Jorge Faljo
Le deseo a México y al mundo un mejor próximo año. No debiera ser difícil porque el 2019 fue un año de desencanto y frustración; tampoco será fácil porque algunas cosas tendrán que cambiar. En adelante me referiré a dos cambios indispensables en el mundo y otras dos transformaciones necesarias para México.
La economía mundial se encuentra en un bache de bajo crecimiento con perspectivas de recesión. Decreció el comercio internacional; una muy mala señal si consideramos que por varias décadas fue el principal factor de impulso del crecimiento globalizador; es decir de la expansión de las grandes corporaciones.
El diagnóstico no es difícil. Para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y la Organización Internacional del Trabajo, el problema es la debilidad de la demanda. Esta se fortalecía falsamente mediante demanda crediticia; es decir con endeudamientos que les permitieron a los gobiernos y población gastar más de lo que ingresaban. Algo que cada vez funciona menos.
Ahora, un primer gran cambio de orden mundial, es que aumenten los ingresos de la población y de los gobiernos, para que puedan realizar su consumo individual y colectivo al ritmo en que lo permite el potencial de producción. De no hacerlo se profundizará la destrucción de capacidades y las guerras comerciales que básicamente intentan esa destrucción caiga en el patio del vecino y no en el propio.
En 2019 se ha hecho mucho más claro que la humanidad se ha excedido en la explotación de la naturaleza y eso la conduce a su propio aniquilamiento. Huracanes, incendios, inundaciones, sequías y calentamiento global son las señales de un grave y creciente desorden. Lamentablemente el impacto del deterioro ambiental es muy disparejo; se ensaña con los que menos posibilidades tienen para protegerse y compensarlo mediante medidas económicas.
Mientras que, por ejemplo, la compra de seguros aminora los riesgos para las empresas, familias y gobiernos en mejor posición económica, en otros países conduce a la perdida irremediable de medios de vida y a la necesidad de migrar.
Necesitamos, como segundo gran cambio mundial, una nueva forma de relación entre la humanidad y la naturaleza de manera tal que suspendamos la destrucción brutal de nuestro entorno. Hay que suspender la emisión de desechos industriales que contaminan el aíre con carbono, las aguas con plásticos, la tierra con químicos, e incluso la genética de la naturaleza. De no hacerlo así seguiremos avanzando hacia el desastre.
El primer año del nuevo gobierno que tantas esperanzas ha levantado ha sido frustrante. Una nueva actitud solidaria hacia los más pobres es digna del mayor encomio. Pero esta ruta no podrá avanzar si no se acompaña de un nuevo dinamismo económico.
La CONCAMIN reclama política industrial, no el remedo presentado hace unos meses. Tienen razón, hay que abrir espacios de inversión para grandes, medianos y chicos y eso solo lo puede hacer el Estado mediante el fortalecimiento de sus capacidades y no por la vía de contraerse.
Habrá que hablar más concretamente de un dinamismo económico específicamente adecuado a la transformación social; en particular reactivar la economía social orientada a mercados locales y regionales fortalecidos por las transferencias sociales.
Requerimos inversión masiva, sí, pero que aterrice en forma no concentrada, sino dispersa en las decenas de miles de comunidades y barrios rurales y urbanos y en millones de micro pequeños y medianos productores. Lo que solo será posible mediante intervenciones reguladoras en los mercados. En otras palabras, hay que abandonar el omnipresente neoliberalismo. Este sería la primera transformación deseable para México en este próximo año.
Para hablar de la siguiente transformación hay que explicar que durante décadas los gobiernos de PRI y PAN crearon un entramado de falsas representaciones en el medio rural. Cada programa rural, ambiental, forestal o de desarrollo social creó en cada comunidad su propio grupo de interlocutores a modo. De este modo las entidades públicas simulaban dialogo con la población, es decir, con el micro grupo que en cada caso era beneficiario del programa. Construyeron así un entramado de falsas representaciones del interés popular que eran en realidad títeres de los programas.
De ese modo las entidades y programas operaban en el campo inmunes a las críticas y transfiriendo recursos que se caracterizaron por su escaso impacto positivo de carácter permanente y comunitario. La actual administración rechaza las organizaciones de todo tipo como representantes de los intereses de la población rural. En cierto sentido tiene razón, pero lo que debe rechazar es el entramado de simulación construido por los gobiernos anteriores.
A mediados de diciembre el Presidente López Obrador supervisó la operación del programa sembrando vida en Hidalgotitlán, Veracruz. En la visita se evidenciaron retrasos en la producción de semillas, simulaciones de los beneficiarios, incumplimientos, acusaciones de corrupción. Ante ello el presidente les pidió más empeño a los técnicos del programa para que los programas se apliquen y no se queden nada más en los documentos, con presupuesto, pero sin que lleguen los beneficios. Según la nota periodística, el presidente se mostraba desilusionado.
Me parece sumamente importante que el presidente haya acudido a ver la operación real del programa saltándose todos los filtros institucionales que le doran la píldora a los altos mandos. No se trata de una anécdota sin importancia; es una muestra de lo que distintas fuentes dicen que está ocurriendo no solo en este sino en varios programas.
La solución no es pedirle a la burocracia que se apresure, no es hablar con uno mismo en una especie de soliloquio, sino hablar con las verdaderas expresiones colectivas de la voluntad popular.
Los programas rurales, sociales, campesinos y ambientales podrán funcionar cuando se realicen tratos dignos con los pueblos, las comunidades, los ejidos. Cuando se les reconozca como los sujetos sociales de los programas públicos; los que pueden establecer y hacer cumplir compromisos. Esta sería la real democracia participativa y la segunda gran transformación que espero ocurra en el 2020.
Los invito a reproducir con entera libertad y por cualquier medio los escritos de este blog. Solo espero que, de preferencia, citen su origen.
domingo, 29 de diciembre de 2019
domingo, 15 de diciembre de 2019
Ante el estancamiento global
Jorge Faljo
El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.
Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.
Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.
Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en un 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó un 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.
La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en un 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.
Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.
Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.
¿Qué haría falta para crecer?
Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.
Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.
A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.
La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social es el orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas; que deberá cumplir.
No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.
Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.
Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.
El último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL-, describe la expansión del estancamiento en la economía mundial y América Latina es de las más afectadas. En este 2019 el promedio de crecimiento económico de la región se calcula en 0.1 por ciento; eso y nada es prácticamente lo mismo. Si consideramos el crecimiento de la población lo que tenemos es un resultado per cápita negativo.
Para 2020 la proyección del organismo no es mucho mejor; el crecimiento estimado promedio será de 1.3 por ciento. Lo que podemos ver con una pisca de desconfianza; lo usual es que las estimaciones a futuro sean optimistas y a medida que el futuro se vuelve presente va empeorando.
Por otra parte, América Latina no está sola. El contexto global es de bajo dinamismo y la región se ve afectada por la debilidad de la demanda externa y su impacto en reducción de precios de los productos primarios que constituyen las principales exportaciones de la región.
Se calcula que en este 2019 la economía mundial ha crecido en un 2.5 por ciento. Uno de sus principales componentes presenta un dato mucho peor. Entre enero y septiembre el volumen del comercio mundial cayó un 0.4 por ciento comparado con el mismo periodo del año anterior. A falta de un repunte de último momento que no se ha dado, el dato para todo el año es negativo. Es algo particularmente significativo porque el incremento del intercambio comercial entre países ha sido el motor del crecimiento global liderado por las grandes corporaciones.
La proyección de la CEPAL es que el comercio mundial crecerá en un 2.7 por ciento en 2020. Es una cifra baja y sin embargo optimista; la misma organización señala que presenta esa cifra con un considerable sesgo a la baja de prolongarse las tensiones comerciales.
Habría que señalar que las guerras comerciales y ahora monetarias (devaluaciones competitivas) surgen precisamente de un contexto en el que se sigue elevando el potencial productivo, derivado sobre todo de avances tecnológicos y de productividad, sin que en paralelo se incremente la demanda. De hecho, sus tres componentes, el consumo de la población, el gasto de los gobiernos y la inversión, se encuentran a la baja en prácticamente toda América Latina.
Además el consumo de la población, que depende de sus ingresos, se ve afectado por el deterioro en la composición del empleo; sube la informalidad, no se generan empleos de calidad y medianamente bien pagados y los salarios están estancados. Habría que señalar que México es una excepción por el crecimiento reciente del salario mínimo, si bien desde una base muy baja.
¿Qué haría falta para crecer?
Algo que no falta, sino que sobra en el mundo, es capital financiero que no se traduce en inversión productiva. A mediados de 2019 unos 17 billones de dólares (millones de millones), equivalentes al 20 por ciento del Producto mundial, estaban colocados a tasas de interés negativas. Es decir que los inversionistas pagan porque les guarden el dinero bancos, países, incluso empresas, que se consideran altamente seguras. Esto se debe a la ausencia de oportunidades de inversión atractivas en un mundo que produce más de lo que se puede vender en el mercado.
Pero otros muchos capitales van en otra dirección. Lo que quieren son ganancias atractivas y eso hace que se coloquen precisamente en empresas y países con mayores e incluso elevados niveles de riesgo. Recordemos que la Gran Recesión del 2008 se originó en que millones de casas se habían vendido con préstamos hipotecarios a personas con empleos inseguros o de bajo ingreso. Y ese riesgo no se había detectado; o peor los bancos fingieron que no existía y recolocaron la deuda por todo el mundo. Así que cuando estalló la crisis se expandió por todas partes.
A lo que llegamos es que no falta capital, no faltan trabajadores y no faltan medios naturales que podrían ser aprovechados de manera sustentable. Lo que no hay es demanda suficiente. Esta situación se disimula parcialmente mediante préstamos. De un lado hay capitales dispuestos a asumir riesgos y del otro lado gobiernos, inversionistas y consumidores dispuestos a endeudarse y eso crea una demanda tramposa que substituye, por un tiempo, a las demandas más firmes creadas por buenos salarios, mejores precios a los productores agrícolas y por impuestos bien empleados.
La predicción para México es que este año tendrá crecimiento cero y el año que entra podría no ser mejor. Esto dificulta elevar el bienestar de los sectores sociales en peores condiciones porque solo se podrá dar a costa de quitarles a otros y eso aumenta las tensiones internas. En otras regiones de América Latina la revuelta social es el orden del día; como recién ocurrió en Chile. Aquí no porque en gran medida el nuevo régimen ha suscitado grandes esperanzas; que deberá cumplir.
No puede esperarse que sea el mercado el que atienda las expectativas de mejora de la población. A nivel global e interno el mercado no está conectando a los factores de la producción existentes; capitales en busca de oportunidades de inversión, población dispuesta a trabajar y otros recursos disponibles. Deberá ser el gobierno el que los conecte impulsando el buen funcionamiento del mercado.
Una condición para poder hacerlo es seguir el consejo de la CEPAL de elevar la captación fiscal mejorando la progresividad de la estructura tributaria, fortaleciendo los impuestos a la renta personal y a la propiedad. Hay que captar con impuestos una porción de los capitales improductivos para generar dinamismo y oportunidades de inversión para otros capitales y esto no basta. Hay que proteger la producción interna y generar espacios de inversión substituyendo importaciones. Hay que elevar los ingresos y fortalecer la demanda de la población asegurando que se conecte a la producción interna.
Hay mucho por hacer si queremos superar con éxito una etapa que se ve poco promisoria.
jueves, 12 de diciembre de 2019
T-MEC, un mito.
Jorge Faljo
Al T-MEC, el tratado comercial que substituye al Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, o más sencillo, TLC, se le atribuyen propiedades casi mágicas. Su firma, ratificación y entrada en vigor habría de darle, dicen, un fuerte empuje a la economía porque crearía la certidumbre y confianza que son necesarias para que los empresarios inviertan. De lo contrario, su ausencia crearía desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro de Canadá. Pero no basta, para entrar en funciones es necesario que sea ratificado por los congresos de cada país. Falta que lo hagan los congresos de los Estados Unidos y Canadá. Hasta hace unas pocas semanas parecía estar a punto de ser aprobado por los legislativos correspondientes. Pero el asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que puede ser aprobado este año. En Estados Unidos lo hacen algunos congresistas republicanos que de ese modo quieren presionar a los demócratas para darle una victoria política a Donald Trump que fue quien exigió substituir el viejo TLC por el nuevo T-MEC. Es un cálculo político porque si los demócratas no lo ponen a votación, entonces los podrán acusar de debilitar la economía norteamericana y poner en riesgo millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se ha sobrevendido al T-MEC como generador de confianza y con ello se ha acrecentado el riesgo de que si no se aprueba pronto propicie volatilidad cambiaria.
Lo real es que se están perfilando dos extremos en su aprobación. O esta se logra muy pronto, a fin de año o en enero, o bien podría ocurrir que simplemente se posponga hasta el 2021. Esto ocurriría porque el año que entra, el 2020, es un año de elecciones y el nuevo tratado puede ser foco de conflictos surgidos al calor de la contienda.
Si a Trump no lo corren próximamente es muy posible que en su campaña para reelegirse vuelva a acusar a México de sostener un comercio injusto, de robarse los empleos norteamericanos, de envíales gente malvada y drogas, y lindezas por el estilo. Repetirá los mensajes paranoicos de su campaña anterior. Eso será incompatible con impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad de que finalmente no se ratifique el T-MEC ni este año ni el que entra. Y mi conclusión es que eso no sería terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el TLC, que no es tan diferente y que a fin de cuentas es Trump el que quiere cambiarlo y no México. El riesgo es que Trump en un berrinche rompa el TLC, pero es altamente improbable. Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más certidumbre que el TLC. Este último entró en vigor en enero de 1994 y no evitó el desastre de diciembre de ese año.
Cuando México firmó el TLC parecía que eso nos colocaba como socio privilegiado de los Estados Unidos; casi apuntaba a crear una zona de desarrollo similar a la de Europa. Pero los norteamericanos y luego México empezaron a firmar múltiples tratados con otros muchos países y se desvaneció la preferencia mutua.
Se dice que el TLC impulsó fuertemente las exportaciones de México. Falso. Cierto que de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas se incrementaron en un 80 por ciento. Pero no fue por el tratado sino por la devaluación de fin de 1994 que nos hizo altamente competitivos durante unos cinco años. Hasta que el peso se revaluó y se volvió fuerte.
De hecho, las economías de los tres países se han integrado más con China, que entre ellos mismos. Los tres países de Norteamérica son muy deficitarios con el país asiático, es decir que le compran mucho, aunque le venden poco. El caso extremo es México que le compramos a China once veces más de lo que ella nos compra. Los consorcios norteamericanos han invertido mucho más allá que en México. El TLC no creó una efectiva preferencia mutua en el comercio de los tres países.
La explicación es que China ha contado con algo mucho mejor que un tratado comercial; una moneda barata que le da a su economía una fuerte competitividad. Esa ventaja fue superior a su rezago inicial en productividad y le permitió exportar, dinamizar toda su economía, vender y reinvertir, hasta convertirse en gran potencia. Pero no descuidó su mercado interno, sino que elevó continuamente los ingresos de su población.
Las exportaciones chinas constituyen el 19.8 por ciento de su producción; las de México son el 38 por ciento de nuestro producto. Estamos más globalizados, pero altamente desequilibrados; el descuido del mercado interno, es decir del bienestar de la población, nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es importante en una perspectiva de continuidad del modelo económico del que ha sido emblemático el TLC. Pero ese modelo ya es inviable en un contexto mundial de sobreproducción. Lo que Estados Unidos espera del nuevo tratado es que podrán vendernos muchos más productos agropecuarios. Es un riesgo importante porque marcha en contra del rescate del campo que propone el Plan Nacional de Desarrollo y propiciaría mayor expulsión de mexicanos que irían a toparse con muros, desiertos mortales y si llegan a cruzar se toparán con campos de concentración.
Para invertir los inversionistas piden certidumbre; pero son realmente pocos los campos de inversión que abre el T-MEC. Habría mayores oportunidades en una política industrial de substitución de importaciones de manufacturas chinas, en una devaluación administrada que imprimiera competitividad inmediata a la producción nacional, en una política social que amarrara las transferencias sociales al consumo de la producción nacional, en un gobierno fuertemente inversionista en infraestructura y en rescate de sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC podría ser la cereza del pastel. Pero lo importante sería que haya pastel y eso el nuevo tratado por sí solo no lo da.
Al T-MEC, el tratado comercial que substituye al Tratado de Libre Comercio de la América del Norte, o más sencillo, TLC, se le atribuyen propiedades casi mágicas. Su firma, ratificación y entrada en vigor habría de darle, dicen, un fuerte empuje a la economía porque crearía la certidumbre y confianza que son necesarias para que los empresarios inviertan. De lo contrario, su ausencia crearía desconfianza y pérdidas.
El acuerdo ya fue firmado por los presidentes de México, Estados Unidos y el primer ministro de Canadá. Pero no basta, para entrar en funciones es necesario que sea ratificado por los congresos de cada país. Falta que lo hagan los congresos de los Estados Unidos y Canadá. Hasta hace unas pocas semanas parecía estar a punto de ser aprobado por los legislativos correspondientes. Pero el asunto se ha complicado.
Pocos todavía sostienen que puede ser aprobado este año. En Estados Unidos lo hacen algunos congresistas republicanos que de ese modo quieren presionar a los demócratas para darle una victoria política a Donald Trump que fue quien exigió substituir el viejo TLC por el nuevo T-MEC. Es un cálculo político porque si los demócratas no lo ponen a votación, entonces los podrán acusar de debilitar la economía norteamericana y poner en riesgo millones de empleos.
