Jorge Faljo
¿Usted compraría un carro al que no tuviera derecho a cambiarle las llantas?
No es una pregunta meramente retórica, sino una posibilidad, algo lejana todavía, pero tecnológica y legalmente posible, y es en el sentido general hacia el que se mueven las grandes industrias avanzadas. La pregunta la hacen quienes en los Estados Unidos están demandando tener el derecho, es decir que sea legal y posible, reparar por si mismos, o por un tercero, los aparatos electrónicos de su propiedad.
El prototipo de esta batalla legal son los teléfonos Iphone que han introducido ajustes tecnológicos y operativos cuya finalidad expresa pareciera ser el imposibilitar que sean reparados por un técnico independiente. Los proponentes de este derecho ejemplifican que una reparación sencilla que debiera costar apenas unas decenas de dólares se convierte en una compostura de más de setecientos dólares en el taller de la gran empresa.
No se trata de un caso aislado. Los grupos que encabezan esta la batalla legal ya ha logrado introducir propuestas de reforma legal en 8 estados de la unión americana pero todavía no han conseguido que se transformen en leyes.
Uno de los grupos más combativos es el de los compradores de maquinaria agrícola John Deere. Se trata de grandes tractores, trilladoras, cosechadoras, maquinas combinadas y otras, que pueden costar cientos de miles de dólares. Anteriormente todo productor agropecuario norteamericano tenía un taller mecánico en el que podía por si mismo meterle mano al tractor y resolver buena parte de los problemas relativamente sencillos que se le presentaban.
Sus nuevas máquinas cuentan con GPS y componentes electrónicos que le transmiten al fabricante todo lo que hace la máquina, su gasto de gasolina y aceite por ejemplo, pero que impiden que el productor pueda resolver por si mismo incluso problemas anteriormente sencillos de reparar. Una problema puede enviar la señal a la computadora integrada para detener todas sus funciones; hasta que esta sea diagnosticada en el taller de la gran empresa, se repare ahí y solo en ese taller se le puede dar la instrucción a la computadora para reactivar la máquina.
Los productores se quejan de la pérdida de tiempo que ello les implica. Es frecuente que en plena época de trabajo intenso la maquina tenga una falla misteriosa y que deban esperar días, tal vez hasta más de una semana, para que llegue su turno de reparación. Lo que en esos momentos es inaceptable y de alto costo por el trabajo no realizado.
Muchos productores han recurrido a la piratería informática. En diversos sitios de internet domiciliados en Bulgaria, Ucrania, o China, se venden programas electrónicos e incluso instrumentos especializados para el diagnóstico, calibramiento, reactivación o reprogramación de la maquinaria.
En algunos casos los programas piratas son auténticos; es decir que se distribuyen por ejemplo en algún país de Europa oriental donde la empresa tiene poca presencia y facilita que se pueda recurrir a talleres de reparación independientes. Pero también puede tratarse de todo un sistema operativo alternativo que pueda substituir al original.
Empresas como Iphone o John Deere consideran que los diagramas, los instrumentos de diagnóstico, las herramientas necesarias, las piezas de repuesto y los programas electrónicos son de su propiedad intelectual exclusiva y se niegan a distribuirlos a terceros. Lo mismo hacen fabricantes de equipos para hospitales, computadoras, impresoras y demás.
Son “avances” en detrimento de los consumidores. Por ejemplo, las impresoras cuyos cartuchos de tinta están programados para imprimir un cierto número de páginas y ni una más. No importa que el cartucho todavía tenga tinta. Alterar el programa para usar el total de la tinta excediendo el número de hojas programado sería piratería.
La electrónica permite introducir poderosas barreras “defensivas” en los equipos. Mover una pieza aparentemente inofensiva, fácil de substituir puede disparar una señal de alarma interna que hace que el equipo se apague y solo pueda ser reactivado por la empresa; intentar hacer un diagnóstico electrónico sin el equipo correcto y los secretos del oficio puede hacer que se auto borre toda la programación.
La tendencia es a que cada vez más equipos tengan componentes electrónicos y, por lo tanto, programas, que pueden ser registrados como propiedad intelectual. El resultado práctico es acabar con los talleres de reparación independientes.
La lucha ha iniciado en los Estados Unidos; cada vez más grupos de usuarios de equipos demandan que las grandes empresas sean obligadas a dar a conocer los diagramas de sus aparatos; que vendan las herramientas de diagnóstico y reparación, y las piezas substituibles, a talleres independientes que puedan competir en igualdad de condiciones con los de la empresa.
Sin embargo, la batalla se da en el campo económico; empresas como Iphone y John Deere gastan cientos de miles de dólares en cabilderos y mensajes inductores de pánico sobre riesgos de seguridad (que el celular explote) y de ataques a su propiedad intelectual.
Los avances tecnológicos negativos abren espacios a la proliferación de productos pirata, tanto informáticos como instrumentos y piezas de repuesto, que pueden ser los verdaderamente peligrosos. Es evidente en el caso norteamericano; lo será aún más en el tercer mundo.
No parar en seco estas formas malignas de control total de productos ya vendidos deja a los usuarios inermes y sujetos a estructuras monopólicas de reparación que la hace excesivamente cara y alienta la substitución temprana e innecesaria. Un desperdicio que no debería favorecerse, sobre todo en el tercer mundo.
Tengo la confianza de que los consumidores norteamericanos ganen esta batalla más adelante. En nuestro caso podemos adelantarnos a ganar esta batalla en la renegociación misma del TLCAN. Debemos limitar el respeto a los derechos de propiedad a lo que sea socialmente razonable y no joda a los consumidores.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 30 de julio de 2017
domingo, 23 de julio de 2017
Objetivos norteamericanos en la renegociación del TLCAN
Jorge Faljo
El lunes pasado el gobierno norteamericano publicó en un documento de 17 páginas sus objetivos para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Es un escrito sin rollo, ni medias tintas; es directo y conciso.
Quien conduce la renegociación del lado mexicano, el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, expresó que “la insistencia reiterada sobre este tema de los déficits comerciales sigue siendo preocupante.”
Efectivamente, este documento coloca en primer lugar un objetivo norteamericano largamente anunciado: reducir su déficit comercial. Un objetivo que en la medida que se haga efectivo nos obliga a transformaciones radicales.
No hay en el documento la amenaza de imponer aranceles o barreras a la entrada de productos mexicanos. Pero no podemos ignorar que Wilbur Ross ha dicho que estos mecanismos agresivos están a su disposición si la negociación fracasa.
