jueves, 22 de noviembre de 2012


Europa contra la austeridad: caminos alternativos.

Jorge Faljo

Desespera observar cómo se hunde la población de Europa en una crisis interminable. Un camino de sufrimiento creciente salpicado de las declaraciones optimistas y huecas de sus líderes políticos. Meras maniobras dilatorias mientras aprietan las tuercas. Por otra parte crece el número de los que se radicalizan; es decir que quieren ir a la raíz del asunto.

El pasado miércoles 14 de noviembre millones de personas llevaron a cabo una jornada contra la austeridad en Europa.  España, Grecia, Italia y Portugal destacaron por la salida a la calle de manifestantes en gran número de sus ciudades, por la paralización del transporte, incluyendo centenares de vuelos, por el número de arrestados y por la violencia de los enfrentamientos. En otros países del continente también se llevaron a cabo centenares de medianos y pequeños actos de repudio a la austeridad, aunque sin la participación y el impacto de los primeros.

Este año la economía de Europa disminuyó en un 0.4 por ciento y el que será de casi estancamiento. Hay ya 25 millones de desempleados en el continente; y serán más. Pero la recesión no es pareja. La economía de Portugal cayó en un 12 por ciento; Grecia y España tienen desempleados a la cuarta parte de sus trabajadores y a más de la mitad de sus jóvenes. En Alemania el desempleo juvenil es del 8 por ciento.

El impacto desequilibrado no solo es internacional, sino dentro de cada país. Una recesión de “solo” un 0.4 por ciento no debe entenderse como una situación relativamente estática. Quiebra un gran número de empresas, mientras que otras pocas crecen y ocupan los espacios de mercado que las primeras abandonan. Quiebran las que generan más empleos y crecen las más ahorrativas en empleo, energía y uso de materias primas.

Mientras el segmento privilegiado se expande crece su poder y sus capacidades de negociación con los gobiernos y los trabajadores y puede obtener un tratamiento fiscal de privilegio y presionar más a sus trabajadores.

Mientras los menos competitivos quiebran, los de muy alta productividad despiden trabajadores o exigen, para conservarlos, disminuciones salariales, más horas de trabajo a la semana, menos pago por horas extras, más jornadas al año y reducciones de impuestos.

La semana pasada la empresa de automóviles Renault renegociaba el contrato de trabajo con su sindicato francés señalando que ya no le convenía debido a que en España podía pagar bastante menos. A los trabajadores españoles las empresas les recuerdan que ganan mucho más que los rumanos. Pero estos últimos tienen como ejemplo a seguir a los de Marruecos… y así, hasta el fondo del barril.

El caso es que en Europa se configura una clase de trabajadores industriales con la mayor productividad del mundo e ingresos cada vez más parecidos a los de países del tercer mundo. Para competir cada empresa debe exprimir más a sus trabajadores y pagar menos contribuciones al estado. Lo cual está secando el mercado, disminuyendo la demanda y llevando a la quiebra colectiva a las empresas periféricas; las que con mayor empleo generaban más demanda en el mercado.

Resulta muy claro que el interés de la empresa individual se enfrenta al interés de la colectividad. Solo pagando más salarios y más impuestos será posible que haya demanda suficiente para crecer y generar empleos.

Pocos días antes de las manifestaciones del 14 el Fondo Monetario Internacional advirtió que la austeridad se encontraba en serio riesgo de convertirse en política y socialmente insostenible, además de que amenazaba con crear otra ronda de recesiones alrededor del planeta y de impedir que los países pudieran pagar sus deudas públicas.

¿Puede la movilización social cambiar el rumbo de Europa? De momento la respuesta tiene que ser negativa. Los europeos cedieron demasiado y se encuentran demasiado lejos de la posibilidad de decidir en serio sobre sus propias políticas; es decir las que realmente cuentan.

Mientras ganaban en apariencias democráticas se les daba gato por liebre y en realidad se les escamoteaba, mediante acuerdos cupulares y tratados internacionales, su derecho a decidir sobre lo esencial: el mercado de mercancías y el mercado de dinero.

Españoles, portugueses, griegos o franceses no tienen derecho a exigirle a Alemania un intercambio equilibrado imponiendo cuotas y/o aranceles a las importaciones de su producción. Tan arraigada esta la mentalidad neocolonial que ni les pasa por la mente. Tendrían que recordar la campaña de Gandhi para que la India recuperara el derecho a producir sal o a protegerse de las importaciones de textiles ingleses que destruían su propia producción.

En cuanto al mercado de dinero están peor. Abandonaron sus propias monedas, perdieron sus bancos centrales y al de Europa lo dejaron en manos de financieros, sin representación de la industria, la agricultura ni los trabajadores. Es un banco que no le rinde cuentas al poder político.

Por mi parte creo que manifestarse contra la austeridad es demasiado abstracto. Hay que proponer políticas orientadas a construir control social en el mercado de mercancías y en el mercado de dinero desafiando a los poderes y leyes actuales.

Para empezar Grecia, Portugal y España deben establecer altos aranceles a las importaciones alemanas hasta conseguir un superávit que les permita primero no endeudarse y luego empezar a pagar a los banqueros alemanes.

Lo segundo es que desde sus gobiernos regionales y municipales deben poner en circulación medios de pago locales que sean complementarios del uso del euro para transacciones. Puede servirles de mucho revisar la experiencia argentina para mejorarla.

Con estos instrumentos las periferias podrían construir alternativas de producción y consumo empleando los recursos de que disponen en lugar de aceptar destruirlos. Serían bases para renegociar con Alemania una solución siguiendo la propuesta de Soros (ver artículo correspondiente en mi blog).

El camino será difícil y necesariamente innovador; pero no podrá ser peor de lo que las actuales tendencias le deparan a los europeos.
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