Jorge Faljo
El 24 de febrero de 2014 se consumó en Ucrania un golpe de estado que inició una larga y cruenta guerra civil. Ocho años después, el 24 de febrero de 2022, la invasión rusa en apoyo a las provincias opuestas al golpe de estado convirtió la guerra civil en un conflicto internacional.
Es necesario entender que Ucrania es un estado binacional en el que conviven hablantes de ucraniano con ruso parlantes. Las estadísticas no son claras respecto a las proporciones. En una encuesta de 2012 50 por ciento de la población declaró que su lengua nativa era el ucraniano, el 29 por ciento dijo que el ruso, otro 20 por ciento dijo que ambas lenguas, ucraniano y ruso. Otra encuesta anterior había encontrado que entre el 43 y el 46 por ciento de la población hablaba ruso en sus hogares.
Datos oficiales consideran que alrededor del 27 por ciento de la población es ruso parlante sin separar a los perfectamente bilingües que tienden a hablar ruso en sus hogares y ucraniano en el exterior. Mientras en el norte y oeste de Ucrania predomina el ucraniano, en el sur y este del país son mayoría los que hablan ruso.
La división lingüística del país impacta las posiciones políticas de la población; los ucranianos aspiran a la integración con Europa y del otro los ruso parlantes prefieren el acercamiento económico y cultural con Rusia.
No estoy diciendo que los que hablan ruso están mayoritariamente a favor de Rusia en esta guerra; muchos se consideran más ucranianos que rusos. Pero de nueva cuenta los datos, que no son tan claros en cuanto al lenguaje preferido, lo son aun menos en cuanto a los sentimientos de lealtad nacional.
Este es el fondo de una guerra civil e internacional que no podrá des escalarse hasta llegar a la paz, o a un armisticio temporal, si no toma en cuenta el carácter binacional del país.
Rusia adujo como motivo de la invasión la defensa de la población rusa víctima de una estrategia general de des rusificación del lenguaje y la cultura, mientras que las regiones separatistas eran víctimas de continuos bombardeos y agresiones militares.
Ahora tras seis meses de guerra internacional y ocho años de guerra civil, la situación bélica dentro de Ucrania se estanca. Ya no parece haber lugar para sorpresas; de una guerra de maniobras con conquistas y pérdidas de territorios, se ha pasado a una guerra de desgaste y resistencia en la que ambos bandos echan leña al fuego esperando que al otro se le acaben primero los recursos.
Con motivo del día de la independencia de Ucrania, celebrada el 24 de agosto, el presidente norteamericano Biden anunció un nuevo paquete de tres mil millones de dólares de ayuda militar. Prácticamente en paralelo el presidente ruso Putin anunció la ampliación del ejercito ruso mediante la contratación de 137 mil nuevos soldados.
Es decir que los verdaderos protagonistas del conflicto, los titiriteros de una guerra civil ascendida a conflicto global, se preparan para el largo plazo.
Tanto los aliados occidentales como Rusia tuvieron enormes errores de cálculo al inicio del conflicto. Al parecer Rusia esperaba que la guerra durase poco y que la población ruso parlante la recibiría con entusiasmo. Los aliados occidentales creyeron que sus oleadas de sanciones serían apoyadas por el resto del planeta y que provocarían en pocas semanas el colapso de la economía rusa.
Ambos lados fallaron en sus predicciones y lo que viene es el desgaste no solo dentro de Ucrania sino de todos los participantes indirectos.
Rusia logró sobrellevar las sanciones más espectaculares e inmediatas en su contra con costos en inflación, recesión y desempleo relativamente aceptables. No obstante, el boicot al comercio de maquinaria, chips y tecnologías avanzadas, así como herramientas y repuestos constituye una grave amenaza para el funcionamiento a mediano plazo de su industria. Incluso en el armamento capturado por Ucrania se han descubierto chips y componentes tecnológicos importados.
Se calcula que en uno o dos años Rusia tendrá que “canibalizar” aviones, vagones del metro y maquinaria industrial para tener las piezas de repuesto que permitan que el resto siga funcionando. Hoy en día ya tiene que fabricar autos sin bolsas de seguridad ni chips avanzados; más adelante puede ocurrir que muchas industrias entren en problemas de mantenimiento.
Rusia está mitigando el problema con importaciones de contrabando de productos occidentales; con la búsqueda de nuevos proveedores que se arriesgan a sufrir sanciones y mediante la substitución con productos de fabricación propia. Son medidas que no podrán enfrentar el problema si es que el boicot no se suspende o flexibiliza. Pero para eso se requiere la paz.
En el bando contrario la perspectiva tampoco es sencilla. El presidente de Francia, Macron, llamó a la población a pagar el precio de la libertad; es decir a sufrir con patriotismo el encarecimiento de casi todo y en particular la energía. A la población le recomiendan, desde distintas fuentes, no usar corbata para soportar temperaturas de 27 grados en las oficinas, no se permite un mayor enfriamiento; otros llaman a bañarse con agua fría y no planchar la ropa.
Pero se requerirá mucho más para afrontar el invierno. Los alemanes han comprado cientos de miles de calefactores eléctricos; pero las autoridades dicen que si todos los quieren usar al mismo tiempo van a tronar la red eléctrica. El primer ministro belga dice que este y los siguientes cinco inviernos serán muy difícil. Todo apunta a que se tendrán que tomar medidas drásticas que provocarán descontento.
Ante el incremento de un 80 por ciento en el precio de la energía en octubre decenas de miles de británicos se empiezan a enlistar en un movimiento de desobediencia civil para dejar de pagar la energía. Los organizadores, clandestinos, dicen que el no pago se disparará si más de un millón se comprometen a no pagar.
Bien puede ocurrir que esta guerra se defina por la capacidad de resistencia al sufrimiento de la población europea y la rusa. Es desde la base que podría surgir la demanda de detener este conflicto demencial que se estanca como pozo sin fondo de más muertes y sufrimiento.
En el caso de Ucrania la guerra ha vuelto imposible la futura convivencia de ucranio parlantes con ruso parlantes. Desgastadas y cansadas todas las partes llegará el momento en que lo menos malo sea negociar la paz. Se aliviaría el sufrimiento; se alejaría la posibilidad de un terrible conflicto nuclear y tal vez sería posible centrar la atención en el desastre climático que es hoy en día la mayor amenaza para la humanidad.
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