Lo que piden es que México incremente sus compras de productos norteamericanos; es decir mayor apertura para que ellos puedan exportarnos más hasta igualar el nivel nuestro país les vende.
Esto nos coloca en una difícil disyuntiva. Podemos comprarles más a costa de dejar de producir nosotros; por ejemplo productos agropecuarios, telas y ropa. Sería entrar a otra oleada de destrucción del aparato productivo interno para substituirlo por importaciones. Ya lo vivimos y es una propuesta inaceptable para la sociedad mexicana. Se parecería a lo que recién ocurrió con el azúcar. Se seguirá exportando pero la etapa final de refinación industrial la harán ellos mientras aquí los ingenios se quedan detenidos.
Hay otra alternativa: comprarle más a los Estados Unidos a costa de comprarle menos a otros países; a aquellos con los que tenemos fuertes déficits comerciales. Cambiar las reglas de origen de las exportaciones manufactureras para garantizar mayor contenido de insumos de este hemisferio, y menos insumos orientales, apunta en esta dirección.
Sin embargo para instrumentar esta opción sería necesario imponer aranceles a las importaciones asiáticas. Lo que tiene un riesgo evidente; si los componentes norteamericanos son más caros que los insumos chinos entonces el producto final será más caro y menos competitivo. Esta es sin duda la mejor opción; pero para que resulte viable sería necesario que los Estados Unidos también le den preferencia a las importaciones de México, castigando con aranceles a las importaciones chinas.
Para que funcione la preferencia mutua los tres países (se incluye a Canadá) tienen que adoptar medidas similares; los tres tendrían que imponer aranceles a las importaciones de países que no sean miembros del TLCAN. Tengo la impresión de que es la única manera de responder favorablemente a la demanda norteamericana sin destruir el aparato productivo nacional. Es, en todo caso, el gran reto del último tramo de esta administración: modificar la estrategia económica sin dañar al aparato productivo y a la sociedad mexicana.
Pero no se acaban aquí los problemas. Otros objetivos norteamericanos nos colocan en campo minado.
Uno es su interés en incrementar sus exportaciones agroalimentarias. Al que debe contraponerse el interés nacional por instrumentar la prometida estrategia de desarrollo rural integral. Necesitamos preservar en la negociación un espacio para desarrollar una vida rural digna, que fomente la paz, la cohesión social y la producción campesina y de los pequeños productores.
Un reto interesante es la demanda de que los asuntos laborales ya no sean parte de un anexo, sino componente substancial del nuevo TLCAN. Concretamente los gringos quieren que México adopte en sus leyes y en sus prácticas los estándares laborales básicos reconocidos internacionalmente y expresados por la Organización Internacional del Trabajo. Incluye el reconocimiento efectivo a la sindicalización y a la negociación colectiva. Añade que los países del TLCAN tendrán leyes que establezcan condiciones de trabajo aceptables en relación a salarios mínimos, horas de trabajo y seguridad e higiene en el lugar de trabajo.
Al ser parte integral del nuevo tratado estos acuerdos serían verificables y se sujetarían a los mecanismos de resolución de disputas del resto del tratado. Imaginemos entonces que una empresa canadiense o norteamericana podría demandar al gobierno de México porque permite que sus productores compitan de manera desleal al incumplir los estándares y normas laborales. Un asunto delicado.
El gobierno norteamericano ha puesto sobre la mesa de negociación un sólido documento, producto de una amplia participación, que expresa bien sus intereses.
Urge que México presente su propio documento de objetivos de la renegociación. Y debe también ser resultado de una amplia participación. El sector empresarial exige participar y ya se está moviendo en ese sentido. ¡Qué bueno!
Hay otros que deben participar y hay que apoyarlos. Unos son los campesinos, el sector social de la economía y, en general, los pequeños productores del campo. Su ausencia en la anterior negociación tuvo resultados catastróficos; no debe volver a ocurrir.
Otro grupo muy importante es el de los trabajadores migratorios. Si los gringos meten el tema laboral al tratado, es deber de México introducir los intereses de nuestros compatriotas a la negociación.
Todos debemos estar alertas y expresarnos: universidades, grupos políticos, asociaciones de productores y trabajadores, y demás. La nación mexicana no puede aceptar otra negociación en lo oscurito.
El lunes pasado el gobierno norteamericano publicó en un documento de 17 páginas sus objetivos para la renegociación del Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Es un escrito sin rollo, ni medias tintas; es directo y conciso.
Quien conduce la renegociación del lado mexicano, el Secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, expresó que “la insistencia reiterada sobre este tema de los déficits comerciales sigue siendo preocupante.”
Efectivamente, este documento coloca en primer lugar un objetivo norteamericano largamente anunciado: reducir su déficit comercial. Un objetivo que en la medida que se haga efectivo nos obliga a transformaciones radicales.
No hay en el documento la amenaza de imponer aranceles o barreras a la entrada de productos mexicanos. Pero no podemos ignorar que Wilbur Ross ha dicho que estos mecanismos agresivos están a su disposición si la negociación fracasa.
Lo que piden es que México incremente sus compras de productos norteamericanos; es decir mayor apertura para que ellos puedan exportarnos más hasta igualar el nivel nuestro país les vende.
Esto nos coloca en una difícil disyuntiva. Podemos comprarles más a costa de dejar de producir nosotros; por ejemplo productos agropecuarios, telas y ropa. Sería entrar a otra oleada de destrucción del aparato productivo interno para substituirlo por importaciones. Ya lo vivimos y es una propuesta inaceptable para la sociedad mexicana. Se parecería a lo que recién ocurrió con el azúcar. Se seguirá exportando pero la etapa final de refinación industrial la harán ellos mientras aquí los ingenios se quedan detenidos.
Hay otra alternativa: comprarle más a los Estados Unidos a costa de comprarle menos a otros países; a aquellos con los que tenemos fuertes déficits comerciales. Cambiar las reglas de origen de las exportaciones manufactureras para garantizar mayor contenido de insumos de este hemisferio, y menos insumos orientales, apunta en esta dirección.
Sin embargo para instrumentar esta opción sería necesario imponer aranceles a las importaciones asiáticas. Lo que tiene un riesgo evidente; si los componentes norteamericanos son más caros que los insumos chinos entonces el producto final será más caro y menos competitivo. Esta es sin duda la mejor opción; pero para que resulte viable sería necesario que los Estados Unidos también le den preferencia a las importaciones de México, castigando con aranceles a las importaciones chinas.