Desde el lado mexicanos se ha sobrevendido al T-MEC como generador de confianza y con ello se ha acrecentado el riesgo de que si no se aprueba pronto propicie volatilidad cambiaria.
Lo real es que se están perfilando dos extremos en su aprobación. O esta se logra muy pronto, a fin de año o en enero, o bien podría ocurrir que simplemente se posponga hasta el 2021. Esto ocurriría porque el año que entra, el 2020, es un año de elecciones y el nuevo tratado puede ser foco de conflictos surgidos al calor de la contienda.
Si a Trump no lo corren próximamente es muy posible que en su campaña para reelegirse vuelva a acusar a México de sostener un comercio injusto, de robarse los empleos norteamericanos, de envíales gente malvada y drogas, y lindezas por el estilo. Repetirá los mensajes paranoicos de su campaña anterior. Eso será incompatible con impulsar la firma del nuevo tratado.
Hay que pensar en la posibilidad de que finalmente no se ratifique el T-MEC ni este año ni el que entra. Y mi conclusión es que eso no sería terrible, por varias razones. Aquí van.
En ese caso seguiría vigente el TLC, que no es tan diferente y que a fin de cuentas es Trump el que quiere cambiarlo y no México. El riesgo es que Trump en un berrinche rompa el TLC, pero es altamente improbable. Dudo que se atreva.
No creo que el T-MEC no dará más certidumbre que el TLC. Este último entró en vigor en enero de 1994 y no evitó el desastre de diciembre de ese año.
Cuando México firmó el TLC parecía que eso nos colocaba como socio privilegiado de los Estados Unidos; casi apuntaba a crear una zona de desarrollo similar a la de Europa. Pero los norteamericanos y luego México empezaron a firmar múltiples tratados con otros muchos países y se desvaneció la preferencia mutua.
Se dice que el TLC impulsó fuertemente las exportaciones de México. Falso. Cierto que de 1994 a 1996 las exportaciones de manufacturas se incrementaron en un 80 por ciento. Pero no fue por el tratado sino por la devaluación de fin de 1994 que nos hizo altamente competitivos durante unos cinco años. Hasta que el peso se revaluó y se volvió fuerte.
De hecho, las economías de los tres países se han integrado más con China, que entre ellos mismos. Los tres países de Norteamérica son muy deficitarios con el país asiático, es decir que le compran mucho, aunque le venden poco. El caso extremo es México que le compramos a China once veces más de lo que ella nos compra. Los consorcios norteamericanos han invertido mucho más allá que en México. El TLC no creó una efectiva preferencia mutua en el comercio de los tres países.
La explicación es que China ha contado con algo mucho mejor que un tratado comercial; una moneda barata que le da a su economía una fuerte competitividad. Esa ventaja fue superior a su rezago inicial en productividad y le permitió exportar, dinamizar toda su economía, vender y reinvertir, hasta convertirse en gran potencia. Pero no descuidó su mercado interno, sino que elevó continuamente los ingresos de su población.
Las exportaciones chinas constituyen el 19.8 por ciento de su producción; las de México son el 38 por ciento de nuestro producto. Estamos más globalizados, pero altamente desequilibrados; el descuido del mercado interno, es decir del bienestar de la población, nos ha hecho fracasar.
Que sea aprobado el T-MEC es importante en una perspectiva de continuidad del modelo económico del que ha sido emblemático el TLC. Pero ese modelo ya es inviable en un contexto mundial de sobreproducción. Lo que Estados Unidos espera del nuevo tratado es que podrán vendernos muchos más productos agropecuarios. Es un riesgo importante porque marcha en contra del rescate del campo que propone el Plan Nacional de Desarrollo y propiciaría mayor expulsión de mexicanos que irían a toparse con muros, desiertos mortales y si llegan a cruzar se toparán con campos de concentración.
Para invertir los inversionistas piden certidumbre; pero son realmente pocos los campos de inversión que abre el T-MEC. Habría mayores oportunidades en una política industrial de substitución de importaciones de manufacturas chinas, en una devaluación administrada que imprimiera competitividad inmediata a la producción nacional, en una política social que amarrara las transferencias sociales al consumo de la producción nacional, en un gobierno fuertemente inversionista en infraestructura y en rescate de sectores productivos estratégicos.
En este último caso el T-MEC podría ser la cereza del pastel. Pero lo importante sería que haya pastel y eso el nuevo tratado por sí solo no lo da.
domingo, 1 de diciembre de 2019
Crecimiento cero; ¿no pasa nada?
Jorge Faljo
Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.
Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo, porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos.
Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las doce de la noche. Es más, o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.
Esta disquisición absurda me viene a la mente por que por vez primer el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.
Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.
Hace unos días Agustín Carstens, antiguo Gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.
El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.
Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.
Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.
En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Trump con respecto a las importaciones norteamericanas de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.
La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.
En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.
Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.
Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.
Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.
La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.
Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.
Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.
A nadie nos gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.
Al número cero le hemos conferido una capacidad excesiva. Ahora resulta que divide el día entre mañana y tarde con rigurosidad cronométrica. Cuando digo buenos días pasando un instante después de las 12, o sea en la hora cero, me responden buenas tardes. Algunos incluso me hacen ver mi error y me aclaran que ya son tardes.
Tan obsesivo guiarse por el reloj me sorprende. Sobre todo, porque recuerdo que en mi infancia en provincia el día se dividía en mañana y tarde, por la hora de comer. Antes de la comida eran buenos días; después de la comida eran buenas tardes y se comía entre las dos y las tres, más o menos.
Si seguimos el nuevo razonamiento pronto voy a tener que decir buenos días apenas pasen las doce de la noche. Es más, o menos como concluir que a menos cero grados centígrados hace frio y a más de cero grados hace calor. Así que voy a estar tiritando a 5 grados y con un criterio así, estaría haciendo calor.
Esta disquisición absurda me viene a la mente por que por vez primer el Banco de México ha bajado su proyección de crecimiento para el 2019 a un rango de entre menos 0.2 y más 0.2 por ciento del PIB. O sea que la producción puede bajar o subir; de cualquier modo, casi nada para arriba, o para abajo. Y estamos en la expectativa obsesiva de una diferencia de décimas de punto que les permitirá a algunos ser puntillosos y señalar que estamos en bajo crecimiento, o en franca recesión.
Décimas más, o menos, el estancamiento y no es bueno. La mente nos juega trampas y nos hace pensar que estancamiento o crecimiento cero es una inmovilidad en la que no pasa nada. Es todo lo contrario; es en el estancamiento económico donde bajo una falsa calma ocurren los más terribles jaloneos.
Hace unos días Agustín Carstens, antiguo Gobernador del Banco de México y ahora director de una importante agencia financiera internacional, advirtió que existe la posibilidad de que el año que entra la economía mundial caiga en recesión. Lo cual empeora la perspectiva de lo que puede ocurrir en México.
El estancamiento en México y el mundo se debe a la debilidad de la demanda. Los gobiernos se ponen austeros; los consumidores se vuelven más cautelosos; las empresas no contratan más personal; los salarios no suben, o incluso bajan y todos estos empiezan a ser parte de una espiral descendente.
Mientras que la economía se achica, las empresas ubicadas en las crestas de los avances tecnológicos y de productividad amplían su participación en el mercado. Entretanto muchas otras empresas, las de mayor rezago tecnológico son orilladas a la quiebra. Pero las que triunfan son las que menos empleo generan y las que son expulsadas del mercado son las mayores empleadoras. Lo cual es otra vuelta de tuerca a la espiral negativa de la recesión.
Lo anterior ocurre a nivel mundial. El pez grande se come al chico; el gran consorcio se expande devorando o destruyendo a las empresas medianas y pequeñas.
En este contexto algunos países deciden proteger algunos sectores de su producción estableciendo controles al comercio internacional; aranceles o controles a la importación. Es lo que hace Trump con respecto a las importaciones norteamericanas de productos chinos. Y lo que ha amenazado hacer con algunas importaciones de productos mexicanos.
La recesión agudiza el exceso de producción, porque no hay quien compre y eso hace cerrar empresas. Se exacerban entonces las guerras comerciales porque en ellas, bajo la ley del más fuerte, se va a decidir qué países pierden sus empresas y cuales las logran proteger.
En un mundo cargado de excesos de producción muchos recurren al dumping; es decir a competir deslealmente y descargar su sobreproducción en otras economías. Ser una economía abierta en este contexto es peligroso porque puede ocurrir que la economía interna se encuentre estancada y, al mismo tiempo, el país se vea invadido de importaciones baratas destructoras de empresas internas.
Ser pobres y consumir importado no es algo contradictorio, sino que es la perfecta combinación sistémica perdedora.
Del estancamiento a la recesión hay un pequeño paso; con otro más podemos caer en una espiral negativa. Con bajo crecimiento el gobierno cobra menos impuestos y se pone más austero; las empresas despiden personal; los trabajadores se ven obligados a recontratarse con menos salario; los consumidores procuran no gastar. Todos contribuyen a acelerar la caída.
Alguien tiene que romper la espiral negativa. Y solo lo puede hacer el gobierno.
La CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe acaba de declarar que México tendrá que hacer una reforma tributaria en impuestos directos, es decir el impuesto sobre los ingresos de personas y empresas, o sobre el patrimonio acumulado, de los más ricos. No se trata simplemente de tapar el hoyo de la caída de ingresos por Pemex y el estancamiento, sino que tiene que ser suficiente para financiar la inversión productiva y el gasto social.
Hay que trasladar el dinero de donde no se ocupa para que el gobierno lo ponga a trabajar por la vía de la inversión generadora de empleos e ingreso, o de las transferencias sociales que eleven el gasto de los más pobres. Hay que añadir que la demanda que generan las transferencias sociales debe amarrarse al consumo de productos nacionales para que de ese modo se convierta en una espiral positiva, de crecimiento y desarrollo.
Para la CEPAL no se trata de una mera recomendación. Lo plantea como algo inevitable para evitar recrudecer el empobrecimiento en uno de los países de menor equidad, con más bajos salarios y, aunque se haga mucha alharaca, en realidad es muy baja la proporción de gasto social.
A nadie nos gusta oír que se elevan los impuestos; porque estamos acostumbrados a que se le carguen a los pobres y clases medias mediante incrementos al IVA, o subir el precio del transporte. Ojalá que no vaya a ser así, sería suicida; aceleraría la espiral negativa y podría llevarnos a un retroceso no solo económico sino político. No podemos ignorar la lección que nos está dando Chile donde de la calma chicha se pasó a la mayor de las tempestades en pocos días.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Dos escalones resbalosos; el T-MEC y el FMI
Jorge Faljo
El T-MEC es el nuevo tratado comercial en vía de substituir al TLC. Y por Fondo Monetario Internacional me refiero en particular a la Línea de Crédito Flexible. Son dos negociaciones importantes en proceso, de las que esperamos buenos resultados, pero podrían darnos algunas sorpresas.
México se apresuró a ratificar el T-MEC en el sexenio anterior. Ahora esperamos con optimismo su ratificación por los Estados Unidos y Canadá. Un buen deseo que tiene mucho que ver con la importancia que tiene para México dar una señal fuerte de certeza a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Para Graciela Márquez, Secretaria de Economía, algunas empresas han detenido sus inversiones porque requieren la seguridad de un tratado internacional. Arturo Herrera, Secretario de Hacienda, dice que el nuevo tratado será un “estímulo increíble”, para mejorar el clima empresarial y la inversión, particularmente en un mundo que enfrenta incertidumbres.
Aparte de que la ratificación es importante, es viable sobre todo porque el T-MEC no es motivo de disputa entre los partidos demócrata y republicano en los Estados Unidos. Las cúpulas de ambos partidos en las dos cámaras del Congreso favorecen su firma.
Sin embargo, los demócratas no quieren ponerlo a votación sin antes contar con el visto bueno de la AFL-CIO que es la principal agrupación de sindicatos dentro de los Estados Unidos. Este organismo representa a alrededor de 12.5 millones de trabajadores. Su presidente, Richard Trumka acaba de declarar que los sindicatos no están convencidos de la disposición y capacidad de México para cumplir con los acuerdos laborales y ambientales que son parte del nuevo Tratado.
Es por eso que los negociadores mexicanos han centrado su atención en los demócratas y, en particular, en los temas laborales. A mediados de octubre pasado el presidente López Obrador envió una carta a Richard Neal, del partido demócrata y presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, asegurando que destinaría más de 900 millones de dólares para impulsar la reforma laboral en México.
Tal reforma está en marcha. Son modificaciones que obedecen a la convicción presidencial respecto a mejorar la situación de los trabajadores. Pero también es innegable que es fuertemente impulsada desde los Estados Unidos con exigencias tales como que en México haya democracia sindical, que se acaben los contratos de protección y se fortalezca la capacidad de negociación de los trabajadores.
La exigencia inicial expresada por Trump era elevar directamente los salarios en México. Pronto se dieron cuenta que eso no podría ocurrir sin fortalecer de raíz las capacidades de negociación de los trabajadores. Su objetivo permanece; que aquí se eleven los salarios de los trabajadores de manera tal que disminuya lo que consideran competencia desleal. Sobre todo les interesa no perder empleos en Estados Unidos porque las empresas se trasladen a nuestro país.
A Richard Trumka el gran líder sindical no le bastan las promesas mexicanas. Así que pide mayor seguridad no en cuanto a cambiar la letra de la ley; sino en su adecuada instrumentación. Eso es lo que cabildea con los legisladores demócratas y lo que puede desembocar en cambios al Tratado.
En caso de modificaciones México tendría que renegociar o aceptar los cambios y volver a ratificarlo en el senado. Pero la situación ya no es la que existía cuando lo ratificó un senado dominado por el PRI. Ahora podrían surgir críticas internas a un tratado que es básicamente similar al anterior TLC.
Al igual que el anterior el nuevo tratado no le otorga a México un lugar de socio privilegiado; no es favorable a que aquí pueda definirse una política industrial medianamente independiente; y no protege a la agricultura mexicana y al desarrollo rural. Una nueva discusión del tratado podría dar pie a desacuerdos como los que ha generado la discusión del presupuesto para el campo.
¿Qué tan importante es el tratado? Paradójicamente durante la vigencia del TLC el grueso del intercambio comercial y las inversiones externas norteamericanas se inclinaron a favor de China.
Lo que ocurrió es que China hizo algo mucho más importante que contar con un tratado. Mantuvo una paridad cambiaria competitiva asociada a la exportación de capitales y sin permitir la entrada de capitales especulativos. Pese a ser pobre, se convirtió en prestamista de Washington. Desarrolló una estrategia industrial independiente y un crecimiento basado en la substitución de importaciones. Esa estrategia fue mucho más efectiva que cualquier tratado.
En contraparte la continuidad del modelo mexicano de crecimiento basado en la inversión privada interna y externa, con un gobierno austero y reducido, demanda crear certezas de estabilidad. Tal es el argumento para esperar que el nuevo tratado se ratifique lo antes posible.
Hay otro asunto de importancia coyuntural. Acaba de vencer, a fin de octubre, la línea de crédito flexible entre México y el Fondo Monetario Internacional. Esa línea funciona como un crédito pre aprobado que se puede solicitar en caso de que ocurriera una contingencia cambiaria, digamos fuga de capitales.
Desde el FMI se dice que México solicitó reducir el monto de esa línea de crédito de los actuales 88 mil millones de dólares a algo así como 70 mil millones de dólares y eso es lo que se está renegociando. Puede sospecharse que esa solicitud de reducción es más bien la mejor alternativa ante la posible intención de la agencia financiera para simplemente eliminar la línea de crédito.
Esto puede asociarse a dos cosas. El Fondo otorgó un crédito desproporcionado a Argentina y ahora está en riesgo de no poder cobrarlo. Lo segundo es que en México se ha incrementado la incertidumbre financiera por varias razones: retraso en la firma del T-MEC; riesgo de caída del grado de inversión; temas de inseguridad y otras. Una de ellas es precisamente que no se renueve la línea de crédito flexible.
Hace unos años, para renovar la línea de crédito el Fondo exigió que Banco de México dejara de subastar grandes cantidades de dólares en una defensa a ultranza de la paridad cambiaria que resultaba peligrosa. Al reducir las reservas internacionales alentaba la volatilidad cambiaria y se acercaba a tener que emplear la línea de crédito.
Ahora más que antes el Fondo no quiere que México recurra a ese crédito. Pero es importante para el país porque otorga certidumbre a los capitales especulativos de que incluso en una circunstancia difícil podrán reconvertirse en dólares.
Lo mejor será que el Fondo renueve la línea de crédito para desalentar la volatilidad financiera; pero el compromiso implícito de México debe ser que no se recurrirá a ese crédito. Es decir que no habrá una defensa del peso a costa de agotar las reservas. No repetir lo que pasó en 1994.
El T-MEC es el nuevo tratado comercial en vía de substituir al TLC. Y por Fondo Monetario Internacional me refiero en particular a la Línea de Crédito Flexible. Son dos negociaciones importantes en proceso, de las que esperamos buenos resultados, pero podrían darnos algunas sorpresas.
México se apresuró a ratificar el T-MEC en el sexenio anterior. Ahora esperamos con optimismo su ratificación por los Estados Unidos y Canadá. Un buen deseo que tiene mucho que ver con la importancia que tiene para México dar una señal fuerte de certeza a los inversionistas nacionales y extranjeros.
Para Graciela Márquez, Secretaria de Economía, algunas empresas han detenido sus inversiones porque requieren la seguridad de un tratado internacional. Arturo Herrera, Secretario de Hacienda, dice que el nuevo tratado será un “estímulo increíble”, para mejorar el clima empresarial y la inversión, particularmente en un mundo que enfrenta incertidumbres.
