Un sano proteccionismo
Jorge Faljo
México y Brasil acaban de pasar por difíciles negociaciones originadas en profundas discrepancias en cuanto al pacto de comercio automotriz que firmaron en el 2003. Bajo los términos de ese acuerdo Brasil obtuvo un superávit comercial de 21,500 millones de dólares entre 2003 y 2010. Sin embargo en el 2011 se modificó la ecuación y México obtuvo por vez primera un superávit de 330 millones de dólares en su intercambio bilateral. Lo que ya no le gustó a Brasil.
Para nuestros amigos del sur el problema se originó en una apreciación de su moneda que le provocó todo tipo de importaciones abaratadas. Así que ni tardo ni perezosos impusieron un arancel de 30 por ciento a las importaciones de automóviles asiáticos. Sin embargo, como en nuestro caso no podían imponer ese arancel propusieron modificar el pacto bajo la amenaza de que en caso contrario lo darían por terminado.
No le gustó el asunto a Patricia Espinoza, secretaria de relaciones exteriores de México, y aprovechó un foro internacional en Uruguay para señalar que México tiene una posición firme contra el proteccionismo ya que mina la competitividad, obstaculiza la inversión, contribuye a la actual incertidumbre mundial y reduce el crecimiento económico.
El caso es que a Bruno Ferrari, nuestro secretario de Economía, tampoco le gustó la posición brasileña pero, forzado, terminó por aceptarla. El resultado es que las exportaciones de automóviles mexicanos a Brasil, que alcanzaron los 2,100 millones de dólares en el 2011, no podrán superar los 1,450 millones en lo que queda del 2012 y luego podrán subir paulatinamente a 1,560 y 1,640 millones de dólares en los años siguientes. Después de tres años se regresaría a una situación de libre comercio automotriz pero con la condición brasileña de que el contenido de piezas regionales de los automóviles suba del actual 30 al 35 por ciento en un año y luego en varios años hasta el 40 por ciento. Lo que obligaría a México a una política de elevación del contenido de partes nacionales.
La situación constituye un tropiezo a la campaña de la secretaría de economía por convencer al empresariado mexicano de aceptar un amplio tratado de libre comercio con Brasil. Esto era ya un foco de conflicto con los representantes empresariales mexicanos del más alto nivel que, tratando de no pelearse abiertamente, tampoco aceptaban declararse a favor. Ahora declaran muerta la posibilidad de TLC con Brasil e incluso los que se perfilaban con Corea y Japón. Este es un revés para la secretaria de economía que mide su eficiencia por los tratados de libre comercio que firma.
Hasta aquí habría podido darse por terminado el asunto. Pero Argentina entró en escena señalando que también se ve afectada por el incremento de las exportaciones mexicanas de automóviles. Concretamente la ministra de industria, Debora Giorgi, anunció que le planteará al gobierno mexicano la necesidad de discutir la política automotriz bilateral y es que, en su perspectiva, es imprescindible equilibrar la balanza del sector. Tal y como está el acuerdo, abundó, no resulta beneficioso para Argentina.
Argentina tuvo un déficit con México de 380 millones de dólares en 2010, que ascendió a 995 millones en el 2011. Giorgi defendió, ante ministros de industria de los gobiernos provinciales y representantes de la micro, pequeña y mediana industria, la necesidad de un conjunto de políticas para preservar el crecimiento industrial, un mercado interno pujante y un comercio administrado para no poner en riesgo un solo puesto de trabajo argentino.
Recordemos que Argentina está considerada el país más proteccionista del mundo y que su presidenta, al reelegirse por votación abrumadora, prometió continuar con el proteccionismo. Pero, además, Argentina no recurre al endeudamiento para incrementar sus importaciones. Solo importa con los dólares que consigue mediante sus exportaciones; así que no puede permitirse el déficit comercial.
Bruno Ferrari afirmó que el gobierno mexicano no está abierto a negociar con Argentina para modificar el pacto automotriz y que de ser necesario acudirá ante la Organización Internacional del Comercio para denunciar prácticas desleales. Entre ellas el hecho de que el país del sur solicita a grandes compañías de diferentes países que le exportan el comprar productos argentinos para equilibrar su balanza comercial. Ferrari aconsejó a Argentina no cerrarse a las importaciones porque, en su opinión, eso la llevaría a perder.
Tal vez su posición pueda explicarse porque México es una de las economías más abiertas a las importaciones del mundo entero. Nuestro país no solo emplea los dólares del petróleo, de las remesas, del endeudamiento e incluso de la venta de empresas (banca, cerveceras, cadenas comerciales, industrias) para importar mucho más de lo que exporta. Estamos acostumbrados y contentos con el déficit comercial y sus estragos, así que lo recomendamos a todo el mundo.
Lo que puede observarse es mucho más que un enfrentamiento comercial entre México por un lado y Argentina y Brasil por el otro. Es un choque frontal entre dos filosofías económicas y del comercio.
Nuestros representantes se quejan, dolidos, de que mientras México fue deficitario, es decir que compraba en exceso, nunca planteó modificar las reglas del juego. Para Ferrari y Espinosa el comercio internacional justo es el que se apega a las reglas que marcan que el más competitivo podrá vender más y destruir a los menos competitivos. Eso lo creen incluso con más firmeza que su misal y lo aplican a pie juntillas incluso si los destruidos son los productores mexicanos. Tan es así que México tiene lo que sí es un enorme déficit comercial de 41 mil millones de dólares anuales con China y nunca se les ocurriría pronunciarse a favor de equilibrar el comercio.
Del lado Brasileño y Argentino la posición es muy distinta. Para ellos las reglas deben conducir al intercambio equilibrado para provecho de ambas partes. No están dispuestos, en nombre del libre comercio, a sacrificar un puesto de trabajo nacional. Es más, al contrario de México que se encuentra en plena desindustrialización, para ellos el objetivo de su política económica, incluyendo el comercio exterior, es fortalecer su industria.
¿Quién tiene la razón? Para decidir es bueno recordar algunas cifras duras, presentadas por el Banco Mundial para los tres países. Del 2003 al 2010 la economía mexicana, campeona del libre comercio, de la desnacionalización y del incremento de la pobreza, creció en un 18.6 por ciento; la de Brasil creció en 36.8 por ciento y la de Argentina en 79.7 por ciento. Así que ¿queremos darles lecciones de economía?
El mundo está cambiando rápidamente. Los dogmas neoliberales se han derrumbado. En vez de ir a la zaga debiéramos aprender de los países del sur lo que es un sano proteccionismo.
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