Para que funcione la preferencia mutua los tres países (se incluye a Canadá) tienen que adoptar medidas similares; los tres tendrían que imponer aranceles a las importaciones de países que no sean miembros del TLCAN. Tengo la impresión de que es la única manera de responder favorablemente a la demanda norteamericana sin destruir el aparato productivo nacional. Es, en todo caso, el gran reto del último tramo de esta administración: modificar la estrategia económica sin dañar al aparato productivo y a la sociedad mexicana.
Pero no se acaban aquí los problemas. Otros objetivos norteamericanos nos colocan en campo minado.
Uno es su interés en incrementar sus exportaciones agroalimentarias. Al que debe contraponerse el interés nacional por instrumentar la prometida estrategia de desarrollo rural integral. Necesitamos preservar en la negociación un espacio para desarrollar una vida rural digna, que fomente la paz, la cohesión social y la producción campesina y de los pequeños productores.
Un reto interesante es la demanda de que los asuntos laborales ya no sean parte de un anexo, sino componente substancial del nuevo TLCAN. Concretamente los gringos quieren que México adopte en sus leyes y en sus prácticas los estándares laborales básicos reconocidos internacionalmente y expresados por la Organización Internacional del Trabajo. Incluye el reconocimiento efectivo a la sindicalización y a la negociación colectiva. Añade que los países del TLCAN tendrán leyes que establezcan condiciones de trabajo aceptables en relación a salarios mínimos, horas de trabajo y seguridad e higiene en el lugar de trabajo.
Al ser parte integral del nuevo tratado estos acuerdos serían verificables y se sujetarían a los mecanismos de resolución de disputas del resto del tratado. Imaginemos entonces que una empresa canadiense o norteamericana podría demandar al gobierno de México porque permite que sus productores compitan de manera desleal al incumplir los estándares y normas laborales. Un asunto delicado.
El gobierno norteamericano ha puesto sobre la mesa de negociación un sólido documento, producto de una amplia participación, que expresa bien sus intereses.
Urge que México presente su propio documento de objetivos de la renegociación. Y debe también ser resultado de una amplia participación. El sector empresarial exige participar y ya se está moviendo en ese sentido. ¡Qué bueno!
Hay otros que deben participar y hay que apoyarlos. Unos son los campesinos, el sector social de la economía y, en general, los pequeños productores del campo. Su ausencia en la anterior negociación tuvo resultados catastróficos; no debe volver a ocurrir.
Otro grupo muy importante es el de los trabajadores migratorios. Si los gringos meten el tema laboral al tratado, es deber de México introducir los intereses de nuestros compatriotas a la negociación.
Todos debemos estar alertas y expresarnos: universidades, grupos políticos, asociaciones de productores y trabajadores, y demás. La nación mexicana no puede aceptar otra negociación en lo oscurito.
lunes, 17 de julio de 2017
Empleo; los prietitos del arroz
Jorge Faljo
Para el presidente Peña Nieto este es el sexenio del empleo. A lo largo de su administración se han creado más de 2 millones 800 mil empleos; más que en ningún sexenio anterior. El mes de junio en particular destaca por ser el de mayor crecimiento del empleo en la historia. Para el presidente esto refleja el crecimiento de la economía y que México “está avanzando”.
Avanzamos, pero ¿en qué carril? En contraste a los buenos datos de empleo para el mes de junio, el crecimiento de la economía en el mes de abril señala importantes socavones, y no me refiero al del paso exprés, la construcción retrocedió un 9.9 por ciento y la fabricación de maquinaria y equipo un 6.6 por ciento. Cierto que los datos mensuales tienden a ser más inestables que los anuales. Pero el caso es que en el último año la industria retrocedió un 0.8 por ciento.
Una mirada de más largo plazo indica que, de acuerdo al Banco de México, del 2005 al primer trimestre del 2017 el crecimiento del empleo fue de casi 18 por ciento mientras que la masa salarial apenas se elevó un 2 por ciento. Lo cual solo se explica por una importante disminución del ingreso promedio; más empleos que pagan cada vez menos. Si en 1976 la participación de los salarios en el Producto era del 40.2 por ciento hoy en día apenas supera el 28 por ciento. Lo que indica que los incrementos de la productividad han beneficiado solo a los patrones mientras que los salarios retroceden.
A veces la impresión es otra. El secretario de Hacienda, José Antonio Meade Kuribreña recién declaró que el salario mínimo se ha recuperado 12 por ciento en la actual administración. ¿Cómo es esto compatible con la disminución de los ingresos promedio? Es posible porque…
Para empezar gran parte de los trabajadores no reciben salario mínimo así que el aumento no los beneficia. De los casi 52 millones de trabajadores ocupados más de 29 millones son informales; es decir sin prestaciones básicas. Entre los jóvenes de 15 a 19 años el 61 por ciento son informales y de ellos el 15 por ciento no recibe ingresos y otro 22 por ciento gana menos de un salario mínimo. Así que un 37 por ciento trabaja sin ganar el mínimo. Otro dato preocupante es que 37.3 por ciento de los adolescentes de 15 a 19 años no acude a la escuela. Forman parte de los 7 millones de ninis que ni estudian ni trabajan; receta segura para mayores problemas en el futuro.
Banco de México señala que “en el último trimestre se observó una reducción en los salarios reales ante el aumento en la inflación”. No es mucha novedad pero nos lleva a explorar ¿de qué salarios hablamos? Resulta que no de los más bajos. Entre 2005 y 2016 los ingresos salariales del 20 por ciento de los más pobres, incluyendo los que no ganan ni un salario mínimo, tuvieron un aumento, así fuera ridículo. El 10 por ciento más pobre de los asalariados incrementó su ingreso en 3 por ciento; es decir 20 pesos al mes, el siguiente 10 por ciento incrementó su ingreso en nueve pesos al mes. Por lo menos no perdieron ingreso, en contraste con el restante 80 por ciento de los asalariados de mayor ingreso.
El 10 por ciento de los trabajadores en la cúspide salarial fueron los que mayor reducción del ingreso sufrieron. Del 2005 al 2016, cayeron de un promedio de 18 mil setecientos pesos mensuales a poco menos de 15 mil. No quiere decir que los más ricos del país ganen menos, porque los asalariados están lejos de ser los más ricos del país. Ese puesto lo ocupan los empresarios, los rentistas y un sector de profesionistas que trabajan por cuenta propia. El hecho preocupante es que este deterioro de la clase media profesionista polariza a la sociedad y muy posiblemente a la política. Además los asalariados se ven acosados por la presión a alargar las horas de trabajo, a las rotaciones de turno, y a un ambiente laboral enrarecido por un creciente autoritarismo.
