Elecciones gringas. Lo que está en juego.
Jorge Faljo
La contienda electoral de nuestros vecinos del norte plantea discusiones reales, de fondo, sobre su política económica y el gasto gubernamental y sus impactos en la vida de sus ciudadanos. Hasta ahora la selección del candidato republicano a la presidencia acaparó la atención como un proceso intrapartidista en el que los aspirantes competían ubicándose lo más posible en contra del gasto público y de su financiamiento deficitario o mediante impuestos a los ricos. Se perfila ya el triunfo de uno de ellos, Mitt Romney.
Mitt profesa la religión mormona y es multimillonario en serio. Se desempeño como asesor financiero de manera muy exitosa y después como político destacado en el control del gasto público para reducir déficits. Su fortuna personal, y de su esposa, colocados en fondos de inversión, se calcula en más de 200 millones de dólares con otros 80 millones a nombre de sus hijos y nietos. Esto les dio, a él y su esposa, ingresos por unos 21 millones de dólares en el 2011, de los que pagaron unos 3 millones en impuestos y donaron otros 3.5 millones, sobre todo a su iglesia.
Barack Obama es afroamericano, de madre blanca y familia multirracial. Habla indonesio. Educado en escuelas públicas destacó como promotor del desarrollo comunitario y sobre la base del propio esfuerzo se formó como abogado en Harvard. Ha escrito y hablado sobre su consumo de mariguana, cocaína y (¡horror!) alcohol, durante su adolescencia. En Harvard ganó el concurso para dirigir la revista jurídica universitaria; lo hizo de manera destacada, coordinando a 80 personas y sin recibir paga. Obtuvo otra beca para escribir un libro y se fue a Bali para terminarlo sin distracciones; dirigió organizaciones no lucrativas y llegó a ser senador en 1996. Se opuso a la invasión a Irak. En 2007 sus ahorros familiares (su esposa también es abogada) ascendían a 1.3 millones de dólares. En 2009 sus ingresos fueron superiores a cinco millones, provenientes de la venta de sus libros más que de sus ingresos como presidente.
Es muy probable que estos sean los dos candidatos a enfrentarse en las próximas elecciones norteamericanas y difícilmente podían ser más contrastantes en lo personal y en sus ideas políticas y económicas.
Hace tan solo seis años era impensable que alguien como Obama fuera candidato y ganara la presidencia norteamericana. Recibió la presidencia norteamericana el 20 de enero de 2009 impulsado por la grave crisis que inclinó al pueblo norteamericano a aceptar su perfil, en todos sentidos. La crisis no ha terminado de resolverse pero eso no implica que Obama tenga su reelección segura pues las interpretaciones sobre la misma y sobre el resultado de sus medidas es motivo de fuerte controversia.
Si algo caracteriza la administración de Obama es su estrategia anticrisis y en particular el programa de recuperación y reinversión –ARRA, en inglés-, aprobado, tras duras negociaciones, a menos de un mes de su llegada a la presidencia. Se trató de un paquete de estímulos económicos, desde reducción de impuestos, hasta gastos sociales y ayudas a poblaciones vulnerables, por un monto de 800 mil millones de dólares. Se incluyó una clausula “Buy American” que establecía que en cualquier construcción con financiamiento gubernamental solo se podrían emplear acero, hierro y productos manufacturados en los Estados Unidos. Canadá protestó por la exclusión y sus productos fueron incluidos.
ARRA se inspiró en la propuesta de Keynes de que una caída del gasto privado debía ser compensada con mayor gasto público para atemperar la pérdida de empleos y el deterioro económico. De cualquier manera 2008 se perdieron 2.6 millones de empleos norteamericanos y en el primer año de la presidencia de Obama otros 650 mil. A pesar de ello se calcula que el programa evitó la pérdida de millones de empleos, entre entre1.6 y 3.5 millones según distintos cálculos.
No obstante la controversia en torno al gasto público va a recrudecerse en el proceso electoral. Los republicanos han obstruido el incremento del gasto público financiado con impuestos a los ricos y endeudamiento. Piden en cambio menor gasto social al mismo tiempo que acusan a Obama de promover el exceso de gobierno. Del lado contrario ARRA fue criticado por los premios nobel de economía Krugman y Stiglitz por ser notoriamente insuficiente ante el tamaño del problema. Ahora la lucha electoral norteamericana se perfila como una fuerte disputa en torno al papel económico del gobierno.
Veamos el contexto histórico. El trabajador promedio norteamericano gana hoy en día un poco menos de lo que ganaba su padre hace treinta años. Para la gran mayoría, en particular los cercanos al salario mínimo, los operarios de servicios de alimentación y los obreros industriales, la caída ha sido brutal. Las estadísticas norteamericanas son engañosas. Nos hablan de ligeros incrementos del ingreso de los hogares; pero ellos se deben al incremento del trabajo de las mujeres y adolescentes. Está demostrado que hoy en día la familia media que tiene dos ingresos vive menos bien y con mucho mayores riesgos económicos (por enfermedad o por pérdida de empleo) que la familia de hace treinta que tenía un solo proveedor.
Los norteamericanos vieron reducir su ingreso por igual tiempo de trabajo en un periodo en que la economía ha dado uno de los mayores saltos de productividad en su historia, originado en notables avances tecnológicos, en particular de la electrónica, la digitalización de la información y la eficiencia energética. Pero los beneficios del avance en productividad se los apropió el 1 por ciento más rico de las familias que se enriquecieron enormemente. No gracias a su trabajo, sino a las ganancias de sus inversiones financieras.
Tal tendencia metió a la economía norteamericana en un grave problema. ¿Quién compra su mayor producción cuando la mayoría gana menos? Para solucionarlo emplearon dos estrategias. La primera fue exigir apertura comercial y conquistar los mercados del resto del planeta; lo que llevó a la destrucción de las empresas periféricas. El segundo remedo de solución fue prestar abundantemente a su propio gobierno y gobierno, así como a los gobiernos y consumidores de otros países.
Pero esos dos remedos de solución se han agotado. China les gana la partida de la producción y otros países (Argentina, Brasil y más) se defienden de la invasión de sus mercancías. También se está llegando y en muchos casos se sobrepasó el límite de endeudamiento posible (y pagable) de los gobiernos y consumidores.
Es el agotamiento de las soluciones endebles y no sustentables, lo que originó la gran recesión norteamericana. Solo tienen, en el largo plazo, dos vías por delante. Una sociedad crecientemente inequitativa, donde la mayoría se empobrece y millones no encuentran empleo mientras que se cierran millares de fábricas. O una sociedad que da un salto a la equidad demandando que los beneficios del enorme salto en productividad de los últimos treinta años se reparta equitativamente. La próxima elección norteamericana no decidirá el rumbo, a lo más apuntará tímidamente a favor de una u otra dirección. Nos ayudaría mucho que el pueblo norteamericano se libre de las telarañas que le imponen los medios y los evangelistas y tome la decisión correcta.
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