sábado, 12 de enero de 2013

La Bomba de Austeridad Desactivada


La Bomba de Austeridad Desactivada
Jorge Faljo


En el último instante, cómo en película de acción, los congresistas norteamericanos llegaron a un acuerdo que desactivó la bomba de austeridad que habría de explotar al iniciar el 2013. Resolvieron, de momento, algo que preocupaba a los norteamericanos, al mundo entero y que, de haber explotado, también habría golpeado duramente a nuestro país.

Lo que estaba en juego era la suspensión de amplias exenciones fiscales que el anterior presidente Bush había decretado como algo temporal. Al terminar ese periodo habrían de subir de manera automática los impuestos para todos los norteamericanos reduciendo el consumo de la mayoría. El impacto sería doblemente negativo: de manera directa golpearía con dureza a millones de familias que se han empobrecido desde la crisis del 2008. De manera indirecta la reducción del consumo llevaría a las empresas a despedir trabajadores y, a muchas, incluso a la quiebra. Es decir que se induciría una recesión económica cuando aún ese país no logra recuperarse plenamente de los efectos de la crisis.

Esto ocurre en un contexto en el que la crisis presiona hacia el incremento del gasto público a diversos niveles. Incluye, por ejemplo, el salvamento de bancos y empresas; el pago del seguro del desempleo a millones que no han logrado encontrar otro trabajo; ayudas a millones de familias en riesgo de perder sus casas por no poder seguir pagando sus hipotecas; y la necesidad de reforzar servicios de asistencia social y de salud.

La resolución del dilema era obvia para los demócratas: dejar que suban los impuestos de los más adinerados para poder cubrir el incremento de gastos gubernamentales pero no subirlos a las familias de menores ingresos. Obama propuso dejar que subieran los impuestos solo para los individuos con ingresos superiores a los 250 mil dólares anuales o las familias con más de 300 mil.

A ello se opusieron a rajatabla los republicanos. Para ellos era inaceptable que subieran los impuestos de nadie. Incluso en algún momento el líder republicano en el congreso propuso aceptar que se elevaran los impuestos para las familias con ingresos de más de un millón de dólares al año y tuvo que retirar su propuesta debido a una rebelión del ala dura de su propio partido. En su perspectiva lo que había que hacer era reducir el gasto público incluyendo los gastos en salud y en asistencia social.

Una posición que llevaba a suspender la ayuda por desempleo a dos millones de trabajadores a los que ya se les ha vencido el plazo normal para encontrar empleo. Y es que en años anteriores un despedido tardaba en promedio unos tres meses en encontrar otro empleo estable y en condiciones similares a las que tenía previamente. Ahora se tarda unos diez meses en encontrar un empleo precario y, las más de las veces, con un salario muy inferior. Otras reducciones avaladas por los republicanos son disminuir el gasto en salud y cargar mayores costos a la población de la tercera edad y a las familias.

Así que las trincheras son claras: para los demócratas hay que subir impuestos a los ricos; para los republicanos hay que disminuir el gasto social. Por cierto que ninguno de los dos partidos acepta disminuir el gasto militar.

Pero la bomba de austeridad era de doble filo. Por un lado la elevación de impuestos y por el otro la disminución del gasto público. En total se trataba de reducir el consumo de ciudadanos y gobierno en unos 600 mil millones de dólares. Lo que se traduciría en una severa disminución de ventas para un aparato productivo que produce muy por debajo de su capacidad instalada porque sencillamente no hay quien compre.

El golpe en austeridad, es decir en reducción del consumo, habría llevado al despido de un número incalculable de trabajadores y a la quiebra de miles de empresas. Una recesión que habría empobrecido a la mayoría y habría golpeado a las exportaciones mexicanas agravando también nuestro propio desempleo y subutilización productiva.

Cuando sobran capacidades para producir pero falta poder de compra, como en la economía norteamericana, mexicana y mundial, la austeridad solo puede agravar la situación. Pero la austeridad es la bandera de los ricos porque si a algo le temen es a que les suban los impuestos.

Finalmente el arreglo fue que algunos republicanos votaran junto con los demócratas para dejar que se eleven los impuestos del 35 al 39.6 por ciento para las familias con ingresos superiores a los 450 mil dólares al año y se evitaron los recortes en ayuda al desempleo y a la salud de la población vulnerable. Un acuerdo que no deja satisfecha a republicanos, molestos por este aumento de impuestos, ni a demócratas, que lo consideran muy insuficiente ante las necesidades del gasto social.

Esta batalla se repetirá en apenas unos tres meses porque será necesario acordar una elevación del techo de endeudamiento del gobierno. Los republicanos  anuncian una elevación pequeña a cambio de recortes importantes de gasto público. Tienen dos objetivos: que no se pretenda subir más los impuestos a los ricos y obstaculizar el funcionamiento de la administración demócrata para ellos aspirar a ganar la presidencia en las próximas elecciones.

Los demócratas consideran que su mandato es proteger el gasto social e inyectar más demanda en la economía para impulsar la recuperación de la producción y el empleo. Eso implica transferir ingresos de los estratos sociales que simplemente lo acumulan a aquellos otros que lo gastan. Los segundos, los pobres gastalones dinamizan las ventas, la producción y el empleo. Los primeros, los ricos austeros, hunden el barco. 

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