Así que tenemos que las dos puntas del ingreso salarial están en problemas. Para el Coneval casi 40 millones de trabajadores no tienen ingresos para comprar una canasta alimentaria adecuada para la familia. En el extremo alto la clase media asalariada ve caer en picada sus ingresos. Los empleos que se generan son de menos de tres mil pesos mensuales y se destruyen los de más de cinco mil.
Celebramos, por lo menos el gobierno, que en marzo la tasa de desocupación fue de solo un 4.12 por ciento, o sea que más del 95 por ciento de la población económicamente activa –PEA-, estuvo ocupada. Algo que parece excelente. A menos que entendamos que la PEA incluye solo a los que tienen o buscan empleo y abordemos el asunto desde otra perspectiva. ¿De qué tamaño es la PEA?
De acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico la participación en el trabajo de la población de Suiza, Suecia e Islandia es de más del ochenta por ciento. El promedio de la población adulta que trabaja en los países de la OCDE es del 71.3 por ciento. En América Latina destaca Brasil con una tasa de participación del 71.4 por ciento.
Entonces ¿porque en México la Población Económicamente Activa es inferior al 60 por ciento? De ninguna manera es un indicador de flojera. Los trabajadores de México y Grecia, son los que más horas al año trabajan en el mundo. Muchas más que los trabajadores de Alemania o de los países industrializados en general.
Lo que nos lleva a concluir que no se capta a los que no buscaron activamente empleo en los días anteriores al levantamiento de las encuestas. Y no se capta debido al desaliento en la búsqueda de empleo, porque ya se conoce la situación del mercado laboral. Pero ante una oferta laboral adecuada muchos de los que no dicen quererlo o buscarlo sin duda lo tomarían.
Lo que tenemos es un alto porcentaje de gente resignada al desempleo ante condiciones laborales poco atractivas, sea por salario, horario, prestaciones, cuidado de los hijos y demás. En condiciones laborales como las de Suecia seguramente aquí también un 80 por ciento de los adultos tendrían o estarían buscando empleo.
Otro ángulo. El gobernador de la ciudad de México, Mancera, le pidió al secretario de Hacienda, Meade, que se elevará el salario mínimo a 92 pesos diarios. Es poco y solo una minoría sería beneficiada. Pero la señal sería fuerte para trabajadores y empresarios; muchos se sentirían alentados a buscar el mejoramiento de sus condiciones laborales a todos los niveles. Para otros empapados del pensamiento neoliberal es simplemente tabú.
Meade contestó que no. Sin embargo, si no se acaba con el trabajo esclavo y no aumenta la demanda, no podremos crecer.
En otro asunto
Indemnizar con un millón de pesos a los familiares de las victimas del socavón del paso exprés, muertos de asfixia después de horas de pedir ayuda, es una burla. Multiplíquenlo por cien, para que de veras les duela en el bolsillo a los responsables. Con decisiones ejemplarizante se puede dar una señal fuerte a los contratistas y acabar con esta forma de impunidad. Solo así podremos sentirnos en seguridad, cuando sepan que si nos dañan perderán hasta la camisa.
Para el presidente Peña Nieto este es el sexenio del empleo. A lo largo de su administración se han creado más de 2 millones 800 mil empleos; más que en ningún sexenio anterior. El mes de junio en particular destaca por ser el de mayor crecimiento del empleo en la historia. Para el presidente esto refleja el crecimiento de la economía y que México “está avanzando”.
Avanzamos, pero ¿en qué carril? En contraste a los buenos datos de empleo para el mes de junio, el crecimiento de la economía en el mes de abril señala importantes socavones, y no me refiero al del paso exprés, la construcción retrocedió un 9.9 por ciento y la fabricación de maquinaria y equipo un 6.6 por ciento. Cierto que los datos mensuales tienden a ser más inestables que los anuales. Pero el caso es que en el último año la industria retrocedió un 0.8 por ciento.
Una mirada de más largo plazo indica que, de acuerdo al Banco de México, del 2005 al primer trimestre del 2017 el crecimiento del empleo fue de casi 18 por ciento mientras que la masa salarial apenas se elevó un 2 por ciento. Lo cual solo se explica por una importante disminución del ingreso promedio; más empleos que pagan cada vez menos. Si en 1976 la participación de los salarios en el Producto era del 40.2 por ciento hoy en día apenas supera el 28 por ciento. Lo que indica que los incrementos de la productividad han beneficiado solo a los patrones mientras que los salarios retroceden.
A veces la impresión es otra. El secretario de Hacienda, José Antonio Meade Kuribreña recién declaró que el salario mínimo se ha recuperado 12 por ciento en la actual administración. ¿Cómo es esto compatible con la disminución de los ingresos promedio? Es posible porque…
Para empezar gran parte de los trabajadores no reciben salario mínimo así que el aumento no los beneficia. De los casi 52 millones de trabajadores ocupados más de 29 millones son informales; es decir sin prestaciones básicas. Entre los jóvenes de 15 a 19 años el 61 por ciento son informales y de ellos el 15 por ciento no recibe ingresos y otro 22 por ciento gana menos de un salario mínimo. Así que un 37 por ciento trabaja sin ganar el mínimo. Otro dato preocupante es que 37.3 por ciento de los adolescentes de 15 a 19 años no acude a la escuela. Forman parte de los 7 millones de ninis que ni estudian ni trabajan; receta segura para mayores problemas en el futuro.
Banco de México señala que “en el último trimestre se observó una reducción en los salarios reales ante el aumento en la inflación”. No es mucha novedad pero nos lleva a explorar ¿de qué salarios hablamos? Resulta que no de los más bajos. Entre 2005 y 2016 los ingresos salariales del 20 por ciento de los más pobres, incluyendo los que no ganan ni un salario mínimo, tuvieron un aumento, así fuera ridículo. El 10 por ciento más pobre de los asalariados incrementó su ingreso en 3 por ciento; es decir 20 pesos al mes, el siguiente 10 por ciento incrementó su ingreso en nueve pesos al mes. Por lo menos no perdieron ingreso, en contraste con el restante 80 por ciento de los asalariados de mayor ingreso.
El 10 por ciento de los trabajadores en la cúspide salarial fueron los que mayor reducción del ingreso sufrieron. Del 2005 al 2016, cayeron de un promedio de 18 mil setecientos pesos mensuales a poco menos de 15 mil. No quiere decir que los más ricos del país ganen menos, porque los asalariados están lejos de ser los más ricos del país. Ese puesto lo ocupan los empresarios, los rentistas y un sector de profesionistas que trabajan por cuenta propia. El hecho preocupante es que este deterioro de la clase media profesionista polariza a la sociedad y muy posiblemente a la política. Además los asalariados se ven acosados por la presión a alargar las horas de trabajo, a las rotaciones de turno, y a un ambiente laboral enrarecido por un creciente autoritarismo.
