Jorge Faljo
Los sollozos de niños llamando a sus papás; la petición de una niña de seis años rogando que llamen a su tía para que la recoja; la foto de una pequeñita de dos años llorando mientras detienen a su madre, conmocionaron a la sociedad norteamericana. La indignación contra el trato a las familias de inmigrantes que piden asilo se ha movido en oleadas creciente.
Un artículo escrito por la ex primera dama Laura Bush y publicado por múltiples medios dijo sin medias tintas que la separación de las familias era inmoral y le destrozaba el corazón. Señaló que el personal que “atiende” a los pequeños tenía instrucciones de no tocarlos. Incluso a aquellos que todavía usan pañales. Más de un centenar son, dijo, menores de cuatro años. Su información era todavía incompleta. Luego nos hemos enterado de que les han secuestrado a sus madres a bebés de apenas ocho meses de edad.
Otras ex primeras damas, Michelle Obama, Hillary Clinton y Rosalynn Carter se sumaron a su protesta. Una docena de gobernadores estatales se han rehusado a enviar, o incluso han hecho regresar los elementos de la guardia nacional que habían enviado a colaborar en la frontera; en algunos casos han emitido decretos prohibiendo a su personal toda colaboración con esa política. El gobernador de Nueva York ha anunciado que pronto demandará al gobierno federal.
Michel Hayden, general y ex jefe de la CIA, causó estupefacción cuando escribió “Otros gobiernos han separado madres e hijos” sobre la foto de un campo de concentración nazi. Impresionante también que la revista Time pusiera en su portada las fotos de Trump frente a la de la pequeña de dos años que mencioné al inicio.
Los políticos norteamericanos, incluso los republicanos, excepto los más férreos trumpistas, corren a distanciarse de esa política. El mismo Trump en su habitual hipocresía declaraba que él no había provocado ese desastre, fueron los demócratas que no aceptaban sus propuestas migratorias, muro incluido.
Pero la presión de la clase política, en particular el temor de los congresistas republicanos a ser arrasados en las próximas elecciones, le hicieron entender a Trump que el mismo saldría perdiendo con un congreso demócrata. Así que hizo lo que dijo que no podía, emitir una orden ejecutiva suspendiendo la separación de las familias.
En lo que he dicho falta el ingrediente principal: los héroes anónimos que, bajo el riesgo de perder el empleo, o sanciones mayores, se atrevieron a registrar videos, sonidos y fotos que de manera anónima les pasaron a periodistas. Están las azafatas que declararon que no aceptaban servir en un vuelo que llevara niños separados. Fueron un factor para que las principales líneas aéreas, incluyendo United y American solicitaban formalmente que no se transportaran esos niños en sus aviones.
Fueron los pasajeros que, en un vuelo con siete adolescentes custodiados, dieron el aviso, corrió en redes sociales y al aterrizar, apenas unas horas después, ya había más de doscientas personas protestando con pancartas en el aeropuerto.
Una pareja de California abrió una cuenta de financiamiento colectivo para pagar la fianza de alguna inmigrante sometida a juicio. Querían recolectar 15 mil dólares; para sorpresa de todos llevan 15 millones de dólares de pequeñas contribuciones individuales. Han entrado en contacto con los despachos de abogados que ofrecen servicios legales gratuitos, entre otros a todos aquellos empleados que cometan actos de desobediencia civil. Miles de voluntarios están buscando alguna forma de apoyar a las familias.
Buena parte de los niños y niñas han sido rápidamente dispersados en centros de detención de empresas privadas, un jugoso negocio, en todo el país. Todo en el mayor secreto, solo develado por los pitazos anónimos. Por eso el diario Washington Post convocó a la población a revelar si en sus localidades hay esos centros. Se han detectado en 13 estados, incluidos algunos fronterizos con Canadá.
Una denuncia anónima permitió filmar la llegada a medianoche de un grupo de niñitas a un albergue en Nueva York. Al día siguiente el alcalde de la ciudad dio una conferencia de prensa indicando que ahí se encontraban 230 niñas y que era indignante que no le hubiera informado a la población y a su gobierno.
Las empresas privadas que manejan los centros de detención han sido señaladas por un historial de maltrato. Ahora ya hay denuncias que para controlar a los niños se les inyecta y se les obliga a tomar pastillas, en algunos casos diciendo que son vitaminas. En realidad, se trata de calmantes y antipsicóticos para tenerlos adormecidos. El daño que se está haciendo dejará lastres en el resto de sus vidas. Pero podrían ocurrir incluso muertes.
El decreto de Trump que acaba con la separación de las familias no contempla la reunificación de los más de 2,300 niños secuestrados con sus madres y padres. La medida para separarlos fue repentina y tomó al personal migratorio por sorpresa. No había protocolos para tratar los casos, ni personal capacitado, ni sitio donde acomodarlos. Por eso recurrieron a centros comerciales de Walt Mart fuera de uso.
