domingo, 6 de diciembre de 2015

Cambiar sin cambiar

Faljoritmo

Jorge Faljo

Hace tres años el Presidente Peña Nieto se dirigió a la nación, el día de su toma de posesión, con un discurso que parecía trazar un rumbo prometedor. Su reconocimiento de carencias y algunas ofertas de cambio parecían un ofrecimiento adecuado a las circunstancias. Entre los puntos principales estaban los de democracia, equidad, economía y seguridad.

Su visión de la democracia era paradójica. Por un lado defendió la institucionalidad de un proceso manchado por la sombra de la compra de votos. Lo realmente novedoso, en boca de un presidente, fue su afirmación de que necesitábamos transitar hacia una democracia que diera resultados tangibles. O sea que teníamos, más bien tenemos, una democracia inefectiva.

No ofreció como remedio el de cambios institucionales sino una actitud personal en la que habría de respetar a todas y cada una de las voces de la sociedad; un gobierno abierto que hablaría con la verdad y sobre todo que pediría opinión y escucharía a la ciudadanía para tomar las mejores decisiones.

A más de lo anterior ofreció recorrer todo el país acompañado de miembros de su Gabinete para que en cada región, en cada entidad, en cada comunidad, esas fueron sus palabras, se atiendan y resuelvan sus problemas fundamentales.
Pero ¿es así como ha gobernado en estos tres años? Más bien se distingue por inaugurar estadios y tramos carreteros vacíos; sus discursos son ante auditorios a modo. Lejos está el presidente y su gabinete de recorrer el país y escuchar; mucho menos de pedir opinión.

Hace un año y como excepción convocó a una amplia consulta sobre la reforma del campo. Pero se encontró con que los campesinos se entusiasmaron y tenían mucho que decir, así que aprovecharon el espacio para plantear el abandono en que se encuentra el campo y sobre todo urgir al cumplimiento de una triple promesa de campaña, del Plan Nacional de Desarrollo y del Programa Sectorial: la seguridad alimentaria. Mejor que escuchar fue abandonar el proceso y cerrar la puerta.

Pocas cosas repugnan más a la cúpula gobernante que las voces independientes y organizadas. Es renuente al dialogo con las madres y padres de los 43; tal vez por el temor de descubrir la propia mano, la del estado, detrás de su desaparición forzosa. Nada más lejos de la mente de la cúpula gobernante que realmente escuchar a las comunidades sobre el tema de la criminalidad que las agobia; mucho menos permitir sus intentos por auto defenderse. No se sabe a quién temen más, si a tirios o a troyanos.

Sometido el sindicato petrolero, acabado el electricista, los maestros eran los siguientes en la mira. Ellos fueron viejos aliados históricos en las campañas de alfabetización, en la lucha por la reforma agraria, soportes del nacionalismo revolucionario y el viejo PRI, podrían volver a estar al frente en los esfuerzos auténticos de contacto con la población.

Ahora los maestros son los enemigos del momento, sobre todo en los espacios de mayor rezago. Como en Guerrero con un 17 por ciento de la población adulta analfabeta, como en Oaxaca y Chiapas y comunidades marginadas donde tienden al liderazgo local.

El nuevo presidente prometía escuelas donde se formarían individuos libres, responsables y comprometidos; ciudadanos de México y del mundo, solidarios con sus comunidades.

Sin embargo lo que avanza en el reparto de culpas (¡ya vez por no estudiar!) que ahora se extiende a los maestros (¡ineptos!) para imponer el nuevo esquema: el maestro que meramente repite el mensaje único, diseñado centralmente, de corte individualista y neoliberal. Nada de entusiasmo en el salón, nada de pensamiento reflexivo. El guion estrecho unilateral que asegura el atraso de las nuevas generaciones. La escuela como mecanismo de control, apéndice de los medios, y no como formadora de ciudadanos.

En lo económico el mensaje no fue menos prometedor. Fue inevitable el reconocimiento de rezagos: un país donde pocos lo tienen todo y la mayoría sufre carencias fundamentales. Mexicanos que viven al día, preocupados por la falta de empleo. Sobre todo reconocer el deseo de cambio; esa fue la palabra mágica de la oferta presidencial

Un cambio que impulsaría “todos los motores del crecimiento”; en particular el campo y el desarrollo industrial para avanzar a convertirnos en una potencia económica emergente. Se fortalecería el mercado interno y al mismo tiempo se lograría mayor participación en el mercado global.

Pero en lugar de cambio lo que ha habido es mera continuidad, llevar al extremo la misma estrategia que ha postrado al país desde su conversión al dogma neoliberal.

En lugar de fortalecimiento del mercado interno se han creado millones de nuevos pobres. Lo más absurdo es el avance de la llamada pobreza laboral; es decir aquellos millones que a pesar de contar con un empleo formal y un salario “legal” no ganan lo suficiente para cubrir las necesidades esenciales de sus familias.

Además de la insuficiente creación de empleos y el avance de la informalidad se nos recetó una reforma laboral de tono empresarial y el desmantelamiento de la seguridad social. No se diga el abandono de servicios esenciales, como los de salud y los de educación.

Sin desarrollo industrial, lo admite el secretario de hacienda, no rebasamos el papel de maquiladores. Si, y además jamás tendremos empleos adecuados o un estado capaz de cumplir con sus responsabilidades históricas.
Para colmo se presume de una estabilidad macro que se desmorona a ojos vistas y se apoya en una dinámica de endeudamiento acelerado e insustentable. Eso sí, se cumple la promesa de elevar los impuestos, y/o su cobro efectivo a los grandes poderes económicos, en gran parte surgidos de concesiones públicas y a los que solo se les imponen… medallitas.

El nuevo gobierno, dijo el Presidente, estaría al servicio de los derechos humanos; el bien mayor es la vida humana. Por eso su primer eje de gobierno sería lograr un México en Paz, con el ciudadano y sus familias en el centro de las políticas de seguridad.

Y nada… Ya no sabemos ni de quien cuidarnos y a los ojos del mundo no podíamos haber caído más bajo. Impera la colusión e impunidad en todos los escalones de la criminalidad; desde la que asesina abiertamente, hasta la de los grandes negocios en innombrables alianzas público privadas. Y no se diga en las nombrables. Memorable ejemplo de estas alianzas sigue siendo la guardería ABC.

En aquel discurso de hace tres años el presidente dijo que conducir la transformación era su responsabilidad.

No hubo cambio, por lo menos no el prometido. La transformación que ha conducido no fue la que ofreció a la ciudadanía; sino la de una agenda secreta que no dio conocer y por la que no votamos.

Cunde la intolerancia y la cerrazón del poder; la inequidad es mayor que nunca. El poco crecimiento y empleo que se registra es el de la mayor concentración económica. Se ha agrandado al máximo la distancia entre la elite y el pueblo.

A medio sexenio las reformas transformadoras de la agenda secreta ya están hechas. Fueron el logro político mayor de esta presidencia. Pero en las que se ofrecieron en aquel discurso inicial no hay avances; ahora los retos y los riesgos son mayores y ya no hay cartas que sacarse de la manga.

La situación es preocupante. No solo por el fracaso evidente; sino porque se acabaron las propuestas. Nos gobierna un equipo que llegó al borde de su mapa y no tiene ruta trazada hacia adelante; frustrado y propenso a echarle la culpa a sus gobernados. Este es tal vez el mayor de los riesgos.




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