Así que tenemos que las dos puntas del ingreso salarial están en problemas. Para el Coneval casi 40 millones de trabajadores no tienen ingresos para comprar una canasta alimentaria adecuada para la familia. En el extremo alto la clase media asalariada ve caer en picada sus ingresos. Los empleos que se generan son de menos de tres mil pesos mensuales y se destruyen los de más de cinco mil.
Celebramos, por lo menos el gobierno, que en marzo la tasa de desocupación fue de solo un 4.12 por ciento, o sea que más del 95 por ciento de la población económicamente activa –PEA-, estuvo ocupada. Algo que parece excelente. A menos que entendamos que la PEA incluye solo a los que tienen o buscan empleo y abordemos el asunto desde otra perspectiva. ¿De qué tamaño es la PEA?
De acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico la participación en el trabajo de la población de Suiza, Suecia e Islandia es de más del ochenta por ciento. El promedio de la población adulta que trabaja en los países de la OCDE es del 71.3 por ciento. En América Latina destaca Brasil con una tasa de participación del 71.4 por ciento.
Entonces ¿porque en México la Población Económicamente Activa es inferior al 60 por ciento? De ninguna manera es un indicador de flojera. Los trabajadores de México y Grecia, son los que más horas al año trabajan en el mundo. Muchas más que los trabajadores de Alemania o de los países industrializados en general.
Lo que nos lleva a concluir que no se capta a los que no buscaron activamente empleo en los días anteriores al levantamiento de las encuestas. Y no se capta debido al desaliento en la búsqueda de empleo, porque ya se conoce la situación del mercado laboral. Pero ante una oferta laboral adecuada muchos de los que no dicen quererlo o buscarlo sin duda lo tomarían.
Lo que tenemos es un alto porcentaje de gente resignada al desempleo ante condiciones laborales poco atractivas, sea por salario, horario, prestaciones, cuidado de los hijos y demás. En condiciones laborales como las de Suecia seguramente aquí también un 80 por ciento de los adultos tendrían o estarían buscando empleo.
Otro ángulo. El gobernador de la ciudad de México, Mancera, le pidió al secretario de Hacienda, Meade, que se elevará el salario mínimo a 92 pesos diarios. Es poco y solo una minoría sería beneficiada. Pero la señal sería fuerte para trabajadores y empresarios; muchos se sentirían alentados a buscar el mejoramiento de sus condiciones laborales a todos los niveles. Para otros empapados del pensamiento neoliberal es simplemente tabú.
Meade contestó que no. Sin embargo, si no se acaba con el trabajo esclavo y no aumenta la demanda, no podremos crecer.
En otro asunto
Indemnizar con un millón de pesos a los familiares de las victimas del socavón del paso exprés, muertos de asfixia después de horas de pedir ayuda, es una burla. Multiplíquenlo por cien, para que de veras les duela en el bolsillo a los responsables. Con decisiones ejemplarizante se puede dar una señal fuerte a los contratistas y acabar con esta forma de impunidad. Solo así podremos sentirnos en seguridad, cuando sepan que si nos dañan perderán hasta la camisa.
sábado, 8 de julio de 2017
Consejos para el G20
Jorge Faljo
Los veinte países de mayor poder económico, representados por los titulares de su poder ejecutivo, se acaban de reunir en Hamburgo, Alemania. En conjunto representan el 85 por ciento de la economía mundial y la reunión sirve para intercambiar puntos de vista, y tal vez llegar a acuerdos generales, sobre los grandes temas de interés mundial.
Acuden a una reunión que como pocas veces en décadas recientes está plagada de incertidumbres, o tal vez habría que decir, de desacuerdos. La agenda de la discusión incluye temas que anteriormente estaban más o menos consensados por lo menos de palabra. El cambio climático, el trato a decenas de millones de refugiados y migrantes, e incluso el libre comercio son ahora motivo de discordia.
El eje de las mayores discrepancias es la posición de la nueva administración norteamericana. Para decirlo en seco, Trump por sus posiciones y su estilo rudo, ignorante y sin autocontrol, es la mayor fuente de incertidumbre. Tal vez lo es porque el mismo es un hibrido absurdo. Triunfó con promesas “populistas” de defensa del empleo y los salarios, mejor sistema de salud para todos y repudio a Wall Street pero marcha en sentido contrario. Es el mejor ejemplo del último recurso de la ultraderecha, la mentira dicha con total cara dura.
Trump es un riesgo para todos y en particular para México. Pero este artículo no se centra en la reunión del G20 propiamente dicha, sino en lo que podríamos llamar los consejos o propuestas previos que emanan de los grandes centros del pensamiento internacional neoliberal. Me refiero al Fondo Monetario Internacional –FMI- y a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –OCDE.
Estas grandes organizaciones se han posicionado con antelación a esta reunión del G20. Lo interesante es que al hacerlo dejan traslucir su gran preocupación ante la creciente avalancha en donde las bases sociales exigen cambios a la estrategia de globalización. Reconocen su fuerza y ante ella abandonan su anteriormente cerrada ortodoxia para, ahora, proponer suavizar el embate de las elites en contra de la mayoría de la humanidad.
Pretendo destacar únicamente lo que veo como un aderezo novedoso al viejo discurso neoliberal. No veo un cambio de fondo; pero de cualquier manera se observa el abandono de la ortodoxia por un cambio en la correlación de fuerzas mundial. Sencillamente dicho; el miedo no anda en burro.
Un documento preparado para la ocasión por el personal del FMI señala que aunque cierto nivel de desequilibrio en el comercio internacional puede ser natural, conviene corregir sus excesos. Algunos países, señala el escrito, tienen fuertes déficits, por ejemplo los Estados Unidos y el Reino Unido, y otros fuertes superávits, por ejemplo Alemania, China, Core y Japón. Para Christine Lagarde, directora de esta organización, "tanto los países con superávit como los países con déficit deben enfrentar este problema ahora para evitar correcciones mayores en el futuro.”
Otra preocupación es la caída de la porción de los salarios dentro del producto; la cual se asocia a una creciente inequidad en la distribución del ingreso cuya persistencia puede deteriorar al crecimiento económico mismo. Ahora el FMI se preocupa porque los frutos del crecimiento no llegan a los segmentos de la población de menores ingresos y considera que si se fracasa en lograr un crecimiento más incluyente se estaría minando la cohesión social y el cada vez más frágil consenso político. Propone medidas de apoyo activo a los afectados cuando la maquinaria y la tecnología, o el comercio, desplazan los empleos.
