Jorge Faljo
Parecía que López Obrador se metió, por su propia voluntad, a la cueva de los lobos con esa entrevista a Milenio Televisión. Una entrevista que duró poco más de hora y media y en la que enfrentó las preguntas “duras” de los más destacados analistas del grupo mediático.
La entrevista convenía a ambos; del lado de Milenio conseguir una entrevista con el candidato puntero a la presidencia de la república y, sobre todo, con preguntas abiertas, contestadas sin libreto escrito, reforzaría su influencia en los medios y su presencia política. Para AMLO valía la pena el riesgo; se trataba de presentar un mensaje muy crítico de las últimas administraciones. Pero matizado por su compromiso como hombre de leyes, representante de una coalición plural, que actuaría atento a la voz de la sociedad en asuntos importantes; es decir, esencialmente democrático.
Hasta el momento las campañas políticas se han centrado en descalificaciones personales más que en confrontar posiciones de fondo. El carácter de los candidatos importa; pero no olvidemos los grandes asuntos nacionales. Lo que ofreció esta entrevista fue precisamente eso. Ojalá y el esquema se replique ya que los debates entre candidatos, por su extrema rigidez y poco tiempo para cada intervención, no pasaran de las impresiones superficiales.
La entrevista de Milenio ha sido visualizada más de 2 millones 633 mil veces. Lo que nos revela la disposición de millones de ciudadanos darse el tiempo necesario para informarse mejor.
Cierto que la entrevista permitió adentrarnos en las posiciones y la personalidad de AMLO. No obstante, aquí invito a abordar otra perspectiva. ¿A que le dieron importancia los entrevistadores?
No es un asunto menor; estos analistas son fieles representantes de un sector social de alto poder económico inquieto por su futuro. Sus preguntas no ocurren porque si, sino que responden a intereses de fondo.
Y lo que preguntaron los dos primeros interrogadores fue si AMLO revertiría la reforma energética. La respuesta fue matizada; se revisarían los 91 contratos asociados a la reforma para ver si son o no leoninos y evitar sorpresas tipo Oderbrecht. En caso de que no convengan a la nación se procedería a revertirlos dentro de los cauces legales. Además, se abriría el debate sobre la reforma energética y se procedería a consultar a la población. Para el candidato la reforma energética constituyó un engaño a la Nación; los ofrecimientos de inversión, producción y baja de precios no se han cumplido. Incluso de llegar a plantear una reforma constitucional sobre este asunto ello sería ante el Congreso, dentro de una estricta legalidad y sin importar que ese esfuerzo se lleve todo el sexenio.
Lo segundo que se preguntó es si echaría atrás la reforma educativa. Ante lo que AMLO dijo que cancelaría la reforma porque lo que hay que hacer es mejorar la educación sin afectar los derechos laborales de los maestros. Hay que buscar la reconciliación y avanzar en una reforma con los maestros y no contra ellos.
Una primera conclusión de los analistas de Milenio es que López Obrador está en contra de esas dos reformas. La respuesta es que si, así es. Pero que en todo caso procedería conforme a derecho; generando un debate amplio en los medios, en tiempos oficiales, y siempre apelando a la consulta, el referendo, el plebiscito, o lo que más convenga.
Me sorprendió que el conductor del programa dijera que las equivocaciones de los pueblos suelen ser pavorosas; y puso como ejemplo la elección de Adolfo Hitler en 1933. Al parecer por un momento perdió los estribos y nos dejó atisbar a lo más profundo de su ideología cuando también dijo que el pueblo, sus paisanos, saquean tiendas, son huachicoleros y asaltan trenes, en algunos lugares. (Ver minuto 18:20 de la entrevista).
AMLO dijo que el pueblo es sabio y que él cree en la democracia. Finalmente, López Obrador y Carlos Marín, el director de Milenio, aceptaron que este es un punto en el cual “discrepan” y siguieron adelante. ¡Ah caray! Pero este no es un punto menor sino posiblemente el de mayor importancia y significado en el conjunto de la entrevista.
Por una parte, la propuesta de avanzar hacia una democracia participativa; con medios abiertos al debate y una ciudadanía que pueda expresarse sobre los asuntos relevantes de la vida nacional. En la parte contraria, con Milenio representando a las elites, la exigencia de una legalidad puntillosa en defensa de las reformas estructurales de este régimen. Y aparentando que no hay contradicción, la convicción de que el pueblo no sabe elegir, no sabe decidir y se equivoca. Es decir que las decisiones deben estar en manos de los tecnócratas, la versión moderna de los “científicos” porfirianos.
En este tenor el siguiente punto de discusión fue la propuesta de AMLO de establecer la revocación de mandato cada dos años. Lo que significa que a los dos y cuatro años de una administración la población vote a favor o en contra de la continuidad de esa administración. Votar en contra y revocar el mandato implicaría el final de un gobierno que tendría a la opinión pública en contra.
