ley de Salud de Obama. Para lograrlo recurrieron a un arma extrema: bloquear la votación del incremento del endeudamiento gubernamental.
El gobierno de los Estados Unidos, al no poder recurrir al financiamiento de sus gastos y al refinanciamiento de sus deudas, entró en parálisis parcial y días después estuvo a punto de cesar el pago de sus deudas. Las consecuencias habrían sido graves: elevación generalizada de las tasas de interés; recorte del gasto gubernamental y despido de empleados públicos; caída del consumo de la población; baja de la inversión y desempleo en el sector privado. Posiblemente peor que la gran recesión de la que todavía no logran recuperarse.
Afortunadamente no ocurrió porque, como en las películas, se logró apagar el explosivo segundos antes de que estallara.
Los republicanos no contaban con que Obama se negara a toda negociación bajo amenazas tan graves. Tampoco previeron que la población se inclinaría en su contra. Perdido el argumento en contra de la Ley, demandaron negociaciones para reducir el gasto público y finalmente aceptaron un par de concesiones simbólicas a cambio de votar un pequeño incremento presupuestal. Tan pequeño que solo alcanza para que el gobierno funcione hasta el 15 de enero y se pueda endeudar hasta el siete de febrero.
Así que ya se colocó el escenario de la siguiente batalla. Sin embargo tendrán que repensar su estrategia porque Obama ganó negándose a negociar bajo tan brutal amenaza. Lo paradójico es que hacer insolvente al gobierno es un arma tan poderosa que no solo daña al gobierno, sino al sector empresarial, los trabajadores y, a fin de cuentas a toda la nación y al mundo. Por eso no se atrevieron a dispararla.
Más allá de asuntos de estrategia el tema de fondo seguirá siendo el eje de muchas batallas. En las cinco décadas que van de 1953 a 2003 la deuda federal norteamericana se incrementó en 3.1 billones de dólares; en la última década, del 2003 al 2013 subió en 11.8 billones. Un ritmo 19 veces mayor en el último decenio que en los cinco anteriores. Lo cual preocupa a muchos.
Tal situación es vista desde dos perspectivas contradictorias. La primera es la financiera. Cualquier empresa que se endeuda porque sus costos son superiores a sus ingresos se encuentra en problemas y debe cambiar. El indicador de que endereza el rumbo es reducir o evitar el crecimiento de su deuda.
Si se equipara al gobierno con una empresa resulta inaceptable un endeudamiento desproporcionado y se temé que la deuda se convierta en una carga imposible de pagar por la siguiente generación.
La segunda perspectiva, que podemos llamar macroeconómica, pone la atención no en el gobierno, sino en el funcionamiento de la economía en su conjunto. Desde este punto de vista la función del gobierno es promover la mejor operación del aparato productivo, el empleo y el bienestar. Si mediante el endeudamiento se consigue que la economía crezca más, eso facilitará que se pague más adelante.
Habría que añadir un par de consideraciones. El fuerte incremento del gasto público federal, basado en endeudamiento, no fue inflacionario porque existía capacidad de respuesta productiva: trabajadores en busca de empleo y potencial de producción. La demanda gubernamental aprovechó e hizo funcionar ese potencial. Si no se hubiera dado ese gasto el trabajo y la producción se habrían desperdiciado.
Lo que hace el endeudamiento público es trasladar riqueza inactiva hacia la inversión y el consumo. Y lo hace en un nivel que es posibilitado precisamente por la enorme cantidad de riqueza inactiva de un lado y d potencial productivo del otro. De este modo ganan las empresas, los empleados y los prestamistas.
No obstante hay que aceptar que lo que hace racional este tremendo endeudamiento es precisamente la gran irracionalidad de la economía en su conjunto. Ejemplo: en los últimos tres años el ingreso del uno por ciento de los norteamericanos más ricos creció en un 31.4 por ciento; pero como de por si eran ricos su consumo prácticamente no subió. Por otro lado el ingreso del 99 por ciento creció apenas en un 0.4 por ciento y el del gobierno tampoco creció de manera relevante.
En estas condiciones de alta concentración de la riqueza lo que se necesita es trasladar la creciente riqueza de los que ya no van a consumir más hacia la mayoría que si desea y necesita elevar su consumo de todo tipo (vivienda, salud, alimentación, servicios y más). Hacerlo mediante préstamos de un lado y endeudamiento del otro no es la mejor manera posible; pero sería peor no hacerlo.
Si se impide el incremento del endeudamiento público lo que se hará es paralizar el mecanismo que genera lo que más necesita su economía elevar el consumo de la mayoría para echar a andar toda su maquinaria económica (empresas, producción, empleos).
Otra solución sería trasladar la riqueza que no consume o invierte (otra forma de consumo) mediante impuestos de un lado y servicios públicos del otro.
El caso es que hay una diferencia substancial entre la visión meramente financiera, centrada en el gobierno, a otra ocupada en hacer que funcione la economía para todos.
Te lo digo Johnny para que lo entiendas Luis.
domingo, 13 de octubre de 2013
De la sartén ¿a dónde?
Jorge Faljo
La negativa del partido republicano a ampliar el techo de su deuda llevó al cierre parcial y gobierno federal norteamericano hace unos días y ahora amenaza con incapacitarlo para pagar sus deudas. En palabras de Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional, lo primero es bastante malo pero lo segundo sería mucho peor, una catástrofe con repercusiones internacionales.
El despido temporal de 800 mil trabajadores, (aunque finalmente acordaron que se les pagará cuando haya presupuesto), y el cierre de servicios públicos tienen un efecto aún pequeño, pero creciente, de piedrita en el zapato del bienestar social y de la operación de la economía norteamericana. Muchos servicios públicos son ejecutados por gobiernos estatales y municipales y otras agencias intermedias que apenas empiezan a agotar sus recursos federales. Esto afecta sobre todo a la población más vulnerable.
No pagar por otro lado destruiría la confianza en uno de los más grandes, y seguros, deudores del planeta y podría conducir a una fuerte recesión.
Hasta el momento el gobierno norteamericano está autorizado a endeudarse por 16.7 billones (millones de millones) de dólares y ese límite se alcanza la semana que entra. Como para la mayoría de los deudores la deuda es recurrente; se pagan los intereses y parte del capital, pero al mismo tiempo se contraen nuevas deudas. En los últimos años la abundante impresión de dólares de su banco central generó mucha liquidez y, en consecuencia, muy bajas tasas de interés. El gobierno y los bancos podían endeudarse a tasas cercanas a cero. Lo que alentó la poca recuperación del consumo y la producción posterior a la llamada gran recesión del 2008-2009.
Si se llegara al incumplimiento de pagos la pérdida de confianza llevaría a un incremento de las tasas de interés que impactarían fuertemente el costo del financiamiento del gasto federal, y también del consumo y la inversión. Eso bajaría la captación de impuestos y se reduciría aún más el gasto público en una espiral negativa equiparable a la recesión de hace poco.
Y recordemos que por eso cayó en un 6.1 por ciento el PIB mexicano en 2009.
La amenaza de suspender pagos no ha sido creída por muchos bajo el sencillo argumento de que sus políticos no pueden estar tan deschavetados. Sin embargo el descontento y la tensión aumentan a pesar de que ya hay señales de una posible salida… temporal.
Boehner, el líder republicano del congreso se negó a convocar a la votación que permitiría elevar el techo de deuda a menos que se pospusiera la entrada en vigor de la nueva ley de salud. Su posición se ha suavizado, en parte por la caída de su partido en las encuestas de opinión. Ahora los republicanos ofrecen una ampliación del endeudamiento suficiente para que el gobierno pague sus deudas por unas semanas más, pero sin permitirle reabrir su operación. Eso a cambio de una negociación para reducir gastos sociales.
El fondo de la cuestión es que los políticos y el pueblo no se han dado cuenta de que quieran o no se encuentran en una transición de modelo económico de gran magnitud. La crisis del 2008 señaló el final del crecimiento de la demanda sustentado en el endeudamiento creciente de la población y del gobierno (incluyendo federación, estados y ciudades).
Mientras el uno por ciento de la población, que acapara todo incremento del ingreso, le prestaba al gobierno y a los demás norteamericanos era posible que creciera la demanda, la producción y el empleo. Crecer de esa manera no era lo mejor; pero lo que se avecina puede ser mucho peor. La economía norteamericana opera muy por abajo de sus capacidades instaladas; desperdicia el potencial de millones de ciudadanos capaces y deseosos de empleos; su juventud enfrenta un horizonte sin perspectivas aceptables; la mayoría se empobrece.
Pero el uno por ciento prestamista exige la seguridad de que podrá cobrar lo que presta, y en caso de incertidumbre demanda mayores intereses por riesgo incrementado. No obstante las oportunidades de inversión productiva, o financiera, se estrechan debido al bajo consumo y a que la población ha llegado a los límites de su solvencia. Ahora los republicanos exigen que el gobierno se comporte de manera similar.
Lo que hay de fondo es que el uno por ciento cree que la mejor manera de asegurar sus capitales prestados es que el gobierno norteamericano se recorte substancialmente; que reduzca sus programas sociales y las transferencias a los más pobres y vulnerables. Pero vetan un posible equilibrio financiero basado en cobrar más impuestos.
Están logrando su propósito pero eso mismo hunde a la economía, el empleo y el bienestar. Algún día su triunfo podría revertirse; cuando el 99 por ciento de la población exija poder consumir al nivel que se lo permite el enorme potencial de su aparato productivo y sin endeudarse.
De momento la capacidad de demanda esta acaparada en muy pocas manos que la sueltan a cuentagotas pagando bajos salarios, bajos impuestos y que temen no poder cobrar lo que prestan.
La negativa del partido republicano a ampliar el techo de su deuda llevó al cierre parcial y gobierno federal norteamericano hace unos días y ahora amenaza con incapacitarlo para pagar sus deudas. En palabras de Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional, lo primero es bastante malo pero lo segundo sería mucho peor, una catástrofe con repercusiones internacionales.
El despido temporal de 800 mil trabajadores, (aunque finalmente acordaron que se les pagará cuando haya presupuesto), y el cierre de servicios públicos tienen un efecto aún pequeño, pero creciente, de piedrita en el zapato del bienestar social y de la operación de la economía norteamericana. Muchos servicios públicos son ejecutados por gobiernos estatales y municipales y otras agencias intermedias que apenas empiezan a agotar sus recursos federales. Esto afecta sobre todo a la población más vulnerable.