Aparte de que la ratificación es importante, es viable sobre todo porque el T-MEC no es motivo de disputa entre los partidos demócrata y republicano en los Estados Unidos. Las cúpulas de ambos partidos en las dos cámaras del Congreso favorecen su firma.
Sin embargo, los demócratas no quieren ponerlo a votación sin antes contar con el visto bueno de la AFL-CIO que es la principal agrupación de sindicatos dentro de los Estados Unidos. Este organismo representa a alrededor de 12.5 millones de trabajadores. Su presidente, Richard Trumka acaba de declarar que los sindicatos no están convencidos de la disposición y capacidad de México para cumplir con los acuerdos laborales y ambientales que son parte del nuevo Tratado.
Es por eso que los negociadores mexicanos han centrado su atención en los demócratas y, en particular, en los temas laborales. A mediados de octubre pasado el presidente López Obrador envió una carta a Richard Neal, del partido demócrata y presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, asegurando que destinaría más de 900 millones de dólares para impulsar la reforma laboral en México.
Tal reforma está en marcha. Son modificaciones que obedecen a la convicción presidencial respecto a mejorar la situación de los trabajadores. Pero también es innegable que es fuertemente impulsada desde los Estados Unidos con exigencias tales como que en México haya democracia sindical, que se acaben los contratos de protección y se fortalezca la capacidad de negociación de los trabajadores.
La exigencia inicial expresada por Trump era elevar directamente los salarios en México. Pronto se dieron cuenta que eso no podría ocurrir sin fortalecer de raíz las capacidades de negociación de los trabajadores. Su objetivo permanece; que aquí se eleven los salarios de los trabajadores de manera tal que disminuya lo que consideran competencia desleal. Sobre todo les interesa no perder empleos en Estados Unidos porque las empresas se trasladen a nuestro país.
A Richard Trumka el gran líder sindical no le bastan las promesas mexicanas. Así que pide mayor seguridad no en cuanto a cambiar la letra de la ley; sino en su adecuada instrumentación. Eso es lo que cabildea con los legisladores demócratas y lo que puede desembocar en cambios al Tratado.
En caso de modificaciones México tendría que renegociar o aceptar los cambios y volver a ratificarlo en el senado. Pero la situación ya no es la que existía cuando lo ratificó un senado dominado por el PRI. Ahora podrían surgir críticas internas a un tratado que es básicamente similar al anterior TLC.
Al igual que el anterior el nuevo tratado no le otorga a México un lugar de socio privilegiado; no es favorable a que aquí pueda definirse una política industrial medianamente independiente; y no protege a la agricultura mexicana y al desarrollo rural. Una nueva discusión del tratado podría dar pie a desacuerdos como los que ha generado la discusión del presupuesto para el campo.
¿Qué tan importante es el tratado? Paradójicamente durante la vigencia del TLC el grueso del intercambio comercial y las inversiones externas norteamericanas se inclinaron a favor de China.
Lo que ocurrió es que China hizo algo mucho más importante que contar con un tratado. Mantuvo una paridad cambiaria competitiva asociada a la exportación de capitales y sin permitir la entrada de capitales especulativos. Pese a ser pobre, se convirtió en prestamista de Washington. Desarrolló una estrategia industrial independiente y un crecimiento basado en la substitución de importaciones. Esa estrategia fue mucho más efectiva que cualquier tratado.
En contraparte la continuidad del modelo mexicano de crecimiento basado en la inversión privada interna y externa, con un gobierno austero y reducido, demanda crear certezas de estabilidad. Tal es el argumento para esperar que el nuevo tratado se ratifique lo antes posible.
Hay otro asunto de importancia coyuntural. Acaba de vencer, a fin de octubre, la línea de crédito flexible entre México y el Fondo Monetario Internacional. Esa línea funciona como un crédito pre aprobado que se puede solicitar en caso de que ocurriera una contingencia cambiaria, digamos fuga de capitales.
Desde el FMI se dice que México solicitó reducir el monto de esa línea de crédito de los actuales 88 mil millones de dólares a algo así como 70 mil millones de dólares y eso es lo que se está renegociando. Puede sospecharse que esa solicitud de reducción es más bien la mejor alternativa ante la posible intención de la agencia financiera para simplemente eliminar la línea de crédito.
Esto puede asociarse a dos cosas. El Fondo otorgó un crédito desproporcionado a Argentina y ahora está en riesgo de no poder cobrarlo. Lo segundo es que en México se ha incrementado la incertidumbre financiera por varias razones: retraso en la firma del T-MEC; riesgo de caída del grado de inversión; temas de inseguridad y otras. Una de ellas es precisamente que no se renueve la línea de crédito flexible.
Hace unos años, para renovar la línea de crédito el Fondo exigió que Banco de México dejara de subastar grandes cantidades de dólares en una defensa a ultranza de la paridad cambiaria que resultaba peligrosa. Al reducir las reservas internacionales alentaba la volatilidad cambiaria y se acercaba a tener que emplear la línea de crédito.
Ahora más que antes el Fondo no quiere que México recurra a ese crédito. Pero es importante para el país porque otorga certidumbre a los capitales especulativos de que incluso en una circunstancia difícil podrán reconvertirse en dólares.
Lo mejor será que el Fondo renueve la línea de crédito para desalentar la volatilidad financiera; pero el compromiso implícito de México debe ser que no se recurrirá a ese crédito. Es decir que no habrá una defensa del peso a costa de agotar las reservas. No repetir lo que pasó en 1994.
domingo, 17 de noviembre de 2019
Evo, Bolivia; vertientes de conflicto
Jorge Faljo
Evo Morales nació en 1959 en una familia indígena en pobreza extrema. Cuatro de sus seis hermanos no sobrevivieron la infancia. Cuando tenía seis años su familia emigró a Argentina para trabajar en la zafra de la caña de azúcar. Cada mañana la familia invocaba la protección de la Pachamama, la madre tierra.
En Argentina Evo ingresó a la primaria. Se sentaba atrás de todos porque no entendía el español. Gracias al trabajo en la zafra su padre pudo comprar un catre que más tarde le regalaría a su hija cuando se casó.
Después de un año la familia regresó a Bolivia y durante un tiempo Evo fue pastor de llamas. Cuenta que los pasajeros de los camiones arrojaban cascaras de naranja y de plátano por la ventana. El imaginaba que algún día él también podría viajar así, comiendo naranjas.
Completó sus estudios de secundaria mientras trabajaba como ladrillero, panadero, trompetista, entre otros oficios. Dejó la escuela para hacer el servicio militar. Evo, con dotes de líder y negociador, ascendió hasta dirigir a los productores de coca del país; luego sería diputado y más adelante líder nacional indígena.
Hago un paréntesis para aclarar que millones de habitantes de las regiones altas de Bolivia y Perú mastican o hacen infusión con las hojas de coca. Es un estimulante y analgésico ligero que ayuda a soportar el hambre, el cansancio, y el mal de altura. Se emplea desde hace milenios en rituales religiosos indígenas. En Perú su uso se ha declarado patrimonio cultural. En ambos países se controla la producción para desalentar su refinamiento en cocaína; un lujo de ricos.
En 2002 Evo perdió la presidencia de Bolivia por un pequeño margen (1.6 por ciento de los votos), en una elección teñida de sospechas de fraude. En 2006 volvió a ser candidato y ganó de manera abrumadora.
Bolivia ha sido un país de muy difícil gobernabilidad. En 1982 un presidente completó su mandato; desde entonces 10 presidentes no lo consiguieron. Los cuatro presidentes anteriores a Evo duraron en promedio 13 meses una semana, el inmediatamente anterior estuvo 227 días en la silla presidencial.
Así que ser presidente durante 14 años es un hecho histórico; nadie había logrado permanecer tanto tiempo y mucho menos manteniendo un clima predominantemente de paz social. Este largo periodo fue interrumpido por el golpe de estado número 189 en la historia de Bolivia.
¿Qué ocurrió en los 14 años del gobierno de Evo?
Dicen que Evo Morales ha sido el primer presidente de Bolivia que parece boliviano. Siendo indígena y con poca educación le vaticinaban un mal desempeño. Sin embargo su presidencia, en realidad tres periodos, se significó por el auge económico, con una tasa de crecimiento cercana al 4.5 por ciento anual mientras América Latina lo hacía al 1.6 por ciento. El producto per cápita se duplicó en los primeros ocho años de su gestión. Por eso el Banco Mundial reclasificó a Bolivia de país de ingresos bajos a medios.
Lo más importante es que los beneficios de ese crecimiento no se concentraron en pocas manos, sino que redujeron la pobreza mucho más que en ningún otro país latinoamericano. La pobreza extrema se redujo del 38.5 por ciento en 2005 al 15.2 por ciento en 2018; la pobreza moderada bajó de 60.6 a 34.6 por ciento de la población en el mismo periodo.
Ayudó mucho el auge internacional de los precios de las materias primas. Pero no se habría aprovechado sin la nacionalización de los recursos naturales: gas, otros hidrocarburos y minería. Y sin liberar a Bolivia de la tutela del Fondo Monetario Internacional.
Otro factor es que Bolivia evitó la apreciación de su moneda mediante la regulación de flujos financieros y un control flexible de la paridad cambiaria. El país contó con una moneda barata, competitiva, que le permitió elevar salarios. Bolivia acumuló importantes reservas internacionales generadas por sus exportaciones y no por endeudamiento financiero.
Su modelo de desarrollo, en palabras del vicepresidente, Álvaro García Linera (ahora en México), es heterodoxo, un capitalismo con fuerte presencia del Estado. Apostamos, dijo, a las exportaciones donde nos conviene y protegemos nuestra industria y mercado interno donde necesitamos.
Dos han sido los factores centrales del reciente golpe de Estado. La economía de Bolivia mantiene una alta dependencia de las exportaciones de materias primas. En un contexto de bajo crecimiento mundial y caída de precios de las materias primas, se redujeron los ingresos y el gasto público, así como la posibilidad de generar empleos. Esto en una sociedad donde el buen crecimiento ha generado altas expectativas.
Lo segundo es una disputa histórica de la sociedad boliviana; un conflicto económico, social y religioso asociado a un profundo racismo.
Evo se reconoce cristiano de base y también practica el culto a la Madre Tierra, Pachamama. Impulsó el laicismo y defendió que los estudiantes de las escuelas públicas pudieran optar por no estudiar catolicismo. En 2008 la iglesia católica apoyó públicamente un levantamiento armado en las zonas más ricas y blancas del país. En 2009 el catolicismo dejo de ser culto oficial del Estado y se reconoció la plurinacionalidad del país e importantes derechos indígenas.
En 2015 el Papa Francisco visitó Bolivia y dijo: queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantan los campesinos, los trabajadores, los pueblos. Y tampoco lo aguanta la hermana Madre Tierra. Entonces Evo declaró: Ahora si tengo Papa.
Esto no lo aceptan las elites bolivianas fundamentalmente blancas y católicas. Es muy representativo que la autoproclamada, es decir espuria, presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, dijera que con ella regresaba la biblia al palacio de gobierno. Y ciertamente llevaba una gran biblia en la mano. Más tarde tomó juramento a su gabinete frente a la biblia, velas encendidas y un crucifijo.
Jeanine Añez ha dicho que hay que desterrar a los ritos satánicos indígenas y que los indios no deben vivir en las ciudades. De ser por ella, Bolivia puede entrar en un grave conflicto racial y religioso.
Evo Morales en una actitud humanista y responsable renunció para evitar violencia y muertes. Escapó porque su vida estaba en fuerte riesgo. El gobierno de México se comportó con enorme dignidad frente a las presiones norteñas que tanto dificultaron la salida de Evo. La OEA quedó de nuevo cuestionada por su complicidad, declaraciones sesgadas y sin fundamento.
Ahora en México se publicita en los medios la mezquindad de nuestra derecha que se siente amenazada por el ejemplo de Evo.
Lamentablemente este evento golpista no ha terminado. Por un lado la agresión contra los indígenas apenas empieza. En una perspectiva legal la renuncia de Evo no ha sido aceptada por el congreso; al que se le impide reunirse. Y mientras las ciudades y barrios blancos celebran, las organizaciones indígenas no están amarradas de manos y se empiezan a movilizar.
Ojalá y en Bolivia se celebren las nuevas elecciones anunciadas y sea por la vía democrática que se resuelvan los diferendos y se restablezca el orden legal.
Evo Morales nació en 1959 en una familia indígena en pobreza extrema. Cuatro de sus seis hermanos no sobrevivieron la infancia. Cuando tenía seis años su familia emigró a Argentina para trabajar en la zafra de la caña de azúcar. Cada mañana la familia invocaba la protección de la Pachamama, la madre tierra.
En Argentina Evo ingresó a la primaria. Se sentaba atrás de todos porque no entendía el español. Gracias al trabajo en la zafra su padre pudo comprar un catre que más tarde le regalaría a su hija cuando se casó.
Después de un año la familia regresó a Bolivia y durante un tiempo Evo fue pastor de llamas. Cuenta que los pasajeros de los camiones arrojaban cascaras de naranja y de plátano por la ventana. El imaginaba que algún día él también podría viajar así, comiendo naranjas.
Completó sus estudios de secundaria mientras trabajaba como ladrillero, panadero, trompetista, entre otros oficios. Dejó la escuela para hacer el servicio militar. Evo, con dotes de líder y negociador, ascendió hasta dirigir a los productores de coca del país; luego sería diputado y más adelante líder nacional indígena.
Hago un paréntesis para aclarar que millones de habitantes de las regiones altas de Bolivia y Perú mastican o hacen infusión con las hojas de coca. Es un estimulante y analgésico ligero que ayuda a soportar el hambre, el cansancio, y el mal de altura. Se emplea desde hace milenios en rituales religiosos indígenas. En Perú su uso se ha declarado patrimonio cultural. En ambos países se controla la producción para desalentar su refinamiento en cocaína; un lujo de ricos.
En 2002 Evo perdió la presidencia de Bolivia por un pequeño margen (1.6 por ciento de los votos), en una elección teñida de sospechas de fraude. En 2006 volvió a ser candidato y ganó de manera abrumadora.
Bolivia ha sido un país de muy difícil gobernabilidad. En 1982 un presidente completó su mandato; desde entonces 10 presidentes no lo consiguieron. Los cuatro presidentes anteriores a Evo duraron en promedio 13 meses una semana, el inmediatamente anterior estuvo 227 días en la silla presidencial.
Así que ser presidente durante 14 años es un hecho histórico; nadie había logrado permanecer tanto tiempo y mucho menos manteniendo un clima predominantemente de paz social. Este largo periodo fue interrumpido por el golpe de estado número 189 en la historia de Bolivia.
¿Qué ocurrió en los 14 años del gobierno de Evo?
Dicen que Evo Morales ha sido el primer presidente de Bolivia que parece boliviano. Siendo indígena y con poca educación le vaticinaban un mal desempeño. Sin embargo su presidencia, en realidad tres periodos, se significó por el auge económico, con una tasa de crecimiento cercana al 4.5 por ciento anual mientras América Latina lo hacía al 1.6 por ciento. El producto per cápita se duplicó en los primeros ocho años de su gestión. Por eso el Banco Mundial reclasificó a Bolivia de país de ingresos bajos a medios.
Lo más importante es que los beneficios de ese crecimiento no se concentraron en pocas manos, sino que redujeron la pobreza mucho más que en ningún otro país latinoamericano. La pobreza extrema se redujo del 38.5 por ciento en 2005 al 15.2 por ciento en 2018; la pobreza moderada bajó de 60.6 a 34.6 por ciento de la población en el mismo periodo.
Ayudó mucho el auge internacional de los precios de las materias primas. Pero no se habría aprovechado sin la nacionalización de los recursos naturales: gas, otros hidrocarburos y minería. Y sin liberar a Bolivia de la tutela del Fondo Monetario Internacional.
Otro factor es que Bolivia evitó la apreciación de su moneda mediante la regulación de flujos financieros y un control flexible de la paridad cambiaria. El país contó con una moneda barata, competitiva, que le permitió elevar salarios. Bolivia acumuló importantes reservas internacionales generadas por sus exportaciones y no por endeudamiento financiero.
Su modelo de desarrollo, en palabras del vicepresidente, Álvaro García Linera (ahora en México), es heterodoxo, un capitalismo con fuerte presencia del Estado. Apostamos, dijo, a las exportaciones donde nos conviene y protegemos nuestra industria y mercado interno donde necesitamos.
Dos han sido los factores centrales del reciente golpe de Estado. La economía de Bolivia mantiene una alta dependencia de las exportaciones de materias primas. En un contexto de bajo crecimiento mundial y caída de precios de las materias primas, se redujeron los ingresos y el gasto público, así como la posibilidad de generar empleos. Esto en una sociedad donde el buen crecimiento ha generado altas expectativas.
Lo segundo es una disputa histórica de la sociedad boliviana; un conflicto económico, social y religioso asociado a un profundo racismo.
Evo se reconoce cristiano de base y también practica el culto a la Madre Tierra, Pachamama. Impulsó el laicismo y defendió que los estudiantes de las escuelas públicas pudieran optar por no estudiar catolicismo. En 2008 la iglesia católica apoyó públicamente un levantamiento armado en las zonas más ricas y blancas del país. En 2009 el catolicismo dejo de ser culto oficial del Estado y se reconoció la plurinacionalidad del país e importantes derechos indígenas.
En 2015 el Papa Francisco visitó Bolivia y dijo: queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no lo aguantan los campesinos, los trabajadores, los pueblos. Y tampoco lo aguanta la hermana Madre Tierra. Entonces Evo declaró: Ahora si tengo Papa.
