Jorge Faljo
Le deseo a México y al mundo un mejor próximo año. No debiera ser difícil porque el 2019 fue un año de desencanto y frustración; tampoco será fácil porque algunas cosas tendrán que cambiar. En adelante me referiré a dos cambios indispensables en el mundo y otras dos transformaciones necesarias para México.
La economía mundial se encuentra en un bache de bajo crecimiento con perspectivas de recesión. Decreció el comercio internacional; una muy mala señal si consideramos que por varias décadas fue el principal factor de impulso del crecimiento globalizador; es decir de la expansión de las grandes corporaciones.
El diagnóstico no es difícil. Para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización Internacional del Trabajo, el problema es la debilidad de la demanda. Esta se fortalecía falsamente mediante demanda crediticia; es decir con endeudamientos que les permitieron a los gobiernos y población gastar más de lo que ingresaban. Algo que cada vez funciona menos.
Ahora, un primer gran cambio de orden mundial, es que aumenten los ingresos de la población y de los gobiernos, para que puedan realizar su consumo individual y colectivo al ritmo en que lo permite el potencial de producción. De no hacerlo se profundizará la destrucción de capacidades y las guerras comerciales que básicamente intentan esa destrucción caiga en el patio del vecino y no en el propio.
En 2019 se ha hecho mucho más claro que la humanidad se ha excedido en la explotación de la naturaleza y eso la conduce a su propio aniquilamiento. Huracanes, incendios, inundaciones, sequías y calentamiento global son las señales de un grave y creciente desorden. Lamentablemente el impacto del deterioro ambiental es muy disparejo; se ensaña con los que menos posibilidades tienen para protegerse y compensarlo mediante medidas económicas.
Mientras que, por ejemplo, la compra de seguros aminora los riesgos para las empresas, familias y gobiernos en mejor posición económica, en otros países conduce a la perdida irremediable de medios de vida y a la necesidad de migrar.
Necesitamos, como segundo gran cambio mundial, una nueva forma de relación entre la humanidad y la naturaleza de manera tal que suspendamos la destrucción brutal de nuestro entorno. Hay que suspender la emisión de desechos industriales que contaminan el aíre con carbono, las aguas con plásticos, la tierra con químicos, e incluso la genética de la naturaleza. De no hacerlo así seguiremos avanzando hacia el desastre.
El primer año del nuevo gobierno que tantas esperanzas ha levantado ha sido frustrante. Una nueva actitud solidaria hacia los más pobres es digna del mayor encomio. Pero esta ruta no podrá avanzar si no se acompaña de un nuevo dinamismo económico.
La CONCAMIN reclama política industrial, no el remedo presentado hace unos meses. Tienen razón, hay que abrir espacios de inversión para grandes, medianos y chicos y eso solo lo puede hacer el Estado mediante el fortalecimiento de sus capacidades y no por la vía de contraerse.
Habrá que hablar más concretamente de un dinamismo económico específicamente adecuado a la transformación social; en particular reactivar la economía social orientada a mercados locales y regionales fortalecidos por las transferencias sociales.
Requerimos inversión masiva, sí, pero que aterrice en forma no concentrada, sino dispersa en las decenas de miles de comunidades y barrios rurales y urbanos y en millones de micro pequeños y medianos productores. Lo que solo será posible mediante intervenciones reguladoras en los mercados. En otras palabras, hay que abandonar el omnipresente neoliberalismo. Este sería la primera transformación deseable para México en este próximo año.
Para hablar de la siguiente transformación hay que explicar que durante décadas los gobiernos de PRI y PAN crearon un entramado de falsas representaciones en el medio rural. Cada programa rural, ambiental, forestal o de desarrollo social creó en cada comunidad su propio grupo de interlocutores a modo. De este modo las entidades públicas simulaban dialogo con la población, es decir, con el micro grupo que en cada caso era beneficiario del programa. Construyeron así un entramado de falsas representaciones del interés popular que eran en realidad títeres de los programas.
De ese modo las entidades y programas operaban en el campo inmunes a las críticas y transfiriendo recursos que se caracterizaron por su escaso impacto positivo de carácter permanente y comunitario. La actual administración rechaza las organizaciones de todo tipo como representantes de los intereses de la población rural. En cierto sentido tiene razón, pero lo que debe rechazar es el entramado de simulación construido por los gobiernos anteriores.