No pagar por otro lado destruiría la confianza en uno de los más grandes, y seguros, deudores del planeta y podría conducir a una fuerte recesión.
Hasta el momento el gobierno norteamericano está autorizado a endeudarse por 16.7 billones (millones de millones) de dólares y ese límite se alcanza la semana que entra. Como para la mayoría de los deudores la deuda es recurrente; se pagan los intereses y parte del capital, pero al mismo tiempo se contraen nuevas deudas. En los últimos años la abundante impresión de dólares de su banco central generó mucha liquidez y, en consecuencia, muy bajas tasas de interés. El gobierno y los bancos podían endeudarse a tasas cercanas a cero. Lo que alentó la poca recuperación del consumo y la producción posterior a la llamada gran recesión del 2008-2009.
Si se llegara al incumplimiento de pagos la pérdida de confianza llevaría a un incremento de las tasas de interés que impactarían fuertemente el costo del financiamiento del gasto federal, y también del consumo y la inversión. Eso bajaría la captación de impuestos y se reduciría aún más el gasto público en una espiral negativa equiparable a la recesión de hace poco.
Y recordemos que por eso cayó en un 6.1 por ciento el PIB mexicano en 2009.
La amenaza de suspender pagos no ha sido creída por muchos bajo el sencillo argumento de que sus políticos no pueden estar tan deschavetados. Sin embargo el descontento y la tensión aumentan a pesar de que ya hay señales de una posible salida… temporal.
Boehner, el líder republicano del congreso se negó a convocar a la votación que permitiría elevar el techo de deuda a menos que se pospusiera la entrada en vigor de la nueva ley de salud. Su posición se ha suavizado, en parte por la caída de su partido en las encuestas de opinión. Ahora los republicanos ofrecen una ampliación del endeudamiento suficiente para que el gobierno pague sus deudas por unas semanas más, pero sin permitirle reabrir su operación. Eso a cambio de una negociación para reducir gastos sociales.
El fondo de la cuestión es que los políticos y el pueblo no se han dado cuenta de que quieran o no se encuentran en una transición de modelo económico de gran magnitud. La crisis del 2008 señaló el final del crecimiento de la demanda sustentado en el endeudamiento creciente de la población y del gobierno (incluyendo federación, estados y ciudades).
Mientras el uno por ciento de la población, que acapara todo incremento del ingreso, le prestaba al gobierno y a los demás norteamericanos era posible que creciera la demanda, la producción y el empleo. Crecer de esa manera no era lo mejor; pero lo que se avecina puede ser mucho peor. La economía norteamericana opera muy por abajo de sus capacidades instaladas; desperdicia el potencial de millones de ciudadanos capaces y deseosos de empleos; su juventud enfrenta un horizonte sin perspectivas aceptables; la mayoría se empobrece.
Pero el uno por ciento prestamista exige la seguridad de que podrá cobrar lo que presta, y en caso de incertidumbre demanda mayores intereses por riesgo incrementado. No obstante las oportunidades de inversión productiva, o financiera, se estrechan debido al bajo consumo y a que la población ha llegado a los límites de su solvencia. Ahora los republicanos exigen que el gobierno se comporte de manera similar.
Lo que hay de fondo es que el uno por ciento cree que la mejor manera de asegurar sus capitales prestados es que el gobierno norteamericano se recorte substancialmente; que reduzca sus programas sociales y las transferencias a los más pobres y vulnerables. Pero vetan un posible equilibrio financiero basado en cobrar más impuestos.
Están logrando su propósito pero eso mismo hunde a la economía, el empleo y el bienestar. Algún día su triunfo podría revertirse; cuando el 99 por ciento de la población exija poder consumir al nivel que se lo permite el enorme potencial de su aparato productivo y sin endeudarse.
De momento la capacidad de demanda esta acaparada en muy pocas manos que la sueltan a cuentagotas pagando bajos salarios, bajos impuestos y que temen no poder cobrar lo que prestan.
lunes, 7 de octubre de 2013
Conflicto presupuestal norteamericano
Jorge Faljo
Una guerra presupuestal entre republicanos y demócratas llevó al cierre parcial del gobierno federal norteamericano el martes pasado. Cerca de 820 mil burócratas, de un total de 2.9 millones de empleados federales, dejaron de trabajar por tiempo indefinido y sin goce de sueldo. Otros cientos de miles continuarán laborando pero no podrán cobrar hasta que se apruebe el presupuesto.
El paro afecta de distinta forma a dependencias y empleados según se les considere más o menos esenciales. Por ejemplo: se colocó en paro al 91 por ciento de los empleados del departamento de impuestos y solo al 14 por ciento de la agencia de seguridad nacional.
La causa del paro se origina en la negativa de los representantes republicanos para ampliar el techo de endeudamiento federal, actualmente ubicado en los 16.7 billones (millones de millones) de dólares a menos que se posponga por un año la entrada en vigor de la nueva ley de salud pública que establece la obligación y otorga apoyos para que todos los ciudadanos cuenten con un seguro que les permita servicio médico. Se trata del legado histórico que desea dejar Obama y a ello se opone encarnizadamente la ultraderecha republicana.
La ley de salud fue aprobada por el congreso norteamericano en 2010. Fue denunciada por inconstitucional y la Suprema Corte declaró que no lo era. Con ella se pretende ampliar la cobertura de los seguros de salud a 20 millones de norteamericanos en 1914 y gradualmente a otros más. Hoy en día cerca de 50 millones de norteamericanos no cuenta con ningún tipo de seguro médico y están sujetos al riesgo de enfermedades o accidentes catastróficos que hunden a muchos en la miseria y falta de atención médica.
El seguro es obligatorio y la multa por no asegurarse será de 95 dólares en 2014 e irá creciendo año con año. Cada trabajador deberá adjuntar su comprobante de seguro médico en su declaración de impuestos o se le descontará la multa de la devolución de impuestos. Si no tiene derecho a una devolución de impuestos se le acumulará para el siguiente año. No hay otra penalización.
La nueva ley establece subsidios públicos para los grupos de menores ingresos. Pero la impopularidad de la ley se origina sobre todo en que impone cierto equilibrio de costos que en la práctica implica menores pagos a los grupos de mayor edad y riesgo y mayores a los jóvenes y sanos. Esto se debe a que se les prohíbe a las compañías aseguradoras rechazar clientes de alto riesgo o cobrar de manera diferenciada por el historial de salud de los clientes. También se impone como obligatorios ciertos rubros de riesgo que muchos eliminaban de sus seguros por considerarse a sí mismos como de bajo riesgo. Los seguros serán más integrales.
Debido a lo anterior los grupos de menor riesgo, por ejemplo las familias jóvenes con seguros privados y sin derecho al subsidio tendrán que ampliar sus coberturas y pagar más. El tope para todos es del 8 por ciento del ingreso de cada quien. El que no encuentre un seguro que cumpla los requisitos por debajo de esa cifra no está obligado a asegurarse.
El financiamiento de los subsidios que otorga la ley se basa en reducir las tarifas de servicios médicos, mayores impuestos a las ganancias de hospitales y fabricantes de equipos médicos y un impuesto a las ganancias financieras superiores a los 200 mil dólares al año.
La situación es muy conflictiva. Los republicanos, liderados en la práctica por la minoría conocida como el “tea party”, se oponen radicalmente a la nueva ley mientras que Obama sostiene que es esencial ampliar esa cobertura en beneficio de la población que ahora se encuentra desprotegida.
Podría pensarse que en la perspectiva de los anarquistas republicanos su oposición a la ley de salud les permite apuntar a varios pájaros con una sola pedrada. Se montan en primer lugar en el descontento de la fracción que tiene que aumentar su cobertura y costo y que no recibirá subsidio; la clase media acomodada. Además apuntan a disminuir el gasto social. Finalmente tratan de gobernar aún sin haber ganado las elecciones.
Los republicanos ofrecieron aprobar el endeudamiento necesario para dos meses de gobierno a cambio de posponer un año la entrada en vigor de la ley. Pero era claro que al cabo de esos dos meses tendrían otras exigencias. Los demócratas no aceptaron el chantaje.
Ahora que el gobierno se encuentra semiparalizado y la opinión pública se indigna sobre todo con los republicanos, ellos ofrecen autorizaciones presupuestales puntuales que operen los programas de mayor impacto mediático. Digamos, por ejemplo, la atención a niños enfermos graves. Solo que de nuevo los demócratas no aceptaron otra versión del juego poquitero y quieren dos cosas: aplicar la ley de salud y financiamiento de mayor plazo.
Un cierre parcial del gobierno, con 800 mil empleados en paro técnico, otros tantos en ahorro forzoso, y una severa disminución del gasto público, equivale a una austeridad forzada. No hay peor receta para una economía que no logra recuperarse plenamente de la crisis del 2008; que crece poco y no genera empleo. Es una situación que atemoriza a millones y los lleva a, también, reducir sus gastos.
Es un conflicto ideológico demasiado costoso que genera mucho malestar público. Pero falta que la ciudadanía elevé más su voz para exigir una solución inmediata.
Desde nuestro lado deberíamos ver lo que ocurre en los Estados Unidos como otro clavo en el ataúd de la estrategia económica exportadora. La esperanza de que haya una recuperación norteamericana y que esa se convierta en factor dinamizador de nuestra economía debe ser substituida por una recentralización de nuestros esfuerzos de producción y empleo. Hay que crecer para el mercado interno y eso necesariamente implica poner dinero en el bolsillo de los trabajadores y que este se gaste en producción nacional y no en importaciones.
Los primos del norte no nos sacarán del apuro; con dificultades saldrán del suyo.
Una guerra presupuestal entre republicanos y demócratas llevó al cierre parcial del gobierno federal norteamericano el martes pasado. Cerca de 820 mil burócratas, de un total de 2.9 millones de empleados federales, dejaron de trabajar por tiempo indefinido y sin goce de sueldo. Otros cientos de miles continuarán laborando pero no podrán cobrar hasta que se apruebe el presupuesto.
El paro afecta de distinta forma a dependencias y empleados según se les considere más o menos esenciales. Por ejemplo: se colocó en paro al 91 por ciento de los empleados del departamento de impuestos y solo al 14 por ciento de la agencia de seguridad nacional.