Se sabe que la administración federal pidió al ejército norteamericano preparar alojamiento para 20 mil niños de julio a diciembre. También le solicitó abogados militares de emergencia. Ahora se sospecha que las familias podrán estar unidas en campos de concentración más adecuados.
Pero lo más absurdo, impensable, es que no se sabe cómo, ni cuándo, podrán reunirse las familias ya separadas. Nunca hubo un plan para ello, y aún no existe. No existe un seguimiento unificado de ambos lados. Muchos temen que haya niñas y niños que nunca vuelvan a ver a sus madres y padres. La ineptitud mostrada al separarlos se queda corta ante la que se muestra para resolver el desastre creado.
Melania Trump, la actual primera dama es caso aparte. Lamentó lo ocurrido, pero siguió el discurso oficial: que lo arregle el congreso. Visitó un albergue en la frontera sur, pero no de niños separados de sus padres. Hizo un ritual de circunstancias y dejó estupefactos a los norteamericanos exhibiendo en la parte posterior de su rompevientos un gran letrero que dice: “En realidad no me importa. ¿A ti sí?” Con esta familia no se sabe si es perversión o falta de juicio, por no decir la palabra que se me viene a la mente.
Quienes llegan implorando asilo son familias provenientes en su mayoría de Guatemala, Honduras y El Salvador, con una minoría de connacionales, que huyen de la criminalidad, violaciones, extorsiones y asesinatos en sus países de origen (algo sabemos de eso en México). Y en su desesperación no dudan en dejar lo poco que tienen para emprender una travesía cargada de riesgos terribles. La solución de fondo a la emigración tendrá que pensar en recomponer la situación en sus lugares de origen.
En cuanto a los 2,300 niños separados, si cabe alguna esperanza de reunirlos con sus madres y padres, está proviene de una sociedad, la norteamericana, que se moviliza vigilando, denunciando, protestando, donando dinero y con trabajo voluntario. Lo que ha hecho Trump es sembrar focos de protesta social por todo el territorio norteamericano y facilitarles a los demócratas obtener el control de la cámara de representantes. Entonces Trump lamentará las consecuencias de su perversidad.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
sábado, 23 de junio de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
Venezuela, México y la cruda holandesa
Jorge Faljo
En los años 60 del siglo pasado se descubrieron yacimientos de petróleo en las costas de Holanda. Su explotación y exportación se tradujo en nuevos e importantes ingresos. Es decir, dólares en abundancia, baratos, con los que los holandeses pudieron importar todo tipo de mercancías. Sin embargo, el resultado fue paradójico; las importaciones así abaratadas destruyeron buena parte de la producción de manufacturas. Al tiempo, La moneda holandesa se hizo cara y el país perdió competitividad en sus otras exportaciones. Parte de la población perdió sus empleos y se empobreció. El gobierno tuvo que incrementar su gasto social.
A esto los economistas le llamaron la maldición de las riquezas. Se referían a este tipo peculiar de riqueza fácil en el que un sector relativamente pequeño atrae una gran cantidad de dólares y provoca la destrucción de otros sectores de la producción que de hecho son más importantes por el empleo que generan. También se le conoció como “la enfermedad holandesa”, por sus efectos negativos en el conjunto social.
Desde otra parte de Europa, Noruega es un país que ha logrado evitar esta enfermedad económica. Exporta petróleo, pero decidió mantener una relación constante entre estos ingresos y su Producto (PIB). La mayor parte de los dólares que obtiene los coloca en un fondo de pensiones que invierte en el exterior, con lo cual evita la entrada excesiva de dólares a su economía y el encarecimiento de su moneda. Además, sigue una cuidadosa política industrial que promueve la producción interna.
Aquí en América, Venezuela, por lo contrario, no aprendió la lección. Una enorme riqueza petrolera le permitió convertirse en un país importador a costa de perder competitividad y deteriorar la producción interna de todo lo demás. El petróleo sirvió también como colateral de un desenfrenado endeudamiento.
Ambos ingresos, exportaciones y deuda, le permitieron a un gobierno de izquierda repartir ingresos y elevar de manera substancial el consumo y el bienestar de la población, en particular de las mayorías anteriormente marginadas. Pero el incremento del consumo popular se basó en importaciones. Esta situación le permitió al gobierno ganar un fuerte apoyo popular y despreciar al empresariado productivo que fue, en buena medida destruido.
Pero la bonanza era enfermedad. No se basaba en el esfuerzo productivo interno sino en una riqueza fácil que en el fondo sustentó una economía y una política contraria al trabajo productivo.
La brutal caída de los precios del petróleo al final de 2014 fue un duro golpe para Venezuela. No solo se redujeron a menos de la mitad sus ingresos por exportaciones petroleras; también debía pagar lo mucho que se endeudó. Lo peor es que la riqueza fácil destruyó o impidió el desarrollo de la producción interna.
