Jorge Faljo
La globalización empleó al crédito como mecanismo substitutivo del ingreso de salarios e impuestos. Fue su gran “secreto”. Los espacios industriales de tecnología de punta pudieron expandirse y vender prestando sus ganancias excesivas para generarse demanda.
La revolución Thatcher – Reagan redujo los impuestos a las empresas a las grandes fortunas. Así que los gobiernos recurrieron a los préstamos que los privados ofrecían para hacer como que seguían funcionando.
El incremento acelerado y concentrado de la productividad se tradujo en pocos empleos. Y la falta de oportunidades y alternativas obligó a los trabajadores a aceptar pagas exiguas y jornadas extenuantes.
Produciendo mucho pero pagando poco a gobierno y trabajadores el desequilibrio creciente entre oferta y demanda habría impedido la globalización. Pero el problema se resolvió prestando a los grandes demandantes: gobiernos centrales, países y gobiernos en desarrollo, asalariados y clases medias.
El truco funciona pero tenía que agotarse cuando los deudores llegaron a sus límites de su solvencia y empezaran a no pagar. Cuando los prestamistas ya no pudieron cobrar las deudas hipotecarias o a los gobiernos en quiebra del tercer mundo, o de Europa aprendieron la lección y dejaron de prestar sin ton ni son. En ese momento se llegó a la cúspide del avance exitoso de la globalización y empezó su declive.
Se le puede poner fecha, fue entre 2008 con la crisis hipotecaria norteamericana y 2010 con la crisis de deuda soberana en Europa. De entonces para acá la globalización agoniza. Hemos entrado en lo que el Fondo Monetario Internacional llama “estancamiento secular” y ahora ya es lugar común decir que el problema de fondo es la debilidad de la demanda. Es débil porque nace débil, pero ahora ya se nota a gritos porque dejó de recibir el oxígeno del endeudamiento neto. Ahora el endeudamiento es vil reciclamiento que no da poder adquisitivo.
La globalización agoniza pero patalea; está condenada pero amenaza con arrastrar al planeta y a los pueblos al abismo. Y en ese pataleo da sorpresas. Una es que es en las capitales financieras de la globalización, en sus espacios supuestamente más exitosos, donde la población ha logrado hacerse oír en contra.
A pesar del lavado de cerebro globalizador, de las mentiras presentadas como tecnicismos económicos, y de las amenazas catastrofistas, con las recientes elecciones en Estados Unidos de América, la población votó en contra de las elites políticas y económicas. No quiere esto decir que ha triunfado; es más bien parte del proceso agónico y el hacerse oír solo significa, de momento, que arrojó una piedra en la maquinaria con lo que introduce un desorden necesario pero también peligroso.
La segunda gran sorpresa ha sido que la derecha neoliberal ha sido rebasada por la ultra derecha anti neoliberal. Esta última supo leer el profundo descontento de la población; sabe que los empobrecidos tienen razón y que constituyen una fuerza política que conviene administrar. También sabe que la globalización ya no da para más. Resultado que debimos prever, pero no lo hicimos: se han apoderado de la bandera anti globalizadora en Europa y los Estados Unidos. Luego, muy probablemente lo harán en América Latina.
Esto ha dejado pasmadas a las izquierdas neoliberales de Europa, América Latina, y por supuesto, México. Permanecer dentro del cauce neoliberal ha terminado por hundir a las izquierdas. El mensaje de los pueblos es que no quieren medias tintas. Entre un Trump que dice que todo está mal y una Clinton que dice que todo marcha bien la elección fue la más cercana a la verdad.
Trump rebasó por la ultra derecha a los republicanos y transfiguró ese partido en anti globalizador con la idea de que eso bastaría para satisfacer a la población. Con esa bandera se apresta a instrumentar salidas falsas, meras distracciones, mientras que protege las grandes fortunas y privilegios de la minoría.
Muchos republicanos descontentos emigran hacia el partido demócrata que quedó también transfigurado en defensor de la globalización supuestamente amable, de izquierda. Pero ya no hay espacio para esa amabilidad; a la globalización se le corre el maquillaje, huele a cadáver. Por ende ya no hay espacio para una globalización de izquierda.
El partido demócrata, supuestamente izquierdoso pero globalizador, ya no tiene ninguna posibilidad de ganarle a la ultra derecha antiglobalizadora. Lo que obliga a recomponer a fondo las piezas del ajedrez político norteamericano.
Lo que ahora urge es una izquierda también anti globalizadora. Eso apenas existe, pero las condiciones están puestas. Han comenzado las protestas anti Trump, que se incrementarán con sus primeras acciones antipopulares: bajar impuestos a los ricos, destruir los avances de Obama en el sistema de salud.
Confiemos en que las raíces democráticas de esa nación permitirán la pronta reconfiguración de dos bandos políticos radicalmente diferenciados y ambos fuera del dogma neoliberal. Eso en lugar del anterior amasiato demócrata y republicano donde ambos partidos estaban esencialmente de acuerdo en el camino globalizador.
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