Jorge Faljo
Donald Trump el controvertido y pintoresco presidente norteamericano, por decir lo menos, no tiene la gracia de los viejos cómicos mexicanos. Sin embargo parece haberles copiado una de sus mejores actuaciones. La técnica es amenazar acompañado de un “deténganme, no me suelten” para finalmente no agarrarse a trompadas con el adversario. Pleito que no convenía a nadie y probablemente mucho menos al que amenazaba.
Trump amenazó cerrar la frontera norteamericana con México y fueron los propios norteamericanos los que se encargaron de detenerlo señalando el gravísimo impacto que esto tendría en la economía de aquel país. Sobre todo en la prestación de servicios de todo tipo en las ciudades fronterizas norteamericanas que son efectuados en gran medida por trabajadores mexicanos transfronterizos.
Así que fue detenido por sus propios connacionales y que bueno que de este lado predominó la calma tal vez porque entendemos cada vez mejor sus mañas.
Lo que no impide que Trump con actitud de perdonavidas le “conceda” a México un año de gracia para frenar la oleada migratoria y detener el flujo de drogas ilícitas. Será materia de otro artículo señalar que esto es imposible. Además el presidente norteamericano no ofrece a cambio lo que sería lógico, impedir la entrada de armas y municiones de allá para acá.
Si no hacemos lo que pide lo primero que hará, supone, imponer un alto arancel a las importaciones de autos armados en México. Su amenaza suena viable tras los aranceles que impuso a las importaciones norteamericanas de acero y aluminio donde ha demostrado que no es un neoliberal que se conduce de acuerdo a principios y acuerdos. Su historial como negociante señala un importante desprecio al cumplimiento de contratos.
Lo segundo que piensa, dice, es cerrar la frontera, lo cual es una amenaza mucho menos creíble porque, aunque nos dañaría, sería también darse una puñalada a sí mismo.
Trump no se conduce de acuerdo a principios neoliberales, sino como un rudo negociante que apela a posiciones de fuerza aprovechando las debilidades de sus contrincantes. Una y otra vez amenaza con derrumbar lo que aquí se presentó como logros principales del neoliberalismo. Algo que Estados Unidos exigió, y nuestra elite educada en sus universidades adoptó con entusiasmo; integrarnos a la economía norteña como campeones de la globalización.
No nos prestemos a su juego y dejemos que el magnate norteamericano haga su boxeo de sombra. Pero al mismo tiempo tomemos en serio sus amenazas y preparémonos por la vía del fortalecimiento de una estrategia alternativa centrada en el mercado interno. Es decir, del énfasis en la producción para nosotros y en el consumo de lo nuestro. Lo que no implica sacrificar lo alcanzado en términos de exportaciones sino disminuir el carácter meramente maquilador de nuestras exportaciones promoviendo su mayor integración a cadenas de producción internas.
Hablando de estos temas hay que recordar que también está en juego la aprobación por el congreso norteamericano del nuevo tratado comercial entre México, Canadá y los Estados Unidos.
El nuevo dominio del partido demócrata en la cámara de representantes de Estados Unidos dificulta que sea aprobado en sus actuales términos. La dirigencia demócrata quiere hacer dos modificaciones principales.
La primera modificación se refiere al tema laboral en México. Trump mismo levantó esta bandera exigiendo un importante acercamiento de los niveles salariales de México y Estados Unidos. En su campaña, Trump, llegó a decir que acabaría con el trabajo esclavo en México porque constituía una competencia desleal para con los obreros norteamericanos. Fiel a la técnica del “agárrenme porque lo mato” posteriormente fue reduciendo sus exigencias hasta niveles más acordes a las posibilidades reales.
Ahora los demócratas retoman esa bandera y exigen democracia sindical en México, como un incentivo a la elevación paulatina de salarios en México. Ante lo cual López Obrador responde que la iniciativa de reforma laboral enviada al Congreso se apega a los compromisos que establece el tratado. Es además evidente que se ha generado un ambiente más permisivo a una representación obrera auténtica y a la huelga como instrumento de negociación laboral. Algo que anteriormente era inconcebible.
Sin embargo, los demócratas norteamericanos quieren exigir mayores garantías de cumplimiento efectivo. Sospechan lo que ya sabemos, que con frecuencia en México tenemos leyes de excelencia, que no se cumplen.
La segunda modificación relevante se encuentra totalmente inmersa en la política interna de los Estados Unidos. Los demócratas quieren en serio algo que Trump prometió y, como de costumbre, no cumple; una importante reducción a los precios de los fármacos. En el país que pregona las ventajas de la libre competencia los precios de las medicinas son mucho más elevados que en el resto del mundo. Al grado de hacerlos inaccesibles para gran parte de la población.
Sin embargo, los republicanos introdujeron en el T-MEC medidas de protección a las grandes empresas farmacéuticas. Ampliaron el periodo de su dominio exclusivo del mercado y permite que cambios menores a la fórmula de un fármaco permitan re patentarlo. Es decir que se fortalece lo que elegantemente se llama propiedad intelectual y que en la práctica impide la entrada de competidores, entre ellos la producción y venta de medicamentos genéricos.
Los demócratas no podrían cambiar el marco jurídico de la industria farmacéutica si este se encuentra inscrito en un tratado internacional.
En esta lucha de la que solo podemos ser espectadores si los demócratas ganan también se verían favorecidos los consumidores mexicanos. Pero Trump tiene una importante carta a su favor; podría intentar derogar el TLCAN en funciones incluso sin que se apruebe el T-MEC que lo substituye. Algo que, en la perspectiva de los demócratas, y del gobierno de México, sería muy negativo.
Si se da, Trump jugará a culpar a los demócratas de la ruptura de ambos tratados comerciales, el vigente y el renovado. Muy posiblemente tocaría a los tribunales y a la opinión pública decidir quién tiene la razón y a Trump decidir que le conviene más en la perspectiva de su posible reelección en el 2020.
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