La causa del paro se origina en la negativa de los representantes republicanos para ampliar el techo de endeudamiento federal, actualmente ubicado en los 16.7 billones (millones de millones) de dólares a menos que se posponga por un año la entrada en vigor de la nueva ley de salud pública que establece la obligación y otorga apoyos para que todos los ciudadanos cuenten con un seguro que les permita servicio médico. Se trata del legado histórico que desea dejar Obama y a ello se opone encarnizadamente la ultraderecha republicana.
La ley de salud fue aprobada por el congreso norteamericano en 2010. Fue denunciada por inconstitucional y la Suprema Corte declaró que no lo era. Con ella se pretende ampliar la cobertura de los seguros de salud a 20 millones de norteamericanos en 1914 y gradualmente a otros más. Hoy en día cerca de 50 millones de norteamericanos no cuenta con ningún tipo de seguro médico y están sujetos al riesgo de enfermedades o accidentes catastróficos que hunden a muchos en la miseria y falta de atención médica.
El seguro es obligatorio y la multa por no asegurarse será de 95 dólares en 2014 e irá creciendo año con año. Cada trabajador deberá adjuntar su comprobante de seguro médico en su declaración de impuestos o se le descontará la multa de la devolución de impuestos. Si no tiene derecho a una devolución de impuestos se le acumulará para el siguiente año. No hay otra penalización.
La nueva ley establece subsidios públicos para los grupos de menores ingresos. Pero la impopularidad de la ley se origina sobre todo en que impone cierto equilibrio de costos que en la práctica implica menores pagos a los grupos de mayor edad y riesgo y mayores a los jóvenes y sanos. Esto se debe a que se les prohíbe a las compañías aseguradoras rechazar clientes de alto riesgo o cobrar de manera diferenciada por el historial de salud de los clientes. También se impone como obligatorios ciertos rubros de riesgo que muchos eliminaban de sus seguros por considerarse a sí mismos como de bajo riesgo. Los seguros serán más integrales.
Debido a lo anterior los grupos de menor riesgo, por ejemplo las familias jóvenes con seguros privados y sin derecho al subsidio tendrán que ampliar sus coberturas y pagar más. El tope para todos es del 8 por ciento del ingreso de cada quien. El que no encuentre un seguro que cumpla los requisitos por debajo de esa cifra no está obligado a asegurarse.
El financiamiento de los subsidios que otorga la ley se basa en reducir las tarifas de servicios médicos, mayores impuestos a las ganancias de hospitales y fabricantes de equipos médicos y un impuesto a las ganancias financieras superiores a los 200 mil dólares al año.
La situación es muy conflictiva. Los republicanos, liderados en la práctica por la minoría conocida como el “tea party”, se oponen radicalmente a la nueva ley mientras que Obama sostiene que es esencial ampliar esa cobertura en beneficio de la población que ahora se encuentra desprotegida.
Podría pensarse que en la perspectiva de los anarquistas republicanos su oposición a la ley de salud les permite apuntar a varios pájaros con una sola pedrada. Se montan en primer lugar en el descontento de la fracción que tiene que aumentar su cobertura y costo y que no recibirá subsidio; la clase media acomodada. Además apuntan a disminuir el gasto social. Finalmente tratan de gobernar aún sin haber ganado las elecciones.
Los republicanos ofrecieron aprobar el endeudamiento necesario para dos meses de gobierno a cambio de posponer un año la entrada en vigor de la ley. Pero era claro que al cabo de esos dos meses tendrían otras exigencias. Los demócratas no aceptaron el chantaje.
Ahora que el gobierno se encuentra semiparalizado y la opinión pública se indigna sobre todo con los republicanos, ellos ofrecen autorizaciones presupuestales puntuales que operen los programas de mayor impacto mediático. Digamos, por ejemplo, la atención a niños enfermos graves. Solo que de nuevo los demócratas no aceptaron otra versión del juego poquitero y quieren dos cosas: aplicar la ley de salud y financiamiento de mayor plazo.
Un cierre parcial del gobierno, con 800 mil empleados en paro técnico, otros tantos en ahorro forzoso, y una severa disminución del gasto público, equivale a una austeridad forzada. No hay peor receta para una economía que no logra recuperarse plenamente de la crisis del 2008; que crece poco y no genera empleo. Es una situación que atemoriza a millones y los lleva a, también, reducir sus gastos.
Es un conflicto ideológico demasiado costoso que genera mucho malestar público. Pero falta que la ciudadanía elevé más su voz para exigir una solución inmediata.
Desde nuestro lado deberíamos ver lo que ocurre en los Estados Unidos como otro clavo en el ataúd de la estrategia económica exportadora. La esperanza de que haya una recuperación norteamericana y que esa se convierta en factor dinamizador de nuestra economía debe ser substituida por una recentralización de nuestros esfuerzos de producción y empleo. Hay que crecer para el mercado interno y eso necesariamente implica poner dinero en el bolsillo de los trabajadores y que este se gaste en producción nacional y no en importaciones.
Los primos del norte no nos sacarán del apuro; con dificultades saldrán del suyo.
lunes, 30 de septiembre de 2013
La dignidad tiene faldas
Jorge Faljo
Con gran dignidad y firmeza la presidente de Brasil, Dilma Roussef, condenó el espionaje norteamericano. No lo hizo en casita o en una reunión privada, sino que se presentó en el foro de mayor resonancia mundial, la apertura hace unos días de la Asamblea General número 68 de las Naciones Unidas.
Fue la primera vez que una mujer inauguraba una asamblea de este nivel. Le seguiría otro presidente, Barack Obama y se encontraban presentes alrededor de otros 130 líderes mundiales, en su mayoría jefes de estado.
La presidente brasileña aprovechó la presencia de Obama, que la tenía que escuchar para, sin medias tintas, decirle sus verdades: que el espionaje norteamericano es ilegal, va en contra de los derechos humanos, la democracia y las relaciones internacionales.
Sin rodeos señaló que la embajada de Brasil ante la Organización de las Naciones Unidas –ONU-, y su misma presidencia de la república habían sido espiadas. Indicó que interferir de esa manera en la vida y asuntos de otros países, va en contra del derecho internacional y es una afronta a los principios que deben regir las relaciones entre naciones. La soberanía de un país no se fortalece cuando en detrimento de los demás.
Argumentó que sin el derecho a la privacidad de los individuos no hay verdadera libertad de expresión y por tanto no existe la democracia efectiva. Sin el respeto a la soberanía no existen bases para las relaciones entre países. Añadió que los gobiernos y sociedades amigas que buscan consolidar relaciones de cooperación estratégica no pueden permitir que acciones ilegales, recurrentes, se presenten como si fuesen normales. Son inadmisibles.
Rechazó el argumento de que el espionaje se dirige a combatir el terrorismo. No lo es cuando se efectúa contra el gobierno de un país democrático, rodeado de otros países democráticos, todos ellos en contra del terrorismo y que han estado en paz por más de 150 años. Señaló que el derecho a la seguridad de los ciudadanos de un país no puede basarse en la violación de los derechos humanos fundamentales de otro país.
Sostuvo que Brasil sabe cómo protegerse a sí mismo. No necesita que otros lo hagan y adelantó que redoblará esfuerzos para equiparse con la legislación, las tecnologías y los mecanismos para protegerse de las escuchas ilegales de comunicaciones e información. Añadió que lo haría para defender los derechos humanos de sus ciudadanos y los de todo el mundo a la vez que defendería los frutos del trabajo y la inventiva de los trabajadores y empresas de su país. Así dejó en claro que el espionaje tenía objetivos económicos y tecnológicos.
La presidenta de Brasil remarcó su posición cancelando una cena de estado con el presidente norteamericano. De esa manera dejó en claro que no era un asunto para tratar en lo oscurito, en privado.
En su opinión el asunto no se no se limita a la relación bilateral entre dos países. Es un problema de la comunidad internacional y es ella la que debe tomar cartas en el asunto. Adelantó que presentará ante la ONU un plan para que desde esa instancia se protejan el derecho a la privacidad y la seguridad de las comunicaciones. Para ella el internet debe ser un instrumento de paz y democracia; no de guerra.
De manera inesperada este discurso coincidió con otras dos noticias que lo reforzaron. Una fue el descubrimiento de la intercepción de las comunicaciones entre el gobierno de la India y sus embajadas ante la ONU y Washington. El gobierno Indio está evaluando la magnitud de este espionaje incluyendo la posibilidad de que se hubieran infiltrado aparatos de escucha e intercepción dentro de sus instalaciones. La segunda es la revelación de por lo menos 12 casos en que empleados de la NSA interceptaron los correos y escuchaban las llamadas telefónicas de sus esposas, amantes y otras gentes de su interés personal.
El discurso de la presidente de Brasil es hasta el momento la reacción de mayor fuerza e impacto desde que el analista Snowden dio a conocer al mundo la amplitud del espionaje norteamericano con el respaldo de miles de documentos digitalizados.
Obama escuchó el discurso de Dilma Roussef y fue el siguiente orador de la apertura de la Asamblea. Enfocó sus palabras en el tema sirio, sin referirse en lo más mínimo a lo que acababa de escuchar. No hubo encuentro entre ambos.
Lo que hasta ahora se puede considerar más cercano a una respuesta oficial norteamericana son las declaraciones de un vocero del departamento de estado al afirmar que los Estados Unidos recolectan información de inteligencia (es decir secreta) del tipo que lo hacen todas las otras naciones.
Tal afirmación es muy controvertida. Si la justificación de una actividad que la presidente de Brasil denuncia como ilegal se basa en el hecho de que otros también lo hacen, eso abre la puerta a todo tipo de peligros. Equivale a decir que las costumbres o el mal ejemplo de unos hace admisible que otros cometan las mismas o similares barbaridades.
Dado que unos tienen más capacidades tecnológicas, económicas y militares que otros, y por tanto cuentan con mayor impunidad, lo que se estaría justificando es el predominio de la fuerza sobre la justicia y el avance al tipo de salvajismo contra el que precisamente se creó la ONU.
Las posiciones son encontradas. Brasil convoca a que la comunidad internacional establezca un marco legal y se construyan instrumentos garantes de la privacidad y la soberanía de cada país. La respuesta norteamericana expresa la prepotencia imperial, el argumento de la fuerza.
Lo que se encuentra en juego es enorme a nivel de países y personas. Se ha puesto en duda la soberanía nacional en la toma de decisiones de importancia estratégica. Por otro lado en lugar de construir una sociedad de libertades sustentada en el acceso al conocimiento y la comunicación se corre el riesgo de ser espiados en todas nuestras actividades. Información que ya se almacena de manera permanente y que en cualquier momento puede ser empleada en contra nuestra.
