Jorge Faljo
“Ni hablar del peluquín” es una expresión que se remonta a los años cuarenta del siglo pasado; trata de lo que es evidente, pero de lo que no conviene hablar. En tanguillo original español se habla de un viejo que tras comprarse ese falso aditivo capilar se le declara a una joven. La madre aconseja a la hija considerar seriamente esa conveniente propuesta “y ni hablar del peluquín”; todos entran en la conspiración para ignorar la calvicie y los defectos de la edad del enamorado.
El equivalente en inglés de la expresión sería “el elefante en la sala”; cuando la evidente presencia de una enorme bestia se ignora muy a propósito. No porque no se vea, sino porque no conviene verla.
Una situación de este tipo enfrentan los políticos norteamericanos en estos días tras el más reciente asesinato masivo en una preparatoria de Florida. El muchacho acusado de 17 asesinatos y de herir a otras quince personas, fue reportado en 18 ocasiones, en los últimos años, a la policía local por parientes, también por vecinos y compañeros de escuela. Algunos explícitamente dijeron que planeaba un tiroteo en la preparatoria de la que fue expulsado por problemas mentales.
Sin embargo, nada se hizo porque es un asunto muy difícil de tratar en los Estados Unidos. Tener armas es considerado por muchos, sobre todo lo industriales de las armas domésticas, como la más sagrada de las libertades individuales.
Cada vez que pasa una de estas recurrentes tragedias los políticos norteamericanos, sobre todo los republicanos, acusan a sus críticos de pretender politizar el asunto, sostienen que no se puede legislar en base a emociones y, por tanto, no es el momento de una discusión seria.
Eso fue lo que pasó una vez más. Los congresistas del estado de Florida se negaron a abrir un debate sobre la posesión de armas de alto poder y en lugar de ello dedicaron su tiempo a discutir el peligro que la pornografía representa para los jóvenes. Vaya hipocresía.
Son los estudiantes preparatorianos, de Florida y otros estados, los que intentan mantener viva la atención en este asunto mediante marchas, paros, dramatizaciones callejeras, declaraciones a los medios y una creciente organización. Pero enfrentan algo difícil: la decisión de la clase política que baila al ritmo que le marca la industria del rifle, que incluso acusa a los jóvenes de extremistas que pretenden acabar con las libertades norteamericanas. ¡Así se las gastan!
Aquí en México tenemos, sino un elefante, si un peluquín. Todo nuestro entramado político, con la colaboración de los candidatos, se encuentra decidido a que no discutamos lo más serio y evidente.
Llevamos treinta y cinco años de empobrecimiento masivo, de desindustrialización de fondo, de baja creación de empleo urbano y decidida expulsión de la población rural hacia el exterior, de pérdida de derechos de los trabajadores y de precarización de las relaciones laborales. Además, tenemos la destrucción de millones de familias y millones de hijos abandonados y propensos a la sicarización.
No son asuntos aislados y analizables por separado. Todos se entrelazan y deben ser vistos como facetas de uno solo: el modelo Patomex de globalización.
A cambio del abandono de la vía nacionalista, y de servicio al pueblo trazada en la constitución, hemos comprado un peluquín para tapar nuestra desnudez.
¿Por qué libre comercio y no comercio justo? Esto que es objeto de debate mundial y tema con el que hipócritamente se asoció Trump, debería ser un punto de reflexión abierta.
No hay evidencia de que los candidatos presidenciales estén dispuestos a debatir sobre el modelo de desarrollo. Implicaría entrar a romper los tabús que constituyen los pilares ideológicos del modelo.
¿Podemos hacer a un lado al Estado como conductor de un crecimiento económico incluyente? La historia de los países que ahora son potencias señalan un activo papel del Estado en su despegue industrial. Sigue siendo el factor esencial de la conversión de China en gran potencia industrialmente avanzada. Inclusión y equidad no se dan por si solas, ni las genera el mercado; son decisiones sociales explicitas que deben ser instrumentadas por el poder público.
¿Existen sectores estratégicos que debemos proteger y fortalecer, independientemente de los designios del mercado, incluso en contra de ellos? Estados Unidos no permitió inversiones chinas en su sector energético por razones de seguridad nacional. En nuestro caso está claro que el principio de la ganancia individual prevalece sobre los intereses nacionales.
En nuestra fantasía de país desarrollado ¿estamos listos para seguir abandonando al campo y a la población rural? La pregunta es más urgente ahora que los Estados Unidos cierra sus puertas. ¿Podemos garantizar el derecho humano a la alimentación de los mexicanos al mismo tiempo que perdemos autosuficiencia y seguridad alimentaria?
Me impactó que el mensaje central de toma de protesta de un candidato presidencial fueran los avances tecnológicos. En particular su entusiasmo con los vehículos sin chofer y los centros comerciales sin cajeras. En cada caso se perderán alrededor de 3.5 millones de puestos de trabajo en los próximos seis años. Pero el alucine del avance tecnológico parecía hacer a un lado cualquier preocupación por las consecuencias en la población y la necesidad de políticas sociales, laborales y fiscales de nuevo cuño.
Todos están evitando hablar del peluquín o lo peor del caso, no lo han visto.
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