martes, 19 de marzo de 2019

Davos en retrospectiva

Jorge Franco

Cada año, a fines de enero, se dan cita los dueños del poder político y económico del planeta en un pueblito suizo y en esas fechas acostumbro escribir un artículo sobre lo más destacado del encuentro. Me refiero al Foro Económico Mundial, más fácilmente identificable por el nombre del lugar: Davos.

En mi artículo usual, acostumbro mencionar algunos datos del sitio; un lugar para vacaciones de invierno, paraíso de esquiadores, en zona montañosa y aislado. Ahí pueden darse condiciones de máxima seguridad, desde la vigilancia de los aeropuertos cercanos a donde llegan docenas de jets privados, el control de los caminos y los policías armados y vigilando desde las azoteas.

Los encuentros y conversaciones son muy jerarquizados; los invitados tienen distintos niveles de identificación que determinan donde y con quienes pueden encontrarse. De cualquier manera, es el espacio donde ocurren encuentros personales que facilitan los grandes negocios y se exponen ideas que orientan el rumbo del planeta.

Pero este año no escribí sobre Davos al momento de darse ese encuentro. En primera porque al igual que muchos otros lo encontré bastante deslucido. No solo por la ausencia de los grandes personajes mundiales. El año pasado Trump acudió a presumir como un gran logro la reducción de impuestos a los más ricos; este año tenía poco de que presumir, bajó su popularidad, se encuentra acorralado por múltiples investigaciones que ya afectan a su entorno cercano, y la burbuja de crecimiento que pudo provocar amenaza desinflarse. Tampoco fueron Putin ni Xi Jinping.

El problema de fondo no fue la escasez de poderosos, sino la mediocridad de los mensajes. Los anuncios sobre las nuevas oleadas tecnológicas y los llamados a mejores oportunidades de inclusión social y menor inequidad sonaban desgastados. Ya no había el entusiasmo de otros tiempos sobre los beneficios de la globalización y el libre comercio. Se rompió la magia del consenso neoliberal y resulta ahora inocultable la incapacidad de las elites para darle cauce a la expansión del descontento social.

En su momento preferí escribir sobre el combate al Huachicoleo y no sobre un foro mundial en decadencia. Paradójicamente, con el paso del tiempo resulta claro que el foro de 2019 terminó por darle resonancia a los mensajes más críticos al actual orden económico mundial.

Uno fue el informe de Oxfam, una confederación internacional de organizaciones humanitarias orientadas al combate a la pobreza. En el señalan que en 2018 se redujo en 11 por ciento el ingreso de la mitad pobre de la población del planeta. En contraste los más ricos se enriquecen mucho más, en buena medida gracias a nuevas reducciones de impuestos. En muchos países los más pobres pagan mayores impuestos, como proporción de sus ingresos, que los más ricos. Eso ha llevado a que los 26 personajes más ricos del mundo posean mayor riqueza que los 3 mil 800 millones en mayor pobreza.

El informe de Oxfam planteó el contexto en el que Rutger Bregman, un historiador holandés habría de decirles una verdad de a kilo a los milmillonarios del planeta. Este joven historiador escribió un libro “Utopía para realistas”, en el que argumenta a favor de un ingreso básico ciudadano y menos horas de trabajo a la semana.

Entre las fallas más evidentes de la economía mundial se encuentran la insuficiencia en la generación de ingresos, lo que da lugar a debilidad de la demanda y el crecimiento, y la escasa generación de empleo. Así que una transferencia social universal y una semana de trabajo reducida que permita emplear a más personas son ideas crecientemente aceptadas incluso entre los supermillonarios. Así que Bregman fue invitado para contestar a preguntas específicas sobre estos temas en uno de los últimos eventos de la semana.

Pero en días anteriores Bregman fue dándose cuenta de la existencia de un tema intocable y sobre el cual los participantes de Davos tenían particular repugnancia. Así que cuando le tocó hablar ya se había decidido a ignorar las preguntas sobre su libro y centrarse en el gran tabú de los ultra super ricos. Su conciencia así se lo indicaba.

Lo que dijo fue sencillo; que todos en Davos hablan sobre participación, justicia, equidad y transparencia, pero nadie menciona el gran tema de la evasión de impuestos y el hecho de que los ricos no pagan lo que les corresponde. Es como ir a una convención de bomberos donde no se puede hablar del agua. Señaló también que los grandes avances tecnológicos que han creado supermillonarios se han hecho con fondos públicos y que los verdaderos creadores de riqueza son los trabajadores.

Bregman salió de la conferencia preocupado sobre si había empleado palabras demasiado duras con sus anfitriones. En todo caso con la convicción de que ahí acababa el asunto.

Pero no fue así. En las siguientes semanas el video de su participación se ha retrasmitido en las redes sociales y ya lo han visto millones de personas. Bregman saltó a la fama por decir algo elemental y evidente. Algo que de pasada destroza la fachada de filántropos generosos que buscan construirse muchos de los más ricos del planeta mientras procuran evadir el dar una justa contribución al bienestar de todos.

Así que en este 2019 Davos fue la caja de resonancia del mensaje que menos les gusta a sus participantes, a los del mundo y a los de México.

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