Más adelante López enfatizó su experiencia en seguridad pública y, como parte de la tarea, brindar a todos los jóvenes la posibilidad de estudiar y encontrar empleo. En su visión el combate a la corrupción liberaría una gran cantidad de recursos que le permitirían encabezar un gobierno eficaz.
La entrevista fue, en suma, de gran interés. Pero me parece incompleta en tanto que se trató más bien de las preguntas de la elite. No hubo ahí representantes de los campesinos que preguntaran sobre la estrategia rural, la seguridad alimentaria del país y el derecho humano a la alimentación.
No hubo alguien que a nombre de la clase media planteara su preocupación por la desaparición, en comparación con el 2011, de la mitad de los empleos que pagan más de cinco salarios mínimos. No se planteó el problema de la pobreza de 53 millones de mexicanos y la enorme inequidad que tanto contribuye a la conflictividad cotidiana.
No se habló del futuro industrial del país, en particular en el marco de la renegociación del TLCAN.
En suma, buena entrevista. Ojalá y haya más encuentros de este tamaño en los que puedan plantear sus dudas otros sectores sociales y económicos.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
sábado, 31 de marzo de 2018
Cambiar de juego
Jorge Faljo
Los avances tecnológicos de las últimas cuatro décadas han sido espectaculares. Se suman unos a otros y se potencializan mutuamente de una manera en que han transformado nuestras vidas en el hogar, la oficina, el entretenimiento, el acceso a la información, la comunicación instantánea a muy bajo costo, las compras y los servicios que recibimos. Han transformado también nuestra manera de estudiar y trabajar, en escuelas, oficinas y fábricas. Nuestros hijos y nietos no soportarían las condiciones de incomunicación en que vivíamos en los setentas.
¿Cómo es que a partir de estas maravillas se han creado nuevas pesadillas? Hablo de las dificultades para encontrar un empleo decente, que prometa estabilidad, sin horarios cambiantes, con un ingreso adecuado, con seguro social. Esto es cada vez más un sueño.
La sociedad juega a las sillas locas; todos corren al son de la música y luchan por sentarse en cada ronda en menos sillas. Conforme avanza el juego va dejando más marginados; pero los que alcanzan silla, aunque se consideren afortunados, tampoco están bien.
Este no es solo problema de un país tercermundista. Lo que sorprende es que las clases medias norteamericanas son de las más afectadas. Causan horror los documentales de familias en casas que se ven bonitas, tienen dificultades para comprar suficiente comida. Niños que llegan hambrientos a la escuela los lunes porque el fin de semana casi no comieron.
Y no se trata de desempleados, que están peor, sino de esta nueva categoría de los trabajadores pobres. Es decir, de los muchos millones que tienen un empleo, pero cuyo ingreso no les alcanza para comer. A los gringos se les ha destruido su “sueño americano”; es necesario que los mexicanos también nos demos cuenta de nuestro propio sueño americano se ha ido al caño.
El modelo norteamericano ha fracasado y es urgente que nosotros lo esquivemos para construirnos un camino alternativo que no nos lleve a su callejón sin salida. Aquí en México tenemos el nuestro.
En 2016 había en México 53.4 millones de personas en situación de pobreza; casi cuatro millones más que en 2008. A diferencia de países como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, aquí el combate a la pobreza ha sido una derrota constante a lo largo de este siglo.
Parte del problema surge por el mal diseño de programas y la corrupción imperantes. Sin embargo, el problema de fondo se ubica en las condiciones de empleo.
De 2011 a la fecha en México se ha reducido a la mitad la población que gana cinco o más salarios mínimos. Los empleos que se están creando se ubican sobre todo en la franja de uno a tres salarios mínimos.
México se distingue por ser uno de los países con menor tasa de desocupación. A fines del 2017 esta era de 3.3 por ciento. Sin embargo, antes de celebrarlo, conviene señalar que se define como ocupado a todo aquel que trabajó una hora o más en la semana en la que se le preguntó. Y no tenía que ser un empleo, lo que se llama empleo. Pudo ser por cuenta propia; algo así como limpiar parabrisas en una esquina.
Otro punto es que destacamos en baja participación laboral. Esto se refiere al porcentaje de la población de quince años y más que trabaja o buscó trabajo en la semana de referencia.
En 2016 la tasa de participación en México fue de 59.7%; en Islandia fue de 89%; la media en los países de la OCDE fue de 71.7%. De lo que se puede concluir que nuestro bajo desempleo es porque a una parte de la población le repugnan los trabajos disponibles. Me refiero a los que tienen alguna posibilidad de elegir y no a los que tienen que aceptar lo que sea. Lo que explica que la desocupación se concentra entre los individuos con mayor nivel de instrucción.