La posición de la presidente de Brasil es un ejemplo a seguir.
Con gran dignidad y firmeza la presidente de Brasil, Dilma Roussef, condenó el espionaje norteamericano. No lo hizo en casita o en una reunión privada, sino que se presentó en el foro de mayor resonancia mundial, la apertura hace unos días de la Asamblea General número 68 de las Naciones Unidas.
Fue la primera vez que una mujer inauguraba una asamblea de este nivel. Le seguiría otro presidente, Barack Obama y se encontraban presentes alrededor de otros 130 líderes mundiales, en su mayoría jefes de estado.
La presidente brasileña aprovechó la presencia de Obama, que la tenía que escuchar para, sin medias tintas, decirle sus verdades: que el espionaje norteamericano es ilegal, va en contra de los derechos humanos, la democracia y las relaciones internacionales.
Sin rodeos señaló que la embajada de Brasil ante la Organización de las Naciones Unidas –ONU-, y su misma presidencia de la república habían sido espiadas. Indicó que interferir de esa manera en la vida y asuntos de otros países, va en contra del derecho internacional y es una afronta a los principios que deben regir las relaciones entre naciones. La soberanía de un país no se fortalece cuando en detrimento de los demás.
Argumentó que sin el derecho a la privacidad de los individuos no hay verdadera libertad de expresión y por tanto no existe la democracia efectiva. Sin el respeto a la soberanía no existen bases para las relaciones entre países. Añadió que los gobiernos y sociedades amigas que buscan consolidar relaciones de cooperación estratégica no pueden permitir que acciones ilegales, recurrentes, se presenten como si fuesen normales. Son inadmisibles.
Rechazó el argumento de que el espionaje se dirige a combatir el terrorismo. No lo es cuando se efectúa contra el gobierno de un país democrático, rodeado de otros países democráticos, todos ellos en contra del terrorismo y que han estado en paz por más de 150 años. Señaló que el derecho a la seguridad de los ciudadanos de un país no puede basarse en la violación de los derechos humanos fundamentales de otro país.
Sostuvo que Brasil sabe cómo protegerse a sí mismo. No necesita que otros lo hagan y adelantó que redoblará esfuerzos para equiparse con la legislación, las tecnologías y los mecanismos para protegerse de las escuchas ilegales de comunicaciones e información. Añadió que lo haría para defender los derechos humanos de sus ciudadanos y los de todo el mundo a la vez que defendería los frutos del trabajo y la inventiva de los trabajadores y empresas de su país. Así dejó en claro que el espionaje tenía objetivos económicos y tecnológicos.
La presidenta de Brasil remarcó su posición cancelando una cena de estado con el presidente norteamericano. De esa manera dejó en claro que no era un asunto para tratar en lo oscurito, en privado.
En su opinión el asunto no se no se limita a la relación bilateral entre dos países. Es un problema de la comunidad internacional y es ella la que debe tomar cartas en el asunto. Adelantó que presentará ante la ONU un plan para que desde esa instancia se protejan el derecho a la privacidad y la seguridad de las comunicaciones. Para ella el internet debe ser un instrumento de paz y democracia; no de guerra.
De manera inesperada este discurso coincidió con otras dos noticias que lo reforzaron. Una fue el descubrimiento de la intercepción de las comunicaciones entre el gobierno de la India y sus embajadas ante la ONU y Washington. El gobierno Indio está evaluando la magnitud de este espionaje incluyendo la posibilidad de que se hubieran infiltrado aparatos de escucha e intercepción dentro de sus instalaciones. La segunda es la revelación de por lo menos 12 casos en que empleados de la NSA interceptaron los correos y escuchaban las llamadas telefónicas de sus esposas, amantes y otras gentes de su interés personal.
El discurso de la presidente de Brasil es hasta el momento la reacción de mayor fuerza e impacto desde que el analista Snowden dio a conocer al mundo la amplitud del espionaje norteamericano con el respaldo de miles de documentos digitalizados.
Obama escuchó el discurso de Dilma Roussef y fue el siguiente orador de la apertura de la Asamblea. Enfocó sus palabras en el tema sirio, sin referirse en lo más mínimo a lo que acababa de escuchar. No hubo encuentro entre ambos.
Lo que hasta ahora se puede considerar más cercano a una respuesta oficial norteamericana son las declaraciones de un vocero del departamento de estado al afirmar que los Estados Unidos recolectan información de inteligencia (es decir secreta) del tipo que lo hacen todas las otras naciones.
Tal afirmación es muy controvertida. Si la justificación de una actividad que la presidente de Brasil denuncia como ilegal se basa en el hecho de que otros también lo hacen, eso abre la puerta a todo tipo de peligros. Equivale a decir que las costumbres o el mal ejemplo de unos hace admisible que otros cometan las mismas o similares barbaridades.
Dado que unos tienen más capacidades tecnológicas, económicas y militares que otros, y por tanto cuentan con mayor impunidad, lo que se estaría justificando es el predominio de la fuerza sobre la justicia y el avance al tipo de salvajismo contra el que precisamente se creó la ONU.
Las posiciones son encontradas. Brasil convoca a que la comunidad internacional establezca un marco legal y se construyan instrumentos garantes de la privacidad y la soberanía de cada país. La respuesta norteamericana expresa la prepotencia imperial, el argumento de la fuerza.
Lo que se encuentra en juego es enorme a nivel de países y personas. Se ha puesto en duda la soberanía nacional en la toma de decisiones de importancia estratégica. Por otro lado en lugar de construir una sociedad de libertades sustentada en el acceso al conocimiento y la comunicación se corre el riesgo de ser espiados en todas nuestras actividades. Información que ya se almacena de manera permanente y que en cualquier momento puede ser empleada en contra nuestra.
La posición de la presidente de Brasil es un ejemplo a seguir.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Inequidad y estancamiento en los Estados Unidos
Jorge Faljo
Las últimas estadísticas en Los Estados Unidos de Norte América muestran que la familia promedio de hoy en día gana menos que en 1989. Cierto que prácticamente todas redujeron su ingreso con la crisis hipotecaria. Pero para la mayoría el estancamiento venía desde antes y en la crisis del 2008 el ingreso del 99 por ciento de la población se redujo en un 11.6 por ciento.
Ahora lo que existe es una recuperación muy desigual. El uno por ciento más rico ha elevado sus ingresos en los últimos tres años en un 31.4 por ciento. El 99 por ciento restante en tan solo un 0.4 por ciento y mal distribuido. Los primeros se quedaron con el 95 por ciento de todo el aumento del ingreso; la gran mayoría, casi todos se repartieron las migajas sobrantes.
Esta tendencia es encabezada por un grupo aún más pequeño de la población: los 400 norteamericanos de mayor fortuna. Para pertenecer a este selecto club se requiere tener de mil trescientos millones de dólares para arriba. Bill Gates, el más rico de todos, cuenta con 72 mil millones. La suma de las fortunas de este grupo equivale al total de la producción anual de Rusia y es superior a la de Canadá.
Por vez primera en su historia el 10 por ciento más rico se queda con más de la mitad de todo el ingreso norteamericano. Lo que acerca a los Estados Unidos a los índices de inequidad de las economías subdesarrolladas. La inequidad por sí sola no sería tan grave si no fuera porque en este caso se asocia al empobrecimiento de buena parte de la población.
Hay dos razones principales para la mayor concentración del ingreso. Por un lado un mercado laboral en el que los trabajadores se encuentran desorganizados y no tienen capacidad de negociación. La “flexibilización” los empuja a aceptar menos salario, más horas de trabajo, un ritmo más acelerado en su quehacer y ausencia de seguridad. Las recientes crisis financieras de las grandes ciudades incluso ponen en riesgo sus sistemas de pensiones.
Por otro lado se encuentra una estrategia de salida de la crisis que consiste en crear, de la nada, enormes riquezas financieras a partir de la impresión de moneda. Decenas de miles de millones de dólares se inyectan a la economía cada mes con el argumento de que la abundancia de crédito impulsaría el consumo. Lo ha hecho en poca medida; pero ha elevado notablemente los precios de las acciones, valores y bienes financieros en general.
Es paradójico que precisamente la ausencia de una buena recuperación y creación de empleos sea el argumento para que el sistema de la reserva federal norteamericana siga emitiendo moneda.
Muy distinto sería si la creación de riqueza financiera se destinara directamente a los bolsillos de la población, de manera tal que pudieran consumir el enorme potencial de producción de sus empresas subutilizadas.
El enorme incremento de la riqueza nominal de la minoría es una fantasía que terminará costando mucho. Se está creando una burbuja de incremento de precios que no tiene relación con la fortaleza de la economía real.
No se entiende aún que la crisis hipotecaria marcó un cambio de fondo. El crecimiento económico de las últimas tres décadas se fincó en el endeudamiento de las familias y del gobierno. En 2008 explotó esa burbuja, muchos de los endeudados eran insolventes y no pudieron seguir pagando sus casas, autos, tarjetas y más. Con ello arrastraron a toda la economía a la recesión.
Ahora la concentración de la riqueza se manifiesta más improductiva que nunca. Los muy ricos no consumen más; no invierten en la producción porque no hay demanda y no pueden prestarle a una población y a un gobierno que se encuentran, ambos, al límite de su capacidad de pago.
La estrategia de creación de demanda crediticia se ha agotado y para crecer hay que crear demanda real, sólida y sustentable. Lo que significa pagar impuestos y salarios de manera que el consumo generado ponga en marcha la producción y el empleo.
Mientras no se haga este gran cambio seguirán en una economía gran cangrejo. Nosotros estamos en lo mismo, la economía cangrejito.
Las últimas estadísticas en Los Estados Unidos de Norte América muestran que la familia promedio de hoy en día gana menos que en 1989. Cierto que prácticamente todas redujeron su ingreso con la crisis hipotecaria. Pero para la mayoría el estancamiento venía desde antes y en la crisis del 2008 el ingreso del 99 por ciento de la población se redujo en un 11.6 por ciento.
Ahora lo que existe es una recuperación muy desigual. El uno por ciento más rico ha elevado sus ingresos en los últimos tres años en un 31.4 por ciento. El 99 por ciento restante en tan solo un 0.4 por ciento y mal distribuido. Los primeros se quedaron con el 95 por ciento de todo el aumento del ingreso; la gran mayoría, casi todos se repartieron las migajas sobrantes.
