Faljoritmo
Jorge Faljo
En los últimos tres años se han duplicado las importaciones de arroz proveniente de Pakistán, Tailandia y Vietnam con precios por debajo de los mercados internacionales. Producir en México sale a 4.50 pesos el kilo y mucho del arroz importado entra a 7 pesos el kilo pero ya pulido, empacado y listo para ponerse en el anaquel del supermercado. Es decir que ese arroz fue trabajado en su lugar de origen y aquí no genera empleo.
La superficie cultivada de arroz en México se ha reducido en un 87 por ciento, tal vez más, desde los tiempos en que la CONASUPO en lugar de comprar en México puso su red de distribución al servicio de los importadores.
En reunión con el Subsecretario de Industria y Comercio, de la Secretaría de Economía, los industriales del ramo propusieron ya no sembrar arroz en México pues les conviene comprar más del importado.
Por su parte el Consejo Mexicano del Arroz solicitó el restablecimiento de aranceles a esas importaciones que, a fin de cuentas no benefician al consumidor con un mejor precio pero si destruyen a los productores y al empleo dentro del país. Estamos, dicen a punto de entrar en una dependencia total de importaciones de un alimento básico y operando en contra de la soberanía alimentaria.
Tal vez la Secretaría de Economía no se haya dado cuenta de que la actual administración se comprometió, en el Programa Sectorial de Desarrollo Agropecuario a producir dentro del país el 75 por ciento del abasto básico alimentario. Un compromiso que no se han tomado en serio en las secretarías de Hacienda, Agricultura y Economía.
En otro punto de la economía resulta que la actividad industrial de México mostró un desempeño modesto: solo se dio un crecimiento anual del 1.1% de abril a abril. Cierto que en algunos puntos mostró un crecimiento que casi sería aceptable. Pero eso solo indica que en muchos otros tuvo un comportamiento incluso negativo.
Sabemos que este gobierno se encuentra entre la espada y la pared. Por un lado tiene un discurso neoliberal en el que predica las ventajas de la competencia, aunque resultemos fregados. Por otro lado cuando las cosas se ponen calientes por la protesta empresarial emprende débiles medidas de control de las importaciones subvaluadas, por ejemplo en calzado, vestido y acero. Apenas suficientes para darle un respiro a la producción que sobrevive, pero muy lejos de revertir las tendencias y reactivar la producción al punto del uso eficiente, pleno, de las capacidades instaladas.
Producir más, generar empleo y bienestar, no pasa por la atracción de inversiones externas que cuando son productivas lo que hacen es contribuir a la destrucción de las empresas medianas y pequeñas. Con lo cual su generación de empleo es en realidad negativa.
La respuesta se encuentra en otro lado; en reactivar las capacidades con las que ya contamos y que se encuentran paralizadas. Podríamos producir en México el 75 por ciento de la alimentación nacional, no solo de arroz. Lo ofrecido por el gobierno es perfectamente posible. También podríamos levantar la manufactura nacional de manera espectacular y sin nuevas inversiones. Hay fuertes capacidades instaladas para producir más telas y vestidos, calzado, muebles y todo lo que pudiera considerarse parte de una canasta que más que simplemente básica pudiera elevar el nivel de bienestar de la población.
El problema es que nuestras elites se encuentran mentalmente atadas a una ideología de la competitividad que no ofrece más salida que atraer a las grandes transnacionales y que íntimamente desprecia al grueso de los empresarios y productores, urbanos y rurales, del país.
De los lugares más inesperados saltan las críticas a la ideología de la competitividad. Uno de ellos es el Papa Francisco que en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” dice: “Hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad. (…) Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida.”
Cierto y más que cierto. Urge repensar la ideología de la competitividad simple y sencillamente la economía mundial, gracias a los enormes avances tecnológicos, se orienta a que solo unos pocos puedan producir mucho. Entretanto nos acercamos a que la mayoría no sea competitiva con esos pocos y no pueda producir, trabajar, ni vivir con dignidad.
Tenemos que cambiar el rollo infame y autodestructivo de la competitividad por el del DERECHO A PRODUCIR de las mayorías.
Esto es perfectamente viable con los debidos arreglos de mercado e institucionales. El problema para que puedan producir los productores de arroz, y los de todo tipo de alimentos, más las manufacturas, desde textiles y de calzado hasta de electrodomésticos y acero, no es técnico. Es ideológico, es en cierto modo religioso y dogmático. Me refiero a la secta económica que aprendieron nuestros muchachos que fueron a estudiar en el extranjero y que regresaron a imponernos en México sin ninguna capacidad crítica.
Fuera la ideología dogmática de la competitividad; pensemos en el derecho a producir.
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