Jorge Faljo
Los funerales de la recién fallecida reina Elizabeth segunda bien podrían ser considerados los más fastuosos, aparatosos, ceremoniosos y complicados de la historia moderna.
La reina falleció en su castillo de Balmoral, un conjunto de unos 150 edificios construidos en 20 mil hectáreas, el jueves 8 de septiembre y en ese lugar permaneció su ataúd hasta su traslado el domingo 10 al palacio de Holyroodhouse, la residencia oficial de los reyes en Escocia, donde fue exhibido durante un día. Este último palacio es una impresionante construcción de 289 habitaciones.
El lunes el féretro fue llevado a la catedral de Saint Giles donde estuvo otras 24 horas. Posteriormente se le llevó en avión a Londres para permanecer en un gran salón del Parlamento británico durante cinco días y el próximo lunes 19 se le llevará a la Abadía de Westminster donde finalmente se le dará sepultura.
En cada uno de los anteriores sitios el ataúd fue colocado en una plataforma elevada, cubierto con el estándar real, la corona, el orbe y el cetro y rodeado de miembros de la guarda real. En cada sitio hubo ceremonias solemnes, guardias de honor y la visita de miles de personas. Cada traslado fue una solemne procesión con el ataúd llevado en brazos de militares con vistosos uniformes modernos, medievales o con el kilt escoces.
Los impresionantes salones, el desfilar de centenares de soldados, las bandas de música militar, el féretro llevado en hombros o en el real carruaje funerario, las avenidas repletas de banderas, las miles de personas saludando el paso del cortejo, han configurado un grandioso homenaje a la reina fallecida.
Algo que por otra parte bien puede llamarse un gran espectáculo que ha sido televisado y monitoreado por los medios para llevarlo a las pantallas de cientos de millones de personas, sea en vivo, en documentales o noticieros.
Estos funerales son una impresionante operación planificada a detalle, minuto a minuto desde los años sesenta del siglo pasado y actualizada cada año con planes secundarios para cada posible contingencia.
No podía faltar dentro de la planeación la uniformidad de los mensajes de la familia real, de los funcionarios públicos, de los ministros religiosos y de los medios en torno a la personalidad y funciones de la reina a lo largo de sus setenta años de reinado.
Se insiste en su profundo sentido del deber, en su afán de servicio y devoción hacia su pueblo, en su comportamiento siempre digno, en su decencia personal. Se le describe también como una persona que estuvo en la primera fila de la historia, que conoció a múltiples primeros ministros, gobernantes de otros países, reyes, papas.
Su trabajo fue ser la cabeza visible del Estado, de la Comunidad de Naciones, de la Iglesia de Inglaterra y de las fuerzas armadas. En estas funciones durante sus 70 años de reinado recibió al primer ministro en funciones una vez a la semana para que le informara de la situación del país y ella le pudiera hacer preguntas sobre el funcionamiento del gobierno. Eso lo suponemos porque esas conversaciones no se registran, no se dan a conocer al público y nunca se ha filtrado su contenido.
Otra de sus tareas fue presidir la apertura y cierre del parlamento y hacer declaraciones gubernamentales importantes. En todos estos casos sentada con gran majestad recibía el escrito elaborado por el gobierno y que ella simplemente debía leer. Su primer mensaje navideño fue elaborado por un célebre escritor inglés, Rudyard Kipling y más adelante con el apoyo de su personal. En general le desea una feliz navidad y le declara su amor al pueblo, y expresa su simpatía por los que sufren.
Que buen detalle en una reina que deja como fortuna personal unos 500 millones de dólares. La fortuna de la familia real se calcula en 28 mil millones de dólares y el costo de su mantenimiento por el pueblo inglés es algo más de 100 millones de dólares anuales. Sin tomar en consideración las exenciones de impuestos de las que gozan.
Algunos señalan que Elizabeth II fue una reina revolucionaria. En sus fiestas de jardín y en la inauguración de hospitales y eventos de caridad se codeó con plebeyos más que ningún otro rey antes que ella. Tal vez incluso tenga un teléfono celular.
No todo han sido elogios para la reina con motivo de su deceso. Muchos recuerdan los horrores del imperialismo británico, la explotación inmisericorde de los pueblos, el saqueo de sus recursos naturales, la esclavización de millones, las hambrunas provocadas, las innumerables guerras de conquista, los campos de concentración, la imposición del tráfico de opio, los campos de concentración, la muerte de también, millones. Sobre estas bases se creó el imperio y se enriqueció la corona británica.
Así que muchos reclaman que la reina nunca mostró arrepentimiento por el pasado imperial y el papel de su propia familia. Le piden peras al olmo. La reina nunca dijo, o hizo, nada relevante. Su gran cualidad es haber sabido estar callada, leer lo que se le dijo que leyera, ser siempre digna y comportarse decentemente con pequeñas conversaciones banales con sus inferiores. El mejor ejemplo de que en boca cerrada y sonriente no entran moscas.
En la familia real destaca la formación militar y religiosa. Fuerza y poder combinadas con la afirmación, en miles de millones de monedas de uso corriente, de que fue reina por la gracia de dios, como todos los reyes británicos. Lo que tiende a ser algo anquilosado en un imperio que ya prácticamente no existe y ante una población en que ya la mayoría es atea.
Pero esto importa poco ante la enorme simpatía que supo suscitar la reina. Una de sus apariciones que con más cariño recuerda el pueblo inglés fue cuando con motivo de su jubileo de platino, a los setenta años de reinado, la reina tomó el té con un popular osito de cuentos infantiles. Con esa caricatura la reina platicó del gusto de ambos, ella y el osito, por los sándwiches de mermelada.
Así que ahora las autoridades británicas piden a los dolientes que en los múltiples sitios en los que se rinde homenaje a la reina ya no coloquen ositos de peluche y sándwiches de mermelada. Pero en resumidas cuentas es el mejor homenaje para una reina que encarnó un cuento de hadas y así representó el lado amable, fantasioso y disimulador de la dura realidad histórica.