El truco está en que buscar trabajo depende en buena medida de lo atractivo del mercado laboral. Si ya se sabe que no hay buenos empleos a la vista es posible que no se les busque; en cuyo caso no se trata de un desempleado sino de alguien que prefiere estar de “vacaciones”.
A finales de 2017 el 41 por ciento de la población tenía ingresos laborales inferiores al valor de la canasta alimentaria. Lo que se relaciona con el cálculo de que 24.6 millones de mexicanos tienen deficiencia de acceso a la alimentación.
Recientemente un candidato presidencial señaló que, de ganar, el país crecería al 4% anual. Esto es perfectamente posible, pero de momento me recuerda la afirmación de Peña Nieto – Videgaray de que creceríamos al 6% en este sexenio. No dijeron cómo, y no se hizo. Sin embargo, bajo la actual estrategia, crecer al 6 o al 4% no garantiza una mejoría del bienestar de la población.
Crecer puede ser necesario; pero no basta. Hay un importante problema de calidad del crecimiento que requiere hablar no solo del producto, sino más concretamente y sobre todo del bienestar alimentario, en salud, higiene, vivienda, calzado y vestido.
El Estado no debe dejar a la sociedad al juego libre de las fuerzas del mercado, ya sabemos que no conduce al bienestar, sino a la concentración de la producción en grandes empresas que pagan poco y a pocos empleados.
Salir delante de nuestro callejón sin salida demanda recurrir a nuestros principios constitucionales. Un sector privado que opere conforme al mercado; acotado en lo necesario por la intervención de un sector público eficaz, orientado sobre todo a abrir espacios a la producción del sector social abandonado en los hechos, aunque su protección este prevista en la Constitución.
La prioridad no es en realidad, crecer; sino reconfigurar una estrategia económica y social orientada al bienestar mediante la inclusión. Que todos tengamos silla.
Los avances tecnológicos de las últimas cuatro décadas han sido espectaculares. Se suman unos a otros y se potencializan mutuamente de una manera en que han transformado nuestras vidas en el hogar, la oficina, el entretenimiento, el acceso a la información, la comunicación instantánea a muy bajo costo, las compras y los servicios que recibimos. Han transformado también nuestra manera de estudiar y trabajar, en escuelas, oficinas y fábricas. Nuestros hijos y nietos no soportarían las condiciones de incomunicación en que vivíamos en los setentas.
¿Cómo es que a partir de estas maravillas se han creado nuevas pesadillas? Hablo de las dificultades para encontrar un empleo decente, que prometa estabilidad, sin horarios cambiantes, con un ingreso adecuado, con seguro social. Esto es cada vez más un sueño.
La sociedad juega a las sillas locas; todos corren al son de la música y luchan por sentarse en cada ronda en menos sillas. Conforme avanza el juego va dejando más marginados; pero los que alcanzan silla, aunque se consideren afortunados, tampoco están bien.
Este no es solo problema de un país tercermundista. Lo que sorprende es que las clases medias norteamericanas son de las más afectadas. Causan horror los documentales de familias en casas que se ven bonitas, tienen dificultades para comprar suficiente comida. Niños que llegan hambrientos a la escuela los lunes porque el fin de semana casi no comieron.
Y no se trata de desempleados, que están peor, sino de esta nueva categoría de los trabajadores pobres. Es decir, de los muchos millones que tienen un empleo, pero cuyo ingreso no les alcanza para comer. A los gringos se les ha destruido su “sueño americano”; es necesario que los mexicanos también nos demos cuenta de nuestro propio sueño americano se ha ido al caño.
El modelo norteamericano ha fracasado y es urgente que nosotros lo esquivemos para construirnos un camino alternativo que no nos lleve a su callejón sin salida. Aquí en México tenemos el nuestro.
En 2016 había en México 53.4 millones de personas en situación de pobreza; casi cuatro millones más que en 2008. A diferencia de países como Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, aquí el combate a la pobreza ha sido una derrota constante a lo largo de este siglo.
Parte del problema surge por el mal diseño de programas y la corrupción imperantes. Sin embargo, el problema de fondo se ubica en las condiciones de empleo.
De 2011 a la fecha en México se ha reducido a la mitad la población que gana cinco o más salarios mínimos. Los empleos que se están creando se ubican sobre todo en la franja de uno a tres salarios mínimos.
México se distingue por ser uno de los países con menor tasa de desocupación. A fines del 2017 esta era de 3.3 por ciento. Sin embargo, antes de celebrarlo, conviene señalar que se define como ocupado a todo aquel que trabajó una hora o más en la semana en la que se le preguntó. Y no tenía que ser un empleo, lo que se llama empleo. Pudo ser por cuenta propia; algo así como limpiar parabrisas en una esquina.
Otro punto es que destacamos en baja participación laboral. Esto se refiere al porcentaje de la población de quince años y más que trabaja o buscó trabajo en la semana de referencia.
