sábado, 31 de marzo de 2018

Cambiar de juego

Jorge Faljo

Los avances tecnológicos de las últimas cuatro décadas han sido espectaculares. Se suman unos a otros y se potencializan mutuamente de una manera en que han transformado nuestras vidas en el hogar, la oficina, el entretenimiento, el acceso a la información, la comunicación instantánea a muy bajo costo, las compras y los servicios que recibimos. Han transformado también nuestra manera de estudiar y trabajar, en escuelas, oficinas y fábricas. Nuestros hijos y nietos no soportarían las condiciones de incomunicación en que vivíamos en los setentas.

¿Cómo es que a partir de estas maravillas se han creado nuevas pesadillas? Hablo de las dificultades para encontrar un empleo decente, que prometa estabilidad, sin horarios cambiantes, con un ingreso adecuado, con seguro social. Esto es cada vez más un sueño.

La sociedad juega a las sillas locas; todos corren al son de la música y luchan por sentarse en cada ronda en menos sillas. Conforme avanza el juego va dejando más marginados; pero los que alcanzan silla, aunque se consideren afortunados, tampoco están bien.

Este no es solo problema de un país tercermundista. Lo que sorprende es que las clases medias norteamericanas son de las más afectadas. Causan horror los documentales de familias en casas que se ven bonitas, tienen dificultades para comprar suficiente comida. Niños que llegan hambrientos a la escuela los lunes porque el fin de semana casi no comieron.

Y no se trata de desempleados, que están peor, sino de esta nueva categoría de los trabajadores pobres. Es decir, de los muchos millones que tienen un empleo, pero cuyo ingreso no les alcanza para comer. A los gringos se les ha destruido su “sueño americano”; es necesario que los mexicanos también nos demos cuenta de nuestro propio sueño americano se ha ido al caño.

El modelo norteamericano ha fracasado y es urgente que nosotros lo esquivemos para construirnos un camino alternativo que no nos lleve a su callejón sin salida. Aquí en México tenemos el nuestro.

En 2016 había en México 53.4 millones de personas en situación de pobreza; casi cuatro millones más que en 2008. A diferencia de países como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, aquí el combate a la pobreza ha sido una derrota constante a lo largo de este siglo.

Parte del problema surge por el mal diseño de programas y la corrupción imperantes. Sin embargo, el problema de fondo se ubica en las condiciones de empleo.

De 2011 a la fecha en México se ha reducido a la mitad la población que gana cinco o más salarios mínimos. Los empleos que se están creando se ubican sobre todo en la franja de uno a tres salarios mínimos.

México se distingue por ser uno de los países con menor tasa de desocupación. A fines del 2017 esta era de 3.3 por ciento. Sin embargo, antes de celebrarlo, conviene señalar que se define como ocupado a todo aquel que trabajó una hora o más en la semana en la que se le preguntó. Y no tenía que ser un empleo, lo que se llama empleo. Pudo ser por cuenta propia; algo así como limpiar parabrisas en una esquina.

Otro punto es que destacamos en baja participación laboral. Esto se refiere al porcentaje de la población de quince años y más que trabaja o buscó trabajo en la semana de referencia.

En 2016 la tasa de participación en México fue de 59.7%; en Islandia fue de 89%; la media en los países de la OCDE fue de 71.7%. De lo que se puede concluir que nuestro bajo desempleo es porque a una parte de la población le repugnan los trabajos disponibles. Me refiero a los que tienen alguna posibilidad de elegir y no a los que tienen que aceptar lo que sea. Lo que explica que la desocupación se concentra entre los individuos con mayor nivel de instrucción.

El truco está en que buscar trabajo depende en buena medida de lo atractivo del mercado laboral. Si ya se sabe que no hay buenos empleos a la vista es posible que no se les busque; en cuyo caso no se trata de un desempleado sino de alguien que prefiere estar de “vacaciones”.

A finales de 2017 el 41 por ciento de la población tenía ingresos laborales inferiores al valor de la canasta alimentaria. Lo que se relaciona con el cálculo de que 24.6 millones de mexicanos tienen deficiencia de acceso a la alimentación.

Recientemente un candidato presidencial señaló que, de ganar, el país crecería al 4% anual. Esto es perfectamente posible, pero de momento me recuerda la afirmación de Peña Nieto – Videgaray de que creceríamos al 6% en este sexenio. No dijeron cómo, y no se hizo. Sin embargo, bajo la actual estrategia, crecer al 6 o al 4% no garantiza una mejoría del bienestar de la población.

Crecer puede ser necesario; pero no basta. Hay un importante problema de calidad del crecimiento que requiere hablar no solo del producto, sino más concretamente y sobre todo del bienestar alimentario, en salud, higiene, vivienda, calzado y vestido.

El Estado no debe dejar a la sociedad al juego libre de las fuerzas del mercado, ya sabemos que no conduce al bienestar, sino a la concentración de la producción en grandes empresas que pagan poco y a pocos empleados.

Salir delante de nuestro callejón sin salida demanda recurrir a nuestros principios constitucionales. Un sector privado que opere conforme al mercado; acotado en lo necesario por la intervención de un sector público eficaz, orientado sobre todo a abrir espacios a la producción del sector social abandonado en los hechos, aunque su protección este prevista en la Constitución.

La prioridad no es en realidad, crecer; sino reconfigurar una estrategia económica y social orientada al bienestar mediante la inclusión. Que todos tengamos silla.

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