Jorge Faljo
En los años 60 del siglo pasado se descubrieron yacimientos de petróleo en las costas de Holanda. Su explotación y exportación se tradujo en nuevos e importantes ingresos. Es decir, dólares en abundancia, baratos, con los que los holandeses pudieron importar todo tipo de mercancías. Sin embargo, el resultado fue paradójico; las importaciones así abaratadas destruyeron buena parte de la producción de manufacturas. Al tiempo, La moneda holandesa se hizo cara y el país perdió competitividad en sus otras exportaciones. Parte de la población perdió sus empleos y se empobreció. El gobierno tuvo que incrementar su gasto social.
A esto los economistas le llamaron la maldición de las riquezas. Se referían a este tipo peculiar de riqueza fácil en el que un sector relativamente pequeño atrae una gran cantidad de dólares y provoca la destrucción de otros sectores de la producción que de hecho son más importantes por el empleo que generan. También se le conoció como “la enfermedad holandesa”, por sus efectos negativos en el conjunto social.
Desde otra parte de Europa, Noruega es un país que ha logrado evitar esta enfermedad económica. Exporta petróleo, pero decidió mantener una relación constante entre estos ingresos y su Producto (PIB). La mayor parte de los dólares que obtiene los coloca en un fondo de pensiones que invierte en el exterior, con lo cual evita la entrada excesiva de dólares a su economía y el encarecimiento de su moneda. Además, sigue una cuidadosa política industrial que promueve la producción interna.
Aquí en América, Venezuela, por lo contrario, no aprendió la lección. Una enorme riqueza petrolera le permitió convertirse en un país importador a costa de perder competitividad y deteriorar la producción interna de todo lo demás. El petróleo sirvió también como colateral de un desenfrenado endeudamiento.
Ambos ingresos, exportaciones y deuda, le permitieron a un gobierno de izquierda repartir ingresos y elevar de manera substancial el consumo y el bienestar de la población, en particular de las mayorías anteriormente marginadas. Pero el incremento del consumo popular se basó en importaciones. Esta situación le permitió al gobierno ganar un fuerte apoyo popular y despreciar al empresariado productivo que fue, en buena medida destruido.
Pero la bonanza era enfermedad. No se basaba en el esfuerzo productivo interno sino en una riqueza fácil que en el fondo sustentó una economía y una política contraria al trabajo productivo.
La brutal caída de los precios del petróleo al final de 2014 fue un duro golpe para Venezuela. No solo se redujeron a menos de la mitad sus ingresos por exportaciones petroleras; también debía pagar lo mucho que se endeudó. Lo peor es que la riqueza fácil destruyó o impidió el desarrollo de la producción interna.
Se trata de una crisis para la que no basta el adjetivo de económica; es un grave problema humanitario cuando lo que escasea es lo esencial para la vida misma. En país bendecido por la naturaleza por sus tierras, ríos, minerales, no se producen los alimentos, la ropa, el calzado y demás que la población necesita. Cientos de miles huyen fuera del país.
A esto le llamo la cruda holandesa. La combinación de ingresos fáciles, con destrucción de la producción interna, al tiempo, viene la posterior cruda. Cuando la riqueza se agota, y no protegiste tus capacidades productivas, es un crimen infligido por una pésima estrategia económica. Lo señalé en mi artículo del 2 de marzo de 2014, antes de la caída del precio del petróleo.
Escribo sobre Venezuela porque su situación extrema facilita observar lo que le ocurre a México. Es básicamente lo mismo, aunque para nuestra buena fortuna sin llegar a ese extremo. Pero nuestra cruda, que apenas empieza también es preocupante.
Nuestro primer brote de esta enfermedad ocurrió a fines de los años setenta, con López Portillo. ¿Recuerdan que su problema era “administrar la abundancia”? La nueva, abundante y fácil riqueza petrolera fue el colateral que permitió endeudar al país. Luego vino la ruda cruda de los años ochenta.
Pero el problema no es el petróleo, sino la abundancia de riqueza que podría considerarse demasiado “fácil”, dólares que podríamos llamar mal habidos. De estos hemos tenido muchos, y ahora se agotan.
¿Cuáles fueron nuestras fuentes de riqueza fácil? Si, el petróleo, cuando su precio repuntó y llegó a más de 100 dólares el barril. Incluso más, el endeudamiento, en el que hemos destacado y que hemos presumido. Le llamamos capacidad para atraer dólares, inversión externa y otros bonitos calificativos, pero son ingresos que no tienen que ver con la capacidad de exportación. Son instrumentos que nada mas ayudan a ordeñar la vaca para llevarse la leche, de ahí en fuera no aportan al empleo, más que lo indispensable y mal pagado. No generan riqueza nacional.
Además, está la venta de las grandes empresas. Otra forma de ingreso fácil y de endeudamiento encubierto.
La entrada de riqueza fácil nos provocó una fuerte enfermedad holandesa: destrucción de la plataforma industrial generada antes de los 80; deterioro de la producción agropecuaria; caída y deterioro del empleo y expulsión de millones de mexicanos hacia los Estados Unidos. Lo que paradójicamente generó remesas, que contribuyeron a sustentar la enfermedad que los expulsó.
Ahora se agotan esas fuentes de ingreso: petróleo, endeudamiento y venta de patrimonio van a la baja. Las exportaciones de enclave, maquiladoras y sector automovilístico están amenazadas por Trump. Los sectores mayormente creadores de empleo y del abasto básico deteriorados. Con más de la mitad de los trabajadores en la informalidad. Con un importante endeudamiento externo a pagar.
De la bonanza de la riqueza fácil se aprovecharon apenas unos cuantos. Ahora se acerca la cruda holandesa. No tan grave como en Venezuela; pero, aunque atenuada, muy parecida. Fruto también de una pésima política económica.
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