En 2016 la tasa de participación en México fue de 59.7%; en Islandia fue de 89%; la media en los países de la OCDE fue de 71.7%. De lo que se puede concluir que nuestro bajo desempleo es porque a una parte de la población le repugnan los trabajos disponibles. Me refiero a los que tienen alguna posibilidad de elegir y no a los que tienen que aceptar lo que sea. Lo que explica que la desocupación se concentra entre los individuos con mayor nivel de instrucción.
El truco está en que buscar trabajo depende en buena medida de lo atractivo del mercado laboral. Si ya se sabe que no hay buenos empleos a la vista es posible que no se les busque; en cuyo caso no se trata de un desempleado sino de alguien que prefiere estar de “vacaciones”.
A finales de 2017 el 41 por ciento de la población tenía ingresos laborales inferiores al valor de la canasta alimentaria. Lo que se relaciona con el cálculo de que 24.6 millones de mexicanos tienen deficiencia de acceso a la alimentación.
Recientemente un candidato presidencial señaló que, de ganar, el país crecería al 4% anual. Esto es perfectamente posible, pero de momento me recuerda la afirmación de Peña Nieto – Videgaray de que creceríamos al 6% en este sexenio. No dijeron cómo, y no se hizo. Sin embargo, bajo la actual estrategia, crecer al 6 o al 4% no garantiza una mejoría del bienestar de la población.
Crecer puede ser necesario; pero no basta. Hay un importante problema de calidad del crecimiento que requiere hablar no solo del producto, sino más concretamente y sobre todo del bienestar alimentario, en salud, higiene, vivienda, calzado y vestido.
El Estado no debe dejar a la sociedad al juego libre de las fuerzas del mercado, ya sabemos que no conduce al bienestar, sino a la concentración de la producción en grandes empresas que pagan poco y a pocos empleados.
Salir delante de nuestro callejón sin salida demanda recurrir a nuestros principios constitucionales. Un sector privado que opere conforme al mercado; acotado en lo necesario por la intervención de un sector público eficaz, orientado sobre todo a abrir espacios a la producción del sector social abandonado en los hechos, aunque su protección este prevista en la Constitución.
La prioridad no es en realidad, crecer; sino reconfigurar una estrategia económica y social orientada al bienestar mediante la inclusión. Que todos tengamos silla.
lunes, 12 de marzo de 2018
Trump y su mesa de billar
Jorge Faljo
Trump hizo el saque anunciado desde su campaña electoral. El arancel al acero y al aluminio son la bola de billar con la que le ha pegado al orden comercial internacional representado por las otras quince bolas que, agrupadas, formaban un armonioso triangulo. Pero ya no. Ahora todas las bolas empiezan a salir disparadas en múltiples direcciones y golpeándose unas a otras.
Imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio es una medida que supera por mucho el impacto de los anteriores aranceles a lavadoras y paneles solares. Tal vez aquellos fueron una manera de medir la temperatura del agua antes de lanzarse de panzazo a abrir la Caja de Pandora de las guerras comerciales.
La producción de acero ha sido considerada históricamente la columna vertebral de la industrialización de un país. Cierto que en lo que va del siglo otros materiales están entrando a la producción industrial, cómo nuevos plásticos y cerámicas, pero el acero sigue siendo el rey indiscutible de los bienes duraderos y la construcción.
Además de su papel estratégico, el acero es un excelente ejemplo del problema básico que enfrenta la producción mundial: el fantasma de la sobreproducción. Entre 2007 y 2016 la producción anual de acero crudo creció en 280 millones de toneladas -MT. En esos años la producción de China creció en 318.6 millones de toneladas, la de India en 42 y la de Latinoamérica en 15. Un incremento superior al mundial que implicó que en otros lugares se redujera la producción.
En contraste en los Estados Unidos la producción cayó en 21.2 MT, en Europa se redujo en 54 millones y hubo caídas relevantes en Japón y Canadá. El punto es que sobra acero en el mundo; muchas plantas se han visto a cerrar, sobre todo a partir de la fuerte caída de precios del 2014.
Lo que se encuentra en juego en una economía mundial en sobreproducción o, más bien, con insuficiente demanda, es ¿dónde se dejará de producir acero?
El asunto no es sencillo, es espinoso, y si entramos en el terreno de las guerras comerciales se desbaratará todo el tinglado de la estrategia de globalización de las últimas décadas. Las bolas de billar en desbandada pegarán por dondequiera.
La medida de Trump puede ser contraproducente desde la perspectiva del empleo por tres razones: Al imponer aranceles la industria norteamericana trabajará con un insumo más caro y perderá competitividad en sus exportaciones, la segunda razón es que se expone a la entrada de manufacturas hechas con acero más barato en el exterior. Y por último están las posibles represalias. Europa anunció que podría ponerles aranceles a las motocicletas, el whisky y los pantalones de mezclilla.
