Jorge Faljo
¿Usted compraría un carro al que no tuviera derecho a cambiarle las llantas?
No es una pregunta meramente retórica, sino una posibilidad, algo lejana todavía, pero tecnológica y legalmente posible, y es en el sentido general hacia el que se mueven las grandes industrias avanzadas. La pregunta la hacen quienes en los Estados Unidos están demandando tener el derecho, es decir que sea legal y posible, reparar por si mismos, o por un tercero, los aparatos electrónicos de su propiedad.
El prototipo de esta batalla legal son los teléfonos Iphone que han introducido ajustes tecnológicos y operativos cuya finalidad expresa pareciera ser el imposibilitar que sean reparados por un técnico independiente. Los proponentes de este derecho ejemplifican que una reparación sencilla que debiera costar apenas unas decenas de dólares se convierte en una compostura de más de setecientos dólares en el taller de la gran empresa.
No se trata de un caso aislado. Los grupos que encabezan esta la batalla legal ya ha logrado introducir propuestas de reforma legal en 8 estados de la unión americana pero todavía no han conseguido que se transformen en leyes.
Uno de los grupos más combativos es el de los compradores de maquinaria agrícola John Deere. Se trata de grandes tractores, trilladoras, cosechadoras, maquinas combinadas y otras, que pueden costar cientos de miles de dólares. Anteriormente todo productor agropecuario norteamericano tenía un taller mecánico en el que podía por si mismo meterle mano al tractor y resolver buena parte de los problemas relativamente sencillos que se le presentaban.
Sus nuevas máquinas cuentan con GPS y componentes electrónicos que le transmiten al fabricante todo lo que hace la máquina, su gasto de gasolina y aceite por ejemplo, pero que impiden que el productor pueda resolver por si mismo incluso problemas anteriormente sencillos de reparar. Una problema puede enviar la señal a la computadora integrada para detener todas sus funciones; hasta que esta sea diagnosticada en el taller de la gran empresa, se repare ahí y solo en ese taller se le puede dar la instrucción a la computadora para reactivar la máquina.
Los productores se quejan de la pérdida de tiempo que ello les implica. Es frecuente que en plena época de trabajo intenso la maquina tenga una falla misteriosa y que deban esperar días, tal vez hasta más de una semana, para que llegue su turno de reparación. Lo que en esos momentos es inaceptable y de alto costo por el trabajo no realizado.
Muchos productores han recurrido a la piratería informática. En diversos sitios de internet domiciliados en Bulgaria, Ucrania, o China, se venden programas electrónicos e incluso instrumentos especializados para el diagnóstico, calibramiento, reactivación o reprogramación de la maquinaria.
En algunos casos los programas piratas son auténticos; es decir que se distribuyen por ejemplo en algún país de Europa oriental donde la empresa tiene poca presencia y facilita que se pueda recurrir a talleres de reparación independientes. Pero también puede tratarse de todo un sistema operativo alternativo que pueda substituir al original.
Empresas como Iphone o John Deere consideran que los diagramas, los instrumentos de diagnóstico, las herramientas necesarias, las piezas de repuesto y los programas electrónicos son de su propiedad intelectual exclusiva y se niegan a distribuirlos a terceros. Lo mismo hacen fabricantes de equipos para hospitales, computadoras, impresoras y demás.
Son “avances” en detrimento de los consumidores. Por ejemplo, las impresoras cuyos cartuchos de tinta están programados para imprimir un cierto número de páginas y ni una más. No importa que el cartucho todavía tenga tinta. Alterar el programa para usar el total de la tinta excediendo el número de hojas programado sería piratería.
La electrónica permite introducir poderosas barreras “defensivas” en los equipos. Mover una pieza aparentemente inofensiva, fácil de substituir puede disparar una señal de alarma interna que hace que el equipo se apague y solo pueda ser reactivado por la empresa; intentar hacer un diagnóstico electrónico sin el equipo correcto y los secretos del oficio puede hacer que se auto borre toda la programación.
La tendencia es a que cada vez más equipos tengan componentes electrónicos y, por lo tanto, programas, que pueden ser registrados como propiedad intelectual. El resultado práctico es acabar con los talleres de reparación independientes.
La lucha ha iniciado en los Estados Unidos; cada vez más grupos de usuarios de equipos demandan que las grandes empresas sean obligadas a dar a conocer los diagramas de sus aparatos; que vendan las herramientas de diagnóstico y reparación, y las piezas substituibles, a talleres independientes que puedan competir en igualdad de condiciones con los de la empresa.
Sin embargo, la batalla se da en el campo económico; empresas como Iphone y John Deere gastan cientos de miles de dólares en cabilderos y mensajes inductores de pánico sobre riesgos de seguridad (que el celular explote) y de ataques a su propiedad intelectual.
Los avances tecnológicos negativos abren espacios a la proliferación de productos pirata, tanto informáticos como instrumentos y piezas de repuesto, que pueden ser los verdaderamente peligrosos. Es evidente en el caso norteamericano; lo será aún más en el tercer mundo.
No parar en seco estas formas malignas de control total de productos ya vendidos deja a los usuarios inermes y sujetos a estructuras monopólicas de reparación que la hace excesivamente cara y alienta la substitución temprana e innecesaria. Un desperdicio que no debería favorecerse, sobre todo en el tercer mundo.
Tengo la confianza de que los consumidores norteamericanos ganen esta batalla más adelante. En nuestro caso podemos adelantarnos a ganar esta batalla en la renegociación misma del TLCAN. Debemos limitar el respeto a los derechos de propiedad a lo que sea socialmente razonable y no joda a los consumidores.
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