Esto no lo aceptan las elites bolivianas fundamentalmente blancas y católicas. Es muy representativo que la autoproclamada, es decir espuria, presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, dijera que con ella regresaba la biblia al palacio de gobierno. Y ciertamente llevaba una gran biblia en la mano. Más tarde tomó juramento a su gabinete frente a la biblia, velas encendidas y un crucifijo.
Jeanine Añez ha dicho que hay que desterrar a los ritos satánicos indígenas y que los indios no deben vivir en las ciudades. De ser por ella, Bolivia puede entrar en un grave conflicto racial y religioso.
Evo Morales en una actitud humanista y responsable renunció para evitar violencia y muertes. Escapó porque su vida estaba en fuerte riesgo. El gobierno de México se comportó con enorme dignidad frente a las presiones norteñas que tanto dificultaron la salida de Evo. La OEA quedó de nuevo cuestionada por su complicidad, declaraciones sesgadas y sin fundamento.
Ahora en México se publicita en los medios la mezquindad de nuestra derecha que se siente amenazada por el ejemplo de Evo.
Lamentablemente este evento golpista no ha terminado. Por un lado la agresión contra los indígenas apenas empieza. En una perspectiva legal la renuncia de Evo no ha sido aceptada por el congreso; al que se le impide reunirse. Y mientras las ciudades y barrios blancos celebran, las organizaciones indígenas no están amarradas de manos y se empiezan a movilizar.
Ojalá y en Bolivia se celebren las nuevas elecciones anunciadas y sea por la vía democrática que se resuelvan los diferendos y se restablezca el orden legal.
domingo, 10 de noviembre de 2019
Entre criminalidad y desarrollo
Jorge Faljo
El asesinato brutal de mujeres y niños de la familia LeBarón señala una terrible ausencia de límites, éticos, humanitarios, o de cualquier tipo en sus verdugos. El hecho ha conmocionado a la opinión pública de México y los Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa familia de cerca de 5 mil personas dedicadas a la agricultura en el norte de México. Sus antepasados vinieron de los Estados Unidos desde hace varias generaciones porque su religión, una rama independiente de la iglesia mormona, alentaba la poligamia, pero allá se prohibió. Encontraron que en México podían seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan lejanos de esta familia varios tuvieron más de diez esposas. En un caso un abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo cual explica que estas 5 mil personas estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir que la poligamia genera situaciones muy conflictivas por la exclusión de los jóvenes menos adinerados. Pero ese es otro tema; además de que al parecer esa costumbre ya casi se ha extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una doble nacionalidad: mexicana y estadounidense. Es por ello que este horrendo crimen abre la puerta a la injerencia norteamericana y explica también el rápido apersonamiento de nuestro secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, en la escena del crimen. Declaró que se va a hacer justicia. Eso esperan con impaciencia los mexicanos y muchos norteamericanos; su gobierno incluido.
Trump ofreció ayuda militar y, aparte de que AMLO rechazo esta posibilidad, la mejor respuesta la dio un familiar de los asesinados. Alex LeBarón le envió un mensaje (tweet) al presidente Trump diciendo: ¿quieres ayudar? Baja el consumo de drogas en los Estados Unidos. ¿quieres ayudar más? Cambia las leyes que permiten la entrada sistemática de armas de alto poder a México.
Sin embargo, sería iluso esperar que los gringos reconozcan y corrijan su contribución al crimen organizado en México. Más bien anuncian fuertes presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos apuntan en esa dirección. Lindsey Graham, un importante senador republicano dijo que prefería viajar a Siria que a México. También dijo que las organizaciones criminales de México deberían ser declaradas como terroristas bajo la ley norteamericana; algo que no es inocente pues le daría al gobierno norteamericano, en particular a Trump, facultades de intervención en México en defensa de ciudadanos e intereses norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime que si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México tal vez ellos tengan que tomar el asunto en sus manos. Un tercer senador, Ben Sasse, supone que México se encuentra peligrosamente cerca de ser un estado fallido. Lo que ha sido ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se encuentra entrampado en su juicio político. Pero si acaso libra su defenestración lo más probable es que esto le sirva de munición en su campaña electoral.
La situación obliga a México a combatir la inseguridad en dos vertientes; la inmediata es lo que prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá que sea para todos, y la otra. La de mediano plazo es la propuesta de AMLO, combatir la criminalidad con desarrollo. No la continuidad del mero crecimiento, débil, sesgado, inequitativo y empobrecedor de los últimos treinta años; sino un desarrollo incluyente, generador de empleo, con equidad social. Ninguna de las dos maneras es sencilla y de bajo riesgo.
Reconstruir una senda de desarrollo requiere abandonar ortodoxias profundamente enraizadas que no generan suficiente empleo y bienestar.
El mercado mundial está saturado, nuestro mercado interno es muy débil tras décadas de empobrecimiento masivo y el gasto público no alcanza ni para lo esencial. Las transferencias sociales, educación, salud, seguridad e inversión compiten entre sí y al final todos son insuficientes. Tampoco alcanza para inyectar falsa competitividad en áreas clave de la producción.
Ahora que se reducen los apoyos gubernamentales a la agricultura comercial resulta que esta no puede nadar sin ese salvavidas. Y no es claro que los apoyos redirigidos a la producción campesina vayan a dar el resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que el grueso de la producción rural y urbana sea competitiva dentro del mercado interno frente a las importaciones de manufacturas asiáticas y la compra de granos norteamericanos. No se logrará con ilusorios y lentos incrementos de productividad que no se dieron en el pasado. Hay que voltear la ecuación: primero competitividad, luego productividad.
Y la competitividad se puede obtener abandonando la muy costosa defensa a ultranza de la paridad cambiaria. Presumimos la entrada de inversión especulativa que viene a aprovechar una de las tasas de interés más altas del mundo. Se le llama inversión, pero lo cierto es que no incrementa la producción, sino que la deteriora; abarata el dólar y fortalece nuestra vocación importadora.
Para echar a andar el potencial productivo del país, o por lo menos preservar la producción nacional, tendríamos que tener una paridad competitiva. La producción de maíz en la agricultura comercial es un buen referente. Si no se le va a apoyar con gasto público, y no es viable poner aranceles a las importaciones, la única alternativa a la destrucción es una paridad que le permita competir y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una devaluación puede ser inevitable. Morgan Stanley, una importante firma financiera, aconseja desinvertir en pesos y en bonos de Pemex. El Fondo Monetario Internacional no da señales de renovar la línea de crédito flexible por cerca de 80 mil millones de dólares, que vence a fin de este mes. Las calificadoras desconfían de los cálculos financieros optimistas en torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo; pero nos acercamos a la disyuntiva entre conducir el proceso tomando el toro por los cuernos, o dejarnos arrastrar. Habrá que hacer de tripas corazón y convertir lo que parece inevitable en eje de un nuevo proyecto de desarrollo.
El asesinato brutal de mujeres y niños de la familia LeBarón señala una terrible ausencia de límites, éticos, humanitarios, o de cualquier tipo en sus verdugos. El hecho ha conmocionado a la opinión pública de México y los Estados Unidos.
Los LeBarón son una extensa familia de cerca de 5 mil personas dedicadas a la agricultura en el norte de México. Sus antepasados vinieron de los Estados Unidos desde hace varias generaciones porque su religión, una rama independiente de la iglesia mormona, alentaba la poligamia, pero allá se prohibió. Encontraron que en México podían seguir practicándola.
Entre los antepasados no tan lejanos de esta familia varios tuvieron más de diez esposas. En un caso un abuelo tuvo más de 400 nietos. Lo cual explica que estas 5 mil personas estén cercanamente emparentadas.
Hago un paréntesis para decir que la poligamia genera situaciones muy conflictivas por la exclusión de los jóvenes menos adinerados. Pero ese es otro tema; además de que al parecer esa costumbre ya casi se ha extinguido.
Las víctimas LeBarón tenían una doble nacionalidad: mexicana y estadounidense. Es por ello que este horrendo crimen abre la puerta a la injerencia norteamericana y explica también el rápido apersonamiento de nuestro secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, en la escena del crimen. Declaró que se va a hacer justicia. Eso esperan con impaciencia los mexicanos y muchos norteamericanos; su gobierno incluido.
Trump ofreció ayuda militar y, aparte de que AMLO rechazo esta posibilidad, la mejor respuesta la dio un familiar de los asesinados. Alex LeBarón le envió un mensaje (tweet) al presidente Trump diciendo: ¿quieres ayudar? Baja el consumo de drogas en los Estados Unidos. ¿quieres ayudar más? Cambia las leyes que permiten la entrada sistemática de armas de alto poder a México.
Sin embargo, sería iluso esperar que los gringos reconozcan y corrijan su contribución al crimen organizado en México. Más bien anuncian fuertes presiones sobre México.
Varios senadores norteamericanos apuntan en esa dirección. Lindsey Graham, un importante senador republicano dijo que prefería viajar a Siria que a México. También dijo que las organizaciones criminales de México deberían ser declaradas como terroristas bajo la ley norteamericana; algo que no es inocente pues le daría al gobierno norteamericano, en particular a Trump, facultades de intervención en México en defensa de ciudadanos e intereses norteamericanos.
Otro senador, Tom Cotton esgrime que si el gobierno mexicano no puede proteger a los ciudadanos estadounidenses en México tal vez ellos tengan que tomar el asunto en sus manos. Un tercer senador, Ben Sasse, supone que México se encuentra peligrosamente cerca de ser un estado fallido. Lo que ha sido ampliamente citado por los medios.
Afortunadamente Trump se encuentra entrampado en su juicio político. Pero si acaso libra su defenestración lo más probable es que esto le sirva de munición en su campaña electoral.
La situación obliga a México a combatir la inseguridad en dos vertientes; la inmediata es lo que prometió Ebrard, hacer justicia, ojalá que sea para todos, y la otra. La de mediano plazo es la propuesta de AMLO, combatir la criminalidad con desarrollo. No la continuidad del mero crecimiento, débil, sesgado, inequitativo y empobrecedor de los últimos treinta años; sino un desarrollo incluyente, generador de empleo, con equidad social. Ninguna de las dos maneras es sencilla y de bajo riesgo.
Reconstruir una senda de desarrollo requiere abandonar ortodoxias profundamente enraizadas que no generan suficiente empleo y bienestar.
El mercado mundial está saturado, nuestro mercado interno es muy débil tras décadas de empobrecimiento masivo y el gasto público no alcanza ni para lo esencial. Las transferencias sociales, educación, salud, seguridad e inversión compiten entre sí y al final todos son insuficientes. Tampoco alcanza para inyectar falsa competitividad en áreas clave de la producción.
Ahora que se reducen los apoyos gubernamentales a la agricultura comercial resulta que esta no puede nadar sin ese salvavidas. Y no es claro que los apoyos redirigidos a la producción campesina vayan a dar el resultado deseado en el corto plazo.
No obstante, requerimos que el grueso de la producción rural y urbana sea competitiva dentro del mercado interno frente a las importaciones de manufacturas asiáticas y la compra de granos norteamericanos. No se logrará con ilusorios y lentos incrementos de productividad que no se dieron en el pasado. Hay que voltear la ecuación: primero competitividad, luego productividad.
Y la competitividad se puede obtener abandonando la muy costosa defensa a ultranza de la paridad cambiaria. Presumimos la entrada de inversión especulativa que viene a aprovechar una de las tasas de interés más altas del mundo. Se le llama inversión, pero lo cierto es que no incrementa la producción, sino que la deteriora; abarata el dólar y fortalece nuestra vocación importadora.
Para echar a andar el potencial productivo del país, o por lo menos preservar la producción nacional, tendríamos que tener una paridad competitiva. La producción de maíz en la agricultura comercial es un buen referente. Si no se le va a apoyar con gasto público, y no es viable poner aranceles a las importaciones, la única alternativa a la destrucción es una paridad que le permita competir y ser rentable.
Hay señales crecientes de que una devaluación puede ser inevitable. Morgan Stanley, una importante firma financiera, aconseja desinvertir en pesos y en bonos de Pemex. El Fondo Monetario Internacional no da señales de renovar la línea de crédito flexible por cerca de 80 mil millones de dólares, que vence a fin de este mes. Las calificadoras desconfían de los cálculos financieros optimistas en torno a Pemex y las finanzas públicas.
Devaluar sería un trago amargo; pero nos acercamos a la disyuntiva entre conducir el proceso tomando el toro por los cuernos, o dejarnos arrastrar. Habrá que hacer de tripas corazón y convertir lo que parece inevitable en eje de un nuevo proyecto de desarrollo.
domingo, 3 de noviembre de 2019
Globalización; una ruta que se cierra.
Jorge Faljo
El contexto económico internacional es cada vez menos favorable a la estrategia de crecimiento fincado en la globalización. Una ruta que no hemos abandonado pero que es cada vez más estrecha. De hecho, ya no parece funcionar para algunas de las más grandes potencias industriales.
Japón, la tercera economía más grande del mundo, después de los Estados Unidos y China, experimenta una contracción de su producción industrial que la retrae a cifras de hace tres años. Esta situación se asocia a dos factores; el primero es que elevó el impuesto a las ventas de ocho a diez por ciento y provocó una contracción del consumo. El segundo, más importante, es que sus exportaciones, fundamentalmente de manufacturas, llevan 10 meses a la baja y han caído en un 5.2 por ciento respecto al año anterior.
De acuerdo a su banco central Alemania podría encontrarse en recesión; su economía se contrajo en 0.1 por ciento de abril a junio y al parecer esta tendencia está a punto de confirmarse para el siguiente trimestre. Muy posiblemente su crecimiento en 2019 no rebasará el 0.3 por ciento. La causa principal de este bajo dinamismo es la caída en sus exportaciones de manufacturas que en agosto se redujo en 3.9 por ciento comparado con el mismo mes del año anterior.
Inglaterra por su parte también redujo su producción en un 0.2 por ciento durante el segundo trimestre y se calcula que habrá crecido en 0.3 por ciento en los siguientes tres meses. Escapa a la definición de recesión, pero son sus peores datos económicos de los últimos siete años. Sin embargo, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, su salida de la Unión Europea podría empujarla a la recesión en este y el siguiente año.
Italia tiene una perspectiva ligeramente peor a los anteriores. Un crecimiento de cero por ciento para 2019.
Una excepción dentro de este panorama oscuro beneficia a casi el 20 por ciento de la población mundial. Se trata de la economía de China que, aunque se desacelera, crecerá este año en un 6.1 por ciento. Esto a pesar de que sus exportaciones caerán en alrededor del 3 por ciento. Conviene aquí recordar los tres pilares básicos del notable crecimiento chino en las últimas décadas: uno, una moneda barata y altamente competitiva; dos, una fuerte estrategia de substitución de importaciones y; tres, un decidido fortalecimiento de su mercado interno sustentado sobre todo en alzas salariales que promedian el 8.2 por ciento anual en los últimos diez años.
En suma, de acuerdo a la OCDE este año será el peor desde el 2009. Un referente nefasto en el que la economía mundial retrocedió fuertemente dejando a cientos de millones empobrecidos y sin empleo.
Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, no solo 2019 será malo, sino que la situación apunta a que en 2020 pudiera ocurrir una recesión global.
La ruta que se cierra es la del crecimiento exportador en el que los mercados internos fueron despreciados y el esfuerzo se concentró en la conquista de mercados externos bajo un mecanismo esencialmente perverso. Me refiero a los préstamos al tercer mundo con los que múltiples países se endeudaron para obtener un superficial desarrollo importado. Y para pagar subastaron su patrimonio.
Bajo esa lógica México privatizó lo que era patrimonio del Estado y luego vendió al extranjero lo que incluso siendo privado era por lo menos nacional. A cambio consiguió crear un segmento moderno, exportador, que ahora se encuentra en un callejón sin salida.
Hay quienes consideran que las guerras comerciales y el creciente proteccionismo son los factores que ocasionan las dificultades para exportar y por tanto el estancamiento de la economía mundial. Lo que yo creo es que son las tendencias al estancamiento las que provocan las guerras comerciales.
El avance en las capacidades de producción ha ocurrido al mismo tiempo que crece la inequidad y se genera una triada maligna: no crecen los ingresos de la mayoría; el endeudamiento ya no aumenta el consumo y la incertidumbre obliga a la cautela en el gasto.
La recomendación de la OCDE a los gobiernos es que gasten, que generen ingreso. Los gobiernos industrializados reducen las tasas de interés hasta niveles negativos e incluso inyectan dinero fresco a sus economías. Pero no parece ser suficiente. Si algo debió enseñarnos la gran crisis económica de fines de los años veinte del siglo pasado es que la austeridad es venenosa.
No es de extrañar que también en México la producción amenaza con reducirse este año por vez primera desde el 2009. No estamos en condiciones de competir en un mercado mundial donde ni Japón, Alemania o China logran seguir vendiendo como en años anteriores.
Cierto que la economía norteamericana crecerá en cerca del 1.9 por ciento este año; pero ya no “jala” a la economía mexicana como antes. Y lo que era una relación provechosa en el esquema globalizador, ahora se convierte en fuente de incertidumbre y exigencias de cambio. ¿Firmarán el T-MEC este año? Y ¿qué hacer frente a sus exigencias donde pide democracia sindical y aumentos salariales en México?
Presumíamos de ser una de las economías más globalizadas del planeta por número de tratados internacionales y el peso del comercio exterior en la economía nacional. Seguimos siéndolo, pero lo que era ventaja ahora es pesada carga, sobre todo si no nos decidimos al abandono radical de esa inercia.
