Faljoritmo
Jorge Faljo
La impresión que deja el año 2015 es que se han clarificado imperativos de cambio que sacuden los más diversos frentes. En algunos casos lo que existe ha dejado de funcionar; en otros resulta que sus costos, a veces en forma de los daños que provoca, son demasiado altos.
Las exigencias de cambio proliferan pero no hay claridad en cuanto a cuál debe ser el rumbo de las transformaciones, y la manera y el ritmo al que debe instrumentarse. La humanidad está perdida, no porque no haya remedios, estos existen; sino en el sentido más literal de no tener claro el rumbo para salir de nuestros laberintos. A manera de recuento de fin de año trataré de señalar algunos de los retos, podría llamarles crisis, más importantes a resolver.
Primero la economía. Desde los orígenes de la llamada globalización esta se aprovechó de los notables avances tecnológicos para elevar de manera unilateral las ganancias; es decir sin asociar los fuertes incrementos de productividad a mejoras salariales y de bienestar de la mayoría. En lugar de ello se los países industriales impusieron como panacea la producción para el mercado mundial; es decir para las elites de todo el mundo.
Esto fue posible mediante la creación de demanda basada en préstamos a las clases medias, a los gobiernos de todos los países y en transferencias de capitales (supuestas contribuciones al desarrollo) a los países del tercer mundo. Se logró crear una demanda crediticia, controlada desde el poder financiero y que substituyó a las alzas salariales, y al pago justo a los productores de materias primas. También se redujo el pago efectivo de impuestos a los gobiernos y se les atacó en su papel de agentes de la redistribución del ingreso, la equidad social y el impulso productivo.
Se nos expropió el mercado, un instrumento social y económico fundamental, que pasó a ser dominio exclusivo de las grandes corporaciones económicas.
Pero los mecanismos de generación de demanda crediticia se han agotado y la falta de capacidades de compra que sean sólidas, efectivas, de los trabajadores, los gobiernos y la población en general, se ha convertido en un grave impedimento a la comercialización de la producción.
El mundo se ubica ante dos opciones extremas. Una es que la escasez de demanda se agrave y se acelere la destrucción de empleos y empresas y empleos, sobre todo las del tercer mundo, las pequeñas y medianas, las que están en manos de la población en general y no las de las grandes corporaciones. La alternativa es reconquistar el control social del mercado para revertir la destrucción de la producción popular y, por el contrario alentarla como base de un mejoramiento del bienestar generalizado.
Un segundo gran reto es el del cambio climático. Debemos reducir aceleradamente la extracción de carbono del subsuelo, es decir petróleo, gas natural y carbón mineral, para quemarlo y soltarlo en la atmosfera. Sin embargo el crecimiento industrial y el uso del automóvil particular se han basado en el uso de energéticos altamente contaminantes. La transición a formas de energía renovables no será sencilla; habrá que recurrir a la expansión de las plantas nucleares con sus propios y graves riesgos. Pero también será imposible dejar de cuestionar los actuales medios de transporte; tanto el automóvil, como el hecho de producir bienes y servicios que requieren ser trasladados a millares de kilómetros para su consumo.
La solución de fondo requerirá el rediseño de las ciudades y de la redistribución de la producción para crear niveles de autosuficiencia escalonados. Tratar de producir en cada localidad, región y país lo más posible y encarecer el transporte de mediana y larga distancia con impuestos a la liberación de carbono.
Un tercer gran reto merece estar en esta lista: el migratorio, cuyos orígenes son múltiples. La globalización borró las fronteras nacionales, propició que los bienes de los grandes corporativos se apoderaran de todos los mercados nacionales y destruyó gran parte de la producción local y regional. La producción popular ha sido declarada no competitiva y cualquier intento de protegerá se considera una severa transgresión a un mercado cuyas reglas son dictadas por los grandes corporativos.
El cambio climático está generando la alteración de los medios de vida de millones que se ven obligados a emigrar de las zonas costeras salinizadas en Bangla Desh, de regiones en proceso de desertificación, calentamiento o enfriamiento persistentes y de otros desastres.
Las exigencias de cambio se lograron expresar en numerosos países como movimientos políticos novedosos; por ejemplo la “primavera árabe” como un movimiento democratizador y anti neoliberal que se extendió por numerosos países. Numerosas fuerzas económicas y políticas se aliaron para cerrarle espacios y salidas transformadoras. El lamentable fracaso de los movimientos democratizadores, laicos y constructores de ciudadanía es un antecedente que no se puede desligar del nacimiento de movimientos desesperados abanderados por interpretaciones religiosas obtusas, violentas y extremas.
Podría plantearse una interpretación alternativa a la de la rebelión islámica. Tal vez nos encontremos con una islamización de la rebelión. Es decir que no se trata de que el Islam provoque violencia extrema; sino de que la rebelión ante lo insufrible fracaso en sus expresiones cívicas moderadas y no encontró otra salida que la de justificarse y organizarse y como extremismo religioso.
Sea como refugiados económicos, ambientales y/o políticos, religiosos y culturales, el caso es que millones de seres humanos han sido desplazados y orillados a formas de vida más precarias, menos autosuficientes, menos productivas y definitivamente miserables. El millón de refugiados que llegó a Europa este año 2015 no es sino la punta del iceberg de los muchos millones más que no han tenido los medios, la suerte o el propósito de llegar hasta el primer mundo.
No se trata de solucionar el problema ético de Europa; sería un planteamiento pequeño y hasta hipócrita. La solución de fondo es rehabilitar las posibilidades de vida, de producción y de autosuficiencia de docenas, tal vez cientos de millones en sus viejos, o nuevos, espacios de vida.
El asunto no es solo de inversión y tecnología, sino sobre todo de rediseño de mercados que permita la producción de los empobrecidos. Lo mismo en el medio oriente que en el campo mexicano.
Este 2015 ha empezado a cerrar dramáticamente las posibilidades de continuar con: un modelo de mercado basado en el endeudamiento de la mayoría y la producción de muy pocos; de un modelo industrial y de transporte altamente contaminante; de un modelo político que no escucha las demandas ciudadanas y hace proliferar el extremismo; de un modelo social de inequidad extrema; de gobiernos de utilería, que no conducen la economía, no alientan la producción y no están comprometidos con la equidad y el bienestar.
Seguir con lo conocido se torna imposible. Espero que el 2016 nos brinde mayor claridad en cuáles son las rutas para que las transformaciones inevitables se hagan de manera participativa y pacífica.
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