Se trata de una crisis para la que no basta el adjetivo de económica; es un grave problema humanitario cuando lo que escasea es lo esencial para la vida misma. En país bendecido por la naturaleza por sus tierras, ríos, minerales, no se producen los alimentos, la ropa, el calzado y demás que la población necesita. Cientos de miles huyen fuera del país.
A esto le llamo la cruda holandesa. La combinación de ingresos fáciles, con destrucción de la producción interna, al tiempo, viene la posterior cruda. Cuando la riqueza se agota, y no protegiste tus capacidades productivas, es un crimen infligido por una pésima estrategia económica. Lo señalé en mi artículo del 2 de marzo de 2014, antes de la caída del precio del petróleo.
Escribo sobre Venezuela porque su situación extrema facilita observar lo que le ocurre a México. Es básicamente lo mismo, aunque para nuestra buena fortuna sin llegar a ese extremo. Pero nuestra cruda, que apenas empieza también es preocupante.
Nuestro primer brote de esta enfermedad ocurrió a fines de los años setenta, con López Portillo. ¿Recuerdan que su problema era “administrar la abundancia”? La nueva, abundante y fácil riqueza petrolera fue el colateral que permitió endeudar al país. Luego vino la ruda cruda de los años ochenta.
Pero el problema no es el petróleo, sino la abundancia de riqueza que podría considerarse demasiado “fácil”, dólares que podríamos llamar mal habidos. De estos hemos tenido muchos, y ahora se agotan.
¿Cuáles fueron nuestras fuentes de riqueza fácil? Si, el petróleo, cuando su precio repuntó y llegó a más de 100 dólares el barril. Incluso más, el endeudamiento, en el que hemos destacado y que hemos presumido. Le llamamos capacidad para atraer dólares, inversión externa y otros bonitos calificativos, pero son ingresos que no tienen que ver con la capacidad de exportación. Son instrumentos que nada mas ayudan a ordeñar la vaca para llevarse la leche, de ahí en fuera no aportan al empleo, más que lo indispensable y mal pagado. No generan riqueza nacional.
Además, está la venta de las grandes empresas. Otra forma de ingreso fácil y de endeudamiento encubierto.
La entrada de riqueza fácil nos provocó una fuerte enfermedad holandesa: destrucción de la plataforma industrial generada antes de los 80; deterioro de la producción agropecuaria; caída y deterioro del empleo y expulsión de millones de mexicanos hacia los Estados Unidos. Lo que paradójicamente generó remesas, que contribuyeron a sustentar la enfermedad que los expulsó.
Ahora se agotan esas fuentes de ingreso: petróleo, endeudamiento y venta de patrimonio van a la baja. Las exportaciones de enclave, maquiladoras y sector automovilístico están amenazadas por Trump. Los sectores mayormente creadores de empleo y del abasto básico deteriorados. Con más de la mitad de los trabajadores en la informalidad. Con un importante endeudamiento externo a pagar.
De la bonanza de la riqueza fácil se aprovecharon apenas unos cuantos. Ahora se acerca la cruda holandesa. No tan grave como en Venezuela; pero, aunque atenuada, muy parecida. Fruto también de una pésima política económica.
En los años 60 del siglo pasado se descubrieron yacimientos de petróleo en las costas de Holanda. Su explotación y exportación se tradujo en nuevos e importantes ingresos. Es decir, dólares en abundancia, baratos, con los que los holandeses pudieron importar todo tipo de mercancías. Sin embargo, el resultado fue paradójico; las importaciones así abaratadas destruyeron buena parte de la producción de manufacturas. Al tiempo, La moneda holandesa se hizo cara y el país perdió competitividad en sus otras exportaciones. Parte de la población perdió sus empleos y se empobreció. El gobierno tuvo que incrementar su gasto social.
A esto los economistas le llamaron la maldición de las riquezas. Se referían a este tipo peculiar de riqueza fácil en el que un sector relativamente pequeño atrae una gran cantidad de dólares y provoca la destrucción de otros sectores de la producción que de hecho son más importantes por el empleo que generan. También se le conoció como “la enfermedad holandesa”, por sus efectos negativos en el conjunto social.
Desde otra parte de Europa, Noruega es un país que ha logrado evitar esta enfermedad económica. Exporta petróleo, pero decidió mantener una relación constante entre estos ingresos y su Producto (PIB). La mayor parte de los dólares que obtiene los coloca en un fondo de pensiones que invierte en el exterior, con lo cual evita la entrada excesiva de dólares a su economía y el encarecimiento de su moneda. Además, sigue una cuidadosa política industrial que promueve la producción interna.
Aquí en América, Venezuela, por lo contrario, no aprendió la lección. Una enorme riqueza petrolera le permitió convertirse en un país importador a costa de perder competitividad y deteriorar la producción interna de todo lo demás. El petróleo sirvió también como colateral de un desenfrenado endeudamiento.