A mediados de diciembre el Presidente López Obrador supervisó la operación del programa sembrando vida en Hidalgotitlán, Veracruz. En la visita se evidenciaron retrasos en la producción de semillas, simulaciones de los beneficiarios, incumplimientos, acusaciones de corrupción. Ante ello el presidente les pidió más empeño a los técnicos del programa para que los programas se apliquen y no se queden nada más en los documentos, con presupuesto, pero sin que lleguen los beneficios. Según la nota periodística, el presidente se mostraba desilusionado.
Me parece sumamente importante que el presidente haya acudido a ver la operación real del programa saltándose todos los filtros institucionales que le doran la píldora a los altos mandos. No se trata de una anécdota sin importancia; es una muestra de lo que distintas fuentes dicen que está ocurriendo no solo en este sino en varios programas.
La solución no es pedirle a la burocracia que se apresure, no es hablar con uno mismo en una especie de soliloquio, sino hablar con las verdaderas expresiones colectivas de la voluntad popular.
Los programas rurales, sociales, campesinos y ambientales podrán funcionar cuando se realicen tratos dignos con los pueblos, las comunidades, los ejidos. Cuando se les reconozca como los sujetos sociales de los programas públicos; los que pueden establecer y hacer cumplir compromisos. Esta sería la real democracia participativa y la segunda gran transformación que espero ocurra en el 2020.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 29 de diciembre de 2019
domingo, 15 de diciembre de 2019
Ante el estancamiento global
Jorge Faljo
El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.
Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.
Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.
Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en un 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó un 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.
La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en un 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.
Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.
Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.
¿Qué haría falta para crecer?
Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.
Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.
A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.
La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social es el orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas; que deberá cumplir.
No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.
Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.
Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.
El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.
Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.
Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.
Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en un 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó un 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.
La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en un 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.
Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.
Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.
¿Qué haría falta para crecer?
Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.
Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.
A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.
La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social es el orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas; que deberá cumplir.
No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.
Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.
Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.
jueves, 12 de diciembre de 2019
T-MEC, un mito.
Jorge Faljo
Al T-MEC, el tratado comercial que substituye al Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, o más sencillo, TLC, se le atribuyen propiedades casi mágicas. Su firma, ratificación y entrada en vigor habría de darle, dicen, un fuerte empuje a la economía porque crearía la certidumbre y confianza que son necesarias para que los empresarios inviertan. De lo contrario, su ausencia crearía desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro de Canadá. Pero no basta, para entrar en funciones es necesario que sea ratificado por los congresos de cada país. Falta que lo hagan los congresos de los Estados Unidos y Canadá. Hasta hace unas pocas semanas parecía estar a punto de ser aprobado por los legislativos correspondientes. Pero el asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que puede ser aprobado este año. En Estados Unidos lo hacen algunos congresistas republicanos que de ese modo quieren presionar a los demócratas para darle una victoria política a Donald Trump que fue quien exigió substituir el viejo TLC por el nuevo T-MEC. Es un cálculo político porque si los demócratas no lo ponen a votación, entonces los podrán acusar de debilitar la economía norteamericana y poner en riesgo millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se ha sobrevendido al T-MEC como generador de confianza y con ello se ha acrecentado el riesgo de que si no se aprueba pronto propicie volatilidad cambiaria.
Lo real es que se están perfilando dos extremos en su aprobación. O esta se logra muy pronto, a fin de año o en enero, o bien podría ocurrir que simplemente se posponga hasta el 2021. Esto ocurriría porque el año que entra, el 2020, es un año de elecciones y el nuevo tratado puede ser foco de conflictos surgidos al calor de la contienda.
Si a Trump no lo corren próximamente es muy posible que en su campaña para reelegirse vuelva a acusar a México de sostener un comercio injusto, de robarse los empleos norteamericanos, de envíales gente malvada y drogas, y lindezas por el estilo. Repetirá los mensajes paranoicos de su campaña anterior. Eso será incompatible con impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad de que finalmente no se ratifique el T-MEC ni este año ni el que entra. Y mi conclusión es que eso no sería terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el TLC, que no es tan diferente y que a fin de cuentas es Trump el que quiere cambiarlo y no México. El riesgo es que Trump en un berrinche rompa el TLC, pero es altamente improbable. Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más certidumbre que el TLC. Este último entró en vigor en enero de 1994 y no evitó el desastre de diciembre de ese año.