Para evitar estos primeros impactos negativos Trump tendrá que hacer más expansiva su estrategia y proteger con otros aranceles a las industrias que emplean acero y crearle mercado interno a su producción. Por ejemplo, con aranceles a las motocicletas del exterior para vender internamente las que ya no se exportarían a Europa; lo mismo para el whisky y los jeans. Ha soltado una desorganización en la mesa y va a tener que ser asertivo en los tiros siguientes antes de que la medida inicial sea contraproducente.
Vamos a lo nuestro. Supongamos que ocurre lo mejor posible y no se aplica el arancel del 25 por ciento al acero que México exporta a los Estados Unidos. Sin embargo, de acuerdo al presidente de la CANACERO, Guillermo Vogel, existe el riesgo de que al disminuir Estados Unidos sus importaciones se incremente la sobreproducción en el resto del mundo, bajen los precios y se genere una oleada de entradas desleales de acero. Podría provenir, de China, India o cualquier otro lugar, pero dañaría la producción interna.
Hay que señalar que en México el consumo de acero crece a buen ritmo y que en 2017 alcanzó los 29.7 millones de toneladas. La mitad se cubre con importaciones mientras que la industria interna opera al 68 por ciento de su capacidad instalada. Si somos inundados por el acero que ya no va a comprar Estados Unidos el impacto puede ser devastador.
Desde esta perspectiva las grandes empresas productoras de acero y su organización, son muy claros le solicitan al gobierno que tome medidas similares a las de los Estados Unidos para limitar las importaciones. No se trata solo de defender la producción interna, hay incluso una oportunidad para incrementar la producción destinada al mercado interno y también al norteamericano. La petición es razonable y coloca a nuestra cúpula dirigente en una severa encrucijada entre su ideología neoliberal y una visión pragmática. ¿Nos sumamos al proteccionismo trumpiano, o sufrimos sus consecuencias?
Trump ha excluido a México y Canadá de los aranceles al acero y al aluminio mientras se encuentra en marcha la renegociación del TLCAN. Lo que ha hecho en la práctica es colocar una espada sobre nuestra cabeza; la encrucijada es real, y no se trata solo del acero. Podemos ver esta evolución como algo a lo que tenemos que enfrentarnos; o, por lo contrario, marchar a la par aprovechando oportunidades para substituir importaciones en México y, en paralelo, para venderle más a los Estados Unidos en substitución creciente de productos chinos. Pero este último arreglo solo será posible y aceptable para los gringos si reducimos nuestro superávit; es decir comprarle más a los Estados Unidos y menos a China.
Las opciones son claras, aislarnos en defensa de la ortodoxia del libre mercado; o plantear una estrategia de proteccionismo coordinado con Estados Unidos y Canadá. Lo importante será que la respuesta no la de esta administración moribunda, sino el candidato y los partidos ganadores en las próximas elecciones presidenciales. Se requerirá mayoría clara en el congreso y un compromiso por lo menos sexenal.
Trump hizo el saque anunciado desde su campaña electoral. El arancel al acero y al aluminio son la bola de billar con la que le ha pegado al orden comercial internacional representado por las otras quince bolas que, agrupadas, formaban un armonioso triangulo. Pero ya no. Ahora todas las bolas empiezan a salir disparadas en múltiples direcciones y golpeándose unas a otras.
Imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio es una medida que supera por mucho el impacto de los anteriores aranceles a lavadoras y paneles solares. Tal vez aquellos fueron una manera de medir la temperatura del agua antes de lanzarse de panzazo a abrir la Caja de Pandora de las guerras comerciales.
La producción de acero ha sido considerada históricamente la columna vertebral de la industrialización de un país. Cierto que en lo que va del siglo otros materiales están entrando a la producción industrial, cómo nuevos plásticos y cerámicas, pero el acero sigue siendo el rey indiscutible de los bienes duraderos y la construcción.
Además de su papel estratégico, el acero es un excelente ejemplo del problema básico que enfrenta la producción mundial: el fantasma de la sobreproducción. Entre 2007 y 2016 la producción anual de acero crudo creció en 280 millones de toneladas -MT. En esos años la producción de China creció en 318.6 millones de toneladas, la de India en 42 y la de Latinoamérica en 15. Un incremento superior al mundial que implicó que en otros lugares se redujera la producción.
En contraste en los Estados Unidos la producción cayó en 21.2 MT, en Europa se redujo en 54 millones y hubo caídas relevantes en Japón y Canadá. El punto es que sobra acero en el mundo; muchas plantas se han visto a cerrar, sobre todo a partir de la fuerte caída de precios del 2014.
Lo que se encuentra en juego en una economía mundial en sobreproducción o, más bien, con insuficiente demanda, es ¿dónde se dejará de producir acero?
