lunes, 4 de marzo de 2019

¿Ayuda social?

Jorge Faljo

La globalización ha reorientado el consumo de todos, ricos y pobres, hacia la gran producción industrializada. No es un hecho “natural” y tampoco se trata de una expansión del consumo asociada a una mejora del bienestar. Es más bien una modernización con deterioro del bienestar.

El fenómeno es doble: Se abandona el consumo de lo que se produce localmente por micro y pequeñas empresas convencionales; y en contrapartida se brinca hacia el consumo generado por empresas gigantescas y distribuido por canales de comercialización que solo admiten la producción en masa, industrial o agropecuaria.

Se trata de una reorientación del consumo agresivamente dañina puesto que destruye las formas de producción locales, regionales e incluso gran parte de las nacionales. “Moderniza” el consumo al mismo tiempo que destruye a las principales generadoras de empleo. Satura el mercado laboral de buscadores de empleo y deteriora su capacidad de negociación; presiona a la reducción de salarios. Es un barniz de modernización que ha reducido el bienestar mayoritario.

Lo hemos vivido en México y ocurre en todo el mundo. Esta reorientación del consumo favorable a la gran producción se asocia a la globalización financiera. La exigencia neoliberal ha sido no tan solo abrir los mercados nacionales a las importaciones; sino abrir los países al financiamiento y la inversión externa; es decir al crédito. Se facilitó el acceso al crédito internacional y las elites locales lo aceptaron gustosas como una forma de modernización.

La entrada de dólares por endeudamiento, o por la venta país (otra forma de endeudamiento que se paga con salida de ganancias) ha sido muy exitosa en México; hemos presumido de nuestra capacidad de atraer inversión externa. Entran dólares que a final de cuentas se convierten en importaciones de bienes de consumo globales. A costa del decaimiento de la producción interna de textiles, calzado, alimentos y prácticamente todo lo demás.

Reorientamos incluso el consumo de los grupos populares a los que modernizamos y a la vez los empobrecemos en la misma jugada.

No creamos que la modernización del consumo que empobrece es solo asunto de la estrategia económica nacional. Ocurre a distintos niveles y por múltiples mecanismos. Uno de ellos es el bombardeo propagandístico en favor de los productos de las empresas globalizadas y de los grandes canales de distribución. Pero no es a esto a lo que quiero referirme en adelante.

Debe de preocuparnos la reorientación del consumo que se impulsa desde el gobierno y con el vestido de desarrollo social. No es peculiar a México, sino parte de la globalización. No necesitamos ir lejos para plantear un ejemplo.

El programa de pensión a los adultos mayores es un ejercicio de justicia social que da recursos, autoestima y dignidad ante su familia, a un sector que se encontraba muy desprotegido y vulnerable. Fue un notable acierto político que reprodujeron otras entidades; aunque la población recuerda quien fue su iniciador. Lo considero un éxito y estoy a su favor.

Pero… tiene un defectillo. Tomó una cita de internet: “Para algunos de mi edad, la tarjeta lo es todo pues están abandonados y ya no trabajan. Yo con la tarjeta de Andrés compro en WaltMart mi medicina”. Gloria, 81 años, beneficiaria del programa.

Ese programa ha reorientado parte del consumo familiar que se adquiría en los mercados populares quitándoles el ingreso, para canalizarlo en favor de los grandes centros comerciales y negocios que aceptan la tarjeta del programa. Con ello se impactó una cadena de producción y comercialización mucho más popular y generadora de empleo nacional, que el gran comercio.

La razón es sencilla; con la tarjeta bancaria en manos del viejito o viejita de la casa la familia va al gran centro comercial a realizar todo su gasto. Ni modo de comprar en un lado con tarjeta y luego regresar al viejo mercado a comprar en efectivo.

Acepto que esto es una caricatura; no puedo precisar porque no hay estudios estadísticamente adecuados. Sería interesante que los grandes centros comerciales, o el gobierno, nos dijeran que proporción del apoyo a la tercera edad se convirtió en consumo como el declarado por la señora Gloria, la de 81 años.

Y aquí llego a mi verdadera preocupación, la de hoy. Con la vista puesta en este programa urbano tan exitoso en lo social y político ahora el nuevo gobierno de López Obrador se plantea un gran incremento de las transferencias sociales en favor de mayores segmentos de población vulnerable.

Uno de ellos, por ejemplo, el de Sembrando Vida, habrá de darle cinco mil pesos mensuales a 400 mil productores campesinos. Sumados los contratos de técnicos y becarios, y si la calculadora no me falla, en un par de años se estarán inyectando ingresos en sector social rural por más de 2.5 billones de pesos al año.

De nueva cuenta manifiesto todo mi apoyo a este programa. Por su impacto en el bienestar de los directamente beneficiados y por lo que se esperaría en resultados productivos y de manejo ambiental.

Pero tiene el mismo defectillo que señalé anteriormente. El dinero se transfiere de manera moderna, en tarjetas electrónicas que solo serán redimibles en establecimientos comerciales del tipo de Elektra, u Oxxo, que serán los grandes ganadores. Una reorientación del consumo que lo alejará de la producción popular y convencional. Lo globalizará en detrimento del bienestar general; con excepción de los directamente beneficiados.

Otorgar así los recursos amenaza crear una ruptura en ejidos y comunidades. La única manera de evitar este impacto negativo, y convertirlo en positivo, es que ese beneficio se ejerza en una alta proporción en consumo de producción local y regional y así termine por favorecer a todos.

En contraposición al consumo bancarizado, globalizado y, por ende, de origen externo, hay que canalizar ese beneficio como consumo social. El procedimiento consistiría en otorgarlo en forma de vales de circulación local y redimibles en las 30 mil tiendas Diconsa. Estas ya apoyan el consumo de decenas de millones de mexicanos del campo; hay que fortalecer su potencial de apoyo a la producción del conjunto del sector que se quiere beneficiar. Y no hay mejor apoyo que la demanda.

Hacerlo requiere fortalecer esa gran cadena de distribución; ¿qué mejor y más práctico ejemplo de la firme alianza entre gobierno y actores sociales que debe guiar el nuevo rumbo?

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