Jorge Faljo
Trump nos sorprendió con su imposición unilateral de aranceles al acero y aluminio; ya antes puso aranceles a lavadoras y paneles solares y a 50 mil millones de dólares de productos chinos. Ha iniciado lo que apunta a ser una guerra comercial múltiple.
No debió sorprendernos. Siendo candidato presidencial prometió a sus votantes que combatiría lo que calificó como comercio injusto; es decir importaciones excesivas que destruían industrias y empleos norteamericanos.
Se apoyó, en lo teórico, en un documento de campaña de septiembre de 2016 firmado por su actual secretario de comercio y director de comercio y política industrial. Este último afirma que en su país quebraron 70 mil industrias, se han perdido más de un millón de empleos al año y se han deteriorado los salarios debido a su déficit comercial global.
El caso es que los nuevos aranceles al acero y al aluminio afectan a México, Canadá y Europa. Con todos ellos emprendió una negociación agresiva sin éxito, hasta que decidió pasar a las decisiones unilaterales. Ahora sus contrapartes comerciales reviran con sus propios aranceles.
El gobierno de México decidió imponer aranceles a las importaciones de aceros planos y tuberías, lámparas, frutas y varios quesos. La respuesta parece extraña porque no responde al interés por proteger y desarrollar sectores claves de la producción interna. Trata más bien de impactar áreas que son base política de Trump. Lo que lo enfurece más.
Dije que estas medidas, en su orientación general, estaban anunciadas para ser puestas en práctica a la buena, o a la mala. Nos sorprendieron en el sentido de que cuando vino a México y anunció lo esencial de sus propuestas, entre ellas que no compitiéramos con trabajo esclavo, pusimos oídos sordos. Esta administración se cargó del lado de la indignación por el muro, sin prestar atención y prevenir lo que serían medidas nefastas a la producción y al empleo. Tal vez en la mente de esta cúpula lo prioritario era seguir expulsando trabajadores de México a Estados Unidos en lugar de reconsiderar la estrategia económica, elevar salarios, diversificar en serio las exportaciones y blindar sectores de producción.
Ahora entramos a un conflicto comercial donde el gringo amenaza escalarlo con un arancel de 25 por ciento a las importaciones de autos. Eso significa golpear a la joya de la corona de la estrategia neoliberal mexicana; peor que un gancho al hígado en un mal momento.
El contexto global no está para bromas. Estados Unidos inundó al planeta con petróleo proveniente de la nueva tecnología de fracturación de suelos. China inundó al mundo de acero y manufacturas, tanto avanzadas como chucherías. Predomina el exceso de capacidades productivas frente a una demanda débil y frágil.
La economía global muestra una recuperación parcial, basada en gran parte en el endeudamiento de gobiernos y hogares en los países industrializados. Es decir que, otra vez, se está substituyendo la generación de demanda sólida de los gobiernos, proveniente de impuestos, y de los hogares, proveniente de mejores salarios, por una demanda de origen crediticio. Esta última se ha comportado como fuente de crisis. Un incremento de las tasas de interés podría traernos una repetición de la gran recesión del 2008 – 2010.
No nos hemos preparado para una guerra comercial con los Estados Unidos. Tenemos una dependencia francamente anormal en dos rubros estratégicos: por una parte, importamos lo substancial de la gasolina, y en la renuncia a refinarla también abandonamos la petroquímica. Además, y tal vez lo peor, es que, en contra de las recomendaciones internacionales explicitas, no tenemos seguridad alimentaria; importamos el grueso de nuestros alimentos.
Trump acaba de mostrar que en una disputa comercial puede no solo imponer aranceles a las importaciones de otro país; sino que puede imponerlos a sus propias exportaciones. Es impensable y dramático que llegara a ponerle un impuesto a las exportaciones norteamericanas de gasolina, y nosotros tuviéramos que pagar ese impuesto externo. Pero de que puede, puede. Y de nuestro lado no tendríamos más remedio que apoquinar, o empezar a caminar.
La estrategia de globalización de México implicó abandonar el mercado interno, y por ello me refiero al bienestar de la población. Todos los huevos se pusieron en la canasta de la exportación, y muchos de ellos en la producción de automóviles y manufacturas con mano de obra barata. ¿Quién imaginaría que no seríamos los mexicanos, sino nuestros grandes amigos gringos, los que destruyeran el modelito?
Los poderosos norteamericanos no pueden aceptar ante su pueblo que son ellos, los ricachones y sus grandes empresas los que lo han empobrecido. Seguirán buscando desviar la indignación de sus ciudadanos por la vía de culpar al extranjero que se ha aprovechado, dicen, de su inocencia.
Es hora de superar la mera indignación ante los golpes y groserías de Trump para pasar a hacer algo efectivo. Urge construir la seguridad alimentaria y energética de México. Ante una globalización que se desmorona necesitamos una política de desarrollo rural que supere el asistencialismo y una política de desarrollo industrial apropiada a la nación, es decir, nuestra soberanía deberá radicar en el fortalecimiento del mercado interno ¡¡Ya!!
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