Jorge Faljo
Cayó como balde de agua helada el anuncio de Donald Trump de que impondrá aranceles del 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio. Revisemos los argumentos de Trump. Son muy sencillos porque este señor no es de pensamiento rebuscado y básicamente se expresa en Tuits. Lo que dice es, más o menos, lo siguiente:
Nuestra industria del acero se encuentra mal y sin acero no hay país. Cuando perdemos miles de millones de dólares en el comercio con otro país una guerra comercial es buena y fácil de ganar. Sí tenemos un déficit de 100 mil millones de dólares con otro país y este se porta chistoso, suspendemos el comercio y salimos ganando. Es fácil. Pronto impondremos aranceles recíprocos a países que le ponen impuestos a nuestros productos. Con un déficit comercial de 800 mil millones de dólares no hay otra opción.
El anuncio de Trump ha desatado feroces críticas internas; tiene en contra a los medios, la clase política, el capital financiero y los grandes conglomerados con fuertes inversiones en el exterior. No obstante, conviene recordar que con esos argumentos Trump se impuso a todos sus rivales en la contienda electoral y ganó la presidencia. En momentos en que su presidencia se debilita ha decidido acercarse a su base política más fiel; la de los millones de norteamericanos empobrecidos que han perdido empleos y/o ingresos.
Dos son los grandes argumentos en contra. Uno es que las industrias que emplean un alto porcentaje de acero y aluminio dejarán de ser competitivas frente a las importaciones. Con lo que se perderán más empleos que los que se protegen. El otro es que los precios de productos con alto contenido de acero y aluminio van a subir y los consumidores saldrán perdiendo poder adquisitivo.
Son argumentos que hay que tomar en serio. Si los productores de vehículos, lavadoras, motocicletas, barcos, grúas, herramientas y muchos otros van a producir con un acero 25 por ciento más caro que el que usa México, China, Europa o la India dejarán de ser competitivos. A menos que la protección se extienda a esas industrias.
Trump ya protege la producción norteamericana de lavadoras y paneles solares y está negociando, al exigir el cambio de las reglas de origen del TLCAN, que la producción de autos en México se haga con un mínimo de 50% de partes norteamericanas. Es decir, en lugar de chinas.
Pero una protección similar tendría que ampliarse a prácticamente todas las áreas en donde se emplea una alta proporción de acero y aluminio. Solo así estas industrias crecerían y demandarían el acero norteamericano que se pretende acorazar.
La protección extendida generaría los empleos que Trump prometió en su campaña presidencial. No se puede ser proteccionista a medias; o es la médula de una política industrial, o puede ser contraproducente.
Y solo generando un empleo importante se podrá presionar al alza salarial que compense los incrementos en los precios. Las opciones son contrapuestas, o se sigue una estrategia a favor de los consumidores con importaciones baratas y un gran déficit, como lo ha venido haciendo, o se hace un viraje a favor del empleo, reforzándolo con incrementos salariales. Lo que solo es posible en el contexto de un proteccionismo amplio. O lo que es lo mismo, consiguiendo lo que Trump llama comercio justo; es decir reciproco.
La imposición de estos nuevos aranceles golpea a Canadá, China, Europa, India y Japón.
El hecho es que de inmediato se ha armado una fuerte controversia dentro de los Estados Unidos, y desde el exterior llegan las amenazas explicitas de represalias comerciales provenientes de países hasta ahora aliados comerciales cercanos.
Es posible que Trump retroceda ante la enorme presión en contra; es un político que no duda en cambiar de posición en cuestión de horas.
No obstante, aquí en México es urgente reflexionar cual será nuestra posición si efectivamente se adentra en la ruta proteccionista. Sin olvidar que la meta de Trump, la que ha repetido una vez más, es eliminar el déficit y acercarse a un comercio equilibrado. Lo que nos plantea dos opciones principales.
Una es tomar, o amenazar con tomar represalias. En esta ruta el instrumento más potente con que cuenta México en lo inmediato sería reducir las importaciones de productos agropecuarios. Lo cual generaría importantes protestas de los productores rurales norteamericanos contra su gobierno, pero sin autosuficiencia alimentaria simplemente nos llevaría a comprar granos en otro lado.
Lo más probable es que en la ruta de la confrontación terminemos peor de lo que estamos. Tenemos flancos vulnerables y nuestras represalias serían más bien de pacotilla. Cómo ya ha ocurrido.
Lo que queda es negociar lo que piden y dentro de ello obtener algunas ganancias importantes. Lo que Trump exige es que México le compre más a los Estados Unidos, hasta eliminar nuestro superávit. Y eso solo es posible si le compramos menos a China, hasta eliminar nuestro déficit.
Esta ruta de acomodo a la estrategia proteccionista norteamericana nos obligará a ser proteccionistas respecto de China. A cambio habrá que demandar una verdadera preferencia norteamericana reciproca dentro del TLCAN; es decir que ellos también le compren a México y no a China. Ganar el mercado norteamericano haciendo a un lado la competencia de China le brindaría a México enormes oportunidades de industrialización que hasta ahorita corren en provecho de los asiáticos.
A todo esto se opone la ortodoxia neoliberal que domina a nuestra clase política y solo aceptan las ideas hasta que ya todos cambiaron. Será difícil trascender de manera ordenada; lo más probable es que sea a golpes, brincos y sobresaltos.
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