El asunto no es sencillo, es espinoso, y si entramos en el terreno de las guerras comerciales se desbaratará todo el tinglado de la estrategia de globalización de las últimas décadas. Las bolas de billar en desbandada pegarán por dondequiera.
La medida de Trump puede ser contraproducente desde la perspectiva del empleo por tres razones: Al imponer aranceles la industria norteamericana trabajará con un insumo más caro y perderá competitividad en sus exportaciones, la segunda razón es que se expone a la entrada de manufacturas hechas con acero más barato en el exterior. Y por último están las posibles represalias. Europa anunció que podría ponerles aranceles a las motocicletas, el whisky y los pantalones de mezclilla.
Para evitar estos primeros impactos negativos Trump tendrá que hacer más expansiva su estrategia y proteger con otros aranceles a las industrias que emplean acero y crearle mercado interno a su producción. Por ejemplo, con aranceles a las motocicletas del exterior para vender internamente las que ya no se exportarían a Europa; lo mismo para el whisky y los jeans. Ha soltado una desorganización en la mesa y va a tener que ser asertivo en los tiros siguientes antes de que la medida inicial sea contraproducente.
Vamos a lo nuestro. Supongamos que ocurre lo mejor posible y no se aplica el arancel del 25 por ciento al acero que México exporta a los Estados Unidos. Sin embargo, de acuerdo al presidente de la CANACERO, Guillermo Vogel, existe el riesgo de que al disminuir Estados Unidos sus importaciones se incremente la sobreproducción en el resto del mundo, bajen los precios y se genere una oleada de entradas desleales de acero. Podría provenir, de China, India o cualquier otro lugar, pero dañaría la producción interna.
Hay que señalar que en México el consumo de acero crece a buen ritmo y que en 2017 alcanzó los 29.7 millones de toneladas. La mitad se cubre con importaciones mientras que la industria interna opera al 68 por ciento de su capacidad instalada. Si somos inundados por el acero que ya no va a comprar Estados Unidos el impacto puede ser devastador.
Desde esta perspectiva las grandes empresas productoras de acero y su organización, son muy claros le solicitan al gobierno que tome medidas similares a las de los Estados Unidos para limitar las importaciones. No se trata solo de defender la producción interna, hay incluso una oportunidad para incrementar la producción destinada al mercado interno y también al norteamericano. La petición es razonable y coloca a nuestra cúpula dirigente en una severa encrucijada entre su ideología neoliberal y una visión pragmática. ¿Nos sumamos al proteccionismo trumpiano, o sufrimos sus consecuencias?
Trump ha excluido a México y Canadá de los aranceles al acero y al aluminio mientras se encuentra en marcha la renegociación del TLCAN. Lo que ha hecho en la práctica es colocar una espada sobre nuestra cabeza; la encrucijada es real, y no se trata solo del acero. Podemos ver esta evolución como algo a lo que tenemos que enfrentarnos; o, por lo contrario, marchar a la par aprovechando oportunidades para substituir importaciones en México y, en paralelo, para venderle más a los Estados Unidos en substitución creciente de productos chinos. Pero este último arreglo solo será posible y aceptable para los gringos si reducimos nuestro superávit; es decir comprarle más a los Estados Unidos y menos a China.
Las opciones son claras, aislarnos en defensa de la ortodoxia del libre mercado; o plantear una estrategia de proteccionismo coordinado con Estados Unidos y Canadá. Lo importante será que la respuesta no la de esta administración moribunda, sino el candidato y los partidos ganadores en las próximas elecciones presidenciales. Se requerirá mayoría clara en el congreso y un compromiso por lo menos sexenal.
sábado, 3 de marzo de 2018
De acero, lavadoras y demás
Jorge Faljo
Cayó como balde de agua helada el anuncio de Donald Trump de que impondrá aranceles del 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio. Revisemos los argumentos de Trump. Son muy sencillos porque este señor no es de pensamiento rebuscado y básicamente se expresa en Tuits. Lo que dice es, más o menos, lo siguiente:
Nuestra industria del acero se encuentra mal y sin acero no hay país. Cuando perdemos miles de millones de dólares en el comercio con otro país una guerra comercial es buena y fácil de ganar. Sí tenemos un déficit de 100 mil millones de dólares con otro país y este se porta chistoso, suspendemos el comercio y salimos ganando. Es fácil. Pronto impondremos aranceles recíprocos a países que le ponen impuestos a nuestros productos. Con un déficit comercial de 800 mil millones de dólares no hay otra opción.
El anuncio de Trump ha desatado feroces críticas internas; tiene en contra a los medios, la clase política, el capital financiero y los grandes conglomerados con fuertes inversiones en el exterior. No obstante, conviene recordar que con esos argumentos Trump se impuso a todos sus rivales en la contienda electoral y ganó la presidencia. En momentos en que su presidencia se debilita ha decidido acercarse a su base política más fiel; la de los millones de norteamericanos empobrecidos que han perdido empleos y/o ingresos.