Desequilibrio comercial e inequidad no son en realidad dos temas novedosos; pero si asuntos que no le importaban mayormente al FMI. Lo que hace, tardíamente, es reflejar una exigencia creciente que surge desde la base social y otros espacios de análisis. Fue particularmente importante que la contienda electoral norteamericana fuera ganada enarbolando precisamente las banderas de acabar con el déficit comercial y la de recuperar los empleos bien pagados.
La OCDE en un documento reciente, firmado por Ángel Gurria, apunta que el ingreso del 10 por ciento más rico dentro de este grupo de países es cerca de diez veces mayor que el del 10 por ciento más pobre cuando, en 1980 era solo siete veces mayor. Ahora el uno por ciento de los hogares más ricos posee el 19 por ciento de la riqueza mientras que el 40 por ciento de menor ingreso posee únicamente el 3 por ciento. El regreso a una dinámica de crecimiento sana requiere, dice el documento, mayor compromiso con políticas de inclusión económica. Se requieren acciones urgentes para restaurar la confianza de la gente en la justicia y transparencia de los gobiernos y en la legitimidad de la globalización.
Para la OCDE, como para el FMI, la inclusión social y la reducción de la inequidad son necesarias para salvaguardar la cohesión social. La experiencia de las pasadas décadas muestra que el avance tecnológico no se traduce automáticamente en mejores ingresos para la población que ocupa los estratos económicos más bajos. Propone, en suma, abordar con seriedad lo que llama las “preocupaciones subyacentes a la reacción populista contra la globalización”. Algo que la lleva a lo que hace poco era impensable; aconseja revalorar el papel de la negociación colectiva; es decir darle fuerza a los sindicatos como factor de equidad y estabilidad.
Nuestras elites políticas harían bien en reflexionar cómo reaccionar ante los nuevos consejos y orientaciones que están siendo incorporados a la agenda internacional. Somos un país que conjuga un gran superávit comercial, con los Estados Unidos, y un gran déficit con China. Es decir que jugamos en los dos lados de la cancha.
Por otro lado tenemos pendiente el tema de la exclusión, la inequidad y el enorme rezago salarial. En todo caso debiéramos escuchar cuando desde los espacios del poder se propone aliviar estos problemas en favor de estabilidad política. Lo que se pide es un sacrificio moderado a las elites; de otro modo el cambio pospuesto llegará, como da a entender Lagarde, con mayor fuerza y riesgos.
Los veinte países de mayor poder económico, representados por los titulares de su poder ejecutivo, se acaban de reunir en Hamburgo, Alemania. En conjunto representan el 85 por ciento de la economía mundial y la reunión sirve para intercambiar puntos de vista, y tal vez llegar a acuerdos generales, sobre los grandes temas de interés mundial.
Acuden a una reunión que como pocas veces en décadas recientes está plagada de incertidumbres, o tal vez habría que decir, de desacuerdos. La agenda de la discusión incluye temas que anteriormente estaban más o menos consensados por lo menos de palabra. El cambio climático, el trato a decenas de millones de refugiados y migrantes, e incluso el libre comercio son ahora motivo de discordia.
El eje de las mayores discrepancias es la posición de la nueva administración norteamericana. Para decirlo en seco, Trump por sus posiciones y su estilo rudo, ignorante y sin autocontrol, es la mayor fuente de incertidumbre. Tal vez lo es porque el mismo es un hibrido absurdo. Triunfó con promesas “populistas” de defensa del empleo y los salarios, mejor sistema de salud para todos y repudio a Wall Street pero marcha en sentido contrario. Es el mejor ejemplo del último recurso de la ultraderecha, la mentira dicha con total cara dura.
Trump es un riesgo para todos y en particular para México. Pero este artículo no se centra en la reunión del G20 propiamente dicha, sino en lo que podríamos llamar los consejos o propuestas previos que emanan de los grandes centros del pensamiento internacional neoliberal. Me refiero al Fondo Monetario Internacional –FMI- y a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –OCDE.
Estas grandes organizaciones se han posicionado con antelación a esta reunión del G20. Lo interesante es que al hacerlo dejan traslucir su gran preocupación ante la creciente avalancha en donde las bases sociales exigen cambios a la estrategia de globalización. Reconocen su fuerza y ante ella abandonan su anteriormente cerrada ortodoxia para, ahora, proponer suavizar el embate de las elites en contra de la mayoría de la humanidad.
Pretendo destacar únicamente lo que veo como un aderezo novedoso al viejo discurso neoliberal. No veo un cambio de fondo; pero de cualquier manera se observa el abandono de la ortodoxia por un cambio en la correlación de fuerzas mundial. Sencillamente dicho; el miedo no anda en burro.
Un documento preparado para la ocasión por el personal del FMI señala que aunque cierto nivel de desequilibrio en el comercio internacional puede ser natural, conviene corregir sus excesos. Algunos países, señala el escrito, tienen fuertes déficits, por ejemplo los Estados Unidos y el Reino Unido, y otros fuertes superávits, por ejemplo Alemania, China, Core y Japón. Para Christine Lagarde, directora de esta organización, "tanto los países con superávit como los países con déficit deben enfrentar este problema ahora para evitar correcciones mayores en el futuro.”
Otra preocupación es la caída de la porción de los salarios dentro del producto; la cual se asocia a una creciente inequidad en la distribución del ingreso cuya persistencia puede deteriorar al crecimiento económico mismo. Ahora el FMI se preocupa porque los frutos del crecimiento no llegan a los segmentos de la población de menores ingresos y considera que si se fracasa en lograr un crecimiento más incluyente se estaría minando la cohesión social y el cada vez más frágil consenso político. Propone medidas de apoyo activo a los afectados cuando la maquinaria y la tecnología, o el comercio, desplazan los empleos.
Desequilibrio comercial e inequidad no son en realidad dos temas novedosos; pero si asuntos que no le importaban mayormente al FMI. Lo que hace, tardíamente, es reflejar una exigencia creciente que surge desde la base social y otros espacios de análisis. Fue particularmente importante que la contienda electoral norteamericana fuera ganada enarbolando precisamente las banderas de acabar con el déficit comercial y la de recuperar los empleos bien pagados.