Que el mundo no crezca no justificará nuestro estancamiento. Es, por el contrario, un llamado a la acción decidida. Lo primero es una reforma fiscal que ponga en manos del Estado los recursos para invertir y dinamizar la economía, lo que implica abandonar la austeridad; lo segundo es una política industrial y agropecuaria que abra espacios a la inversión privada para sobre todo substituir importaciones; lo tercero es fortalecer el ingreso urbano y rural fuertemente reconectado al consumo de productos nacionales, lo que implica regular las importaciones y apoyar, como lo ofrece el Plan Nacional de Desarrollo, una economía social y solidaria. .
Hoy existe el apoyo popular que le permitiría a este gobierno convocar a los cambios de gran envergadura. ¿Ese apoyo lo seguirá teniendo en un par de años?
El contexto económico internacional es cada vez menos favorable a la estrategia de crecimiento fincado en la globalización. Una ruta que no hemos abandonado pero que es cada vez más estrecha. De hecho, ya no parece funcionar para algunas de las más grandes potencias industriales.
Japón, la tercera economía más grande del mundo, después de los Estados Unidos y China, experimenta una contracción de su producción industrial que la retrae a cifras de hace tres años. Esta situación se asocia a dos factores; el primero es que elevó el impuesto a las ventas de ocho a diez por ciento y provocó una contracción del consumo. El segundo, más importante, es que sus exportaciones, fundamentalmente de manufacturas, llevan 10 meses a la baja y han caído en un 5.2 por ciento respecto al año anterior.
De acuerdo a su banco central Alemania podría encontrarse en recesión; su economía se contrajo en 0.1 por ciento de abril a junio y al parecer esta tendencia está a punto de confirmarse para el siguiente trimestre. Muy posiblemente su crecimiento en 2019 no rebasará el 0.3 por ciento. La causa principal de este bajo dinamismo es la caída en sus exportaciones de manufacturas que en agosto se redujo en 3.9 por ciento comparado con el mismo mes del año anterior.
Inglaterra por su parte también redujo su producción en un 0.2 por ciento durante el segundo trimestre y se calcula que habrá crecido en 0.3 por ciento en los siguientes tres meses. Escapa a la definición de recesión, pero son sus peores datos económicos de los últimos siete años. Sin embargo, de acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, su salida de la Unión Europea podría empujarla a la recesión en este y el siguiente año.
Italia tiene una perspectiva ligeramente peor a los anteriores. Un crecimiento de cero por ciento para 2019.
Una excepción dentro de este panorama oscuro beneficia a casi el 20 por ciento de la población mundial. Se trata de la economía de China que, aunque se desacelera, crecerá este año en un 6.1 por ciento. Esto a pesar de que sus exportaciones caerán en alrededor del 3 por ciento. Conviene aquí recordar los tres pilares básicos del notable crecimiento chino en las últimas décadas: uno, una moneda barata y altamente competitiva; dos, una fuerte estrategia de substitución de importaciones y; tres, un decidido fortalecimiento de su mercado interno sustentado sobre todo en alzas salariales que promedian el 8.2 por ciento anual en los últimos diez años.
En suma, de acuerdo a la OCDE este año será el peor desde el 2009. Un referente nefasto en el que la economía mundial retrocedió fuertemente dejando a cientos de millones empobrecidos y sin empleo.
Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD, no solo 2019 será malo, sino que la situación apunta a que en 2020 pudiera ocurrir una recesión global.
La ruta que se cierra es la del crecimiento exportador en el que los mercados internos fueron despreciados y el esfuerzo se concentró en la conquista de mercados externos bajo un mecanismo esencialmente perverso. Me refiero a los préstamos al tercer mundo con los que múltiples países se endeudaron para obtener un superficial desarrollo importado. Y para pagar subastaron su patrimonio.
Bajo esa lógica México privatizó lo que era patrimonio del Estado y luego vendió al extranjero lo que incluso siendo privado era por lo menos nacional. A cambio consiguió crear un segmento moderno, exportador, que ahora se encuentra en un callejón sin salida.
Hay quienes consideran que las guerras comerciales y el creciente proteccionismo son los factores que ocasionan las dificultades para exportar y por tanto el estancamiento de la economía mundial. Lo que yo creo es que son las tendencias al estancamiento las que provocan las guerras comerciales.
El avance en las capacidades de producción ha ocurrido al mismo tiempo que crece la inequidad y se genera una triada maligna: no crecen los ingresos de la mayoría; el endeudamiento ya no aumenta el consumo y la incertidumbre obliga a la cautela en el gasto.
La recomendación de la OCDE a los gobiernos es que gasten, que generen ingreso. Los gobiernos industrializados reducen las tasas de interés hasta niveles negativos e incluso inyectan dinero fresco a sus economías. Pero no parece ser suficiente. Si algo debió enseñarnos la gran crisis económica de fines de los años veinte del siglo pasado es que la austeridad es venenosa.
No es de extrañar que también en México la producción amenaza con reducirse este año por vez primera desde el 2009. No estamos en condiciones de competir en un mercado mundial donde ni Japón, Alemania o China logran seguir vendiendo como en años anteriores.
Cierto que la economía norteamericana crecerá en cerca del 1.9 por ciento este año; pero ya no “jala” a la economía mexicana como antes. Y lo que era una relación provechosa en el esquema globalizador, ahora se convierte en fuente de incertidumbre y exigencias de cambio. ¿Firmarán el T-MEC este año? Y ¿qué hacer frente a sus exigencias donde pide democracia sindical y aumentos salariales en México?
Presumíamos de ser una de las economías más globalizadas del planeta por número de tratados internacionales y el peso del comercio exterior en la economía nacional. Seguimos siéndolo, pero lo que era ventaja ahora es pesada carga, sobre todo si no nos decidimos al abandono radical de esa inercia.
Que el mundo no crezca no justificará nuestro estancamiento. Es, por el contrario, un llamado a la acción decidida. Lo primero es una reforma fiscal que ponga en manos del Estado los recursos para invertir y dinamizar la economía, lo que implica abandonar la austeridad; lo segundo es una política industrial y agropecuaria que abra espacios a la inversión privada para sobre todo substituir importaciones; lo tercero es fortalecer el ingreso urbano y rural fuertemente reconectado al consumo de productos nacionales, lo que implica regular las importaciones y apoyar, como lo ofrece el Plan Nacional de Desarrollo, una economía social y solidaria. .
Hoy existe el apoyo popular que le permitiría a este gobierno convocar a los cambios de gran envergadura. ¿Ese apoyo lo seguirá teniendo en un par de años?
domingo, 27 de octubre de 2019
Chile. No son alienígenas, es el pueblo.
Jorge Faljo
Hace poco el presidente de Chile, Sebastián Piñera, declaró al diario Financial Times que su país es un oasis en la región, con democracia estable, economía en crecimiento, generación de empleos y mejora de salarios.
Esa entrevista ha adquirido cierto parecido con la que el presidente Porfirio Díaz le dio al periodista James Creelman en marzo de 1908. En ella justificaba su gobierno dictatorial y aseguraba, más bien para lectores del extranjero, que los mexicanos ya estaban preparados para la democracia. No esperaba, Porfirio, que sus declaraciones provocarían una fuerte turbulencia y contribuirían a desatar la revolución.
Piñera no esperaba que a pocas semanas de presentar a su país como paraíso se desataría una de las más fuertes revueltas sociales en América Latina. El contraste entre los que pintan a Chile como ejemplo de un neoliberalismo exitoso y lo que ahora sale a la luz, es extremo.
La revuelta empezó con la convocatoria de los estudiantes a saltarse los torniquetes del metro en respuesta a un aumento del precio del boleto. Un aumento que podríamos pensar más bien pequeño, de 800 a 830 pesos chilenos; es decir poco menos de un 4 por ciento. Pero hay contextos en los que una chispa puede incendiar la pradera. Y en este caso la represión de la revuelta estudiantil atizó el fuego.
Ya antes los estudiantes habían protestado debido a que la educación, privatizada, es cara y tienen que endeudarse para después encontrar un empleo mal pagado.
Al descontento se sumaron los jubilados, cuyas pensiones los tienen en la pobreza. Hace unos días leí en una publicación financiera que el sistema pensionario de Chile es uno de los mejores del mundo. México lo copió y pronto empezaremos a ver cómo nos va.
Los sindicatos convocaron a una huelga general. Los transportistas cerraron casetas de pago en las carreteras porque las consideran caras. Y todos se sienten afectados por el alto costo de las medicinas y la privatización del sistema de salud.
Inicialmente Piñera reaccionó con medidas de fuerza. Declaró: estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, dispuesto a usar la violencia y quemar hospitales, el metro y los supermercados. Son vándalos criminales.
Cierto, hubo episodios de violencia, saqueos, quema de autobuses y han ocurrido unas veinte muertes. Son las fotos, videos y notas de hechos lamentables las que destacan en los medios y ocultan los problemas de fondo.
Uno de los lemas destacados de la revuelta es “no se trata de 30 pesos, sino de 30 años”, refiriéndose a los decenios de neoliberalismo depredador.
El hecho es que la revuelta tomó por sorpresa a la clase política. No la podían entender. El ministro del interior habló de una escalada organizada, sin aclarar quienes la organizan. La primera dama, Cecilia Morel, dijo “Estamos absolutamente sobrepasados. Es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”.
Difícil que la primera familia entienda el malestar popular cuando el presidente Piñera ha amasado una fortuna calculada en 2 mil 800 millones de dólares de los años de la dictadura de Pinochet a la fecha.
A los señores que tienen este nivel de fortunas les gusta mostrarse como filántropos y ambientalistas. Piñera compró 118 mil hectáreas con propósitos de conservación y servicios para 100 mil visitantes al año. Lo hizo con capital de una de sus empresas radicada en Panamá para evadir impuestos. Lo más controvertido surge del reclamo de la población indígena de que parte de esa zona son tierras ancestrales sobre las que no logran el reconocimiento de sus derechos.
Piñera ejemplifica mejor que nadie el problema de fondo, la inequidad. A su favor está que cambió de posición y a unos días de iniciada la revuelta lanzó una agenda social de unidad nacional que da marcha atrás al alza del metro y la electricidad. También elevó el salario mínimo, redujo la semana laboral de 45 a 40 horas, creó un fondo para complementar las pensiones más bajas y se comprometió a negociar con las farmacéuticas bajar el precio de las medicinas.
Para solventar estos gastos anunció que se eleva al 40 por ciento el impuesto sobre la renta de los que ganen más de 11 mil dólares al mes. Cabe suponer que el presidente mismo y las grandes familias seguirán guardando capitales en paraísos fiscales extranjeros.
Sin embargo, estos cambios podrían no ser suficientes para enfrentar el cansancio de una mayoría de la población que percibe claramente la inequidad económica y social, en mucho asociada a la corrupción y a componendas legaloides entre el poder público y la minoría enriquecida a niveles fantásticos.
A partir de una revuelta en un principio desordenada y sin cabezas visibles está ocurriendo un proceso de creciente organización y nuevas demandas. Según encuestas el 83 por ciento de la ciudadanía apoya las protestas y el 7 por ciento las rechaza. Este viernes más de un millón de personas marcharon en la capital exigiendo cambios. Destaca el llamado a convocar a una Asamblea Constituyente que anule la Constitución neoliberal heredada de la dictadura sangrienta de Augusto Pinochet y que deja el timón del país en manos del mercado; es decir del dinero.
Aquí en México, parece que vemos los toros desde la barrera, pero nos vendría bien algún aprendizaje. Este sería, entre otros, que la democracia convencional no es adecuada para detectar resentimientos largamente acumulados que pueden explotar de manera sorpresiva. Las pasadas elecciones presidenciales expresaron y desfogaron algo de ese malestar; también crearon expectativas que requieren ser satisfechas. A veces dar poco a destiempo exacerba el problema.
El mejor antídoto es propiciar una real democracia participativa. Afortunadamente contamos con una Constitución con medula social. Infortunadamente décadas de neoliberalismo nos dejan un país en el que la medición de la inequidad arroja el mismo dato que el de la República de Chile.
Hace poco el presidente de Chile, Sebastián Piñera, declaró al diario Financial Times que su país es un oasis en la región, con democracia estable, economía en crecimiento, generación de empleos y mejora de salarios.
Esa entrevista ha adquirido cierto parecido con la que el presidente Porfirio Díaz le dio al periodista James Creelman en marzo de 1908. En ella justificaba su gobierno dictatorial y aseguraba, más bien para lectores del extranjero, que los mexicanos ya estaban preparados para la democracia. No esperaba, Porfirio, que sus declaraciones provocarían una fuerte turbulencia y contribuirían a desatar la revolución.
Piñera no esperaba que a pocas semanas de presentar a su país como paraíso se desataría una de las más fuertes revueltas sociales en América Latina. El contraste entre los que pintan a Chile como ejemplo de un neoliberalismo exitoso y lo que ahora sale a la luz, es extremo.
La revuelta empezó con la convocatoria de los estudiantes a saltarse los torniquetes del metro en respuesta a un aumento del precio del boleto. Un aumento que podríamos pensar más bien pequeño, de 800 a 830 pesos chilenos; es decir poco menos de un 4 por ciento. Pero hay contextos en los que una chispa puede incendiar la pradera. Y en este caso la represión de la revuelta estudiantil atizó el fuego.
Ya antes los estudiantes habían protestado debido a que la educación, privatizada, es cara y tienen que endeudarse para después encontrar un empleo mal pagado.
Al descontento se sumaron los jubilados, cuyas pensiones los tienen en la pobreza. Hace unos días leí en una publicación financiera que el sistema pensionario de Chile es uno de los mejores del mundo. México lo copió y pronto empezaremos a ver cómo nos va.
Los sindicatos convocaron a una huelga general. Los transportistas cerraron casetas de pago en las carreteras porque las consideran caras. Y todos se sienten afectados por el alto costo de las medicinas y la privatización del sistema de salud.
Inicialmente Piñera reaccionó con medidas de fuerza. Declaró: estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, dispuesto a usar la violencia y quemar hospitales, el metro y los supermercados. Son vándalos criminales.
Cierto, hubo episodios de violencia, saqueos, quema de autobuses y han ocurrido unas veinte muertes. Son las fotos, videos y notas de hechos lamentables las que destacan en los medios y ocultan los problemas de fondo.
Uno de los lemas destacados de la revuelta es “no se trata de 30 pesos, sino de 30 años”, refiriéndose a los decenios de neoliberalismo depredador.
El hecho es que la revuelta tomó por sorpresa a la clase política. No la podían entender. El ministro del interior habló de una escalada organizada, sin aclarar quienes la organizan. La primera dama, Cecilia Morel, dijo “Estamos absolutamente sobrepasados. Es como una invasión extranjera, alienígena, y no tenemos las herramientas para combatirla”.
Difícil que la primera familia entienda el malestar popular cuando el presidente Piñera ha amasado una fortuna calculada en 2 mil 800 millones de dólares de los años de la dictadura de Pinochet a la fecha.
A los señores que tienen este nivel de fortunas les gusta mostrarse como filántropos y ambientalistas. Piñera compró 118 mil hectáreas con propósitos de conservación y servicios para 100 mil visitantes al año. Lo hizo con capital de una de sus empresas radicada en Panamá para evadir impuestos. Lo más controvertido surge del reclamo de la población indígena de que parte de esa zona son tierras ancestrales sobre las que no logran el reconocimiento de sus derechos.
Piñera ejemplifica mejor que nadie el problema de fondo, la inequidad. A su favor está que cambió de posición y a unos días de iniciada la revuelta lanzó una agenda social de unidad nacional que da marcha atrás al alza del metro y la electricidad. También elevó el salario mínimo, redujo la semana laboral de 45 a 40 horas, creó un fondo para complementar las pensiones más bajas y se comprometió a negociar con las farmacéuticas bajar el precio de las medicinas.
Para solventar estos gastos anunció que se eleva al 40 por ciento el impuesto sobre la renta de los que ganen más de 11 mil dólares al mes. Cabe suponer que el presidente mismo y las grandes familias seguirán guardando capitales en paraísos fiscales extranjeros.
Sin embargo, estos cambios podrían no ser suficientes para enfrentar el cansancio de una mayoría de la población que percibe claramente la inequidad económica y social, en mucho asociada a la corrupción y a componendas legaloides entre el poder público y la minoría enriquecida a niveles fantásticos.
A partir de una revuelta en un principio desordenada y sin cabezas visibles está ocurriendo un proceso de creciente organización y nuevas demandas. Según encuestas el 83 por ciento de la ciudadanía apoya las protestas y el 7 por ciento las rechaza. Este viernes más de un millón de personas marcharon en la capital exigiendo cambios. Destaca el llamado a convocar a una Asamblea Constituyente que anule la Constitución neoliberal heredada de la dictadura sangrienta de Augusto Pinochet y que deja el timón del país en manos del mercado; es decir del dinero.
Aquí en México, parece que vemos los toros desde la barrera, pero nos vendría bien algún aprendizaje. Este sería, entre otros, que la democracia convencional no es adecuada para detectar resentimientos largamente acumulados que pueden explotar de manera sorpresiva. Las pasadas elecciones presidenciales expresaron y desfogaron algo de ese malestar; también crearon expectativas que requieren ser satisfechas. A veces dar poco a destiempo exacerba el problema.
