Jorge Faljo
Los presidentes de México, Chile, Colombia y Perú se reunieron en Cali, Colombia. Una reunión cumbre de la Alianza del Pacífico en la que se integran estos cuatro países que comparten una misma visión del desarrollo y el libre comercio. Así lo dice la presentación del grupo. Si uno observa un mapa puede ver que entre ellos cubren la mayor parte de la costa que da al Océano Pacífico, un inmenso mar en el que, del otro lado, colinda China y otros países asiáticos.
La intención del grupo es promover la integración de sus economías mediante el libre movimiento de mercancías, capitales y personas. Hasta se habló, para un futuro impreciso, de la posibilidad de compartir un pasaporte común. Es un grupo que intenta atraer a Costa Rica y Panamá de un lado y a Australia y Nueva Zelanda del otro
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Predominó en la cumbre el discurso habitual y desgastado en favor de la globalización como solución de todos los males; es decir el modelo económico de las últimas décadas. Sin embargo el fraseo de algunas declaraciones deja entrever la frustración y hasta angustia porque se trata de un modelo que nos está dejando colgados de la brocha.
Para la presidente de Chile, Michelle Bachelet, se trata de redefinir como bloque latinoamericano la apertura con otros países, en particular asiáticos que son los que más están creciendo. Hay cierta urgencia en ello a partir de la decisión del nuevo gobierno norteamericano de salirse de las negociaciones del Acuerdo Transpacífico. De hecho los gringos ahora atribuyen a los que ellos llaman malos tratados de libre comercio la causa de sus males: desindustrialización y pérdida de empleos manufactureros, que eran los que pagaban bien.
Así que los países de la Alianza están en busca de nuevos mercados. Pero no será nada fácil debido al lento crecimiento de la economía y el comercio en el mundo que, sobre todo por la debilidad de la demanda, no están ofreciendo buenas oportunidades para ampliar las exportaciones. Pero además estos presidentes quieren el remedio y el trapito.
Para ampliar sus exportaciones han determinado que lo primero que necesitan es atraer empresas extranjeras que aprovechen sus recursos y mano de obra y sean las que exporten. Los cuatro presidentes de definieron como amigos de la inversión extranjera.
Para Santos, presidente de Colombia, “América Latina está ávida de capital” y los países del mundo se encuentran en competencia entre ellos para atraerla. Cierto, para eso ofrecen estímulos fiscales, apoyos económicos (terrenos, infraestructura, bajo precio de servicios), estabilidad y seguridad, sindicatos blancos y mano de obra barata y dócil. Tal vez así llegarán las grandes empresas para conquistar primero el mercado ampliado de estos países y, también para exportar.
Se olvidan, o no saben, estos presidentes que los países ahora industrializados no lo consiguieron en base a inversiones y capitales extranjeros. Partieron de multitud de empresas pequeñas y medianas que tenían rentabilidad, ahorraban e invertían y así consiguieron ir creciendo en tamaño y productividad. La clave del crecimiento sostenido hacia la industrialización fue el equilibrio entre la rentabilidad y la inversión de un lado, y el incremento salarial razonable y la ampliación del mercado por el otro.
Pero nuestros gobiernos hace ya décadas que decidieron saltarse ese paso; el del crecimiento auto sostenido y gradual de producción y consumo. Pretenden por el contrario dar un gran brinco tecnológico y económico sobre la base de atraer capitales externos, empresas grandes “prefabricadas” en el exterior y adecuadas a grandes mercados.
No es que no haya posibilidad de producir con empresas de menor tamaño y tecnologías menos avanzadas. Algunos cientos o miles de empresas familiares de, por ejemplo, zapatos, podrían surtir el mercado interno. Pero en el mercado globalizador es mejor atraer y darle el mercado existente a una o dos grandes empresas de punta que crearán un magnifico escaparate de modernidad y serán propicias a los grandes negocios de las elites.
El problema es que en nuestros países donde el salario no crece cuando llega la transnacional se destruye la pequeña producción. Tal es la tragedia de nuestra historia. El aparato productivo construido en la mayor parte del siglo pasado, cuando el país crecía aceleradamente, a ritmos del seis por ciento anual, y la población elevaba sus niveles de vida, se condenó a muerte por ineficiente y poco moderno.
Si es posible crecer a partir de fortalecer lo propio y sin capital externo. Si para muestra basta un enorme botón podemos ver el acelerado crecimiento de China basado en la exportación de capitales (para crearse demanda en el exterior), la substitución de importaciones, y el fortalecimiento del mercado interno. China es la gran prestamista del mundo, incluyendo a los Estados Unidos; sus obreros ganan más que los latinoamericanos; y se ha convertido en la gran fábrica del mundo.
La Alianza del Pacifico insiste en un camino trillado y fracasado. La atracción de capital externo para exportar al mismo tiempo que se ahorca el mercado interno y se empobrece a la población. Esa ruta ya no da para más y para entenderlo les convendría a nuestras elites estar al tanto del nuevo tono y mensajes de las grandes organizaciones internacionales preocupadas por la revuelta populista y, en consecuencia, por la inequidad y los bajos ingresos.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, que agrupa a los 34 países más industrializados del mundo, reconoce en su reporte sobre el empleo 2017, la insatisfacción con las políticas que ha impulsado, incluyendo la promoción del comercio internacional y la inversión. Señala que “ya es evidente que muchas de las preocupaciones que sustentan la reacción contra la globalización y el comercio son reales” y por ello, dice, habrá que reconsiderar muchas decisiones. Ahora la OCDE propone revaluar y apoyar el papel de los sindicatos para contribuir a la estabilidad y la equidad económica.
El pensamiento neoliberal se actualiza; esperemos que nuestros neoliberales del tercer mundo no se queden atrás.
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