Jorge Faljo
En las recientes elecciones en Bolivia arrasó el partido Movimiento al Socialismo –MAS-, el partido del depuesto Evo Morales. Se eligieron, el pasado 18 de octubre, presidente, vicepresidente, senadores y diputados. En el sistema electoral boliviano la presidencia se gana en primera vuelta solo si se obtiene más del 50 por ciento de los votos o si se tiene una delantera de más de 10 por ciento respecto al candidato que obtuvo el segundo lugar. Si no se cumple una de estas dos condiciones ocurre una segunda vuelta electoral en la que se enfrentan los que obtuvieron el primer y el segundo lugar en la primera votación.
Pues resulta que el nuevo presidente del país, Luis Arce, que era el ministro de economía del ex presidente Morales fue elegido en primera vuelta con el 55.11 por ciento de los votos y una superioridad demoledora de más del 26% sobre su competidor más cercano que obtuvo algo menos del 29 por ciento. Aparte de la presidencia y vicepresidencia ahora el MAS tiene amplias mayorías en diputados y senadores. Por cierto que más de la mitad de los nuevos congresistas son mujeres y en una amplia proporción indígenas.
México, en voz del secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, fue de los primeros en felicitar al ganador en un mensaje con jiribilla: “la lección que ha dado el pueblo boliviano en defensa de su autodeterminación y su democracia perdurará en nuestro continente.” Y es que Evo Morales y el MAS también habían ganado las anteriores elecciones, pero Evo fue obligado a renunciar y a exiliarse.
México envió una nave militar para rescatarlo en una operación complicada por obstáculos políticos y diplomáticos lograr llegar, salir del país con Evo a bordo y sobre todo obtener los permisos para recargar combustible y sobrevolar países que, al parecer, temían represalias por colaborar con el rescate. No se habría logrado sin los apoyos de los presidentes de Argentina y Paraguay, así como de embajadores y funcionarios de prácticamente toda América del Sur en intensas negociaciones en tiempo real. Estas dificultades evidenciaban las presiones desde el exterior que habían derribado a Evo.
Ahora frente al gran triunfador, el pueblo de Bolivia y su candidato hay un gran perdedor. Se trata de Luis Almagro, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, la OEA. Este señor, desde su alta posición, envió una misión internacional de observadores a las elecciones de 2019 y sobre esa base denunció un supuesto fraude electoral que condujo al golpe de estado.
Ahora el triunfo arrollador del partido y del segundo de a bordo de Evo Morales es universalmente interpretado como prueba contundente de lo que ya se sabía. Que no hubo fraude en el triunfo de Evo Morales en 2019, sino una nueva y mal disimulada intervención externa, difamación que arropó a los golpistas internos.
Apenas ocurrido el golpe se apoderó de la jefatura del estado una segundona que entro al palacio de gobierno con una gran biblia en las manos y diciendo que regresaba la verdadera religión y no habría más ritos satánicos. Se refería así al culto a la Pachamama, es decir a la Madre Tierra, una diosa de la fertilidad agrícola y de la buena relación con la naturaleza a la que le hace ofrendas la población indígena de Bolivia.
Así que efectivamente, el pueblo de Bolivia votó por su autodeterminación y le demostró al mundo que no hubo el supuesto fraude que proclamó la OEA. Ahora Almagro está acorralado por todos los que le exigen que explique lo inexplicable; un asunto por el que puede incluso ser acusado ante la corte internacional ya que apoyó un golpe de estado sangriento y represivo.
El pasado miércoles 21 de octubre el gobierno de México le sugirió a Luis Almagro someterse a un proceso de autocrítica por sus acciones en contra de la Carta de la OEA, y por lastimar la democracia en Bolivia. La declaración del subsecretario mexicano para América Latina, Maximiliano Reyes, puso en duda la autoridad moral del Sr. Almagro para seguir al frente de esa organización después de utilizar de manera facciosa a la Misión de Observación Electoral provocando inestabilidad, violencia y desorden constitucional. Mi país, dijo el mexicano, denuncia el afán del secretario general de intervenir en los asuntos internos de nuestros Estados.
Defender la democracia en Bolivia es, en la perspectiva mexicana, defender la soberanía de nuestros países.
No obstante, el triunfo de Luis Arce y el MAS se explican por dos razones básicas internas, una económica y social, y la otra política. Durante el mandato de Evo Morales, y la conducción económica de Luis Arce, Bolivia superó el deterioro del ingreso per cápita ocurrido entre 1980 y 2005. Con la llegada de Evo y Arce el país entró en una etapa de crecimiento del PIB per cápita que duplicaba la tasa de América Latina. Lo más substancial fue el crecimiento anual promedio de 4.7 por ciento del consumo de los hogares entre 2006 y 2018. Es decir que fue un crecimiento con fuerte incremento del bienestar social y del mercado interno.
Lo esencial de la estrategia fue la renacionalización de las industrias extractivas, la reconstrucción de empresas estatales y el fortalecimiento de los ingresos del gobierno. Al mismo tiempo rechazó los préstamos, y los consejos del Fondo Monetario Internacional y desalentó la entrada de inversiones extranjeras especulativas que habrían provocado inflación interna.
El Banco Central les prestó directamente a las empresas del estado y al gobierno. Una política monetaria no ortodoxa para países de América Latina y que sin embargo ahora es común en países desarrollados como Estados Unidos, Japón, y Europa. Esta estrategia, sin financiamiento externo, mantiene una paridad competitiva favorable a la exportación y al consumo de productos nacionales más que de importaciones.
También se renegoció con los grandes compradores externos de hidrocarburos y minerales. En paralelo el gobierno de Evo – Arce destinó fuertes recursos al gasto social. En 2018 el 51.8 por ciento de la población recibió alguna transferencia de efectivo por parte del gobierno.
Otro pilar del triunfo de Arce es que los bolivianos se encuentran altamente organizados desde abajo hacia arriba. De los productores cocaleros, a los sindicatos, los pueblos indígenas, las mujeres, los barrios y comunidades. Abundan los movimientos de base que dan fuerza al nuevo gobierno en vez de que este los considere enemigos o intermediarios corruptos.
En contraste los partidos de derecha, infectado por luchas internas no lograron accionar unidos. Ni así habrían vencido frente a la unidad que logro el MAS que representa la mayor pluralidad posible en ese país.
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