El mejor antídoto es propiciar una real democracia participativa. Afortunadamente contamos con una Constitución con medula social. Infortunadamente décadas de neoliberalismo nos dejan un país en el que la medición de la inequidad arroja el mismo dato que el de la República de Chile.
domingo, 20 de octubre de 2019
Culiacán, punto de inflexión
Jorge Faljo
Lo ocurrido este pasado jueves en Culiacán cimbró al país. La población local vivió horas de terror encerrada en los lugares donde estaban al iniciarse las balaceras. Estas fueron desatadas por el crimen organizado que se enseñoreo de buena parte de la ciudad; circulaban exhibiendo armas de alto calibre, cerraron los puntos de acceso a la ciudad, el aeropuerto, y derrumbaron el muro de un penal provocando una fuga de reos. Fue su respuesta a la detención de Ovidio Guzmán, un hijo del Chapo, preso en los Estados Unidos.
el resto del país seguíamos con alarma y desconcierto lo que ocurría en la capital de uno de los estados con mayor pujanza económica. La situación era confusa y hasta este momento muchos detalles de lo ocurrido siguen siendo inciertos o borrosos.
Lo que es seguro y sorprendente es la capacidad de organización y respuesta inmediata de estas bandas que en un par de horas pusieron en jaque no solo al gobierno local, sino incluso al federal. La confrontación de fuerzas fue totalmente favorable a los seguidores y aliados del Chapo en detrimento de las fuerzas institucionales.
Finalmente, el gobierno retrocedió en su intención de detener y, posiblemente, extraditar a Ovidio y, puesto que ya estaba en sus manos, lo liberó. Fue una decisión del gabinete de seguridad federal, con la aprobación del Presidente López Obrador de la que se responsabiliza plenamente.
AMLO explica que era mucho más importante preservar la vida de los seres humanos que la detención de un presunto delincuente. Decide no enfrentar la violencia con la violencia, y está por la paz, la fraternidad y el amor. Menciona en favor de esta actitud al nuevo testamento. Es decir que se vuelve a declarar cristiano.
No obstante, la decisión presidencial es muy controvertida y algunas de sus expresiones, del fuchi guacala, al papel de las madres y abuelas en el control de los delincuentes son objeto de franco pitorreo en las redes sociales. Pero hacer chistes no le quita seriedad al asunto, buena parte de la población se siente insegura y este es un tema mayor de la vida nacional.
Los adversarios políticos del Presidente hablan de una rendición ante el crimen y de un estado fallido. Argumentan que se debió dar una fuerte demostración de poder por parte de las fuerzas armadas institucionales.
Pero si se hubiera seguido ese camino el costo en vidas humanas podría haber sido inmenso. Se amenazó en particular a un conjunto habitacional de militares, es decir a sus familias, incluyendo niños.
El presidente tomó la decisión que en ese momento era la correcta. Pero no deja de preocupar que, más allá de su convicción cristiana, exista en esta administración la percepción de que en una guerra contra el crimen organizado saldríamos perdiendo.
Los que exigen someter al crimen organizado por la fuerza de las armas asumen que el gobierno ganaría en corto tiempo y a un bajo costo en sangre tanto de militares como de civiles. Culiacán, y Aguilillas, nos demuestran que no es así. Y este es un diagnóstico terrible, tenemos un estado débil y eso no se remediaría mediante enfrentamientos que más bien podrían demostrar su debilidad y un costo inaceptable en vidas.
El camino planteado por este régimen es el del desarrollo, la inclusión de los jóvenes con educación y preparación para el trabajo; elevar el bienestar de los más vulnerables mediante transferencias sociales; conseguir la autosuficiencia alimentaria sustentada en la producción campesina e indígenas, entre otras medidas.
Pero Culiacán es un parteaguas. Demuestra la inaceptable debilidad heredada del Estado y la convierte en argumento político en contra de toda la cuarta transformación. Abre una herida que se irá ensanchando y que se convierte en una de las principales amenazas a la propuesta de desarrollo del régimen.
Reconocer la debilidad obliga a acciones de fortalecimiento rápido; hay que acelerar el paso. Con una captación fiscal de nivel paraíso no hemos podido crecer. Urge elevar la captación. Si no se hace pronto y se traduce en desarrollo social se perderá la oportunidad de la actual alta popularidad del régimen. Entre más se tarde será más difícil.
El Fondo Monetario Internacional sugiere fortalecer al sector privado. Pero el problema de fondo de la inversión privada es que el entorno mundial es crecientemente hostil, y al interior tenemos un mercado empobrecido. El mejor impulso a la inversión privada es una política industrial que le abra vertientes de producción en substitución de importaciones chinas tanto para el mercado interno como para elevar el contenido nacional de las exportaciones.
Lo principal es configurar un fuerte sector social. Y el primer paso es que las transferencias sociales se amarren al consumo de productos nacionales. No a un mecanismo de transferencias que favorece la globalización del consumo.
Acelerar la transformación requiere promover a las organizaciones sociales independientes y democráticas y dejar de verlas como adversarias.
Culiacán obliga a redoblar el paso transformador; aún hay tiempo y sustento social. Solo acelerando el crecimiento de los elementos sanos de la economía y de la sociedad podrá irse desplazando y debilitando el poder del crimen organizado y también los argumentos de aquellos que quieren una confrontación que hundiría en sangre la transformación de México.
Lo ocurrido este pasado jueves en Culiacán cimbró al país. La población local vivió horas de terror encerrada en los lugares donde estaban al iniciarse las balaceras. Estas fueron desatadas por el crimen organizado que se enseñoreo de buena parte de la ciudad; circulaban exhibiendo armas de alto calibre, cerraron los puntos de acceso a la ciudad, el aeropuerto, y derrumbaron el muro de un penal provocando una fuga de reos. Fue su respuesta a la detención de Ovidio Guzmán, un hijo del Chapo, preso en los Estados Unidos.
el resto del país seguíamos con alarma y desconcierto lo que ocurría en la capital de uno de los estados con mayor pujanza económica. La situación era confusa y hasta este momento muchos detalles de lo ocurrido siguen siendo inciertos o borrosos.
Lo que es seguro y sorprendente es la capacidad de organización y respuesta inmediata de estas bandas que en un par de horas pusieron en jaque no solo al gobierno local, sino incluso al federal. La confrontación de fuerzas fue totalmente favorable a los seguidores y aliados del Chapo en detrimento de las fuerzas institucionales.
Finalmente, el gobierno retrocedió en su intención de detener y, posiblemente, extraditar a Ovidio y, puesto que ya estaba en sus manos, lo liberó. Fue una decisión del gabinete de seguridad federal, con la aprobación del Presidente López Obrador de la que se responsabiliza plenamente.
AMLO explica que era mucho más importante preservar la vida de los seres humanos que la detención de un presunto delincuente. Decide no enfrentar la violencia con la violencia, y está por la paz, la fraternidad y el amor. Menciona en favor de esta actitud al nuevo testamento. Es decir que se vuelve a declarar cristiano.
No obstante, la decisión presidencial es muy controvertida y algunas de sus expresiones, del fuchi guacala, al papel de las madres y abuelas en el control de los delincuentes son objeto de franco pitorreo en las redes sociales. Pero hacer chistes no le quita seriedad al asunto, buena parte de la población se siente insegura y este es un tema mayor de la vida nacional.
Los adversarios políticos del Presidente hablan de una rendición ante el crimen y de un estado fallido. Argumentan que se debió dar una fuerte demostración de poder por parte de las fuerzas armadas institucionales.
Pero si se hubiera seguido ese camino el costo en vidas humanas podría haber sido inmenso. Se amenazó en particular a un conjunto habitacional de militares, es decir a sus familias, incluyendo niños.
El presidente tomó la decisión que en ese momento era la correcta. Pero no deja de preocupar que, más allá de su convicción cristiana, exista en esta administración la percepción de que en una guerra contra el crimen organizado saldríamos perdiendo.
Los que exigen someter al crimen organizado por la fuerza de las armas asumen que el gobierno ganaría en corto tiempo y a un bajo costo en sangre tanto de militares como de civiles. Culiacán, y Aguilillas, nos demuestran que no es así. Y este es un diagnóstico terrible, tenemos un estado débil y eso no se remediaría mediante enfrentamientos que más bien podrían demostrar su debilidad y un costo inaceptable en vidas.
El camino planteado por este régimen es el del desarrollo, la inclusión de los jóvenes con educación y preparación para el trabajo; elevar el bienestar de los más vulnerables mediante transferencias sociales; conseguir la autosuficiencia alimentaria sustentada en la producción campesina e indígenas, entre otras medidas.
Pero Culiacán es un parteaguas. Demuestra la inaceptable debilidad heredada del Estado y la convierte en argumento político en contra de toda la cuarta transformación. Abre una herida que se irá ensanchando y que se convierte en una de las principales amenazas a la propuesta de desarrollo del régimen.
Reconocer la debilidad obliga a acciones de fortalecimiento rápido; hay que acelerar el paso. Con una captación fiscal de nivel paraíso no hemos podido crecer. Urge elevar la captación. Si no se hace pronto y se traduce en desarrollo social se perderá la oportunidad de la actual alta popularidad del régimen. Entre más se tarde será más difícil.
El Fondo Monetario Internacional sugiere fortalecer al sector privado. Pero el problema de fondo de la inversión privada es que el entorno mundial es crecientemente hostil, y al interior tenemos un mercado empobrecido. El mejor impulso a la inversión privada es una política industrial que le abra vertientes de producción en substitución de importaciones chinas tanto para el mercado interno como para elevar el contenido nacional de las exportaciones.
Lo principal es configurar un fuerte sector social. Y el primer paso es que las transferencias sociales se amarren al consumo de productos nacionales. No a un mecanismo de transferencias que favorece la globalización del consumo.
Acelerar la transformación requiere promover a las organizaciones sociales independientes y democráticas y dejar de verlas como adversarias.
Culiacán obliga a redoblar el paso transformador; aún hay tiempo y sustento social. Solo acelerando el crecimiento de los elementos sanos de la economía y de la sociedad podrá irse desplazando y debilitando el poder del crimen organizado y también los argumentos de aquellos que quieren una confrontación que hundiría en sangre la transformación de México.
domingo, 13 de octubre de 2019
Política industrial; cualquier taco es cena
Jorge Faljo
Las perspectivas de crecimiento de la economía mundial se han venido enfriando. Ahora se calcula que el crecimiento global será un modesto 2.6 por ciento en 2019. Estados Unidos crecerá un 2.3 por ciento y México estaría de nuevo a la zaga con un crecimiento proyectado por el Banco Mundial de tan solo 0.6 por ciento para este año.
El crecimiento de nuestro país estará por abajo del incremento de la población. Es decir que en términos per cápita será negativo. Estadísticamente hablando todos nos empobreceríamos un poco; en la práctica unos más que otros, y muy probablemente con las excepciones de costumbre en donde una selecta minoría podrá seguir enriqueciéndose.
Dentro del agregado de bajo crecimiento destaca que la actividad industrial registra una contracción del uno por ciento respecto al año pasado. Y que la manufactura crecerá en apenas un 0.3 por ciento.
Ante expectativas que a lo largo del año han evolucionado de malas a peores la Secretaría de Economía, Graciela Márquez, declaró que nuestro país está bajo la sombra de la recesión económica pero que tiene la capacidad de resistir y enfrentar las dificultades económicas latentes a nivel mundial. También dijo que el panorama mundial ofrece formas y modelos distintos para hacerle frente a esos desafíos. En esto último tiene toda la razón; la globalización se resquebraja, el comercio mundial ya no es el motor del crecimiento global y el proteccionismo avanza, en particular en los Estados Unidos.
Diseñar nuevos modelos y estrategias no solo es cosa de aprovechar oportunidades, sino que es un imperativo de supervivencia. Somos un país híper globalizado, nuestro cliente básico son los Estados Unidos y si este tiene un crecimiento raquítico y, además, un presidente que continuamente nos amenaza con aranceles y restricciones comerciales, es hora de jugar a la defensiva.
Por eso, el anuncio de la Sra. Secretaría de Economía de que tendríamos una nueva política industrial sonó muy alentador. Una estrategia de ese tipo tendría la mayor relevancia después de que durante varias décadas se sostuvo abiertamente que la mejor política industrial era simplemente no tener ninguna. Es decir que la conducción del crecimiento se dejó enteramente en manos del papel que el mercado global le asignó a la economía nacional.
Contar con una política industrial es un viejo reclamo empresarial. El presidente de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin), Francisco Cervantes Díaz, señaló que México no tiene una política industrial desde hace 30 años. En palabras de otro líder empresarial, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, somos un gran país exportador pero el contenido mexicano de lo que vendemos es escaso. Lo que se podemos traducir en lo que ya sabemos, que tenemos una industria de ensamblado de componentes importados y orientada a la exportación. En sentido contrario la vieja base industrial orientada al mercado interno fue en su mayor parte destruida.
Así que es imperativo cambiar de rumbo y al mismo tiempo podemos aprovechar las oportunidades que surgen del evidente fracaso neoliberal en México y el mundo, y el cambio de estrategias en otras latitudes.
Pero el entusiasmo ante el anuncio de una política industrial se desvaneció casi de inmediato cuando la Sra. Secretaria Graciela Márquez apunta como parte de nuestras fortalezas que somos una de las economías más abiertas; que tenemos tratados comerciales con 48 países y que estamos tratando de agilizar la aprobación del T-MEC y entretanto se mantiene en vigor el TLCAN que ha mostrado ser una palanca de crecimiento desde hace más de 25 años. Una visión que no se distingue del neoliberalismo ramplón de las anteriores administraciones.
La nueva política industrial la presentan como un decálogo con los siguientes planteamientos: Promover una mayor competencia económica, aprovechar la apertura comercial; mejora regulatoria que reduzca costos, generar un entorno de negocios amigable que dé certidumbre y atraiga inversiones nacionales y extranjeras. Estas y otras más cucharadas de lo mismo.
No basta. Es el momento de lanzar una estrategia decidida de substitución de importaciones que eleve el componente nacional en la producción de exportación y en la destinada al mercado interno. De hecho, avanzamos en ese sentido, pero a regañadientes y porque lo impone el gobierno norteamericano que exige que substituyamos importaciones del sureste asiático por componentes originados en la región de América del Norte.
Habría que aprovechar las exigencias de los Estados Unidos y Canadá para ir más lejos. Estados Unidos demanda un comercio más equilibrado con México. Nosotros aprovechamos nuestro superávit comercial con los Estados Unidos para financiar un déficit comercial con China de más de 75 mil millones de dólares al año. Lo peor es que le compramos productos tecnológicos sofisticados y componentes industriales y le vendemos materias primas de bajo valor agregado. Nos hemos posicionado como país bananero frente al gigante asiático.
Hay que reorientar la relación comercial con los Estados Unidos y Canadá para convertirnos en proveedor substituto de insumos chinos y al mismo tiempo en un mejor cliente. Ese espacio nos lo puede abrir el conflicto comercial entre Estados Unidos y China. Una estrategia industrial de substitución de importaciones no podría ser criticada desde el norte porque es justo lo que se están planteando en los Estados Unidos tanto demócratas como republicanos.
La política industrial planteada habla de competencia en lenguaje de política globalizada; lo que no ha llevado a nada. Necesitamos una fuerte inyección de competencia inmediata originada en una devaluación moderada combinada con regulación del comercio exterior. Se trata si, de instrumentar nuevas tecnologías, pero sobre todo de emplear el total de las capacidades instaladas y de reactivar mucho de lo que ya hacíamos.
La industrialización de los Estados Unidos, Japón, Alemania y otros se caracterizó por la conducción estatal y no por el neoliberalismo a ultranza.
Las perspectivas de crecimiento de la economía mundial se han venido enfriando. Ahora se calcula que el crecimiento global será un modesto 2.6 por ciento en 2019. Estados Unidos crecerá un 2.3 por ciento y México estaría de nuevo a la zaga con un crecimiento proyectado por el Banco Mundial de tan solo 0.6 por ciento para este año.
El crecimiento de nuestro país estará por abajo del incremento de la población. Es decir que en términos per cápita será negativo. Estadísticamente hablando todos nos empobreceríamos un poco; en la práctica unos más que otros, y muy probablemente con las excepciones de costumbre en donde una selecta minoría podrá seguir enriqueciéndose.
Dentro del agregado de bajo crecimiento destaca que la actividad industrial registra una contracción del uno por ciento respecto al año pasado. Y que la manufactura crecerá en apenas un 0.3 por ciento.
Ante expectativas que a lo largo del año han evolucionado de malas a peores la Secretaría de Economía, Graciela Márquez, declaró que nuestro país está bajo la sombra de la recesión económica pero que tiene la capacidad de resistir y enfrentar las dificultades económicas latentes a nivel mundial. También dijo que el panorama mundial ofrece formas y modelos distintos para hacerle frente a esos desafíos. En esto último tiene toda la razón; la globalización se resquebraja, el comercio mundial ya no es el motor del crecimiento global y el proteccionismo avanza, en particular en los Estados Unidos.
Diseñar nuevos modelos y estrategias no solo es cosa de aprovechar oportunidades, sino que es un imperativo de supervivencia. Somos un país híper globalizado, nuestro cliente básico son los Estados Unidos y si este tiene un crecimiento raquítico y, además, un presidente que continuamente nos amenaza con aranceles y restricciones comerciales, es hora de jugar a la defensiva.
Por eso, el anuncio de la Sra. Secretaría de Economía de que tendríamos una nueva política industrial sonó muy alentador. Una estrategia de ese tipo tendría la mayor relevancia después de que durante varias décadas se sostuvo abiertamente que la mejor política industrial era simplemente no tener ninguna. Es decir que la conducción del crecimiento se dejó enteramente en manos del papel que el mercado global le asignó a la economía nacional.
Contar con una política industrial es un viejo reclamo empresarial. El presidente de la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin), Francisco Cervantes Díaz, señaló que México no tiene una política industrial desde hace 30 años. En palabras de otro líder empresarial, el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, somos un gran país exportador pero el contenido mexicano de lo que vendemos es escaso. Lo que se podemos traducir en lo que ya sabemos, que tenemos una industria de ensamblado de componentes importados y orientada a la exportación. En sentido contrario la vieja base industrial orientada al mercado interno fue en su mayor parte destruida.