Esta tendencia es encabezada por un grupo aún más pequeño de la población: los 400 norteamericanos de mayor fortuna. Para pertenecer a este selecto club se requiere tener de mil trescientos millones de dólares para arriba. Bill Gates, el más rico de todos, cuenta con 72 mil millones. La suma de las fortunas de este grupo equivale al total de la producción anual de Rusia y es superior a la de Canadá.
Por vez primera en su historia el 10 por ciento más rico se queda con más de la mitad de todo el ingreso norteamericano. Lo que acerca a los Estados Unidos a los índices de inequidad de las economías subdesarrolladas. La inequidad por sí sola no sería tan grave si no fuera porque en este caso se asocia al empobrecimiento de buena parte de la población.
Hay dos razones principales para la mayor concentración del ingreso. Por un lado un mercado laboral en el que los trabajadores se encuentran desorganizados y no tienen capacidad de negociación. La “flexibilización” los empuja a aceptar menos salario, más horas de trabajo, un ritmo más acelerado en su quehacer y ausencia de seguridad. Las recientes crisis financieras de las grandes ciudades incluso ponen en riesgo sus sistemas de pensiones.
Por otro lado se encuentra una estrategia de salida de la crisis que consiste en crear, de la nada, enormes riquezas financieras a partir de la impresión de moneda. Decenas de miles de millones de dólares se inyectan a la economía cada mes con el argumento de que la abundancia de crédito impulsaría el consumo. Lo ha hecho en poca medida; pero ha elevado notablemente los precios de las acciones, valores y bienes financieros en general.
Es paradójico que precisamente la ausencia de una buena recuperación y creación de empleos sea el argumento para que el sistema de la reserva federal norteamericana siga emitiendo moneda.
Muy distinto sería si la creación de riqueza financiera se destinara directamente a los bolsillos de la población, de manera tal que pudieran consumir el enorme potencial de producción de sus empresas subutilizadas.
El enorme incremento de la riqueza nominal de la minoría es una fantasía que terminará costando mucho. Se está creando una burbuja de incremento de precios que no tiene relación con la fortaleza de la economía real.
No se entiende aún que la crisis hipotecaria marcó un cambio de fondo. El crecimiento económico de las últimas tres décadas se fincó en el endeudamiento de las familias y del gobierno. En 2008 explotó esa burbuja, muchos de los endeudados eran insolventes y no pudieron seguir pagando sus casas, autos, tarjetas y más. Con ello arrastraron a toda la economía a la recesión.
Ahora la concentración de la riqueza se manifiesta más improductiva que nunca. Los muy ricos no consumen más; no invierten en la producción porque no hay demanda y no pueden prestarle a una población y a un gobierno que se encuentran, ambos, al límite de su capacidad de pago.
La estrategia de creación de demanda crediticia se ha agotado y para crecer hay que crear demanda real, sólida y sustentable. Lo que significa pagar impuestos y salarios de manera que el consumo generado ponga en marcha la producción y el empleo.
Mientras no se haga este gran cambio seguirán en una economía gran cangrejo. Nosotros estamos en lo mismo, la economía cangrejito.
Europa no sale a flote
Jorge Faljo
Los últimos datos indican que Europa no sale de la recesión. En el conjunto de los 17 países que comparten la moneda común la producción fabril cayó en un 1.5 por ciento en el mes de julio y con ello acumulan una baja de 2.1 por ciento en el año.
No se trata tan de un problema de la periferia, del sur del continente. Sino de sus tres más grandes economías. La producción industrial alemana se redujo en un 2.3 por ciento, la de Francia en 0.6 y la de Italia en 1.1 por ciento. Con ello se llegó a los niveles más bajos de los últimos tres años y la perspectiva para el resto del año es negativa. El Banco central europeo plantea como expectativa de contracción del 0.4 por ciento para el total del año. Es, como de costumbre, optimista.
Son condiciones en las que no se espera alivio para el desempleo antes del 2015. Y señalar tal fecha no parece sino mera retórica en busca de conseguir que la población aguante por más tiempo una situación de empeoramiento continuado.
Casi se podría pensar que esta es la “nueva normalidad” para un tiempo indefinido. Pero incluso esta mala situación es frágil y tiene riesgos de empeorar.
La caída del consumo y del bienestar de las familias se origina en un severo apretón del cinturón inducido por los gobiernos con el objetivo de reducir sus niveles de endeudamiento. Conforme se acercaban a sus niveles de insolvencia los inversionistas exigían cada vez más altas tasas de interés.
Hubo países que de plano no pudieron seguir pagando y se les impuso una “ayuda” esencialmente dedicada no a su recuperación sino a pagarles a los prestamistas. Hubo en los casos de Grecia y Chipre que renegociar fuertes quitas a la deuda e incluso a los depósitos bancarios. Todo ello con el apoyo, incluso la exigencia del Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
El hecho es que toda Europa entró, en mayor o menor grado, en una austeridad que se tradujo en despedir trabajadores, reducir el gasto en salud, educación y transporte y los apoyos a la población vulnerable; además de elevar impuestos. Todo lo cual impactó negativamente el consumo y por ende la producción. El resultado es cierre de empresas, desempleo y recesión.
La situación es absurda: fabricas paradas o trabajando por debajo de su capacidad; empresarios que quieren vender; obreros que quieren trabajar y población que desearía consumir. Pero con gobiernos atados a dogmas e incapaces de liderar transformaciones de fondo.
Paradójicamente la austeridad no logró su objetivo central. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la deuda pública de la eurozona subirá del 70 al 95 por ciento del producto interno bruto del 2008 al final del 2013. La causa es doble. La recesión misma implica cobrar menos impuesto; por otro lado el aumento de tasas de interés para aquellos de solvencia dudosa.
Si Europa no recupera pronto un nivel de crecimiento dinámico podría adentrarse en otra crisis financiera por incapacidad de pago. Pero ¿Cómo crecer si la población no tiene capacidad de demanda? Son los gobiernos los que tendrían que impulsar la recuperación económica.
Francia lo intenta mediante una política industrial centrada en la promoción de energías renovables, redes digitales, biotecnologías y carros altamente eficientes en el uso de combustibles. Intenta revertir un proceso de desindustrialización que en los últimos diez años le ha costado 750 mil empleos industriales y que la llevó a un déficit de 93 mil millones de dólares el año pasado.
Pero su problema es que muchas de las grandes industrias privadas que apoyó fuertemente en el pasado decidieron radicar el grueso de su producción en otros países con mano de obra más barata. Incluso si se quedaran en el país las tecnologías de punta son cada vez menos generadoras de empleo. Así que no parece que esta sea la solución.
Las elites de Europa en la ciega defensa de sus intereses se tardan en entender que conducen a sus pueblos al abismo. La única salida posible les resulta demasiado radical. Consiste, en mi opinión en derrumbar la ortodoxia y orientarse hacia tres ejes de una nueva política económica.
Dicho de manera telegráfica: Cada gobierno debe ser un fuerte redistribuidor del ingreso poniendo impuestos a la ganancia improductiva y derivándolos a garantizar un ingreso mínimo ciudadano. Se trata de que la población pueda comprar todo lo que puede producir.
Pero es necesario evitar que la demanda se escape del país. Por lo tanto se necesita un comercio externo equilibrado. Importar tanto como se exporte y no más. Finalmente esto permitiría reactivar las capacidades productivas ya existentes y emplearlas a plena capacidad; incluso podría pensarse en reabrir las miles de empresas que en ese continente han cerrado en los últimos años. Una política de administración del comercio y de generación de empleo que no requeriría de enormes capitales, mucho menos de financiamiento usurero.
Los últimos datos indican que Europa no sale de la recesión. En el conjunto de los 17 países que comparten la moneda común la producción fabril cayó en un 1.5 por ciento en el mes de julio y con ello acumulan una baja de 2.1 por ciento en el año.
No se trata tan de un problema de la periferia, del sur del continente. Sino de sus tres más grandes economías. La producción industrial alemana se redujo en un 2.3 por ciento, la de Francia en 0.6 y la de Italia en 1.1 por ciento. Con ello se llegó a los niveles más bajos de los últimos tres años y la perspectiva para el resto del año es negativa. El Banco central europeo plantea como expectativa de contracción del 0.4 por ciento para el total del año. Es, como de costumbre, optimista.
Son condiciones en las que no se espera alivio para el desempleo antes del 2015. Y señalar tal fecha no parece sino mera retórica en busca de conseguir que la población aguante por más tiempo una situación de empeoramiento continuado.
Casi se podría pensar que esta es la “nueva normalidad” para un tiempo indefinido. Pero incluso esta mala situación es frágil y tiene riesgos de empeorar.
La caída del consumo y del bienestar de las familias se origina en un severo apretón del cinturón inducido por los gobiernos con el objetivo de reducir sus niveles de endeudamiento. Conforme se acercaban a sus niveles de insolvencia los inversionistas exigían cada vez más altas tasas de interés.
Hubo países que de plano no pudieron seguir pagando y se les impuso una “ayuda” esencialmente dedicada no a su recuperación sino a pagarles a los prestamistas. Hubo en los casos de Grecia y Chipre que renegociar fuertes quitas a la deuda e incluso a los depósitos bancarios. Todo ello con el apoyo, incluso la exigencia del Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
El hecho es que toda Europa entró, en mayor o menor grado, en una austeridad que se tradujo en despedir trabajadores, reducir el gasto en salud, educación y transporte y los apoyos a la población vulnerable; además de elevar impuestos. Todo lo cual impactó negativamente el consumo y por ende la producción. El resultado es cierre de empresas, desempleo y recesión.
La situación es absurda: fabricas paradas o trabajando por debajo de su capacidad; empresarios que quieren vender; obreros que quieren trabajar y población que desearía consumir. Pero con gobiernos atados a dogmas e incapaces de liderar transformaciones de fondo.
Paradójicamente la austeridad no logró su objetivo central. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional la deuda pública de la eurozona subirá del 70 al 95 por ciento del producto interno bruto del 2008 al final del 2013. La causa es doble. La recesión misma implica cobrar menos impuesto; por otro lado el aumento de tasas de interés para aquellos de solvencia dudosa.
Si Europa no recupera pronto un nivel de crecimiento dinámico podría adentrarse en otra crisis financiera por incapacidad de pago. Pero ¿Cómo crecer si la población no tiene capacidad de demanda? Son los gobiernos los que tendrían que impulsar la recuperación económica.
