Riesgos de la estabilidad
Jorge Faljo
En el último número de su publicación La Voz de la Industria, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico, A. C. –IDIC-, afirma, “El marco institucional no cuenta con los pilares del crecimiento económico, predominan los de la estabilización.”
Desde esta reflexión empresarial el objetivo del momento debe ser acelerar rápidamente el crecimiento económico asociado al fortalecimiento del mercado interno. Suponen que pasando “de la obsesión por la estabilidad a la obsesión por el crecimiento” podrá superarse el estancamiento de las últimas décadas.
En nombre de la estabilidad y de combatir la inflación, el Banco de México se ha colocado continuamente en contra de las elevaciones salariales. El continuo rezago de los salarios respecto a los otros precios empobreció a los trabajadores y generó una profunda inequidad. Asunto que en la perspectiva de López Obrador se asocia directamente a la criminalidad y violencia que tanto nos hieren.
Solo a otro sector social le fue peor que a los trabajadores; y fue a los campesinos. El abandono de la promoción del desarrollo rural, y la destrucción del entramado institucional de asistencia para la producción y comercialización, también se vio dañado por una política de atracción de capitales, venta de empresas y endeudamiento, que fueron las verdaderas causas de la inflación. La entrada de dólares fáciles abarató la compra de granos, y de otros alimentos, en el exterior, despojando al sector campesino de su razón de ser y empujándolo a emigrar.
Millones de mexicanos, verdaderos refugiados económicos en los Estados Unidos, pasaron, muy a su pesar, a apoyar doblemente la continuidad del modelo que los obligó a emigrar. Por un lado, sus remesas abaratan el dólar y favorecen las importaciones de alimentos; además constituyen un enorme apoyo al consumo de millones de sus familiares en México. Sin embargo, a pesar de ese dinero, imperó la destrucción de la unidad familiar, se deterioró la producción y se debilitaron las estructuras de gobierno y la cohesión social local. Todo lo cual contribuyó a romper la transmisión de valores a millones de niños y adolescentes dejados atrás.
La llegada de López Obrador a la presidencia de la República ha sido calificada de tsunami; una ola arrolladora que va más allá de pedir el cambio de personajes políticos para exigir mejoras tangibles en salarios, empleo digno, producir y vivir bien en el campo. Se pide un sector público eficaz en la promoción del crecimiento y con servicios verdaderamente amigables y eficientes sobre todo en salud, educación, acceso al agua potable, transporte y demás.
Lo que ha ocurrido en el espacio político es un triunfo popular que la mayoría celebra. Pero podría pensarse que solo redefine, para bien, la arena de la contienda económica que se avecina. Porque la transformación real no se conseguirá sin presión social y sobresaltos económicos. Para cambiar hay que cimbrar lo existente. Y cimbrar es lo contrario a estabilizar.
La nueva administración que se avecina ofrece, por ejemplo, que los mexicanos ya no tendrán necesidad de emigrar y que habrá precios de garantía para la producción de granos. Lo que está implícito es que los nuevos precios permitirán que los campesinos produzcan y vivan mejor. Eso no se logra sin subir el costo urbano de los alimentos. Lo que tendrá que ser compensado con mejores salarios que cubran el costo superior de los alimentos más el de una real mejoría en sus niveles de vida.
Muy lejos estamos de los ingresos reales de 1976 - 1980; para eso habría que multiplicar por cuatro el salario mínimo. No ocurrirá de la noche a la mañana. Pero recuperar ingresos urbanos y campesinos, debe ser el objetivo.
Sin embargo, no se puede elevar el consumo de la mayoría si esto repercute en incremento de las importaciones. Únicamente es posible si se cumple otra promesa; la de producir más de lo que consumimos. Lo que apunta a la conveniencia de contar con una paridad competitiva de la moneda, una en donde el dólar sea más caro para gastar más en lo nuestro. Solo es posible competir en el comercio internacional mediante una moneda competitiva, o salarios de hambre. Una moneda competitiva es la mejor vía para la elevación de ingresos de los trabajadores, asegurando que su consumo provenga del interior. Eso cimbra el modelo.
Reorientar el gasto gubernamental hacia la reconstrucción de la infraestructura de acopio que debe acompañar los precios de garantía, más hospitales y escuelas dignas, agua potable accesible para todos, capacitación técnica de la juventud son las nuevas prioridades que obligan al abandono de las obras faraónicas sobre preciadas. Y eso cimbra el modelo.
Entre los que se suman a la celebración del cambio están los que desde el dominio de los medios de comunicación lo hacen con exigencias que parecen inocentes, pero son definitorias. Se exige que se mantenga la estrategia de atracción de capitales y un peso fuerte.
Ya los medios califican a la futura administración según el comportamiento de la bolsa de valores. Con esa vara resulta que no habría mejor calificación que la que se obtiene vendiendo empresas al exterior, atrayendo capital volátil y endeudándonos en dólares.
La victoria del cambio de rumbo es hasta este momento solo política; ya están puestas sobre la mesa las exigencias de estabilidad de las elites; con más estancamiento e inequidad, lo que de manera contundente se rechazó el pasado 1 de julio.
La nueva administración debe evadir esa trampa, sobre todo cuando la inestabilidad acecha desde afuera, en particular desde los Estados Unidos. Se acaban los tiempos del gran crecimiento del comercio internacional y sobrevienen los de las guerras comerciales; se acaba el financiamiento muy barato y acecha la reversión de flujos de capitales.
Las fuerzas externas cimbran el modelo, el hartazgo de la mayoría también.
No se trata de ningún modo de proponer la inestabilidad como positiva en sí misma. Pero es hasta cierto punto inevitable si se va a cambiar el modelo económico.
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