Ambos ingresos, exportaciones y deuda, le permitieron a un gobierno de izquierda repartir ingresos y elevar de manera substancial el consumo y el bienestar de la población, en particular de las mayorías anteriormente marginadas. Pero el incremento del consumo popular se basó en importaciones. Esta situación le permitió al gobierno ganar un fuerte apoyo popular y despreciar al empresariado productivo que fue, en buena medida destruido.
Pero la bonanza era enfermedad. No se basaba en el esfuerzo productivo interno sino en una riqueza fácil que en el fondo sustentó una economía y una política contraria al trabajo productivo.
La brutal caída de los precios del petróleo al final de 2014 fue un duro golpe para Venezuela. No solo se redujeron a menos de la mitad sus ingresos por exportaciones petroleras; también debía pagar lo mucho que se endeudó. Lo peor es que la riqueza fácil destruyó o impidió el desarrollo de la producción interna.
Se trata de una crisis para la que no basta el adjetivo de económica; es un grave problema humanitario cuando lo que escasea es lo esencial para la vida misma. En país bendecido por la naturaleza por sus tierras, ríos, minerales, no se producen los alimentos, la ropa, el calzado y demás que la población necesita. Cientos de miles huyen fuera del país.
A esto le llamo la cruda holandesa. La combinación de ingresos fáciles, con destrucción de la producción interna, al tiempo, viene la posterior cruda. Cuando la riqueza se agota, y no protegiste tus capacidades productivas, es un crimen infligido por una pésima estrategia económica. Lo señalé en mi artículo del 2 de marzo de 2014, antes de la caída del precio del petróleo.
Escribo sobre Venezuela porque su situación extrema facilita observar lo que le ocurre a México. Es básicamente lo mismo, aunque para nuestra buena fortuna sin llegar a ese extremo. Pero nuestra cruda, que apenas empieza también es preocupante.
Nuestro primer brote de esta enfermedad ocurrió a fines de los años setenta, con López Portillo. ¿Recuerdan que su problema era “administrar la abundancia”? La nueva, abundante y fácil riqueza petrolera fue el colateral que permitió endeudar al país. Luego vino la ruda cruda de los años ochenta.
Pero el problema no es el petróleo, sino la abundancia de riqueza que podría considerarse demasiado “fácil”, dólares que podríamos llamar mal habidos. De estos hemos tenido muchos, y ahora se agotan.
¿Cuáles fueron nuestras fuentes de riqueza fácil? Si, el petróleo, cuando su precio repuntó y llegó a más de 100 dólares el barril. Incluso más, el endeudamiento, en el que hemos destacado y que hemos presumido. Le llamamos capacidad para atraer dólares, inversión externa y otros bonitos calificativos, pero son ingresos que no tienen que ver con la capacidad de exportación. Son instrumentos que nada mas ayudan a ordeñar la vaca para llevarse la leche, de ahí en fuera no aportan al empleo, más que lo indispensable y mal pagado. No generan riqueza nacional.
Además, está la venta de las grandes empresas. Otra forma de ingreso fácil y de endeudamiento encubierto.
La entrada de riqueza fácil nos provocó una fuerte enfermedad holandesa: destrucción de la plataforma industrial generada antes de los 80; deterioro de la producción agropecuaria; caída y deterioro del empleo y expulsión de millones de mexicanos hacia los Estados Unidos. Lo que paradójicamente generó remesas, que contribuyeron a sustentar la enfermedad que los expulsó.
Ahora se agotan esas fuentes de ingreso: petróleo, endeudamiento y venta de patrimonio van a la baja. Las exportaciones de enclave, maquiladoras y sector automovilístico están amenazadas por Trump. Los sectores mayormente creadores de empleo y del abasto básico deteriorados. Con más de la mitad de los trabajadores en la informalidad. Con un importante endeudamiento externo a pagar.
De la bonanza de la riqueza fácil se aprovecharon apenas unos cuantos. Ahora se acerca la cruda holandesa. No tan grave como en Venezuela; pero, aunque atenuada, muy parecida. Fruto también de una pésima política económica.
viernes, 8 de junio de 2018
Crisis, gane quien gane
Jorge Faljo
Las crisis ocurren cuando ya no se puede, aunque se quiera, seguir por el mismo camino. Cuando las circunstancias imponen un cambio fuerte. En el uso habitual crisis es un golpe, una transición difícil, incluso traumática. Algo que sería mejor evitar; si pudiéramos.
Lamento traer malas noticias, porque a nadie le gustan las crisis y estoy convencido de que las circunstancias conducen a una crisis inevitable. Lo que no tiene que ver con la elección de un determinado candidato presidencial.
El mejor paralelismo es lo ocurrido en las elecciones y el cambio de administración de 1994. Durante la contienda electoral de ese año se indujo el miedo en la población afirmando que si ganaba el candidato de oposición habría fuga de capitales y devaluación; es decir, crisis. En cambio el candidato “oficial”, Zedillo, garantizaba, según la propaganda dominante, la estabilidad.
