Faljoritmo
Jorge Faljo
Hace unos cincuenta años mi abuela vivía en una vieja casona que tendría, muy probablemente, otro siglo más. Esa mansión de campo pre-porfiriana se encontraba ya en un barrio plenamente urbanizado de la ciudad de México y había sido dividida en cinco departamentos; tres en la construcción antigua y dos más en lo que había sido el patio o jardín.
Un día cualquiera una pareja de vecinos, que ocupaban lo que había sido la sección principal de la casa, anunció que se habían comprado un departamento y que se mudaban. Por lo que se sabía esa pareja no tenía los ingresos suficientes para ahorrar y menos para ese tipo de compra. Además, era absurdo que abandonaran el buen espacio que tenían a cambio de una renta muy baja.
La única explicación posible, decían los vecinos, era que se habían encontrado un tesoro; seguramente una bolsa de monedas de oro enterrada por uno de los antiguos dueños. Lo cual concordaba con los ruidos que durante semanas se habían escuchado y las reparaciones misteriosas que hacían en su parte de la casona.
En todo caso esto era creíble hace medio siglo. Las historias de tesoros escondidos en viejas haciendas eran de dominio público y mucho más frecuentes que hoy en día. Lo cierto es que muchos ricachones del siglo XIX y principios del XX enterraron su fortuna excedente, sobre todo en las épocas de asonadas o bandidaje que en buena medida fueron precursoras de la revolución. Aquí cabría preguntarse si enterraron sus tesoros debido al bandidaje o, al revés, la revolución prendió porque los ricachones escondieron sus fortunas.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y hasta la revolución (1850 – 1911) la máxima señal de riqueza era la posesión de grandes extensiones de tierra, vulgo haciendas. En ese periodo los ricos expandieron sus propiedades despojando a pueblos, comunidades y pequeños propietarios. Sin embargo, de manera por demás paradójica, esto se tradujo en decrementos de la producción. De 1870 a 1900 la producción de maíz se redujo en un treinta por ciento, debido a que a los hacendados no les interesaba producir para el pobrerío sin poder adquisitivo.
A diferencia de los Estados Unidos, en plena expansión industrial, en México lo que se buscaba era sobre todo la conexión a la economía norteamericana mediante vías férreas, signo de modernidad y manera de exportar minerales y granos. Sin una política industrializadora propia la población expulsada del campo no encontraba medios de subsistencia.
Lo que planteo, de manera muy esquemática, es que enterrar las riquezas en lugar de emplearlas para invertir en producción y empleo fue uno de los factores que destruyó un orden absurdo e injusto. Una política industrial, generadora de empleo y asociada a la creación de un mercado interno de consumidores habría cambiado la historia de México.
Esta reflexión viene a cuento por las noticias recientes, por lo menos tres muy destacadas, en las que se revela que políticos de nivel medio, un diputado, un candidato a gobernador y un empresario amigo del presidente, hicieron recientemente inversiones de que van de la docena a cerca del centenar de millones de dólares en la compra de inmuebles en los Estados Unidos, o en inversiones financieras en paraísos fiscales. No me interesan los casos específicos, en los que no se ha encontrado, que yo sepa, ilegalidad alguna. Pero eso es lo de menos. Tampoco estaba prohibido que los ricachones porfiristas enterraran sus riquezas. Y sin embargo era absurdo y, vista como clase social en su conjunto, suicida.
Lo verdaderamente grave son las muchas señales que indican que miles de ricos mexicanos, desde los de medio pelo, hasta los de gran calado, encuentran que la mejor manera de proteger su riqueza es colocarla en paraísos fiscales (Panamá y muchos otros), comprar inmuebles en el exterior, o encerrarla en miles de cajas blindadas personales en los bancos, o en sus casas.
Hoy como en el porfiriato la extracción de riqueza de los trabajadores y el despojo de pueblos y comunidades avanza implacablemente. Pero lo que termina de crear el absurdo de inequidad creciente e inestabilidad social es el hecho de que esta riqueza se entierra. De formas algo más modernas, pero similarmente improductivas.
No afirmo que la opción de los ricachones porfiristas de enterrar sus fortunas fuera una estupidez personal. Se comportaron conforme a la lógica de un modelo económico que les permitió satisfacer una avaricia extrema y luego no les brindó formas de encauzar su riqueza hacia oportunidades de inversión enmarcada en una perspectiva de desarrollo nacional.
Eso mismo falta hoy, y no hablo de convencer a los ricos, sino de la necesidad de que desde el poder del Estado mexicano se configure una política y una estrategia de desarrollo que conjugue el uso de la riqueza disponible, los millones que quieren un trabajo digno y los recursos subutilizados.
Enfrentamos el derrumbe del mal modelo económico de las últimas tres décadas. No nos trajo bienestar, ni empleo, ni fortaleza productiva. Todas sus promesas, hasta las más reciente, han sido incumplidas. Una reforma laboral que no creó empleo; una reforma fiscal con la que seguimos siendo el país que menos recauda entre los miembros de la OCDE; una venta país que ha cedido al exterior la banca, el comercio, la minería, y lo más granado de la producción industrial (acero, vidrio, cerveza, exportaciones).
Todo ello aderezado con promesas de cambio que se abandonan, o se instrumentan a medias, apenas empiezan a “prender” entre los interesados (reforma del campo, combate a la impunidad, manejo de la drogadicción como problema de salud), y sumado al desprestigio internacional extremo en materia de seguridad (alertas para no visitar el país) y derechos humanos.
Todavía es tiempo para salir adelante. Pero no podemos seguir a la deriva del rumbo que marquen las fuerzas del mercado que en México son la suma de las irracionalidades individuales. Urge por lo contrario asumir las capacidades rectoras del estado para abrirnos paso hacia una nueva ruta que conjugue los intereses de la mayoría, incluso empresarios nacionales, orientados a un mercado interno en fortalecimiento y dentro de una sociedad que marche hacia la equidad.
Echar raíces hacia abajo, hacia el pueblo, es la única alternativa para fortalecer en serio al Estado. Eso o atrincherarse en el autoritarismo, que está empeorando todo.
Sr. Jorge Faljo:
ResponderEliminarMuy buen análisis el que retoma de la época de las haciendas, estamos estancados sin el animo de la inversión y el desarrollo de la producción interna por las condiciones impuestas en la política publica del gobierno. Al día de hoy, no debe ignorarse, Mister Donald Trump continua en las preferencias electorales de los estadounidenses es un serio candidato al empezar a retirarse sus contrincantes de partido, y en mi opinión particular nada tiene que hacer Hillary Clinton (aparte de ser racistas son también machistas los norteamericanos).
Y eso es preocupante para nuestro país con la clase política mediocre mexicana, acostumbrada a doblarse ante eso (y muchas otra más por migajas de dinero). Y creo Sr. Faljo, que entraremos en una etapa dura, y "solamente la adversidad nos hará cambiar". Saludos