Faljoritmo
Jorge Faljo
Los datos definitivos del comportamiento de la economía norteamericana en el primer trimestre resultaron bastante peor de los cálculos preliminares. La perspectiva de una caída del 1 por ciento se transformó en una contracción efectiva del 2.9 por ciento a una tasa anualizada. Fue el peor resultado desde el 2009, un año de franca recesión.
Conocer esa cifra debería hacernos abandonar la ilusión de que México podrá repuntar, crecer, crear empleo y elevar el bienestar gracias a su enganchamiento como furgón de cola de los Estados Unidos.
La alternativa, dicen muchas voces, incluso empresariales, es dinamizar la economía desde adentro, mediante el fortalecimiento del mercado interno. Pero el planteamiento es mera expresión limitada y de labios para afuera. Lo que se propone es que el gobierno eleve y haga eficiente su gasto, que se convierta en el cliente clave de la industria de la construcción y de las grandes, medianas y pequeñas empresas. Si no hay quien gaste que lo haga el gobierno, porque lo que se necesita es demanda en un mercado saturado de producción invendible.
Sin embargo la idea de fortalecer el mercado interno no se traduce a lo obvio: recuperar aceleradamente el poder de compra perdido por los trabajadores urbanos y rurales. Convertirlos a ellos en la fuente de incremento de la demanda y motor del crecimiento de las ventas y la producción. Eso fue por cierto lo que nos permitió crecer aceleradamente de 1940 a 1980.
Peor, la parálisis económica empuja a nuestras preocupadas elites dirigentes a intentar resucitar el entusiasmo que hace treinta años causaban las reformas neoliberales. “Al que no quiere sopa, dos tazas”. Es decir que nos planteamos otra oleada de apertura al comercio internacional y de mayores incentivos y nuevos campos de inversión para atraer capitales externos.
Solo que el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC), un “think tank” (centro de reflexión) empresarial, nos acaba de recordar que la gran apertura comercial no le aportó prácticamente nada al crecimiento de país. ¿Por qué lo que no sirvió en tres décadas habría de funcionar ahora?
Nos dicen que los efectos positivos de las reformas estructurales no serán inmediatos, tal vez ni siquiera mediatos; que el retroceso de la economía norteamericana nos hará más difícil salir del estancamiento; que no estamos generando el empleo formal que necesitamos; que la población se empobrece; el tejido social se rompe y hasta las familias son cruelmente disgregadas.
En este contexto parece que se ha decidido luchar contra la informalidad como si fuera el enemigo, como si con ello se fuera a fortalecer el empleo y la economía formal; como si así fuéramos a crecer y elevar el bienestar. Es una noción equivocada y peligrosa.
La informalidad muestra la incapacidad de inclusión de la economía formal y globalizada. No hay creación de empleo productivo y de calidad. En estas condiciones la informalidad que no es criminalidad o mera evasión de impuestos; es decir la mayor parte, es refugio de los excluidos. El grueso de la población se ve obligada a sobrevivir en actividades de baja productividad e ingreso.
Tener a decenas de miles de jóvenes limpiando parabrisas en las esquinas o a millones buscando sobrevivir en el micro comercio callejero o de changarritos, son absurdos a los que lleva la ineficacia del sector moderno y globalizado para ofrecer medios de vida a la mayoría. Por lo contrario, el avance de este tipo de modernidad destruye los medios de vida de la mayoría y eso parece estarse convirtiendo en una política explicita en estos momentos.
En el grueso de las actividades informales la ganancia no es tal; es mera remuneración al trabajo; es ingreso para la sobrevivencia de la familia. El impuesto que escabullen es el grueso de su remuneración sin prestaciones, es su margen de rentabilidad y lo que les hace posible competir.
Cercar a los informales para exigirles una compleja regularización burocrática y fiscal, incluso la bancarización de sus actividades para no ser acusados de lavado de dinero, se traducirá en poco incremento de los ingresos públicos y en mucha destrucción de las actividades económicas que son refugio de la mayoría.
Atacar la informalidad, criminalizarla, es confundir enemigos y es una forma de ataque al mercado interno. Destruir esos refugios sin ofrecer nada a cambio es sencillamente peligroso.
Debemos pensar en estrategias que movilicen las capacidades productivas de la población poniendo en uso la gran cantidad de recursos subutilizados disponibles. Si eso permite que un amplio sector de la población pueda ocuparse y elevar sus niveles de consumo esto debe considerarse un objetivo social valioso, digno de ser impulsado por el gobierno y no obstaculizado.
Para ello la producción de bienes de consumo básico y mayoritario, de pequeña escala y que utiliza tecnologías convencionales debería redefinirse como el sector social de la economía amparado por nuestra Constitución Política. Debe ser apoyado y no hay mejor apoyo que no estorbar y exentarlo del pago de impuestos; su función social es prioritaria.
Si de ese modo millones de mexicanos logran hacer frente a la exclusión, eso ya es ganancia. No le muevan.
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