Faljoritmo
Jorge Faljo
El rey de España, Felipe VI, acaba de disolver las llamadas Cortes Generales, es decir el congreso, y convocó a nuevas elecciones para el próximo 26 de junio. La decisión es parte de un proceso complicado de transición política que no acaba de cuajar. Las elecciones de diputados del pasado 20 de diciembre no pudieron desembocar en la elección de un nuevo gobierno. Desde esa fecha se tiene un gobierno con funciones limitadas y no electo por la población.
España es una democracia parlamentaria en la que el jefe de gobierno es elegido por los diputados. La llamada cámara baja se integra con 350 representantes populares y se necesita que 176 de ellos estén de acuerdo para elegir al jefe del ejecutivo, el primer ministro, por mayoría absoluta. Una segunda opción es elegirlo por mayoría simple de votantes cuando algún grupo se abstiene de votar como resultado de un acuerdo político (no te apoyo, pero no me opongo).
Sin embargo en cuatro meses de negociaciones los partidos políticos no pudieron ponerse de acuerdo para formar una mayoría. Tendrán que seguirlo intentando de acuerdo a los resultados de la próxima votación.
Mientras en la madre patria (expresión de escuela primaria) había solo dos partidos políticos importantes no había pierde; ganaba uno o el otro. Pero en las pasadas elecciones contendieron cuatro partidos de relevancia nacional y otros de carácter regional. El partido Popular (PP, de derecha), a pesar de ser el puntero con 123 escaños perdió la mayoría con la que podía gobernar por sí solo. Debido a su ortodoxia y a su descredito por escándalos de corrupción ningún otro partido aceptó apoyarlo para que llegara a la mayoría.
El partido Socialista (PSOE, de izquierda neoliberal), también sufrió un severo revés al descender a tan sólo 90 diputados. Podemos, un partido de izquierda anti neoliberal muy joven y en veloz ascenso, obtuvo 69 votos, Y, finalmente, Ciudadanos, de centro derecha y también recientemente constituido, ganó 40 sillas.
Tal dispersión, y la falta de flexibilidad para llegar a acuerdos, imposibilitaron la formación de una mayoría. Hubo dos lecturas encontradas. Para el PP ellos deberían seguir gobernando por ser el partido más votado. Los demás consideraron que el voto de los españoles fue en contra de la continuidad, aunque este mensaje se hubiera dividido en varias corrientes políticas.
El caso es que cualquier mayoría sin el PP tenía que sumar a más de dos partidos o, por lo menos, conseguir que el PP se abstuviera de votar.
No formar gobierno fue un hecho inusitado que marca una transición política difícil. El rechazo a la política neoliberal, a la austeridad y a la corrupción es claro; pero no está definido que tan a la izquierda podrá estar el nuevo gobierno. En estos momentos la incertidumbre es si los españoles castigarán a la oposición por su falta de capacidad para ponerse de acuerdo y se fortalece el PP. O podría ocurrir lo contrario, que crezca el movimiento anti austeridad y que, ahora si el PSOE tenga que negociar una alianza con Podemos.
Lo importante es entender que el sistema parlamentario español obliga al establecimiento de alianzas, y a convenios políticos y proyectos de gobierno explícitos y detallados. También se tienen que compartir los ministerios y posiciones importantes donde cada partido puede imprimir su sello. Es decir que se comparte el poder ejecutivo.
También los Estados Unidos se encuentran en una transición política importante. Al parecer y contra lo que muchos creíamos, Donald Trump será el candidato republicano a la presidencia. Gran parte de la elite histórica de ese partido aúlla de rabia y angustia. Pierden el control del partido si aceptan a Trump; y podrían llevar a la ruina al partido si logran hacerle una jugada para quitarle la candidatura. La ciudadanía norteamericana vería esa jugada como algo profundamente antidemocrático.
Trump es un pragmático bárbaro, sin atenuantes ideológicos. Representa el sentir de buena parte de la población, sobre todo blancos no universitarios, muy enojados por el deterioro de sus empleos y la caída de su nivel de vida.
Del lado demócrata la ganadora anunciada es Hillary Clinton, representante de la continuidad neoliberal. Sin embargo Bernie Sanders, su contrincante socialista, no se sale de la carrera porque espera llegar a convención con suficientes delegados para influir en la declaración de principios y en la propuesta de gobierno de su partido. Ha demostrado que la mayoría de los menores de 40 años lo apoyan y Hillary sabe que lo va a necesitar para enfrentar a Trump. Así muy posiblemente Sanders logre obtener concesiones y promesas relevantes de la Hillary. Curiosamente una de sus diferencias es que Hillary apoya al gobierno de Israel contra viento y marea y Sanders, siendo judío, señala que en medio oriente se requiere una paz justa que tome en cuenta los derechos de los palestinos.
Tanto en España como en los Estados Unidos operan democracias funcionales que permiten el ascenso de movimientos de base y mecanismos de negociación que obligan a definir programas explícitos y con consenso mayoritario. Son también sistemas que exponen a sus candidatos a fuego graneado en una dura competencia en la que tienen que demostrar sus capacidades, su cultura, su carácter y el matiz exacto de su posición en multitud de temas de gobierno.
El paradigma mexicano es otro. Tenemos elecciones de dudosa mayoría donde el ganador se lo lleva todo sin haber mostrado mucho más que su sonrisa y su peinado. Se impone un programa de gobierno que nunca fue votado y ni siquiera conocido por la ciudadanía. Es muy fácil que esta visión unilateral recurra al uso de la fuerza y/ o a la compra de conciencias como forma de gobierno.
Nuestro modelo económico, social y político se hunde en el mayor descredito y el ascenso del “mal humor” (Peña dixit) ciudadano. Urge un viraje que refuerce la credibilidad, la transparencia, la verdadera honestidad, el respeto a los derechos humanos y la democracia efectiva en el marco de un Estado que funcione.
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