domingo, 1 de junio de 2014

Y ahora, ¿quien nos salvará?

Jorge Faljo

Faljoritmo

Se tardó la Secretaría de Hacienda en reducir sus previsiones de crecimiento económico del fantasioso 3.9 por ciento anual al meramente optimista 2.7 por ciento. Lo hizo cuando ya prácticamente todos le demandaban ajustarse a la realidad y los analistas bancarios, las agencias internacionales y el Banco de México lanzaban sus propias cifras de menor expectativa. Finalmente el Instituto Nacional de Geografía y Estadística le dio la puntilla al revelar que de acuerdo a datos duros la tasa de crecimiento del primer trimestre fue de un 1.8 por ciento respecto del mismo periodo del año pasado.

Las respuestas de los distintos actores a este ajuste han sido diversas y me propongo mencionar las principales.

Me llamó la atención en primer lugar que el periódico el Financiero ilustrara su nota sobre el ajuste con una gráfica de barras que por sí sola dice enormidades. En la gráfica una columna indica que de 1941 a 1950 la media de crecimiento anual del país fue de 6.0 por ciento; en la siguiente década, de 1951 a 1960 crecimos al 6.1 por ciento anual; los siguientes diez años al 6.6 por ciento anual y de 1971 a 1980 tuvimos el mayor ritmo de crecimiento de nuestra historia, un 6.7 por ciento anual. Luego se nos dijo que era el rumbo equivocado, populista.

No es casualidad esa ilustración; incluso el empresariado empieza a ver con nostalgia aquel modelo sustentado en un estado fuerte, la industrialización substitutiva de importaciones, la ampliación del mercado interno por la vía del incremento salarial y de expansión del empresariado.

Hay otros que reaccionaron al ajuste de una manera que me sorprendió. Su posición es que no debió reducirse la previsión de crecimiento porque, aunque irreal, promovía la inversión y la atracción de capitales. Su posición es la de “piensa bien y estarás bien”. Para mi es una especie de pensamiento mágico que puede ser adecuado cuando de cualquier manera no se piensa hacer nada y de lo que se trata es de engañar a los inversionistas externos. Porque los nacionales ya están muy toreados.

La corriente de opinión más fuerte son los muchos que demandan que el gobierno acelere el gasto público, que eleve sus compras internas y que pague oportunamente a sus proveedores. Los más fieles creyentes en las bondades del mercado y en un gobierno pequeño ahora lo ven como el gran consumidor que puede sacarlos del bache. No están mal; en una situación de grave sub-demanda el gobierno parece la única posibilidad de incrementar el consumo.

Desde otros espacios, sobre todo académicos, se propone cambiar el mandato del Banco de México para que acepte considerar al crecimiento y al empleo como objetivos de política. Hoy en día su mandato se limita a la estabilidad financiera y es manejado por financieros. Otra cosa sería si, como en Estados Unidos y otros países, hubiera empresarios productivos, productores agropecuarios y hasta trabajadores representando sus intereses en su consejo directivo.

Otra propuesta de gran importancia es la de definir una política industrial. Ya he tratado el asunto en otros artículos (http://jorgefaljo.blogspot.mx/). Mi idea es que esto es posible de dos maneras; la primera sería rompiendo el TLC. La segunda sería armonizando políticas protectoras del aparato productivo con los Estados Unidos y Canadá frente a la avalancha de productos chinos.

Me sorprendió la posición del Centro de Estudios Estratégicos del Sector Privado –CEESP. Su director, Luis Foncerrada, dice que cualquier crecimiento este año al promediarse con el anterior nos dará menos de un dos por ciento anual. Es decir por abajo del promedio de los últimos treinta nefastos años. Indica también que el punto más alto del poder adquisitivo de los salarios ocurrió en octubre de 1976. Desde entonces el mercado interno se redujo brutalmente y la pobreza y la criminalidad se exacerbaron.

Para Foncerrada el asunto central es una política fiscal generadora de empleo por la vía de la inversión. Aquí yo diría que eso no estaría nada mal. Pero es más importante, viable y menos costoso una reconfiguración del mercado que instrumente de inmediato el uso pleno de las capacidades instaladas que ya existen. Recordemos que nuestro aparato productivo opera, grosso modo, a la mitad de su capacidad instalada.

Diría que frente al optimismo que justifica el no hacer nada están creciendo las voces que revisan los hechos para señalar que vamos por mal camino. Los que nos vendieron las reformas por sus efectos positivos inmediatos ahora dicen que se sientan las bases para crecer en el largo plazo. Así empezaron las reformas neoliberales de los ochentas que prometían crecimiento en el largo plazo.

A estas alturas parece que todos queremos volver al pasado; solo que unos al crecimiento estatista de 1940 a 1980 y otros a las promesas de inicio del neoliberalismo en México.

Dos cerezas negras para este pastel: la esperanza de vida de los varones mexicanos se redujo en un año de vida en lo que va del siglo. Un retroceso inaudito solo digno de una situación catastrófica. Lo segundo es que la economía norteamericana cayó al ritmo de uno por ciento anualizado en este primer trimestre.
¿Y ahora quien nos salvará? se han de estar preguntando en Hacienda.

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