Cuando México firmó el TLC parecía que eso nos colocaba como socio privilegiado de los Estados Unidos; casi apuntaba a crear una zona de desarrollo similar a la de Europa. Pero los norteamericanos y luego México empezaron a firmar múltiples tratados con otros muchos países y se desvaneció la preferencia mutua.
Se dice que el TLC impulsó fuertemente las exportaciones de México. Falso. Cierto que de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas se incrementaron en un 80 por ciento. Pero no fue por el tratado sino por la devaluación de fin de 1994 que nos hizo altamente competitivos durante unos cinco años. Hasta que el peso se revaluó y se volvió fuerte.
De hecho, las economías de los tres países se han integrado más con China, que entre ellos mismos. Los tres países de Norteamérica son muy deficitarios con el país asiático, es decir que le compran mucho, aunque le venden poco. El caso extremo es México que le compramos a China once veces más de lo que ella nos compra. Los consorcios norteamericanos han invertido mucho más allá que en México. El TLC no creó una efectiva preferencia mutua en el comercio de los tres países.
La explicación es que China ha contado con algo mucho mejor que un tratado comercial; una moneda barata que le da a su economía una fuerte competitividad. Esa ventaja fue superior a su rezago inicial en productividad y le permitió exportar, dinamizar toda su economía, vender y reinvertir, hasta convertirse en gran potencia. Pero no descuidó su mercado interno, sino que elevó continuamente los ingresos de su población.
Las exportaciones chinas constituyen el 19.8 por ciento de su producción; las de México son el 38 por ciento de nuestro producto. Estamos más globalizados, pero altamente desequilibrados; el descuido del mercado interno, es decir del bienestar de la población, nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es importante en una perspectiva de continuidad del modelo económico del que ha sido emblemático el TLC. Pero ese modelo ya es inviable en un contexto mundial de sobreproducción. Lo que Estados Unidos espera del nuevo tratado es que podrán vendernos muchos más productos agropecuarios. Es un riesgo importante porque marcha en contra del rescate del campo que propone el Plan Nacional de Desarrollo y propiciaría mayor expulsión de mexicanos que irían a toparse con muros, desiertos mortales y si llegan a cruzar se toparán con campos de concentración.
Para invertir los inversionistas piden certidumbre; pero son realmente pocos los campos de inversión que abre el T-MEC. Habría mayores oportunidades en una política industrial de substitución de importaciones de manufacturas chinas, en una devaluación administrada que imprimiera competitividad inmediata a la producción nacional, en una política social que amarrara las transferencias sociales al consumo de la producción nacional, en un gobierno fuertemente inversionista en infraestructura y en rescate de sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC podría ser la cereza del pastel. Pero lo importante sería que haya pastel y eso el nuevo tratado por sí solo no lo da.
Al T-MEC, el tratado comercial que substituye al Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, o más sencillo, TLC, se le atribuyen propiedades casi mágicas. Su firma, ratificación y entrada en vigor habría de darle, dicen, un fuerte empuje a la economía porque crearía la certidumbre y confianza que son necesarias para que los empresarios inviertan. De lo contrario, su ausencia crearía desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro de Canadá. Pero no basta, para entrar en funciones es necesario que sea ratificado por los congresos de cada país. Falta que lo hagan los congresos de los Estados Unidos y Canadá. Hasta hace unas pocas semanas parecía estar a punto de ser aprobado por los legislativos correspondientes. Pero el asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que puede ser aprobado este año. En Estados Unidos lo hacen algunos congresistas republicanos que de ese modo quieren presionar a los demócratas para darle una victoria política a Donald Trump que fue quien exigió substituir el viejo TLC por el nuevo T-MEC. Es un cálculo político porque si los demócratas no lo ponen a votación, entonces los podrán acusar de debilitar la economía norteamericana y poner en riesgo millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se ha sobrevendido al T-MEC como generador de confianza y con ello se ha acrecentado el riesgo de que si no se aprueba pronto propicie volatilidad cambiaria.
Lo real es que se están perfilando dos extremos en su aprobación. O esta se logra muy pronto, a fin de año o en enero, o bien podría ocurrir que simplemente se posponga hasta el 2021. Esto ocurriría porque el año que entra, el 2020, es un año de elecciones y el nuevo tratado puede ser foco de conflictos surgidos al calor de la contienda.