El mensaje pesó en el ánimo de la gente y seguramente contribuyó a la victoria del candidato de la continuidad, al que, apenas entrado en funciones, se le vino encima una de las peores crisis que hemos conocido en México. Lo escribo así, como algo que le ocurrió, porque de ninguna manera fue su decisión personal, sino el resultado inevitable de circunstancias heredadas.
Ya entrados en crisis, en 1994 – 1995, lo relevante fueron dos cosas. La primera es quien cargaría con la culpa. Afortunadamente el pueblo decidió que esta era la cruda, la resaca, de seis años de una modernidad de utilería. Decisión política que le permitió al nuevo presidente gobernar. Lo segundo fue la estrategia para enfrentar la crisis; tema que no desarrollaré en este momento.
La situación actual del país tiene algunas similitudes en lo general, y grandes diferencias en lo particular, con aquella de 1994. Hay que esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor. Un asunto que parece superficial es ¿Quién cargará con la culpa? No me refiero a las causas reales sino a la reacción de la sociedad y de los medios. Esto no es un asunto menor porque esa percepción incidirá en la conducción del país.
En caso de crisis lo fundamental es la estrategia para enfrentarla. Una posibilidad es salir del tropezón para seguir el mismo camino; la otra es salir hacia otro modelo de desarrollo. Planteado de este modo la crisis puede ser vista como oportunidad de transformación.
¿Por qué crisis?
Porque de manera crónica hemos estado comprando más de lo que vendemos y para sostener ese ritmo, y un peso fuerte como moneda, se han vendido empresas y se ha endeudado al país. Ahora el pago de dividendos e intereses al exterior se suma al déficit de la balanza de bienes y servicios y para equilibrarlos se requieren montos importantes de entradas de dólares. Básicamente tenemos tres fuentes de recursos:
La más estable e importante son las remesas que envían los trabajadores mexicanos en el exterior. Estas se han fortalecido recientemente por el temor de que Trump las obstaculice más adelante.
Una segunda entrada, de la mayor importancia en las últimas décadas ha sido la entrada de inversión directa. Pero tiende a debilitarse por dos motivos. Uno es que el país ya vendió lo de mayor interés: banca, siderurgia, químicos, cerveza y otros alcoholes. Lo último, la joya de la propiedad pública, el petróleo, se vendió en pésimas condiciones, y vendemos el control de la energía eléctrica en pedacitos. Este segundo motivo augura mayor caída de la inversión directa por la creciente incertidumbre respecto a la relación comercial con los Estados Unidos.
La tercera gran entrada, la de inversiones especulativas, se ha venido al suelo. La baja de impuestos y el alza de la tasa de interés en los Estados Unidos crea condiciones favorables a la salida de capitales financieros de México. Aquí se compensa cuando Banxico eleva la tasa de interés, pero esto parece insuficiente y además genera problemas a las empresas y los consumidores.
En suma, el modelo económico mexicano ha funcionado, no muy bien que digamos, gracias a fuentes de financiamiento externas que le son indispensables para mantener un peso sobrevaluado, importar bienes artificialmente abaratados, hacer inversión productiva, pagar dividendos e intereses.
Colocados en la perspectiva de prepararnos para lo peor cabría pensar en la posibilidad de una fuga de capitales. Esto se debe a que los inversionistas especulativos tienen un comportamiento de manada; otean el aire, miran de reojo a sus similares y tratan de adelantarse a lo que piensan que harán los otros. Todo lo demás no importa.
Ese comportamiento de manada se dio en 1994. Los inversionistas financieros mexicanos encabezaron una fuga de capitales que tomó por sorpresa a los inversionistas extranjeros. Había una doble interpretación de la situación. Los extranjeros creyeron las declaraciones oficiales; los grandes inversionistas mexicanos no confiaron en su propio candidato ganador, ya convertido en presidente.
Aceleradamente, antes de lo que quisiera esta administración, se hacen evidentes las debilidades de un modelo fracasado. Prometer estabilidad es ilusorio, no solo por las tendencias de fondo de la economía sino, incluso más, porque la estabilidad depende de un pequeño número de mexicanos acostumbrados a enormes privilegios y a los movimientos especulativos.
Más que pedir una estabilidad que ya es imposible, habrá que ir pensando en cómo enfrentar la crisis que viene. Gane quien gane.
Las crisis ocurren cuando ya no se puede, aunque se quiera, seguir por el mismo camino. Cuando las circunstancias imponen un cambio fuerte. En el uso habitual crisis es un golpe, una transición difícil, incluso traumática. Algo que sería mejor evitar; si pudiéramos.
Lamento traer malas noticias, porque a nadie le gustan las crisis y estoy convencido de que las circunstancias conducen a una crisis inevitable. Lo que no tiene que ver con la elección de un determinado candidato presidencial.