Dos son los grandes argumentos en contra. Uno es que las industrias que emplean un alto porcentaje de acero y aluminio dejarán de ser competitivas frente a las importaciones. Con lo que se perderán más empleos que los que se protegen. El otro es que los precios de productos con alto contenido de acero y aluminio van a subir y los consumidores saldrán perdiendo poder adquisitivo.
Son argumentos que hay que tomar en serio. Si los productores de vehículos, lavadoras, motocicletas, barcos, grúas, herramientas y muchos otros van a producir con un acero 25 por ciento más caro que el que usa México, China, Europa o la India dejarán de ser competitivos. A menos que la protección se extienda a esas industrias.
Trump ya protege la producción norteamericana de lavadoras y paneles solares y está negociando, al exigir el cambio de las reglas de origen del TLCAN, que la producción de autos en México se haga con un mínimo de 50% de partes norteamericanas. Es decir, en lugar de chinas.
Pero una protección similar tendría que ampliarse a prácticamente todas las áreas en donde se emplea una alta proporción de acero y aluminio. Solo así estas industrias crecerían y demandarían el acero norteamericano que se pretende acorazar.
La protección extendida generaría los empleos que Trump prometió en su campaña presidencial. No se puede ser proteccionista a medias; o es la médula de una política industrial, o puede ser contraproducente.
Y solo generando un empleo importante se podrá presionar al alza salarial que compense los incrementos en los precios. Las opciones son contrapuestas, o se sigue una estrategia a favor de los consumidores con importaciones baratas y un gran déficit, como lo ha venido haciendo, o se hace un viraje a favor del empleo, reforzándolo con incrementos salariales. Lo que solo es posible en el contexto de un proteccionismo amplio. O lo que es lo mismo, consiguiendo lo que Trump llama comercio justo; es decir reciproco.
La imposición de estos nuevos aranceles golpea a Canadá, China, Europa, India y Japón.
El hecho es que de inmediato se ha armado una fuerte controversia dentro de los Estados Unidos, y desde el exterior llegan las amenazas explicitas de represalias comerciales provenientes de países hasta ahora aliados comerciales cercanos.
Es posible que Trump retroceda ante la enorme presión en contra; es un político que no duda en cambiar de posición en cuestión de horas.
No obstante, aquí en México es urgente reflexionar cual será nuestra posición si efectivamente se adentra en la ruta proteccionista. Sin olvidar que la meta de Trump, la que ha repetido una vez más, es eliminar el déficit y acercarse a un comercio equilibrado. Lo que nos plantea dos opciones principales.
Una es tomar, o amenazar con tomar represalias. En esta ruta el instrumento más potente con que cuenta México en lo inmediato sería reducir las importaciones de productos agropecuarios. Lo cual generaría importantes protestas de los productores rurales norteamericanos contra su gobierno, pero sin autosuficiencia alimentaria simplemente nos llevaría a comprar granos en otro lado.
Lo más probable es que en la ruta de la confrontación terminemos peor de lo que estamos. Tenemos flancos vulnerables y nuestras represalias serían más bien de pacotilla. Cómo ya ha ocurrido.
Lo que queda es negociar lo que piden y dentro de ello obtener algunas ganancias importantes. Lo que Trump exige es que México le compre más a los Estados Unidos, hasta eliminar nuestro superávit. Y eso solo es posible si le compramos menos a China, hasta eliminar nuestro déficit.
Esta ruta de acomodo a la estrategia proteccionista norteamericana nos obligará a ser proteccionistas respecto de China. A cambio habrá que demandar una verdadera preferencia norteamericana reciproca dentro del TLCAN; es decir que ellos también le compren a México y no a China. Ganar el mercado norteamericano haciendo a un lado la competencia de China le brindaría a México enormes oportunidades de industrialización que hasta ahorita corren en provecho de los asiáticos.
A todo esto se opone la ortodoxia neoliberal que domina a nuestra clase política y solo aceptan las ideas hasta que ya todos cambiaron. Será difícil trascender de manera ordenada; lo más probable es que sea a golpes, brincos y sobresaltos.
Cayó como balde de agua helada el anuncio de Donald Trump de que impondrá aranceles del 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio. Revisemos los argumentos de Trump. Son muy sencillos porque este señor no es de pensamiento rebuscado y básicamente se expresa en Tuits. Lo que dice es, más o menos, lo siguiente:
Nuestra industria del acero se encuentra mal y sin acero no hay país. Cuando perdemos miles de millones de dólares en el comercio con otro país una guerra comercial es buena y fácil de ganar. Sí tenemos un déficit de 100 mil millones de dólares con otro país y este se porta chistoso, suspendemos el comercio y salimos ganando. Es fácil. Pronto impondremos aranceles recíprocos a países que le ponen impuestos a nuestros productos. Con un déficit comercial de 800 mil millones de dólares no hay otra opción.