Así que es imperativo cambiar de rumbo y al mismo tiempo podemos aprovechar las oportunidades que surgen del evidente fracaso neoliberal en México y el mundo, y el cambio de estrategias en otras latitudes.
Pero el entusiasmo ante el anuncio de una política industrial se desvaneció casi de inmediato cuando la Sra. Secretaria Graciela Márquez apunta como parte de nuestras fortalezas que somos una de las economías más abiertas; que tenemos tratados comerciales con 48 países y que estamos tratando de agilizar la aprobación del T-MEC y entretanto se mantiene en vigor el TLCAN que ha mostrado ser una palanca de crecimiento desde hace más de 25 años. Una visión que no se distingue del neoliberalismo ramplón de las anteriores administraciones.
La nueva política industrial la presentan como un decálogo con los siguientes planteamientos: Promover una mayor competencia económica, aprovechar la apertura comercial; mejora regulatoria que reduzca costos, generar un entorno de negocios amigable que dé certidumbre y atraiga inversiones nacionales y extranjeras. Estas y otras más cucharadas de lo mismo.
No basta. Es el momento de lanzar una estrategia decidida de substitución de importaciones que eleve el componente nacional en la producción de exportación y en la destinada al mercado interno. De hecho, avanzamos en ese sentido, pero a regañadientes y porque lo impone el gobierno norteamericano que exige que substituyamos importaciones del sureste asiático por componentes originados en la región de América del Norte.
Habría que aprovechar las exigencias de los Estados Unidos y Canadá para ir más lejos. Estados Unidos demanda un comercio más equilibrado con México. Nosotros aprovechamos nuestro superávit comercial con los Estados Unidos para financiar un déficit comercial con China de más de 75 mil millones de dólares al año. Lo peor es que le compramos productos tecnológicos sofisticados y componentes industriales y le vendemos materias primas de bajo valor agregado. Nos hemos posicionado como país bananero frente al gigante asiático.
Hay que reorientar la relación comercial con los Estados Unidos y Canadá para convertirnos en proveedor substituto de insumos chinos y al mismo tiempo en un mejor cliente. Ese espacio nos lo puede abrir el conflicto comercial entre Estados Unidos y China. Una estrategia industrial de substitución de importaciones no podría ser criticada desde el norte porque es justo lo que se están planteando en los Estados Unidos tanto demócratas como republicanos.
La política industrial planteada habla de competencia en lenguaje de política globalizada; lo que no ha llevado a nada. Necesitamos una fuerte inyección de competencia inmediata originada en una devaluación moderada combinada con regulación del comercio exterior. Se trata si, de instrumentar nuevas tecnologías, pero sobre todo de emplear el total de las capacidades instaladas y de reactivar mucho de lo que ya hacíamos.
La industrialización de los Estados Unidos, Japón, Alemania y otros se caracterizó por la conducción estatal y no por el neoliberalismo a ultranza.
domingo, 6 de octubre de 2019
El Truco de Trump
Jorge Faljo
Varios meses antes de que el entonces candidato Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos, en un discurso de campaña le pidió a Rusia encontrar y difundir los correos de su rival Hillary Clinton. Pedirle ayuda a Rusia era un delito, pero al hacerlo descaradamente frente a las cámaras y salir en los noticiarios de todo el país, pasó como broma o inocencia. Así Trump logró algo que repetiría innumerables veces en adelante; convertir un delito en la nueva normalidad mediante el “truco” de hacerlo a plena luz.
Antes, en enero de 2016, en otro acto de campaña electoral, dijo que podría dispararle un balazo a cualquier persona a la mitad de la quinta avenida y no perdería ni un solo voto. Un público de fans le aplaudió tal y como un sector de la población le sigue aplaudiendo cualquier barbaridad, infamia o chiste que diga. Infamia por ejemplo haber dicho durante años que Obama, el primer presidente afroamericano, no había nacido en los Estados Unidos y su acta de nacimiento era falsa.
Me remonto a cuando Trump no era presidente para señalar que en realidad no engañó al pueblo norteamericano. A las claras les hizo saber a sus seguidores que era mentiroso, farsante, inmoral y decidido a quebrantar las normas; todo abiertamente. Su mensaje de fondo, subliminal, es que él, el truhán, enfrentaría a otros truhanes, a los políticos melosos, que eran peores por ser hipócritas.
Cuando Bill Clinton fue presidente se le hizo juicio político y estuvo cerca de ser defenestrado (impeachment en inglés), aparentemente el problema era que había mentido acerca de su relación sexual con una becaria de la Casa Blanca. Trump que le pagó 130 mil dólares a una “estrella porno” para que cerrara la boca habría hecho algo peor. Pero Clinton y Trump fueron juzgados desde dos estándares distintos; Clinton engaño al infringir sus normas de decencia; pero lo que hizo Trump parecía normalito en un truhan multimillonario.
Cuando Nixon fue presidente estuvo al borde de ser defenestrado y tuvo que renunciar. Su problema es que había sido el candidato de la justicia y el orden y le falló a su propio estándar.
Trump ha cometido múltiples delitos que a otro personaje le hubieran costado el puesto, pero a los que el parece invulnerable; sus fans todo se lo permiten y se lo celebran. Eso porque Trump no fue el candidato adalid de la justicia, el orden, la rectitud, el conocimiento y el buen juicio. Lo que prometió fue el caos, comportarse como chivo en cristalería.
Aquí el punto es, ¿Por qué buena parte de la población norteamericana quiere el caos? Tal vez porque el orden anterior les resultaba insoportable. Millones perdieron sus empleos cuando los grandes conglomerados se fueron a contratar trabajadores más baratos en el tercer mundo; millones perdieron sus casas a resultas de la ruptura de la burbuja inmobiliaria en el 2008; millones tienen ahora menos años de esperanza de vida y viven aquejados de alcoholismo, drogadicción y depresión; millones ganan menos de lo que ganaban sus padres 30 años antes.
Para esos muchos millones el “sueño americano” se volvió pesadilla al mismo tiempo que sus dirigentes les aseguraban que no había otro camino, que esa era la nueva normalidad. Que de hecho las cosas no estaban tan mal. Que incluso iban bien. Eso cuando el uno por ciento de la población se enriquecía desmesuradamente; y los orquestadores de los mega fraudes no recibían castigo y nadie entre los grandes gurús de la economía supo predecir el desastre, y menos solucionarlo.
Así que en 2016 ganaron los que le apostaron al campeón del caos.
Ya antes el pueblo norteamericano había elegido a un actor: Ronald Reagan. Ese era al menos un actor serio que en sus papeles encarnaba a los buenos, a los justos. Con Trump eligieron a otro actor, en este caso de “reality show” que se encarnaba a sí mismo como un cabrón despiadado y que para mantener su “rating” tenía que ser cada vez más extremo. Si no el público se aburriría.
Eso, el escandalo creciente, era la capacitación previa de Trump, el tipo de “sabiduría” que lo llevó a la presidencia. Para sus fans no se trataba de elegir a otro representante del fraudulento neoliberalismo honesto y de principios; tampoco a un héroe defensor del pueblo, ya habían perdido esa esperanza. Solo quedaba aquello de que pa’ los toros del jaral los caballos de allá mesmo.
Trump destaca por una ignorancia descarada que le hace negar el calentamiento global, proponer arrojar una bomba atómica para desintegrar un huracán, o que los aerogeneradores de electricidad producen cáncer. Es en extremo cruel contra los más vulnerables, niños, mujeres, pobres. Llegó a proponer que les dispararan a las piernas a los migrantes; solo que le dijeron que sería ilegal. Y está dispuesto a la ilegalidad. Es también un mentiroso redomado.
Trump sorteó el escollo de la investigación de Mueller que claramente concluyó que obstruyó la investigación y la justicia en torno a la interferencia rusa que le ayudó a ganar las elecciones. Varios de sus más cercanos colaboradores están en la cárcel. Pero el la libró.
Ahora, por fin, los demócratas se han decidido a iniciar la investigación inicial a un juicio político que podría conducir a su defenestración. Insisto en que es un juicio político, no criminal, y por tanto depende de la relación de fuerzas políticas en las dos cámaras del congreso norteamericano. Y esas fuerzas dependen a su vez de la opinión pública y su comportamiento previsible en las próximas elecciones presidenciales y para senadores y representantes en el 2020.
Los republicanos han defendido a capa y espada a su presidente porque dependen de su base política, sus fans, para reelegirse. Y los demócratas no se atrevían a formalizar una investigación porque si no ganaban el juicio político en el senado, mayoritariamente republicano, podrían fortalecer a Trump para la reelección.
Pero surgió un nuevo escándalo; Trump pidió ayuda al gobierno de Ucrania, a cambio de desbloquearle la ayuda militar que le asignó el congreso, para desprestigiar al hijo de Joe Biden, el precandidato demócrata favorito para las elecciones presidenciales del 2020. Eso convenció a los demócratas de lanzar los preliminares del juicio político en la idea de que esto ya no lo aceptaría la opinión pública.
En respuesta Trump ha recurrido a su truco básico; hacer normal el delito. Frente a micrófonos y videocámaras le pidió al gobierno chino que investigue a los Biden, padre e hijo. Reincide abiertamente y niega que sea incorrecto. ¿Le volverá a dar resultado?
Creo que Trump será defenestrado, si no ahora, más adelante. Ha salido políticamente airoso de varias acusaciones graves y sí cambiara a un comportamiento mesurado tal vez no le pasaría nada. Pero Trump se siente impune y lleva en la sangre la cultura del “reality show”, que lo hace reincidir en escándalos crecientes. Eso lo llevó al triunfo y parece que terminará por hundirlo.
Varios meses antes de que el entonces candidato Trump fuera elegido presidente de los Estados Unidos, en un discurso de campaña le pidió a Rusia encontrar y difundir los correos de su rival Hillary Clinton. Pedirle ayuda a Rusia era un delito, pero al hacerlo descaradamente frente a las cámaras y salir en los noticiarios de todo el país, pasó como broma o inocencia. Así Trump logró algo que repetiría innumerables veces en adelante; convertir un delito en la nueva normalidad mediante el “truco” de hacerlo a plena luz.
Antes, en enero de 2016, en otro acto de campaña electoral, dijo que podría dispararle un balazo a cualquier persona a la mitad de la quinta avenida y no perdería ni un solo voto. Un público de fans le aplaudió tal y como un sector de la población le sigue aplaudiendo cualquier barbaridad, infamia o chiste que diga. Infamia por ejemplo haber dicho durante años que Obama, el primer presidente afroamericano, no había nacido en los Estados Unidos y su acta de nacimiento era falsa.
Me remonto a cuando Trump no era presidente para señalar que en realidad no engañó al pueblo norteamericano. A las claras les hizo saber a sus seguidores que era mentiroso, farsante, inmoral y decidido a quebrantar las normas; todo abiertamente. Su mensaje de fondo, subliminal, es que él, el truhán, enfrentaría a otros truhanes, a los políticos melosos, que eran peores por ser hipócritas.
Cuando Bill Clinton fue presidente se le hizo juicio político y estuvo cerca de ser defenestrado (impeachment en inglés), aparentemente el problema era que había mentido acerca de su relación sexual con una becaria de la Casa Blanca. Trump que le pagó 130 mil dólares a una “estrella porno” para que cerrara la boca habría hecho algo peor. Pero Clinton y Trump fueron juzgados desde dos estándares distintos; Clinton engaño al infringir sus normas de decencia; pero lo que hizo Trump parecía normalito en un truhan multimillonario.
Cuando Nixon fue presidente estuvo al borde de ser defenestrado y tuvo que renunciar. Su problema es que había sido el candidato de la justicia y el orden y le falló a su propio estándar.
Trump ha cometido múltiples delitos que a otro personaje le hubieran costado el puesto, pero a los que el parece invulnerable; sus fans todo se lo permiten y se lo celebran. Eso porque Trump no fue el candidato adalid de la justicia, el orden, la rectitud, el conocimiento y el buen juicio. Lo que prometió fue el caos, comportarse como chivo en cristalería.
Aquí el punto es, ¿Por qué buena parte de la población norteamericana quiere el caos? Tal vez porque el orden anterior les resultaba insoportable. Millones perdieron sus empleos cuando los grandes conglomerados se fueron a contratar trabajadores más baratos en el tercer mundo; millones perdieron sus casas a resultas de la ruptura de la burbuja inmobiliaria en el 2008; millones tienen ahora menos años de esperanza de vida y viven aquejados de alcoholismo, drogadicción y depresión; millones ganan menos de lo que ganaban sus padres 30 años antes.
Para esos muchos millones el “sueño americano” se volvió pesadilla al mismo tiempo que sus dirigentes les aseguraban que no había otro camino, que esa era la nueva normalidad. Que de hecho las cosas no estaban tan mal. Que incluso iban bien. Eso cuando el uno por ciento de la población se enriquecía desmesuradamente; y los orquestadores de los mega fraudes no recibían castigo y nadie entre los grandes gurús de la economía supo predecir el desastre, y menos solucionarlo.
Así que en 2016 ganaron los que le apostaron al campeón del caos.
Ya antes el pueblo norteamericano había elegido a un actor: Ronald Reagan. Ese era al menos un actor serio que en sus papeles encarnaba a los buenos, a los justos. Con Trump eligieron a otro actor, en este caso de “reality show” que se encarnaba a sí mismo como un cabrón despiadado y que para mantener su “rating” tenía que ser cada vez más extremo. Si no el público se aburriría.
Eso, el escandalo creciente, era la capacitación previa de Trump, el tipo de “sabiduría” que lo llevó a la presidencia. Para sus fans no se trataba de elegir a otro representante del fraudulento neoliberalismo honesto y de principios; tampoco a un héroe defensor del pueblo, ya habían perdido esa esperanza. Solo quedaba aquello de que pa’ los toros del jaral los caballos de allá mesmo.
Trump destaca por una ignorancia descarada que le hace negar el calentamiento global, proponer arrojar una bomba atómica para desintegrar un huracán, o que los aerogeneradores de electricidad producen cáncer. Es en extremo cruel contra los más vulnerables, niños, mujeres, pobres. Llegó a proponer que les dispararan a las piernas a los migrantes; solo que le dijeron que sería ilegal. Y está dispuesto a la ilegalidad. Es también un mentiroso redomado.
Trump sorteó el escollo de la investigación de Mueller que claramente concluyó que obstruyó la investigación y la justicia en torno a la interferencia rusa que le ayudó a ganar las elecciones. Varios de sus más cercanos colaboradores están en la cárcel. Pero el la libró.
Ahora, por fin, los demócratas se han decidido a iniciar la investigación inicial a un juicio político que podría conducir a su defenestración. Insisto en que es un juicio político, no criminal, y por tanto depende de la relación de fuerzas políticas en las dos cámaras del congreso norteamericano. Y esas fuerzas dependen a su vez de la opinión pública y su comportamiento previsible en las próximas elecciones presidenciales y para senadores y representantes en el 2020.
Los republicanos han defendido a capa y espada a su presidente porque dependen de su base política, sus fans, para reelegirse. Y los demócratas no se atrevían a formalizar una investigación porque si no ganaban el juicio político en el senado, mayoritariamente republicano, podrían fortalecer a Trump para la reelección.
Pero surgió un nuevo escándalo; Trump pidió ayuda al gobierno de Ucrania, a cambio de desbloquearle la ayuda militar que le asignó el congreso, para desprestigiar al hijo de Joe Biden, el precandidato demócrata favorito para las elecciones presidenciales del 2020. Eso convenció a los demócratas de lanzar los preliminares del juicio político en la idea de que esto ya no lo aceptaría la opinión pública.
En respuesta Trump ha recurrido a su truco básico; hacer normal el delito. Frente a micrófonos y videocámaras le pidió al gobierno chino que investigue a los Biden, padre e hijo. Reincide abiertamente y niega que sea incorrecto. ¿Le volverá a dar resultado?
Creo que Trump será defenestrado, si no ahora, más adelante. Ha salido políticamente airoso de varias acusaciones graves y sí cambiara a un comportamiento mesurado tal vez no le pasaría nada. Pero Trump se siente impune y lleva en la sangre la cultura del “reality show”, que lo hace reincidir en escándalos crecientes. Eso lo llevó al triunfo y parece que terminará por hundirlo.
domingo, 29 de septiembre de 2019
Cuando la tierra se derrite salen zombis
Jorge Faljo
En 2016 falleció un niño de 12 años en Yamal, una península del norte de Siberia, cercana al Circulo Ártico. Otras 96 personas, casi la mitad niños, fueron hospitalizadas y varias docenas más evacuadas de la zona. Eran Nenets, miembros de una tribu nómada que se mueve con sus rebaños de renos. Fueron afectados por una plaga de ántrax que ocasionó la muerte de unos 2,400 de sus animales. El gobierno ruso respondió con decisión y en 2017 vacunó a cientos de miles de renos de la península.
La noticia es vieja, pero ha vuelto a ser relevante porque ese evento ahora se considera premonitorio de nuevos riesgos para la humanidad.
El ántrax es una enfermedad bacteriana que puede ser mortal; ataca a las ovejas y al ganado y es transmisible a los seres humanos. No había ocurrido un brote de ántrax desde 1941, 75 años antes cuando una epidemia similar diezmó los rebaños locales. En aquel entonces los pobladores concentraron los animales enfermos y crearon cementerios de renos.