Si a Trump no lo corren próximamente es muy posible que en su campaña para reelegirse vuelva a acusar a México de sostener un comercio injusto, de robarse los empleos norteamericanos, de envíales gente malvada y drogas, y lindezas por el estilo. Repetirá los mensajes paranoicos de su campaña anterior. Eso será incompatible con impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad de que finalmente no se ratifique el T-MEC ni este año ni el que entra. Y mi conclusión es que eso no sería terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el TLC, que no es tan diferente y que a fin de cuentas es Trump el que quiere cambiarlo y no México. El riesgo es que Trump en un berrinche rompa el TLC, pero es altamente improbable. Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más certidumbre que el TLC. Este último entró en vigor en enero de 1994 y no evitó el desastre de diciembre de ese año.
Cuando México firmó el TLC parecía que eso nos colocaba como socio privilegiado de los Estados Unidos; casi apuntaba a crear una zona de desarrollo similar a la de Europa. Pero los norteamericanos y luego México empezaron a firmar múltiples tratados con otros muchos países y se desvaneció la preferencia mutua.
Se dice que el TLC impulsó fuertemente las exportaciones de México. Falso. Cierto que de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas se incrementaron en un 80 por ciento. Pero no fue por el tratado sino por la devaluación de fin de 1994 que nos hizo altamente competitivos durante unos cinco años. Hasta que el peso se revaluó y se volvió fuerte.
De hecho, las economías de los tres países se han integrado más con China, que entre ellos mismos. Los tres países de Norteamérica son muy deficitarios con el país asiático, es decir que le compran mucho, aunque le venden poco. El caso extremo es México que le compramos a China once veces más de lo que ella nos compra. Los consorcios norteamericanos han invertido mucho más allá que en México. El TLC no creó una efectiva preferencia mutua en el comercio de los tres países.
La explicación es que China ha contado con algo mucho mejor que un tratado comercial; una moneda barata que le da a su economía una fuerte competitividad. Esa ventaja fue superior a su rezago inicial en productividad y le permitió exportar, dinamizar toda su economía, vender y reinvertir, hasta convertirse en gran potencia. Pero no descuidó su mercado interno, sino que elevó continuamente los ingresos de su población.
Las exportaciones chinas constituyen el 19.8 por ciento de su producción; las de México son el 38 por ciento de nuestro producto. Estamos más globalizados, pero altamente desequilibrados; el descuido del mercado interno, es decir del bienestar de la población, nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es importante en una perspectiva de continuidad del modelo económico del que ha sido emblemático el TLC. Pero ese modelo ya es inviable en un contexto mundial de sobreproducción. Lo que Estados Unidos espera del nuevo tratado es que podrán vendernos muchos más productos agropecuarios. Es un riesgo importante porque marcha en contra del rescate del campo que propone el Plan Nacional de Desarrollo y propiciaría mayor expulsión de mexicanos que irían a toparse con muros, desiertos mortales y si llegan a cruzar se toparán con campos de concentración.
Para invertir los inversionistas piden certidumbre; pero son realmente pocos los campos de inversión que abre el T-MEC. Habría mayores oportunidades en una política industrial de substitución de importaciones de manufacturas chinas, en una devaluación administrada que imprimiera competitividad inmediata a la producción nacional, en una política social que amarrara las transferencias sociales al consumo de la producción nacional, en un gobierno fuertemente inversionista en infraestructura y en rescate de sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC podría ser la cereza del pastel. Pero lo importante sería que haya pastel y eso el nuevo tratado por sí solo no lo da.
domingo, 1 de diciembre de 2019
Crecimiento cero; ¿no pasa nada?
Jorge Faljo
Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.
Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo, porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos.
Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las doce de la noche. Es más, o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.
Esta disquisición absurda me viene a la mente por que por vez primer el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.
Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.
Hace unos días Agustín Carstens, antiguo Gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.
El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.
Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.
Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.
En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Trump con respecto a las importaciones norteamericanas de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.
La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.
En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.
Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.
Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.
Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.
La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.
Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.
Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.
A nadie nos gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.
Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.
Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo, porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos.
Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las doce de la noche. Es más, o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.
Esta disquisición absurda me viene a la mente por que por vez primer el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.
Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.
Hace unos días Agustín Carstens, antiguo Gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.
El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.
Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.
Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.
En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Trump con respecto a las importaciones norteamericanas de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.
La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.
En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.
Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.
Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.
Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.
La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.
Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.
Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.
A nadie nos gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.
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