El mejor paralelismo es lo ocurrido en las elecciones y el cambio de administración de 1994. Durante la contienda electoral de ese año se indujo el miedo en la población afirmando que si ganaba el candidato de oposición habría fuga de capitales y devaluación; es decir, crisis. En cambio el candidato “oficial”, Zedillo, garantizaba, según la propaganda dominante, la estabilidad.
El mensaje pesó en el ánimo de la gente y seguramente contribuyó a la victoria del candidato de la continuidad, al que, apenas entrado en funciones, se le vino encima una de las peores crisis que hemos conocido en México. Lo escribo así, como algo que le ocurrió, porque de ninguna manera fue su decisión personal, sino el resultado inevitable de circunstancias heredadas.
Ya entrados en crisis, en 1994 – 1995, lo relevante fueron dos cosas. La primera es quien cargaría con la culpa. Afortunadamente el pueblo decidió que esta era la cruda, la resaca, de seis años de una modernidad de utilería. Decisión política que le permitió al nuevo presidente gobernar. Lo segundo fue la estrategia para enfrentar la crisis; tema que no desarrollaré en este momento.
La situación actual del país tiene algunas similitudes en lo general, y grandes diferencias en lo particular, con aquella de 1994. Hay que esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor. Un asunto que parece superficial es ¿Quién cargará con la culpa? No me refiero a las causas reales sino a la reacción de la sociedad y de los medios. Esto no es un asunto menor porque esa percepción incidirá en la conducción del país.
En caso de crisis lo fundamental es la estrategia para enfrentarla. Una posibilidad es salir del tropezón para seguir el mismo camino; la otra es salir hacia otro modelo de desarrollo. Planteado de este modo la crisis puede ser vista como oportunidad de transformación.
¿Por qué crisis?
Porque de manera crónica hemos estado comprando más de lo que vendemos y para sostener ese ritmo, y un peso fuerte como moneda, se han vendido empresas y se ha endeudado al país. Ahora el pago de dividendos e intereses al exterior se suma al déficit de la balanza de bienes y servicios y para equilibrarlos se requieren montos importantes de entradas de dólares. Básicamente tenemos tres fuentes de recursos:
La más estable e importante son las remesas que envían los trabajadores mexicanos en el exterior. Estas se han fortalecido recientemente por el temor de que Trump las obstaculice más adelante.
Una segunda entrada, de la mayor importancia en las últimas décadas ha sido la entrada de inversión directa. Pero tiende a debilitarse por dos motivos. Uno es que el país ya vendió lo de mayor interés: banca, siderurgia, químicos, cerveza y otros alcoholes. Lo último, la joya de la propiedad pública, el petróleo, se vendió en pésimas condiciones, y vendemos el control de la energía eléctrica en pedacitos. Este segundo motivo augura mayor caída de la inversión directa por la creciente incertidumbre respecto a la relación comercial con los Estados Unidos.
La tercera gran entrada, la de inversiones especulativas, se ha venido al suelo. La baja de impuestos y el alza de la tasa de interés en los Estados Unidos crea condiciones favorables a la salida de capitales financieros de México. Aquí se compensa cuando Banxico eleva la tasa de interés, pero esto parece insuficiente y además genera problemas a las empresas y los consumidores.
En suma, el modelo económico mexicano ha funcionado, no muy bien que digamos, gracias a fuentes de financiamiento externas que le son indispensables para mantener un peso sobrevaluado, importar bienes artificialmente abaratados, hacer inversión productiva, pagar dividendos e intereses.
Colocados en la perspectiva de prepararnos para lo peor cabría pensar en la posibilidad de una fuga de capitales. Esto se debe a que los inversionistas especulativos tienen un comportamiento de manada; otean el aire, miran de reojo a sus similares y tratan de adelantarse a lo que piensan que harán los otros. Todo lo demás no importa.
Ese comportamiento de manada se dio en 1994. Los inversionistas financieros mexicanos encabezaron una fuga de capitales que tomó por sorpresa a los inversionistas extranjeros. Había una doble interpretación de la situación. Los extranjeros creyeron las declaraciones oficiales; los grandes inversionistas mexicanos no confiaron en su propio candidato ganador, ya convertido en presidente.
Aceleradamente, antes de lo que quisiera esta administración, se hacen evidentes las debilidades de un modelo fracasado. Prometer estabilidad es ilusorio, no solo por las tendencias de fondo de la economía sino, incluso más, porque la estabilidad depende de un pequeño número de mexicanos acostumbrados a enormes privilegios y a los movimientos especulativos.
Más que pedir una estabilidad que ya es imposible, habrá que ir pensando en cómo enfrentar la crisis que viene. Gane quien gane.
sábado, 2 de junio de 2018
Los aranceles que siguen
Jorge Faljo
Trump nos sorprendió con su imposición unilateral de aranceles al acero y aluminio; ya antes puso aranceles a lavadoras y paneles solares y a 50 mil millones de dólares de productos chinos. Ha iniciado lo que apunta a ser una guerra comercial múltiple.