Francia lo intenta mediante una política industrial centrada en la promoción de energías renovables, redes digitales, biotecnologías y carros altamente eficientes en el uso de combustibles. Intenta revertir un proceso de desindustrialización que en los últimos diez años le ha costado 750 mil empleos industriales y que la llevó a un déficit de 93 mil millones de dólares el año pasado.
Pero su problema es que muchas de las grandes industrias privadas que apoyó fuertemente en el pasado decidieron radicar el grueso de su producción en otros países con mano de obra más barata. Incluso si se quedaran en el país las tecnologías de punta son cada vez menos generadoras de empleo. Así que no parece que esta sea la solución.
Las elites de Europa en la ciega defensa de sus intereses se tardan en entender que conducen a sus pueblos al abismo. La única salida posible les resulta demasiado radical. Consiste, en mi opinión en derrumbar la ortodoxia y orientarse hacia tres ejes de una nueva política económica.
Dicho de manera telegráfica: Cada gobierno debe ser un fuerte redistribuidor del ingreso poniendo impuestos a la ganancia improductiva y derivándolos a garantizar un ingreso mínimo ciudadano. Se trata de que la población pueda comprar todo lo que puede producir.
Pero es necesario evitar que la demanda se escape del país. Por lo tanto se necesita un comercio externo equilibrado. Importar tanto como se exporte y no más. Finalmente esto permitiría reactivar las capacidades productivas ya existentes y emplearlas a plena capacidad; incluso podría pensarse en reabrir las miles de empresas que en ese continente han cerrado en los últimos años. Una política de administración del comercio y de generación de empleo que no requeriría de enormes capitales, mucho menos de financiamiento usurero.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Reforma Hacendaria; una de cal.
Jorge Faljo
La reforma hacendaria recién enviada por el presidente Peña Nieto a la Cámara de Diputados ha sido un paso en la dirección correcta. El gusto que nos ha dado a muchos se origina en buena medida en que esperábamos algo bastante malo y en lugar de eso se presentó algo bueno. No tanto como para echar las campanas al vuelo pero si con correcciones importantes en la inercia de una política económica hasta el momento bastante retrograda.
Para empezar no se propone elevar el IVA a los alimentos y medicinas. Esto habría sido brutal y sin embargo era lo esperado: incrementar la carga fiscal de los consumidores mayoritarios para compensar la caída de los ingresos del gobierno. Afortunadamente el gobierno reconoce que la caída del 6.9 por ciento en la recaudación del IVA durante el primer semestre refleja una fuerte crisis de la economía familiar cuya disminución de la demanda impacta negativamente a las empresas y a la creación de empleos. Así que el fortalecimiento de las finanzas públicas debía sustentarse en otros lados.
Una segunda cosa buena es que se ofrece reactivar moderadamente el gasto público. Este se redujo en un 4.5 por ciento durante el primer semestre derivado de una visión dogmática insistente en conseguir un déficit cero para este año fiscal. Lo que no entraba en sus cálculos optimistas es que esta política nos conduciría a la recesión. Ahora se dice que habrá un déficit de transición equivalente al 0.4 por ciento del PIB en 2013 y se planea un déficit público de 1.5 por ciento para el 2014. Con ello se supone que el gobierno pagará lo que adeuda a 40 mil proveedores privados; muchos de ellos al punto de la quiebra y despidiendo empleados.
Se plantea en contrapartida elevar el impuesto sobre la renta de 30 a 32 por ciento para los ingresos superiores a los 500 mil pesos al año. Por un lado es positivo que la carga fiscal vaya hacia los más altos ingresos. Sin embargo es una medida tibia en cuanto a que no va más allá y prácticamente no toca a los ingresos verdaderamente fuertes. ¿Por qué va a pagar el mismo porcentaje el que gana 600 mil al año que el que gana 6 millones o el que gana 60?
Es un notable avance que por fin las ganancias en la bolsa de valores paguen impuestos. Revela lo absurdo de que hasta ahora la principal fuente de ganancias del país, la especulación bursátil, fuera un paraíso fiscal para un grupo de la población muy pequeño y muy rico. Sin embargo imponerles un impuesto del 10 por ciento es ciertamente poco. ¿Por qué no el 32 por ciento que van a pagar los que ganan más de 500 mil al año? ¿Por qué el salario paga mucho más que la ganancia improductiva?
Una medida que llama la atención es el impuesto de un peso por litro a las bebidas azucaradas. Si consideramos que el 30 por ciento de nuestros adultos son obesos, el fuerte gasto público destinado a tratar las enfermedades asociadas y los problemas de bienestar que origina en individuos y familias habrá que considerarla una medida atinada. Es pronto para decir si el monto de ese impuesto es el adecuado; habrá que ver sus efectos. Lo que es cierto es que debe inducir una baja substancial del consumo de azúcar, del porcentaje de obesidad y de enfermedades como diabetes y problemas cardiacos.
Algunos impuestos serán vistos con particular desagrado por las clases medias. Supongo que será el caso de la venta y renta de casas habitación; el pago de educación privada y el transporte terrestre de pasajeros foráneos. En lo personal no los veo con simpatía. Aquí espero que haya criterios adecuados de progresividad en cuanto al monto de las rentas y el precio de las casas, de la educación y del transporte.
Se modifica la condición fiscal de PEMEX con un discurso que pregona que se fortalecerá la empresa que es y seguirá siendo de todos los mexicanos. El cambio apunta a que esta empresa recibirá un trato fiscal de empresa privada. Un cambio que se plantea como gradual y vinculado a “nuevos desarrollos” y a partir del 2015.
Del lado de los egresos se ofrece seguro de desempleo, pensión universal a los mayores de 65 años y reforzamiento del gasto social. Habrá que ver como se instrumenta.
Visto de conjunto insisto en lo dicho al principio: es la dirección correcta pero son pasitos muy cortitos. Basta ver los datos que proporciona Videgaray, el secretario de Hacienda: El gasto público de México equivale al 19.5 por ciento del PIB mientras que en el resto de América Latina alcanza en promedio 27.1 por ciento y en los países de la OCDE es de 46.5 por ciento. Partiendo de esta base elevar la recaudación en un 1.4 por ciento nos sigue dejando con un sector público muy pequeño, económicamente débil y a fin de cuentas incapaz de liderar la recuperación económica que necesitamos y cumplir con sus responsabilidades sociales y económicas.
Se trata de cualquier modo de un viraje que no satisface al PAN ni al gran capital financiero y que solo puede explicarse por alguna dosis de sensibilidad política ante los reclamos del pequeño y mediano empresariado productivo e incluso de las voces de la calle. Hay que incrementar esa sensibilidad.
La reforma hacendaria recién enviada por el presidente Peña Nieto a la Cámara de Diputados ha sido un paso en la dirección correcta. El gusto que nos ha dado a muchos se origina en buena medida en que esperábamos algo bastante malo y en lugar de eso se presentó algo bueno. No tanto como para echar las campanas al vuelo pero si con correcciones importantes en la inercia de una política económica hasta el momento bastante retrograda.
Para empezar no se propone elevar el IVA a los alimentos y medicinas. Esto habría sido brutal y sin embargo era lo esperado: incrementar la carga fiscal de los consumidores mayoritarios para compensar la caída de los ingresos del gobierno. Afortunadamente el gobierno reconoce que la caída del 6.9 por ciento en la recaudación del IVA durante el primer semestre refleja una fuerte crisis de la economía familiar cuya disminución de la demanda impacta negativamente a las empresas y a la creación de empleos. Así que el fortalecimiento de las finanzas públicas debía sustentarse en otros lados.
Una segunda cosa buena es que se ofrece reactivar moderadamente el gasto público. Este se redujo en un 4.5 por ciento durante el primer semestre derivado de una visión dogmática insistente en conseguir un déficit cero para este año fiscal. Lo que no entraba en sus cálculos optimistas es que esta política nos conduciría a la recesión. Ahora se dice que habrá un déficit de transición equivalente al 0.4 por ciento del PIB en 2013 y se planea un déficit público de 1.5 por ciento para el 2014. Con ello se supone que el gobierno pagará lo que adeuda a 40 mil proveedores privados; muchos de ellos al punto de la quiebra y despidiendo empleados.
Se plantea en contrapartida elevar el impuesto sobre la renta de 30 a 32 por ciento para los ingresos superiores a los 500 mil pesos al año. Por un lado es positivo que la carga fiscal vaya hacia los más altos ingresos. Sin embargo es una medida tibia en cuanto a que no va más allá y prácticamente no toca a los ingresos verdaderamente fuertes. ¿Por qué va a pagar el mismo porcentaje el que gana 600 mil al año que el que gana 6 millones o el que gana 60?
Es un notable avance que por fin las ganancias en la bolsa de valores paguen impuestos. Revela lo absurdo de que hasta ahora la principal fuente de ganancias del país, la especulación bursátil, fuera un paraíso fiscal para un grupo de la población muy pequeño y muy rico. Sin embargo imponerles un impuesto del 10 por ciento es ciertamente poco. ¿Por qué no el 32 por ciento que van a pagar los que ganan más de 500 mil al año? ¿Por qué el salario paga mucho más que la ganancia improductiva?
Una medida que llama la atención es el impuesto de un peso por litro a las bebidas azucaradas. Si consideramos que el 30 por ciento de nuestros adultos son obesos, el fuerte gasto público destinado a tratar las enfermedades asociadas y los problemas de bienestar que origina en individuos y familias habrá que considerarla una medida atinada. Es pronto para decir si el monto de ese impuesto es el adecuado; habrá que ver sus efectos. Lo que es cierto es que debe inducir una baja substancial del consumo de azúcar, del porcentaje de obesidad y de enfermedades como diabetes y problemas cardiacos.
Algunos impuestos serán vistos con particular desagrado por las clases medias. Supongo que será el caso de la venta y renta de casas habitación; el pago de educación privada y el transporte terrestre de pasajeros foráneos. En lo personal no los veo con simpatía. Aquí espero que haya criterios adecuados de progresividad en cuanto al monto de las rentas y el precio de las casas, de la educación y del transporte.
Se modifica la condición fiscal de PEMEX con un discurso que pregona que se fortalecerá la empresa que es y seguirá siendo de todos los mexicanos. El cambio apunta a que esta empresa recibirá un trato fiscal de empresa privada. Un cambio que se plantea como gradual y vinculado a “nuevos desarrollos” y a partir del 2015.