La OCDE en un documento reciente, firmado por Ángel Gurria, apunta que el ingreso del 10 por ciento más rico dentro de este grupo de países es cerca de diez veces mayor que el del 10 por ciento más pobre cuando, en 1980 era solo siete veces mayor. Ahora el uno por ciento de los hogares más ricos posee el 19 por ciento de la riqueza mientras que el 40 por ciento de menor ingreso posee únicamente el 3 por ciento. El regreso a una dinámica de crecimiento sana requiere, dice el documento, mayor compromiso con políticas de inclusión económica. Se requieren acciones urgentes para restaurar la confianza de la gente en la justicia y transparencia de los gobiernos y en la legitimidad de la globalización.
Para la OCDE, como para el FMI, la inclusión social y la reducción de la inequidad son necesarias para salvaguardar la cohesión social. La experiencia de las pasadas décadas muestra que el avance tecnológico no se traduce automáticamente en mejores ingresos para la población que ocupa los estratos económicos más bajos. Propone, en suma, abordar con seriedad lo que llama las “preocupaciones subyacentes a la reacción populista contra la globalización”. Algo que la lleva a lo que hace poco era impensable; aconseja revalorar el papel de la negociación colectiva; es decir darle fuerza a los sindicatos como factor de equidad y estabilidad.
Nuestras elites políticas harían bien en reflexionar cómo reaccionar ante los nuevos consejos y orientaciones que están siendo incorporados a la agenda internacional. Somos un país que conjuga un gran superávit comercial, con los Estados Unidos, y un gran déficit con China. Es decir que jugamos en los dos lados de la cancha.
Por otro lado tenemos pendiente el tema de la exclusión, la inequidad y el enorme rezago salarial. En todo caso debiéramos escuchar cuando desde los espacios del poder se propone aliviar estos problemas en favor de estabilidad política. Lo que se pide es un sacrificio moderado a las elites; de otro modo el cambio pospuesto llegará, como da a entender Lagarde, con mayor fuerza y riesgos.
lunes, 3 de julio de 2017
Alianza del Pacífico; el camino trillado
Jorge Faljo
Los presidentes de México, Chile, Colombia y Perú se reunieron en Cali, Colombia. Una reunión cumbre de la Alianza del Pacífico en la que se integran estos cuatro países que comparten una misma visión del desarrollo y el libre comercio. Así lo dice la presentación del grupo. Si uno observa un mapa puede ver que entre ellos cubren la mayor parte de la costa que da al Océano Pacífico, un inmenso mar en el que, del otro lado, colinda China y otros países asiáticos.
La intención del grupo es promover la integración de sus economías mediante el libre movimiento de mercancías, capitales y personas. Hasta se habló, para un futuro impreciso, de la posibilidad de compartir un pasaporte común. Es un grupo que intenta atraer a Costa Rica y Panamá de un lado y a Australia y Nueva Zelanda del otro
.
Predominó en la cumbre el discurso habitual y desgastado en favor de la globalización como solución de todos los males; es decir el modelo económico de las últimas décadas. Sin embargo el fraseo de algunas declaraciones deja entrever la frustración y hasta angustia porque se trata de un modelo que nos está dejando colgados de la brocha.
Para la presidente de Chile, Michelle Bachelet, se trata de redefinir como bloque latinoamericano la apertura con otros países, en particular asiáticos que son los que más están creciendo. Hay cierta urgencia en ello a partir de la decisión del nuevo gobierno norteamericano de salirse de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico. De hecho los gringos ahora atribuyen a los que ellos llaman malos tratados de libre comercio la causa de sus males: desindustrialización y pérdida de empleos manufactureros, que eran los que pagaban bien.
Así que los países de la Alianza están en busca de nuevos mercados. Pero no será nada fácil debido al lento crecimiento de la economía y el comercio en el mundo que, sobre todo por la debilidad de la demanda, no están ofreciendo buenas oportunidades para ampliar las exportaciones. Pero además estos presidentes quieren el remedio y el trapito.
Para ampliar sus exportaciones han determinado que lo primero que necesitan es atraer empresas extranjeras que aprovechen sus recursos y mano de obra y sean las que exporten. Los cuatro presidentes de definieron como amigos de la inversión extranjera.
Para Santos, presidente de Colombia, “América Latina está ávida de capital” y los países del mundo se encuentran en competencia entre ellos para atraerla. Cierto, para eso ofrecen estímulos fiscales, apoyos económicos (terrenos, infraestructura, bajo precio de servicios), estabilidad y seguridad, sindicatos blancos y mano de obra barata y dócil. Tal vez así llegarán las grandes empresas para conquistar primero el mercado ampliado de estos países y, también para exportar.
Se olvidan, o no saben, estos presidentes que los países ahora industrializados no lo consiguieron en base a inversiones y capitales extranjeros. Partieron de multitud de empresas pequeñas y medianas que tenían rentabilidad, ahorraban e invertían y así consiguieron ir creciendo en tamaño y productividad. La clave del crecimiento sostenido hacia la industrialización fue el equilibrio entre la rentabilidad y la inversión de un lado, y el incremento salarial razonable y la ampliación del mercado por el otro.
Pero nuestros gobiernos hace ya décadas que decidieron saltarse ese paso; el del crecimiento auto sostenido y gradual de producción y consumo. Pretenden por el contrario dar un gran brinco tecnológico y económico sobre la base de atraer capitales externos, empresas grandes “prefabricadas” en el exterior y adecuadas a grandes mercados.
No es que no haya posibilidad de producir con empresas de menor tamaño y tecnologías menos avanzadas. Algunos cientos o miles de empresas familiares de, por ejemplo, zapatos, podrían surtir el mercado interno. Pero en el mercado globalizador es mejor atraer y darle el mercado existente a una o dos grandes empresas de punta que crearán un magnifico escaparate de modernidad y serán propicias a los grandes negocios de las elites.
El problema es que en nuestros países donde el salario no crece cuando llega la transnacional se destruye la pequeña producción. Tal es la tragedia de nuestra historia. El aparato productivo construido en la mayor parte del siglo pasado, cuando el país crecía aceleradamente, a ritmos del seis por ciento anual, y la población elevaba sus niveles de vida, se condenó a muerte por ineficiente y poco moderno.
Si es posible crecer a partir de fortalecer lo propio y sin capital externo. Si para muestra basta un enorme botón podemos ver el acelerado crecimiento de China basado en la exportación de capitales (para crearse demanda en el exterior), la substitución de importaciones, y el fortalecimiento del mercado interno. China es la gran prestamista del mundo, incluyendo a los Estados Unidos; sus obreros ganan más que los latinoamericanos; y se ha convertido en la gran fábrica del mundo.