No debió sorprendernos. Siendo candidato presidencial prometió a sus votantes que combatiría lo que calificó como comercio injusto; es decir importaciones excesivas que destruían industrias y empleos norteamericanos.
Se apoyó, en lo teórico, en un documento de campaña de septiembre de 2016 firmado por su actual secretario de comercio y director de comercio y política industrial. Este último afirma que en su país quebraron 70 mil industrias, se han perdido más de un millón de empleos al año y se han deteriorado los salarios debido a su déficit comercial global.
El caso es que los nuevos aranceles al acero y al aluminio afectan a México, Canadá y Europa. Con todos ellos emprendió una negociación agresiva sin éxito, hasta que decidió pasar a las decisiones unilaterales. Ahora sus contrapartes comerciales reviran con sus propios aranceles.
El gobierno de México decidió imponer aranceles a las importaciones de aceros planos y tuberías, lámparas, frutas y varios quesos. La respuesta parece extraña porque no responde al interés por proteger y desarrollar sectores claves de la producción interna. Trata más bien de impactar áreas que son base política de Trump. Lo que lo enfurece más.
Dije que estas medidas, en su orientación general, estaban anunciadas para ser puestas en práctica a la buena, o a la mala. Nos sorprendieron en el sentido de que cuando vino a México y anunció lo esencial de sus propuestas, entre ellas que no compitiéramos con trabajo esclavo, pusimos oídos sordos. Esta administración se cargó del lado de la indignación por el muro, sin prestar atención y prevenir lo que serían medidas nefastas a la producción y al empleo. Tal vez en la mente de esta cúpula lo prioritario era seguir expulsando trabajadores de México a Estados Unidos en lugar de reconsiderar la estrategia económica, elevar salarios, diversificar en serio las exportaciones y blindar sectores de producción.
Ahora entramos a un conflicto comercial donde el gringo amenaza escalarlo con un arancel de 25 por ciento a las importaciones de autos. Eso significa golpear a la joya de la corona de la estrategia neoliberal mexicana; peor que un gancho al hígado en un mal momento.
El contexto global no está para bromas. Estados Unidos inundó al planeta con petróleo proveniente de la nueva tecnología de fracturación de suelos. China inundó al mundo de acero y manufacturas, tanto avanzadas como chucherías. Predomina el exceso de capacidades productivas frente a una demanda débil y frágil.
La economía global muestra una recuperación parcial, basada en gran parte en el endeudamiento de gobiernos y hogares en los países industrializados. Es decir que, otra vez, se está substituyendo la generación de demanda sólida de los gobiernos, proveniente de impuestos, y de los hogares, proveniente de mejores salarios, por una demanda de origen crediticio. Esta última se ha comportado como fuente de crisis. Un incremento de las tasas de interés podría traernos una repetición de la gran recesión del 2008 – 2010.
No nos hemos preparado para una guerra comercial con los Estados Unidos. Tenemos una dependencia francamente anormal en dos rubros estratégicos: por una parte, importamos lo substancial de la gasolina, y en la renuncia a refinarla también abandonamos la petroquímica. Además, y tal vez lo peor, es que, en contra de las recomendaciones internacionales explicitas, no tenemos seguridad alimentaria; importamos el grueso de nuestros alimentos.
Trump acaba de mostrar que en una disputa comercial puede no solo imponer aranceles a las importaciones de otro país; sino que puede imponerlos a sus propias exportaciones. Es impensable y dramático que llegara a ponerle un impuesto a las exportaciones norteamericanas de gasolina, y nosotros tuviéramos que pagar ese impuesto externo. Pero de que puede, puede. Y de nuestro lado no tendríamos más remedio que apoquinar, o empezar a caminar.
La estrategia de globalización de México implicó abandonar el mercado interno, y por ello me refiero al bienestar de la población. Todos los huevos se pusieron en la canasta de la exportación, y muchos de ellos en la producción de automóviles y manufacturas con mano de obra barata. ¿Quién imaginaría que no seríamos los mexicanos, sino nuestros grandes amigos gringos, los que destruyeran el modelito?
Los poderosos norteamericanos no pueden aceptar ante su pueblo que son ellos, los ricachones y sus grandes empresas los que lo han empobrecido. Seguirán buscando desviar la indignación de sus ciudadanos por la vía de culpar al extranjero que se ha aprovechado, dicen, de su inocencia.
Es hora de superar la mera indignación ante los golpes y groserías de Trump para pasar a hacer algo efectivo. Urge construir la seguridad alimentaria y energética de México. Ante una globalización que se desmorona necesitamos una política de desarrollo rural que supere el asistencialismo y una política de desarrollo industrial apropiada a la nación, es decir, nuestra soberanía deberá radicar en el fortalecimiento del mercado interno ¡¡Ya!!