Del lado de los egresos se ofrece seguro de desempleo, pensión universal a los mayores de 65 años y reforzamiento del gasto social. Habrá que ver como se instrumenta.
Visto de conjunto insisto en lo dicho al principio: es la dirección correcta pero son pasitos muy cortitos. Basta ver los datos que proporciona Videgaray, el secretario de Hacienda: El gasto público de México equivale al 19.5 por ciento del PIB mientras que en el resto de América Latina alcanza en promedio 27.1 por ciento y en los países de la OCDE es de 46.5 por ciento. Partiendo de esta base elevar la recaudación en un 1.4 por ciento nos sigue dejando con un sector público muy pequeño, económicamente débil y a fin de cuentas incapaz de liderar la recuperación económica que necesitamos y cumplir con sus responsabilidades sociales y económicas.
Se trata de cualquier modo de un viraje que no satisface al PAN ni al gran capital financiero y que solo puede explicarse por alguna dosis de sensibilidad política ante los reclamos del pequeño y mediano empresariado productivo e incluso de las voces de la calle. Hay que incrementar esa sensibilidad.
lunes, 9 de septiembre de 2013
No gastar empobrece
Jorge Faljo
Durante el primer semestre de este 2013 el sector público mexicano redujo su gasto en un 4.5 por ciento lo que le permitió disminuir notablemente su déficit en ese periodo. De continuar esta tendencia este año el gobierno podría registrar un déficit cero. Es decir que el monto total de sus ingresos sería equivalente al de sus gastos.
Si el sector público fuera una empresa privada esto sería de celebrarse. Toda empresa busca gastar por debajo de sus ingresos; lo que implica que tiene ganancias. Por lo contrario, gastar más de lo que recibe le significa pérdidas y deudas.
Pero el sector público no es una empresa privada y su nivel de gasto impacta fuertemente al conjunto de la economía. No hay mejor evidencia que lo ocurrido este año. El equilibrio de las finanzas públicas nos está costando muy caro. Se desplomó el ritmo de crecimiento, baja la producción de manufacturas, quiebran empresas y se pierden empleos. Tras décadas de estancamiento, baja generación de empleos y deterioro del ingreso mayoritario una recesión inducida es demasiado.
La experiencia europea y ahora la nuestra nos señalan que la reducción del gasto público, a la que podemos llamar austeridad, resulta contraproducente. Al gastar menos el gobierno, en generación de salarios y en obras de infraestructura, reduce el ritmo de crecimiento y eso rebota en menor pago de algunos impuestos. Así que el gobierno reduce sus gastos pero también ve reducidos sus ingresos.
En nuestro caso la reducción del gasto público fue determinante en la disminución de los ingresos del IVA en 6.9 por ciento. Así que la austeridad del gobierno se convirtió en un apretón de cinturón generalizado.
Ante tal situación se alza la inconformidad de muchos. Sobre todo proveedores a los que no se les paga lo que se les adeuda; el empresariado productivo que ve su mercado disminuido; diputados del PRI que reclaman que no se cumplen sus promesas de campaña en cuanto a construcción de infraestructura. Otros con menos voz también sufren las consecuencias: usuarios de servicios públicos, decenas de miles de despedidos, aquellos que ven alejarse aún más sus posibilidades de encontrar un empleo y la mayoría que termina siempre pagando en su nivel de vida los costos de las recesiones.
Se encuentra a punto de salir la propuesta del ejecutivo para el presupuesto del 2014 y la solicitud empresarial es que contemple un déficit moderado del 3 por ciento del PIB, incluso algo más. El temor es que otro presupuesto equilibrado profundice el estancamiento, incluso la recesión en la que estamos cayendo.
Debemos entender que en este modelo económico el endeudamiento público es imprescindible. La deuda se ha convertido en un mecanismo clave de generación de demanda sin el cual no marcha la producción, el empleo y el poco bienestar que es capaz de generar esta estrategia. Para explicarlo hay que ir al fondo del asunto.
Las empresas de mayor tamaño y tecnología de punta, competitivas en el mercado globalizado, se distinguen por dos cosas: muy alta productividad y muy baja generación de demanda. Por un lado hacen el mejor aprovechamiento posible de materias primas, energía y mano de obra. Por el otro pagan muy bajos salarios y muy bajos impuestos.
Estas empresas, a las que podemos agrupar en el gran sector globalizado del planeta, colocan mucha producción en el mercado pero generan muy baja capacidad de demanda. Simple y llanamente no podrían vender su producción con los salarios y los impuestos que pagan; se quedarían con las mercancías en las bodegas.
Para poder vender los globalizados tienen que apoderarse de la demanda que generan los no globalizados; pero en este proceso los destruyen. Así que recurren a un segundo mecanismo: prestar sus ganancias al gobierno y a los consumidores de clase media.
Cuando el gobierno se endeuda cumple una doble función: por una parte consume más allá de sus ingresos con lo cual crea una “demanda extra” fundamental al buen funcionamiento de una economía globalizada. Por otro lado al pagar intereses por el financiamiento apoya una importante fuente de ganancias de los sectores globalizados, lo que ganan por prestar.
Hemos visto, sobre todo en Europa, que este esquema se aplica hasta que el gobierno no se puede endeudar más porque excede su capacidad de pago. Entonces se adoptan políticas de austeridad que sumen a la economía en el estancamiento y empobrecen a la población.
En México el reclamo empresarial se origina en la convicción de que este año sufrimos una austeridad prematura: todavía hay espacio para mayor endeudamiento público y este es necesario para que las empresas globalizadas sigan vendiendo sin generar más demanda. Es decir, sin que tengan que pagar más salarios o más impuestos.
El gobierno se encuentra acorralado. Hay un fuerte rezago en infraestructura (hospitalaria, educativa, de transporte, de servicios urbanos y más), el crecimiento económico requiere que gaste y la estabilidad social y política también lo aconsejan. Pero tiene a la vista lo ocurrido por endeudamiento excesivo en muchos países y se decidió por una austeridad temprana que nos hunde en una recesión también prematura.
Claro que hay otra salida compatible con un gobierno con finanzas sanas y con una economía en crecimiento vigoroso: hacer que las grandes empresas, el sector globalizado, genere suficiente demanda para que pueda por sí mismo vender su producción. Eso significaría promover una rápida recuperación de los salarios reales, empezando por el mínimo, y pasarle la factura gubernamental, vía impuestos, a los sectores globalizados de altas ganancias.
Durante el primer semestre de este 2013 el sector público mexicano redujo su gasto en un 4.5 por ciento lo que le permitió disminuir notablemente su déficit en ese periodo. De continuar esta tendencia este año el gobierno podría registrar un déficit cero. Es decir que el monto total de sus ingresos sería equivalente al de sus gastos.
Si el sector público fuera una empresa privada esto sería de celebrarse. Toda empresa busca gastar por debajo de sus ingresos; lo que implica que tiene ganancias. Por lo contrario, gastar más de lo que recibe le significa pérdidas y deudas.
Pero el sector público no es una empresa privada y su nivel de gasto impacta fuertemente al conjunto de la economía. No hay mejor evidencia que lo ocurrido este año. El equilibrio de las finanzas públicas nos está costando muy caro. Se desplomó el ritmo de crecimiento, baja la producción de manufacturas, quiebran empresas y se pierden empleos. Tras décadas de estancamiento, baja generación de empleos y deterioro del ingreso mayoritario una recesión inducida es demasiado.
La experiencia europea y ahora la nuestra nos señalan que la reducción del gasto público, a la que podemos llamar austeridad, resulta contraproducente. Al gastar menos el gobierno, en generación de salarios y en obras de infraestructura, reduce el ritmo de crecimiento y eso rebota en menor pago de algunos impuestos. Así que el gobierno reduce sus gastos pero también ve reducidos sus ingresos.
En nuestro caso la reducción del gasto público fue determinante en la disminución de los ingresos del IVA en 6.9 por ciento. Así que la austeridad del gobierno se convirtió en un apretón de cinturón generalizado.
Ante tal situación se alza la inconformidad de muchos. Sobre todo proveedores a los que no se les paga lo que se les adeuda; el empresariado productivo que ve su mercado disminuido; diputados del PRI que reclaman que no se cumplen sus promesas de campaña en cuanto a construcción de infraestructura. Otros con menos voz también sufren las consecuencias: usuarios de servicios públicos, decenas de miles de despedidos, aquellos que ven alejarse aún más sus posibilidades de encontrar un empleo y la mayoría que termina siempre pagando en su nivel de vida los costos de las recesiones.
Se encuentra a punto de salir la propuesta del ejecutivo para el presupuesto del 2014 y la solicitud empresarial es que contemple un déficit moderado del 3 por ciento del PIB, incluso algo más. El temor es que otro presupuesto equilibrado profundice el estancamiento, incluso la recesión en la que estamos cayendo.
Debemos entender que en este modelo económico el endeudamiento público es imprescindible. La deuda se ha convertido en un mecanismo clave de generación de demanda sin el cual no marcha la producción, el empleo y el poco bienestar que es capaz de generar esta estrategia. Para explicarlo hay que ir al fondo del asunto.
Las empresas de mayor tamaño y tecnología de punta, competitivas en el mercado globalizado, se distinguen por dos cosas: muy alta productividad y muy baja generación de demanda. Por un lado hacen el mejor aprovechamiento posible de materias primas, energía y mano de obra. Por el otro pagan muy bajos salarios y muy bajos impuestos.
Estas empresas, a las que podemos agrupar en el gran sector globalizado del planeta, colocan mucha producción en el mercado pero generan muy baja capacidad de demanda. Simple y llanamente no podrían vender su producción con los salarios y los impuestos que pagan; se quedarían con las mercancías en las bodegas.
Para poder vender los globalizados tienen que apoderarse de la demanda que generan los no globalizados; pero en este proceso los destruyen. Así que recurren a un segundo mecanismo: prestar sus ganancias al gobierno y a los consumidores de clase media.
Cuando el gobierno se endeuda cumple una doble función: por una parte consume más allá de sus ingresos con lo cual crea una “demanda extra” fundamental al buen funcionamiento de una economía globalizada. Por otro lado al pagar intereses por el financiamiento apoya una importante fuente de ganancias de los sectores globalizados, lo que ganan por prestar.
Hemos visto, sobre todo en Europa, que este esquema se aplica hasta que el gobierno no se puede endeudar más porque excede su capacidad de pago. Entonces se adoptan políticas de austeridad que sumen a la economía en el estancamiento y empobrecen a la población.