La Alianza del Pacifico insiste en un camino trillado y fracasado. La atracción de capital externo para exportar al mismo tiempo que se ahorca el mercado interno y se empobrece a la población. Esa ruta ya no da para más y para entenderlo les convendría a nuestras elites estar al tanto del nuevo tono y mensajes de las grandes organizaciones internacionales preocupadas por la revuelta populista y, en consecuencia, por la inequidad y los bajos ingresos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, que agrupa a los 34 países más industrializados del mundo, reconoce en su reporte sobre el empleo 2017, la insatisfacción con las políticas que ha impulsado, incluyendo la promoción del comercio internacional y la inversión. Señala que “ya es evidente que muchas de las preocupaciones que sustentan la reacción contra la globalización y el comercio son reales” y por ello, dice, habrá que reconsiderar muchas decisiones. Ahora la OCDE propone revaluar y apoyar el papel de los sindicatos para contribuir a la estabilidad y la equidad económica.
El pensamiento neoliberal se actualiza; esperemos que nuestros neoliberales del tercer mundo no se queden atrás.
Los presidentes de México, Chile, Colombia y Perú se reunieron en Cali, Colombia. Una reunión cumbre de la Alianza del Pacífico en la que se integran estos cuatro países que comparten una misma visión del desarrollo y el libre comercio. Así lo dice la presentación del grupo. Si uno observa un mapa puede ver que entre ellos cubren la mayor parte de la costa que da al Océano Pacífico, un inmenso mar en el que, del otro lado, colinda China y otros países asiáticos.
La intención del grupo es promover la integración de sus economías mediante el libre movimiento de mercancías, capitales y personas. Hasta se habló, para un futuro impreciso, de la posibilidad de compartir un pasaporte común. Es un grupo que intenta atraer a Costa Rica y Panamá de un lado y a Australia y Nueva Zelanda del otro
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Predominó en la cumbre el discurso habitual y desgastado en favor de la globalización como solución de todos los males; es decir el modelo económico de las últimas décadas. Sin embargo el fraseo de algunas declaraciones deja entrever la frustración y hasta angustia porque se trata de un modelo que nos está dejando colgados de la brocha.
Para la presidente de Chile, Michelle Bachelet, se trata de redefinir como bloque latinoamericano la apertura con otros países, en particular asiáticos que son los que más están creciendo. Hay cierta urgencia en ello a partir de la decisión del nuevo gobierno norteamericano de salirse de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico. De hecho los gringos ahora atribuyen a los que ellos llaman malos tratados de libre comercio la causa de sus males: desindustrialización y pérdida de empleos manufactureros, que eran los que pagaban bien.
Así que los países de la Alianza están en busca de nuevos mercados. Pero no será nada fácil debido al lento crecimiento de la economía y el comercio en el mundo que, sobre todo por la debilidad de la demanda, no están ofreciendo buenas oportunidades para ampliar las exportaciones. Pero además estos presidentes quieren el remedio y el trapito.
Para ampliar sus exportaciones han determinado que lo primero que necesitan es atraer empresas extranjeras que aprovechen sus recursos y mano de obra y sean las que exporten. Los cuatro presidentes de definieron como amigos de la inversión extranjera.
Para Santos, presidente de Colombia, “América Latina está ávida de capital” y los países del mundo se encuentran en competencia entre ellos para atraerla. Cierto, para eso ofrecen estímulos fiscales, apoyos económicos (terrenos, infraestructura, bajo precio de servicios), estabilidad y seguridad, sindicatos blancos y mano de obra barata y dócil. Tal vez así llegarán las grandes empresas para conquistar primero el mercado ampliado de estos países y, también para exportar.
Se olvidan, o no saben, estos presidentes que los países ahora industrializados no lo consiguieron en base a inversiones y capitales extranjeros. Partieron de multitud de empresas pequeñas y medianas que tenían rentabilidad, ahorraban e invertían y así consiguieron ir creciendo en tamaño y productividad. La clave del crecimiento sostenido hacia la industrialización fue el equilibrio entre la rentabilidad y la inversión de un lado, y el incremento salarial razonable y la ampliación del mercado por el otro.
Pero nuestros gobiernos hace ya décadas que decidieron saltarse ese paso; el del crecimiento auto sostenido y gradual de producción y consumo. Pretenden por el contrario dar un gran brinco tecnológico y económico sobre la base de atraer capitales externos, empresas grandes “prefabricadas” en el exterior y adecuadas a grandes mercados.
No es que no haya posibilidad de producir con empresas de menor tamaño y tecnologías menos avanzadas. Algunos cientos o miles de empresas familiares de, por ejemplo, zapatos, podrían surtir el mercado interno. Pero en el mercado globalizador es mejor atraer y darle el mercado existente a una o dos grandes empresas de punta que crearán un magnifico escaparate de modernidad y serán propicias a los grandes negocios de las elites.
El problema es que en nuestros países donde el salario no crece cuando llega la transnacional se destruye la pequeña producción. Tal es la tragedia de nuestra historia. El aparato productivo construido en la mayor parte del siglo pasado, cuando el país crecía aceleradamente, a ritmos del seis por ciento anual, y la población elevaba sus niveles de vida, se condenó a muerte por ineficiente y poco moderno.
Si es posible crecer a partir de fortalecer lo propio y sin capital externo. Si para muestra basta un enorme botón podemos ver el acelerado crecimiento de China basado en la exportación de capitales (para crearse demanda en el exterior), la substitución de importaciones, y el fortalecimiento del mercado interno. China es la gran prestamista del mundo, incluyendo a los Estados Unidos; sus obreros ganan más que los latinoamericanos; y se ha convertido en la gran fábrica del mundo.
La Alianza del Pacifico insiste en un camino trillado y fracasado. La atracción de capital externo para exportar al mismo tiempo que se ahorca el mercado interno y se empobrece a la población. Esa ruta ya no da para más y para entenderlo les convendría a nuestras elites estar al tanto del nuevo tono y mensajes de las grandes organizaciones internacionales preocupadas por la revuelta populista y, en consecuencia, por la inequidad y los bajos ingresos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, que agrupa a los 34 países más industrializados del mundo, reconoce en su reporte sobre el empleo 2017, la insatisfacción con las políticas que ha impulsado, incluyendo la promoción del comercio internacional y la inversión. Señala que “ya es evidente que muchas de las preocupaciones que sustentan la reacción contra la globalización y el comercio son reales” y por ello, dice, habrá que reconsiderar muchas decisiones. Ahora la OCDE propone revaluar y apoyar el papel de los sindicatos para contribuir a la estabilidad y la equidad económica.
El pensamiento neoliberal se actualiza; esperemos que nuestros neoliberales del tercer mundo no se queden atrás.
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