Jorge Faljo
Los veinte países de mayor poder económico, representados por los titulares de su poder ejecutivo, se acaban de reunir en Hamburgo, Alemania. En conjunto representan el 85 por ciento de la economía mundial y la reunión sirve para intercambiar puntos de vista, y tal vez llegar a acuerdos generales, sobre los grandes temas de interés mundial.
Acuden a una reunión que como pocas veces en décadas recientes está plagada de incertidumbres, o tal vez habría que decir, de desacuerdos. La agenda de la discusión incluye temas que anteriormente estaban más o menos consensados por lo menos de palabra. El cambio climático, el trato a decenas de millones de refugiados y migrantes, e incluso el libre comercio son ahora motivo de discordia.
El eje de las mayores discrepancias es la posición de la nueva administración norteamericana. Para decirlo en seco, Trump por sus posiciones y su estilo rudo, ignorante y sin autocontrol, es la mayor fuente de incertidumbre. Tal vez lo es porque el mismo es un hibrido absurdo. Triunfó con promesas “populistas” de defensa del empleo y los salarios, mejor sistema de salud para todos y repudio a Wall Street pero marcha en sentido contrario. Es el mejor ejemplo del último recurso de la ultraderecha, la mentira dicha con total cara dura.
Trump es un riesgo para todos y en particular para México. Pero este artículo no se centra en la reunión del G20 propiamente dicha, sino en lo que podríamos llamar los consejos o propuestas previos que emanan de los grandes centros del pensamiento internacional neoliberal. Me refiero al Fondo Monetario Internacional –FMI- y a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos –OCDE.
Estas grandes organizaciones se han posicionado con antelación a esta reunión del G20. Lo interesante es que al hacerlo dejan traslucir su gran preocupación ante la creciente avalancha en donde las bases sociales exigen cambios a la estrategia de globalización. Reconocen su fuerza y ante ella abandonan su anteriormente cerrada ortodoxia para, ahora, proponer suavizar el embate de las elites en contra de la mayoría de la humanidad.
Pretendo destacar únicamente lo que veo como un aderezo novedoso al viejo discurso neoliberal. No veo un cambio de fondo; pero de cualquier manera se observa el abandono de la ortodoxia por un cambio en la correlación de fuerzas mundial. Sencillamente dicho; el miedo no anda en burro.
Un documento preparado para la ocasión por el personal del FMI señala que aunque cierto nivel de desequilibrio en el comercio internacional puede ser natural, conviene corregir sus excesos. Algunos países, señala el escrito, tienen fuertes déficits, por ejemplo los Estados Unidos y el Reino Unido, y otros fuertes superávits, por ejemplo Alemania, China, Core y Japón. Para Christine Lagarde, directora de esta organización, "tanto los países con superávit como los países con déficit deben enfrentar este problema ahora para evitar correcciones mayores en el futuro.”
Otra preocupación es la caída de la porción de los salarios dentro del producto; la cual se asocia a una creciente inequidad en la distribución del ingreso cuya persistencia puede deteriorar al crecimiento económico mismo. Ahora el FMI se preocupa porque los frutos del crecimiento no llegan a los segmentos de la población de menores ingresos y considera que si se fracasa en lograr un crecimiento más incluyente se estaría minando la cohesión social y el cada vez más frágil consenso político. Propone medidas de apoyo activo a los afectados cuando la maquinaria y la tecnología, o el comercio, desplazan los empleos.
Desequilibrio comercial e inequidad no son en realidad dos temas novedosos; pero si asuntos que no le importaban mayormente al FMI. Lo que hace, tardíamente, es reflejar una exigencia creciente que surge desde la base social y otros espacios de análisis. Fue particularmente importante que la contienda electoral norteamericana fuera ganada enarbolando precisamente las banderas de acabar con el déficit comercial y la de recuperar los empleos bien pagados.
La OCDE en un documento reciente, firmado por Ángel Gurria, apunta que el ingreso del 10 por ciento más rico dentro de este grupo de países es cerca de diez veces mayor que el del 10 por ciento más pobre cuando, en 1980 era solo siete veces mayor. Ahora el uno por ciento de los hogares más ricos posee el 19 por ciento de la riqueza mientras que el 40 por ciento de menor ingreso posee únicamente el 3 por ciento. El regreso a una dinámica de crecimiento sana requiere, dice el documento, mayor compromiso con políticas de inclusión económica. Se requieren acciones urgentes para restaurar la confianza de la gente en la justicia y transparencia de los gobiernos y en la legitimidad de la globalización.
Para la OCDE, como para el FMI, la inclusión social y la reducción de la inequidad son necesarias para salvaguardar la cohesión social. La experiencia de las pasadas décadas muestra que el avance tecnológico no se traduce automáticamente en mejores ingresos para la población que ocupa los estratos económicos más bajos. Propone, en suma, abordar con seriedad lo que llama las “preocupaciones subyacentes a la reacción populista contra la globalización”. Algo que la lleva a lo que hace poco era impensable; aconseja revalorar el papel de la negociación colectiva; es decir darle fuerza a los sindicatos como factor de equidad y estabilidad.
Nuestras elites políticas harían bien en reflexionar cómo reaccionar ante los nuevos consejos y orientaciones que están siendo incorporados a la agenda internacional. Somos un país que conjuga un gran superávit comercial, con los Estados Unidos, y un gran déficit con China. Es decir que jugamos en los dos lados de la cancha.
Por otro lado tenemos pendiente el tema de la exclusión, la inequidad y el enorme rezago salarial. En todo caso debiéramos escuchar cuando desde los espacios del poder se propone aliviar estos problemas en favor de estabilidad política. Lo que se pide es un sacrificio moderado a las elites; de otro modo el cambio pospuesto llegará, como da a entender Lagarde, con mayor fuerza y riesgos.
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