En México el reclamo empresarial se origina en la convicción de que este año sufrimos una austeridad prematura: todavía hay espacio para mayor endeudamiento público y este es necesario para que las empresas globalizadas sigan vendiendo sin generar más demanda. Es decir, sin que tengan que pagar más salarios o más impuestos.
El gobierno se encuentra acorralado. Hay un fuerte rezago en infraestructura (hospitalaria, educativa, de transporte, de servicios urbanos y más), el crecimiento económico requiere que gaste y la estabilidad social y política también lo aconsejan. Pero tiene a la vista lo ocurrido por endeudamiento excesivo en muchos países y se decidió por una austeridad temprana que nos hunde en una recesión también prematura.
Claro que hay otra salida compatible con un gobierno con finanzas sanas y con una economía en crecimiento vigoroso: hacer que las grandes empresas, el sector globalizado, genere suficiente demanda para que pueda por sí mismo vender su producción. Eso significaría promover una rápida recuperación de los salarios reales, empezando por el mínimo, y pasarle la factura gubernamental, vía impuestos, a los sectores globalizados de altas ganancias.
martes, 3 de septiembre de 2013
Es de sabios cambiar de opinión
Jorge Faljo
El Secretario de Hacienda, Luis Videgaray acaba de declarar que venimos de años de crecimiento francamente mediocre y las cifras de este 2013 son altamente insatisfactorias. Pues sí, este primer año de gobierno fue un fracaso. Así, sin atenuantes. Ya no repitió alguna de las viejas cantinelas de que aunque la producción, el empleo y el bienestar van mal, las finanzas se muestran estables, las ganancias en la bolsa son buenas, hay confianza en X, Y o W y el país se encuentra en paz.
Videgaray no mencionó atenuantes porque todos parecen agotados: las finanzas, la estabilidad del peso y la bolsa de valores, traquetean; no hay salidas a la vista y el país parece al borde de la recesión, la conmoción social e incluso la violencia institucional en substitución de la negociación cívica.
Se agotó el argumento del vaso medio lleno. El desempleo, subempleo y empleos sin prestaciones ni dignidad; la reducción del salario real; el cierre de empresas; la venta del patrimonio nacional y el abandono de las responsabilidades del estado; y la expansión del crimen lo llenan todo.
Por su lado Carstens, gobernador del Banco de México dijo que es muy poco probable que la situación económica internacional mejore al grado de impulsar a la economía mexicana a un crecimiento suficiente para reducir la tasa de desempleo, mejorar remuneraciones y abatir la pobreza. Así que de afuera no vendrá la solución.
En el mismo foro en que hablaron los dos anteriores se encontraba el expresidente de Colombia, César Gaviria, que queriendo o no se aventó una excelente reflexión al decir que “si hay alguna cosa compleja de entender en la economía mundial es por qué México no ha crecido más con las reformas de los ochenta, con la vecindad de Estados Unidos y su Tratado de Libre Comercio”.
Exacto señor Gaviria; después de imponernos la transformación neoliberal y la apertura comercial bajo la promesa de crecimiento acelerado, el resultado fue un fracaso. Lo dijo Videgaray al hablar de tres décadas de crecimiento mediocre y caída de la productividad al 0.7 por ciento anual (sus cálculos).
Sin embargo estamos a tiempo de corregir el rumbo antes de que el rumbo sea el que nos vapulee a nosotros. Es de sabios cambiar de opinión y ciertamente no se requieren conocimientos esotéricos para saber que hay opciones. Se puede aprender de los demás todos los días.
Por ejemplo. La semana pasada una delegación de alto nivel del gobierno argentino vino a resolver lo que para ellos es un problema inaceptable: un déficit comercial de mil millones de dólares con México. Argentina sigue una política de intercambio exterior equilibrado. No es mera palabrería; su búsqueda de soluciones bilaterales es respaldada con decisiones soberanas que pueden incluir firmar y romper tratados comerciales; poner y quitar aranceles; aceptar o no importaciones excesivas.
En nuestra propia perspectiva tan solo resolver el déficit comercial de 51 mil millones de dólares que tenemos con China se traduciría en una importante reactivación manufacturera y la creación de millones de empleos. Con un buen dialogo que explique la situación a nuestros socios del TLC y mano firme con los orientales encontraríamos una buena veta de crecimiento de la producción y el mercado interno.
De Europa nos llegan claras señales de que el exceso de austeridad los sumió en la recesión y ahora su aligeramiento les empieza a permitir un poco de respiro. En los hechos el rezago del gasto público en este año fue una especie de austeridad de graves resultados. Hay que evitarla; hay que aligerar el gasto público y hacer funcionar el estado de manera contraciclica como promotor de la demanda y la producción.
De Estados Unidos y Japón podemos aprender que una política monetaria expansiva (creación de moneda por el Banco Central) puede ser la mejor manera de comprar la deuda pública (el Fobaproa y anexas) y dinamizar el gasto público sin endeudarse. Solo que hay que procurar que esa expansión de la demanda se quede dentro del país y dinamice nuestra producción y empleo y no las de otros países.
De numerosos países, incluyendo a Estados Unidos, Francia, Japón, Turquía y más podríamos aprender la conveniencia de tasas de interés muy bajas, incluso negativas (por debajo de la tasa de inflación) como mecanismos de desendeudamiento generalizado y de impulso a la inversión productiva (a diferencia de la financiera). Un poco más de inflación, a la manera de una copa de vino al día, nos vendría muy bien. Solo habrá que cuidar de que no se rezaguen los ingresos reales de la población y de remendar o ampliar las redes de seguridad social.
Es hora de cambiar de estrategia económica hacia un modelo de intercambio equilibrado, centrado en incentivos a la producción y el empleo, basado en el fortalecimiento del mercado interno y cuyo eje sea la demanda mayoritaria.
El Secretario de Hacienda, Luis Videgaray acaba de declarar que venimos de años de crecimiento francamente mediocre y las cifras de este 2013 son altamente insatisfactorias. Pues sí, este primer año de gobierno fue un fracaso. Así, sin atenuantes. Ya no repitió alguna de las viejas cantinelas de que aunque la producción, el empleo y el bienestar van mal, las finanzas se muestran estables, las ganancias en la bolsa son buenas, hay confianza en X, Y o W y el país se encuentra en paz.
Videgaray no mencionó atenuantes porque todos parecen agotados: las finanzas, la estabilidad del peso y la bolsa de valores, traquetean; no hay salidas a la vista y el país parece al borde de la recesión, la conmoción social e incluso la violencia institucional en substitución de la negociación cívica.
Se agotó el argumento del vaso medio lleno. El desempleo, subempleo y empleos sin prestaciones ni dignidad; la reducción del salario real; el cierre de empresas; la venta del patrimonio nacional y el abandono de las responsabilidades del estado; y la expansión del crimen lo llenan todo.
Por su lado Carstens, gobernador del Banco de México dijo que es muy poco probable que la situación económica internacional mejore al grado de impulsar a la economía mexicana a un crecimiento suficiente para reducir la tasa de desempleo, mejorar remuneraciones y abatir la pobreza. Así que de afuera no vendrá la solución.
En el mismo foro en que hablaron los dos anteriores se encontraba el expresidente de Colombia, César Gaviria, que queriendo o no se aventó una excelente reflexión al decir que “si hay alguna cosa compleja de entender en la economía mundial es por qué México no ha crecido más con las reformas de los ochenta, con la vecindad de Estados Unidos y su Tratado de Libre Comercio”.
Exacto señor Gaviria; después de imponernos la transformación neoliberal y la apertura comercial bajo la promesa de crecimiento acelerado, el resultado fue un fracaso. Lo dijo Videgaray al hablar de tres décadas de crecimiento mediocre y caída de la productividad al 0.7 por ciento anual (sus cálculos).
Sin embargo estamos a tiempo de corregir el rumbo antes de que el rumbo sea el que nos vapulee a nosotros. Es de sabios cambiar de opinión y ciertamente no se requieren conocimientos esotéricos para saber que hay opciones. Se puede aprender de los demás todos los días.
Por ejemplo. La semana pasada una delegación de alto nivel del gobierno argentino vino a resolver lo que para ellos es un problema inaceptable: un déficit comercial de mil millones de dólares con México. Argentina sigue una política de intercambio exterior equilibrado. No es mera palabrería; su búsqueda de soluciones bilaterales es respaldada con decisiones soberanas que pueden incluir firmar y romper tratados comerciales; poner y quitar aranceles; aceptar o no importaciones excesivas.
En nuestra propia perspectiva tan solo resolver el déficit comercial de 51 mil millones de dólares que tenemos con China se traduciría en una importante reactivación manufacturera y la creación de millones de empleos. Con un buen dialogo que explique la situación a nuestros socios del TLC y mano firme con los orientales encontraríamos una buena veta de crecimiento de la producción y el mercado interno.
De Europa nos llegan claras señales de que el exceso de austeridad los sumió en la recesión y ahora su aligeramiento les empieza a permitir un poco de respiro. En los hechos el rezago del gasto público en este año fue una especie de austeridad de graves resultados. Hay que evitarla; hay que aligerar el gasto público y hacer funcionar el estado de manera contraciclica como promotor de la demanda y la producción.
De Estados Unidos y Japón podemos aprender que una política monetaria expansiva (creación de moneda por el Banco Central) puede ser la mejor manera de comprar la deuda pública (el Fobaproa y anexas) y dinamizar el gasto público sin endeudarse. Solo que hay que procurar que esa expansión de la demanda se quede dentro del país y dinamice nuestra producción y empleo y no las de otros países.
De numerosos países, incluyendo a Estados Unidos, Francia, Japón, Turquía y más podríamos aprender la conveniencia de tasas de interés muy bajas, incluso negativas (por debajo de la tasa de inflación) como mecanismos de desendeudamiento generalizado y de impulso a la inversión productiva (a diferencia de la financiera). Un poco más de inflación, a la manera de una copa de vino al día, nos vendría muy bien. Solo habrá que cuidar de que no se rezaguen los ingresos reales de la población y de remendar o ampliar las redes de seguridad social.
Es hora de cambiar de estrategia económica hacia un modelo de intercambio equilibrado, centrado en incentivos a la producción y el empleo, basado en el fortalecimiento del mercado interno y cuyo eje sea la demanda mayoritaria.
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