El anuncio de Trump ha desatado feroces críticas internas; tiene en contra a los medios, la clase política, el capital financiero y los grandes conglomerados con fuertes inversiones en el exterior. No obstante, conviene recordar que con esos argumentos Trump se impuso a todos sus rivales en la contienda electoral y ganó la presidencia. En momentos en que su presidencia se debilita ha decidido acercarse a su base política más fiel; la de los millones de norteamericanos empobrecidos que han perdido empleos y/o ingresos.
Dos son los grandes argumentos en contra. Uno es que las industrias que emplean un alto porcentaje de acero y aluminio dejarán de ser competitivas frente a las importaciones. Con lo que se perderán más empleos que los que se protegen. El otro es que los precios de productos con alto contenido de acero y aluminio van a subir y los consumidores saldrán perdiendo poder adquisitivo.
Son argumentos que hay que tomar en serio. Si los productores de vehículos, lavadoras, motocicletas, barcos, grúas, herramientas y muchos otros van a producir con un acero 25 por ciento más caro que el que usa México, China, Europa o la India dejarán de ser competitivos. A menos que la protección se extienda a esas industrias.
Trump ya protege la producción norteamericana de lavadoras y paneles solares y está negociando, al exigir el cambio de las reglas de origen del TLCAN, que la producción de autos en México se haga con un mínimo de 50% de partes norteamericanas. Es decir, en lugar de chinas.
Pero una protección similar tendría que ampliarse a prácticamente todas las áreas en donde se emplea una alta proporción de acero y aluminio. Solo así estas industrias crecerían y demandarían el acero norteamericano que se pretende acorazar.
La protección extendida generaría los empleos que Trump prometió en su campaña presidencial. No se puede ser proteccionista a medias; o es la médula de una política industrial, o puede ser contraproducente.
Y solo generando un empleo importante se podrá presionar al alza salarial que compense los incrementos en los precios. Las opciones son contrapuestas, o se sigue una estrategia a favor de los consumidores con importaciones baratas y un gran déficit, como lo ha venido haciendo, o se hace un viraje a favor del empleo, reforzándolo con incrementos salariales. Lo que solo es posible en el contexto de un proteccionismo amplio. O lo que es lo mismo, consiguiendo lo que Trump llama comercio justo; es decir reciproco.
La imposición de estos nuevos aranceles golpea a Canadá, China, Europa, India y Japón.
El hecho es que de inmediato se ha armado una fuerte controversia dentro de los Estados Unidos, y desde el exterior llegan las amenazas explicitas de represalias comerciales provenientes de países hasta ahora aliados comerciales cercanos.
Es posible que Trump retroceda ante la enorme presión en contra; es un político que no duda en cambiar de posición en cuestión de horas.
No obstante, aquí en México es urgente reflexionar cual será nuestra posición si efectivamente se adentra en la ruta proteccionista. Sin olvidar que la meta de Trump, la que ha repetido una vez más, es eliminar el déficit y acercarse a un comercio equilibrado. Lo que nos plantea dos opciones principales.
Una es tomar, o amenazar con tomar represalias. En esta ruta el instrumento más potente con que cuenta México en lo inmediato sería reducir las importaciones de productos agropecuarios. Lo cual generaría importantes protestas de los productores rurales norteamericanos contra su gobierno, pero sin autosuficiencia alimentaria simplemente nos llevaría a comprar granos en otro lado.
Lo más probable es que en la ruta de la confrontación terminemos peor de lo que estamos. Tenemos flancos vulnerables y nuestras represalias serían más bien de pacotilla. Cómo ya ha ocurrido.
Lo que queda es negociar lo que piden y dentro de ello obtener algunas ganancias importantes. Lo que Trump exige es que México le compre más a los Estados Unidos, hasta eliminar nuestro superávit. Y eso solo es posible si le compramos menos a China, hasta eliminar nuestro déficit.
Esta ruta de acomodo a la estrategia proteccionista norteamericana nos obligará a ser proteccionistas respecto de China. A cambio habrá que demandar una verdadera preferencia norteamericana reciproca dentro del TLCAN; es decir que ellos también le compren a México y no a China. Ganar el mercado norteamericano haciendo a un lado la competencia de China le brindaría a México enormes oportunidades de industrialización que hasta ahorita corren en provecho de los asiáticos.
A todo esto se opone la ortodoxia neoliberal que domina a nuestra clase política y solo aceptan las ideas hasta que ya todos cambiaron. Será difícil trascender de manera ordenada; lo más probable es que sea a golpes, brincos y sobresaltos.
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