Faljoritmo
Jorge Faljo
Vitro, una empresa líder de la manufactura mexicana, con más de cien años de antigüedad, vendió su división de envases para alimentos y bebidas a una empresa norteamericana. Lo cual incluye cinco plantas de manufactura en México, una en Bolivia y su red de distribución en los Estados Unidos.
La venta, por un total de 2.2 mil millones de dólares, se hizo a Owens-Illinois que es “el” gran gigante mundial de la fabricación de contenedores de vidrio para alimentos y bebidas. Si se incluyen subsidiarias y franquicias, O-I fabrica alrededor de la mitad de los envases de este tipo en todo el mundo.
Este es el capítulo final de una historia de reducción de la presencia internacional de Vitro. De vender su producción en 70 países cayó a solo 34; también su volumen de ventas bajó a la mitad. En algún momento esta empresa ocupó el tercer lugar de ventas mundiales y parte fundamental de su mercado eran la fabricación de botellas para cervezas y refrescos en México. Pero su mercado interno se le globalizó en la medida en que se vendieron las grandes cerveceras y tequileras ex mexicanas.
Se trata de una tendencia mundial que hace que las negociaciones para, por ejemplo la compra de insumos, ya no se ubique en los espacios nacionales. El trato entre conglomerados internacionales cada vez más grandes se realiza en los espacios centrales.
La historia de Vitro, como las de muchas otras industrias, señala que la posibilidad de nuestras grandes manufactureras de competir a nivel global tuvo su momento de auge pero, conforme avanza la globalización, esta se reduce. El dogma globalizador es implacable: los no competitivos desaparecerán. Podríamos añadirle que, en nuestro caso, los medianamente competitivos se venderán. Solo parecen ir quedando tres grandes opciones: destrucción de la pequeña y mediana producción; venta de las empresas medianamente competitivas y amasiato, o sea una relación de privilegio con el gobierno.
No culpo de incompetencia a los numerosos empresarios que han decidido vender. Han competido con una piedra en el zapato, un peso caro, que obliga a compensarlo con salarios de hambre. Esto suspendió desde los primeros años ochenta la posible formación de un mercado interno amplio y a la vez profundo, vigoroso. En lugar de ello la inequidad nos dividió en dos mercados, uno profundo, de alto poder de compra, pero pequeño y elitista; otro extenso, pero superficial, para una mayoría con muy baja capacidad de demanda.
Paréntesis: ¿No es una vergüenza que los jornaleros de San Quintín tengan que luchar por 200 pesos al día y seguro social? Del lado norteamericano ganan diez veces más que aquí y la producción es para el mismo mercado y precios. Creo que en las clases de historia patria (¿la estudian las elites?) la secuencia de grandes huelgas será Cananea, Rio Blanco, San Quintín).
Regreso. La venta de Vitro se contabilizará como Inversión Extranjera Directa –IED-, y ayudará a cumplir las metas de nuestro gobierno. Solo que Vitro empleará esa lana para pagar sus deudas en el exterior. Lo que obliga a recordar que las grandes empresas del país han aprovechado las bajas tasas de interés norteamericanas para endeudarse en dólares, incluso con fines especulativos más que de inversión. Esto prepara el camino para que la suerte de Vitro se repita en muchas otras.
Las también recientes ventas de Iusacell y de Nextel a la AT&T, la segunda transnacional de las telecomunicaciones más poderosa del mundo por un monto de 4.37 mil millones de dólares también constituyen entradas de dólares por IED.
En general las ventas patrimoniales de aparato productivo se han facilitado después de la crisis del 2008 por la estrategia de creación monetaria en los Estados Unidos (algo así como imprimir dólares en abundancia) que los convierte en fuertes exportadores de capital. Sus conglomerados pueden pedir prestado a tasas muy bajas y usar ese dinero para comprar empresas en países periféricos.
Si le rascamos un poco más al asunto podemos decir que lo que compran es mercado. En esta perspectiva Vitro no solo vende sus plantas. En la práctica vende el mercado nacional de envases de vidrio; un buen conjunto de consumidores cautivos. Iusacell y Nextel venden su participación de mercado y un potencial de expansión. Comprar mercado es el mayor interés de las transnacionales en un contexto mundial de sobreproducción, es decir de escasez de demanda generalizada.
Con estos dólares se puede posponer la devaluación del peso al nivel que le correspondería dadas las relaciones comerciales y financieras, siempre deficitarias, con el exterior. Pero como lo demuestra nuestra historia, la entrada de IED se convertirá en un tiro por la culata. Es una forma de endeudamiento que, después de la inversión inicial, provoca la salida de dólares en forma de ganancias remitidas a las casas matrices. Lo que solo puede contrarrestarse vendiendo más empresas o endeudándonos más; y así, sucesivamente. Una especie de adicción y círculo vicioso que terminó mal en 1981 y 1994.
Este problema se inscribe dentro de otro mayor. Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía señala que el desarrollo tecnológico asociado a la desigualdad es un gran reto. La tecnología nos lleva a que se requiera cada vez menos trabajo; como sobran los que quieren trabajar se les puede pagar cada vez menos a los que se les concede el privilegio.
La IED se asocia a avances tecnológicos que permiten el acaparamiento del mercado por cada vez menos empresas que destruyen a la competencia. Triunfan las que menos trabajo requieren y se destruye a las más empleadoras. Eso genera la actual situación de abundancia, escaparates y bodegas atiborrados; empresas trabajando a media capacidad y rumbo a la quiebra; y masas sin dinero para comprar.
Hay que pensar en un ingreso ciudadano mínimo, se tenga o no empleo, financiado con impuestos que paguen los que producen mucho y pagan poco. De otro modo ese diferencial en crecimiento puede ser letal para la convivencia nacional.
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