Trump nos sorprendió con su imposición unilateral de aranceles al acero y aluminio; ya antes puso aranceles a lavadoras y paneles solares y a 50 mil millones de dólares de productos chinos. Ha iniciado lo que apunta a ser una guerra comercial múltiple.
No debió sorprendernos. Siendo candidato presidencial prometió a sus votantes que combatiría lo que calificó como comercio injusto; es decir importaciones excesivas que destruían industrias y empleos norteamericanos.
Se apoyó, en lo teórico, en un documento de campaña de septiembre de 2016 firmado por su actual secretario de comercio y director de comercio y política industrial. Este último afirma que en su país quebraron 70 mil industrias, se han perdido más de un millón de empleos al año y se han deteriorado los salarios debido a su déficit comercial global.
El caso es que los nuevos aranceles al acero y al aluminio afectan a México, Canadá y Europa. Con todos ellos emprendió una negociación agresiva sin éxito, hasta que decidió pasar a las decisiones unilaterales. Ahora sus contrapartes comerciales reviran con sus propios aranceles.
El gobierno de México decidió imponer aranceles a las importaciones de aceros planos y tuberías, lámparas, frutas y varios quesos. La respuesta parece extraña porque no responde al interés por proteger y desarrollar sectores claves de la producción interna. Trata más bien de impactar áreas que son base política de Trump. Lo que lo enfurece más.
Dije que estas medidas, en su orientación general, estaban anunciadas para ser puestas en práctica a la buena, o a la mala. Nos sorprendieron en el sentido de que cuando vino a México y anunció lo esencial de sus propuestas, entre ellas que no compitiéramos con trabajo esclavo, pusimos oídos sordos. Esta administración se cargó del lado de la indignación por el muro, sin prestar atención y prevenir lo que serían medidas nefastas a la producción y al empleo. Tal vez en la mente de esta cúpula lo prioritario era seguir expulsando trabajadores de México a Estados Unidos en lugar de reconsiderar la estrategia económica, elevar salarios, diversificar en serio las exportaciones y blindar sectores de producción.
Ahora entramos a un conflicto comercial donde el gringo amenaza escalarlo con un arancel de 25 por ciento a las importaciones de autos. Eso significa golpear a la joya de la corona de la estrategia neoliberal mexicana; peor que un gancho al hígado en un mal momento.
El contexto global no está para bromas. Estados Unidos inundó al planeta con petróleo proveniente de la nueva tecnología de fracturación de suelos. China inundó al mundo de acero y manufacturas, tanto avanzadas como chucherías. Predomina el exceso de capacidades productivas frente a una demanda débil y frágil.
La economía global muestra una recuperación parcial, basada en gran parte en el endeudamiento de gobiernos y hogares en los países industrializados. Es decir que, otra vez, se está substituyendo la generación de demanda sólida de los gobiernos, proveniente de impuestos, y de los hogares, proveniente de mejores salarios, por una demanda de origen crediticio. Esta última se ha comportado como fuente de crisis. Un incremento de las tasas de interés podría traernos una repetición de la gran recesión del 2008 – 2010.
No nos hemos preparado para una guerra comercial con los Estados Unidos. Tenemos una dependencia francamente anormal en dos rubros estratégicos: por una parte, importamos lo substancial de la gasolina, y en la renuncia a refinarla también abandonamos la petroquímica. Además, y tal vez lo peor, es que, en contra de las recomendaciones internacionales explicitas, no tenemos seguridad alimentaria; importamos el grueso de nuestros alimentos.
Trump acaba de mostrar que en una disputa comercial puede no solo imponer aranceles a las importaciones de otro país; sino que puede imponerlos a sus propias exportaciones. Es impensable y dramático que llegara a ponerle un impuesto a las exportaciones norteamericanas de gasolina, y nosotros tuviéramos que pagar ese impuesto externo. Pero de que puede, puede. Y de nuestro lado no tendríamos más remedio que apoquinar, o empezar a caminar.
La estrategia de globalización de México implicó abandonar el mercado interno, y por ello me refiero al bienestar de la población. Todos los huevos se pusieron en la canasta de la exportación, y muchos de ellos en la producción de automóviles y manufacturas con mano de obra barata. ¿Quién imaginaría que no seríamos los mexicanos, sino nuestros grandes amigos gringos, los que destruyeran el modelito?
Los poderosos norteamericanos no pueden aceptar ante su pueblo que son ellos, los ricachones y sus grandes empresas los que lo han empobrecido. Seguirán buscando desviar la indignación de sus ciudadanos por la vía de culpar al extranjero que se ha aprovechado, dicen, de su inocencia.
Es hora de superar la mera indignación ante los golpes y groserías de Trump para pasar a hacer algo efectivo. Urge construir la seguridad alimentaria y energética de México. Ante una globalización que se desmorona necesitamos una política de desarrollo rural que supere el asistencialismo y una política de desarrollo industrial apropiada a la nación, es decir, nuestra soberanía deberá radicar en el fortalecimiento del mercado interno ¡¡Ya!!
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