Es una región de tundra, un tipo de ecología con una superficie de arbustos y plantas rastreras porque los arboles no pueden crecer en una tierra sumamente dura porque se encuentra congelada. Por la misma razón los cuerpos no se pueden enterrar a profundidad y tampoco es viable quemarlos por la escasez de leña.
A esa tierra congelada se le llama permafrost en inglés; palabra que hemos copiado en español y que combina los significados de permanente con helado. El permafrost puede llegar a tener centenares de metros de profundidad y es básicamente la acumulación de materia orgánica durante millones de años de temperaturas inferiores a cero. En esas regiones cercanas al ártico la superficie se descongela alrededor de unos cincuenta centímetros en el periodo de verano; puede ser menos, o más, según la temperatura del aire y lo prolongado del verano.
Pues 2016 fue un año particularmente cálido en la península de Yamal y el permafrost superficial se derritió a mayor profundidad que de costumbre. Se descongelaron también los cuerpos de los renos muertos hace 75 años y pasaron de estar congelados a descomponerse. Y entonces resurgió el ántrax.
Resulta que el ántrax es una bacteria muy resistente porque forma esporas que le permiten sobrevivir y reactivarse incluso después de estar dos mil quinientos años congeladas. Esta capacidad de supervivencia es también una característica de otras formas de vida muy elementales; se ha descubierto que los musgos, bacterias que forman esporas, diversos virus e incluso gusanos muy simples, los nematodos, pueden sobrevivir a miles de años de congelamiento. Algunos científicos han revivido virus extraídos de decenas de metros de profundidad en el permafrost y que llevaban congelados 32 mil años.
Y ahora el calentamiento global está descongelando el permafrost empezando por sus capas más superficiales, las que tienen docenas de años congeladas y avanzando a las más profundas, las que llevan miles y cientos de miles de años congeladas. En esas capas se han acumulado restos humanos, animales y vegetales durante enormes periodos de tiempo. Sabemos por ejemplo que se han encontrado mamuts congelados hace 20 mil años.
Es una nueva situación que crea el riesgo de que se reactiven todo tipo de zombis; más bien habría que decir micro zombis, los gérmenes de enfermedades desaparecidas hace mucho tiempo.
Un ejemplo del riesgo es que en los años 1890 ocurrió una importante epidemia de viruela en algunos pueblos de Siberia. En uno de ellos numerosos cuerpos fueron enterrados en las capas superficiales del permafrost a las orillas de un rio llamado Kolyma. Ahora, 120 años después el permafrost se está descongelando y la tierra se convierte en un inmenso lodazal que se desmorona hacia el rio. Literalmente se derrite y se mueve.
Los investigadores han encontrado cuerpos en la zona, aun congelados, con las marcas características de la viruela y con fragmentos genéticos del virus, aunque no virus completos y menos que se hayan reactivado. Pero el riesgo existe.
Viruela, peste bubónica y la influenza española de 1918 provocaron epidemias terribles con millones de muertos. Se consideran erradicadas y si renacieran ahora la medicina cuenta con más medios para enfrentarlas. Pero aun así es preocupante que en el permafrost existen sin duda cuerpos de personas que murieron de esas enfermedades y que todo apunta a que el calentamiento global la ira descongelando.
No se trata solo de seres humanos; sino de homínidos en general. Por ejemplo hombres de neandertal que murieron hace 40 mil años de enfermedades que ahora desconocemos.
En algunos casos puede tratarse de enfermedades contra las que los sobrevivientes humanos desarrollaron inmunidad, y la plaga desapareció. Solo que ahora tal vez ya hayamos perdido esa inmunidad de nuestros antepasados.
Que la tierra se descongele implica otros riesgos incluso más graves que los microzombis. El permafrost se compone en de restos vegetales y animales con un alto contenido de agua que al descongelarse empieza a descomponerse.
Se han encontrado en Siberia grandes cráteres que eran un misterio y que ahora se explican por la formación bajo la superficie de grandes burbujas de gas metano. Este es producido por bacterias y, por ignorante diré bichos, que proliferan en la descomposición y que en sus deposiciones expulsan gas metano. Me niego a usar la palabra vulgar que viene a la mente. El caso es que ese es un gas de invernadero que contribuye fuertemente al calentamiento global.
Pensar en inmensos territorios de Alaska, Canadá y Siberia en descomposición genera escalofríos en la comunidad científica.
Además, el permafrost es materia orgánica, es decir carbono captado de la atmosfera por la vida animal y vegetal y acumulado lentamente durante muy largo tiempo. A final de cuentas se trata de carbono; lo mismo que el ser humano extrae del subsuelo como petróleo, carbón o gas y que al devolverlo a la atmosfera provoca el calentamiento del planeta.
En estas regiones muy al norte el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta; hay cada vez más incendios y estos tienen un comportamiento novedoso. Se quema no solo la superficie que tiene pocos arboles; lo grave es que se quema el subsuelo cuando ya descongelado pierde el agua y se transforma en yesca. Así que hay incendios que avanzan a metros bajo tierra soltando más carbono que, digamos, los ya graves incendios en la cuenca del Amazonas.
La humanidad está en riesgo. Algunas señales son muy evidentes; huracanes, oleadas de calor, incendios en el Amazonas y otros. No destaca la pérdida del permafrost que es donde posiblemente se encuentran los mayores peligros: metano, carbono y micro zombis.
En 2016 falleció un niño de 12 años en Yamal, una península del norte de Siberia, cercana al Circulo Ártico. Otras 96 personas, casi la mitad niños, fueron hospitalizadas y varias docenas más evacuadas de la zona. Eran Nenets, miembros de una tribu nómada que se mueve con sus rebaños de renos. Fueron afectados por una plaga de ántrax que ocasionó la muerte de unos 2,400 de sus animales. El gobierno ruso respondió con decisión y en 2017 vacunó a cientos de miles de renos de la península.
La noticia es vieja, pero ha vuelto a ser relevante porque ese evento ahora se considera premonitorio de nuevos riesgos para la humanidad.
El ántrax es una enfermedad bacteriana que puede ser mortal; ataca a las ovejas y al ganado y es transmisible a los seres humanos. No había ocurrido un brote de ántrax desde 1941, 75 años antes cuando una epidemia similar diezmó los rebaños locales. En aquel entonces los pobladores concentraron los animales enfermos y crearon cementerios de renos.
Es una región de tundra, un tipo de ecología con una superficie de arbustos y plantas rastreras porque los arboles no pueden crecer en una tierra sumamente dura porque se encuentra congelada. Por la misma razón los cuerpos no se pueden enterrar a profundidad y tampoco es viable quemarlos por la escasez de leña.
A esa tierra congelada se le llama permafrost en inglés; palabra que hemos copiado en español y que combina los significados de permanente con helado. El permafrost puede llegar a tener centenares de metros de profundidad y es básicamente la acumulación de materia orgánica durante millones de años de temperaturas inferiores a cero. En esas regiones cercanas al ártico la superficie se descongela alrededor de unos cincuenta centímetros en el periodo de verano; puede ser menos, o más, según la temperatura del aire y lo prolongado del verano.
Pues 2016 fue un año particularmente cálido en la península de Yamal y el permafrost superficial se derritió a mayor profundidad que de costumbre. Se descongelaron también los cuerpos de los renos muertos hace 75 años y pasaron de estar congelados a descomponerse. Y entonces resurgió el ántrax.
Resulta que el ántrax es una bacteria muy resistente porque forma esporas que le permiten sobrevivir y reactivarse incluso después de estar dos mil quinientos años congeladas. Esta capacidad de supervivencia es también una característica de otras formas de vida muy elementales; se ha descubierto que los musgos, bacterias que forman esporas, diversos virus e incluso gusanos muy simples, los nematodos, pueden sobrevivir a miles de años de congelamiento. Algunos científicos han revivido virus extraídos de decenas de metros de profundidad en el permafrost y que llevaban congelados 32 mil años.
Y ahora el calentamiento global está descongelando el permafrost empezando por sus capas más superficiales, las que tienen docenas de años congeladas y avanzando a las más profundas, las que llevan miles y cientos de miles de años congeladas. En esas capas se han acumulado restos humanos, animales y vegetales durante enormes periodos de tiempo. Sabemos por ejemplo que se han encontrado mamuts congelados hace 20 mil años.
Es una nueva situación que crea el riesgo de que se reactiven todo tipo de zombis; más bien habría que decir micro zombis, los gérmenes de enfermedades desaparecidas hace mucho tiempo.
Un ejemplo del riesgo es que en los años 1890 ocurrió una importante epidemia de viruela en algunos pueblos de Siberia. En uno de ellos numerosos cuerpos fueron enterrados en las capas superficiales del permafrost a las orillas de un rio llamado Kolyma. Ahora, 120 años después el permafrost se está descongelando y la tierra se convierte en un inmenso lodazal que se desmorona hacia el rio. Literalmente se derrite y se mueve.
Los investigadores han encontrado cuerpos en la zona, aun congelados, con las marcas características de la viruela y con fragmentos genéticos del virus, aunque no virus completos y menos que se hayan reactivado. Pero el riesgo existe.
Viruela, peste bubónica y la influenza española de 1918 provocaron epidemias terribles con millones de muertos. Se consideran erradicadas y si renacieran ahora la medicina cuenta con más medios para enfrentarlas. Pero aun así es preocupante que en el permafrost existen sin duda cuerpos de personas que murieron de esas enfermedades y que todo apunta a que el calentamiento global la ira descongelando.
No se trata solo de seres humanos; sino de homínidos en general. Por ejemplo hombres de neandertal que murieron hace 40 mil años de enfermedades que ahora desconocemos.
En algunos casos puede tratarse de enfermedades contra las que los sobrevivientes humanos desarrollaron inmunidad, y la plaga desapareció. Solo que ahora tal vez ya hayamos perdido esa inmunidad de nuestros antepasados.
Que la tierra se descongele implica otros riesgos incluso más graves que los microzombis. El permafrost se compone en de restos vegetales y animales con un alto contenido de agua que al descongelarse empieza a descomponerse.
Se han encontrado en Siberia grandes cráteres que eran un misterio y que ahora se explican por la formación bajo la superficie de grandes burbujas de gas metano. Este es producido por bacterias y, por ignorante diré bichos, que proliferan en la descomposición y que en sus deposiciones expulsan gas metano. Me niego a usar la palabra vulgar que viene a la mente. El caso es que ese es un gas de invernadero que contribuye fuertemente al calentamiento global.
Pensar en inmensos territorios de Alaska, Canadá y Siberia en descomposición genera escalofríos en la comunidad científica.
Además, el permafrost es materia orgánica, es decir carbono captado de la atmosfera por la vida animal y vegetal y acumulado lentamente durante muy largo tiempo. A final de cuentas se trata de carbono; lo mismo que el ser humano extrae del subsuelo como petróleo, carbón o gas y que al devolverlo a la atmosfera provoca el calentamiento del planeta.
En estas regiones muy al norte el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta; hay cada vez más incendios y estos tienen un comportamiento novedoso. Se quema no solo la superficie que tiene pocos arboles; lo grave es que se quema el subsuelo cuando ya descongelado pierde el agua y se transforma en yesca. Así que hay incendios que avanzan a metros bajo tierra soltando más carbono que, digamos, los ya graves incendios en la cuenca del Amazonas.
La humanidad está en riesgo. Algunas señales son muy evidentes; huracanes, oleadas de calor, incendios en el Amazonas y otros. No destaca la pérdida del permafrost que es donde posiblemente se encuentran los mayores peligros: metano, carbono y micro zombis.
lunes, 23 de septiembre de 2019
Estamos muy gordos
Jorge Faljo
Hace unos días vi una película muy vieja, de por los años setenta. En la película además de los actores era posible ver a bastante más gente que sin ser actores eran parte del escenario haciendo actividades cotidianas como caminar en la calle, estar formados para entrar a un evento deportivo o cosas por el estilo. Eran gente de todas las edades.
Me pasaba lo que ocurre cuando uno se reencuentra con un amigo o amiga y le nota algo raro. Algo se hizo, pero uno no sabe bien a bien que. Tal vez se cortó el cabello o le cambió el color, trae otros lentes o, si es hombre, se dejó el bigote. Uno se tarda unos minutos en identificar lo que cambió, o de plano le pregunta: ¿Qué te hiciste que te vez diferente?
Así me pasaba con la película; había algo raro. Hasta que me di cuenta del motivo de mi inquietud: estaban flacos. No en el sentido de enfermos o hambrientos; más bien flacos saludables, pero con bajo peso desde la perspectiva de mi propio estándar actual. Y es que ahora estamos gordos… y menos saludables.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición realizada en 2016, la más reciente de momento, el 73 por ciento de los adultos de México tenemos sobrepeso u obesidad, es decir más de 60 millones de personas. También el 36 por ciento de los adolescentes y uno de cada tres niños.
El resultado es que cada año mueren cerca de 90 mil personas por enfermedades asociadas a la obesidad, sobre todo diabetes, pero también enfermedades cardiovasculares, respiratorias e infecciosas. Cerca de la mitad de estas muertes son de personas en edad laboral; lo que implica que ellos y sus familias pierden años de ingresos. El tratamiento de una diabetes complicada y prolongada en medicina privada puede ascender, a lo largo de varios años, a más de un millón y medio de pesos. Tratarla adecuadamente, prolongando las capacidades y vida del paciente costaría la décima parte.
Para el sector de salud público el costo de atender la obesidad y las enfermedades relacionadas es de más de 120 mil millones de pesos al año. Sin embargo, estudios del Banco Mundial y la Organización Internacional del Trabajo la pérdida económica anual sería de 250 mil millones de pesos si se le suma la pérdida en productividad, ausentismo laboral y menos años de trabajo.
Nos hemos vuelto gordos y no es fácil retroceder en este camino porque es el resultado de todo un cambio en estilos de vida. La modernidad impone prisas cotidianas y presiona la entrada al trabajo de hombres y mujeres; hay menos tiempo para preparar la comida en casa. Así que nos vamos por la vía fácil de comer alimentos industrializados, ya preparados y adaptados a vivir de prisa.
Y con ello la industria ha hecho su agosto vendiéndonos chatarra. Del viejo taco de frijoles con quelites y chile, tal vez algo de queso; hemos pasado al pan dulce industrializado y al refresco elevando el consumo de harinas, grasas y azúcar. La modernidad deteriora la alimentación sobre todo en nuestro país donde gobierno y sociedad no han hecho la tarea de controlar a la industria y mantener tradiciones más saludables.
En estos días la industria de alimentos en México se retuerce quejándose de los costos que le puede implicar las nuevas normas de etiquetado de advertencia sobre contenidos excesivos de ingredientes poco saludables: azúcar, sal, grasas y demás. Se quejan del costo de cambiar los empaques; pero lo que realmente les afectaría es una disminución del consumo de sus mercancías y el esfuerzo por reformular sus productos de maneras más saludables.
Los gustos son maleables. A mí me dijeron que tenía que reducir el consumo de sal y al principio no me gustó mucho. Ya me acostumbré y ahora cuando como en la calle todo me parece salado y tengo que pedir que le pongan menos sal a mi comida. Igual ocurre con el azúcar; en México los refrescos tienen más azúcar que en otros países; así nos han acostumbrado.
Algunos tienen la teoría de que en la medida en que el modelo económico empobreció a la población el gobierno relajó las normas nutricionales y de calidad de los productos para permitir su abaratamiento. Así que ahora consumimos atún que es en realidad soya, yogurts con harina, lo que en realidad los convierte en engrudo, quesos boligoma y todo sobre endulzado para disimular su baja calidad. Con la pobreza vino el achatarramiento del consumo de la mayoría y con la mala nutrición el deterioro de la calidad de vida. Y las ganancias privadas se convirtieron en enorme gasto público.
Parte de la recuperación de la calidad de los alimentos es conseguir que los alimentos procesados tengan un etiquetado claro, comprensible y que permita hacer comparaciones entre unos y otros con gran facilidad. Es solo un paso en la dirección correcta. Habrá que vigilar que el impacto sea real; que realmente induzca modificaciones en la dieta que contribuyan a restaurar la salud de la población.
Alguna vez vi un documental sobre una primaria en Japón donde los niños se preparaban una comida saludable como parte de las actividades escolares. En Argentina vi escuelas con cocinas donde las madres preparaban los alimentos que comerían sus hijos en la escuela. En otro video vi los niños de una escuela de Francia comiendo alimentos que aquí o en los Estados Unidos serían considerados gourmet por su alta calidad.
Son países donde no se trata simplemente de alimentar, sino de educar y transmitir una cultura. Lo menos que deberíamos hacer es enseñar a leer correctamente la lista de ingredientes de los alimentos.
En la lucha contra la obesidad un paso importante será hacer efectivo el derecho al agua potable para todos. El consumo de refrescos se ha convertido en un gran negocio; nos encontramos entre los mayores consumidores de refrescos y agua embotellada del mundo. Un espacio donde debe ser gratuita y saludable es la escuela. Sería parte de una enseñanza importante; que beber agua no azucarada es lo más natural.
Lo que comemos es hoy en día un asunto multidimensional de gran importancia: es un factor de la salud o enfermedad de la mayoría, más importante aún que las medicinas; estar gordos obliga al sistema de salud a atender a un alto costo enfermedades que son prevenibles y ni siquiera debieran existir. Evitar el sobrepeso prevendría muchos sufrimientos. Y ahora sabemos que una dieta saludable, más basada en granos y plantas, tendría un impacto positivo en el medio ambiente.
Así que a comer mejor y adelgazar.
Hace unos días vi una película muy vieja, de por los años setenta. En la película además de los actores era posible ver a bastante más gente que sin ser actores eran parte del escenario haciendo actividades cotidianas como caminar en la calle, estar formados para entrar a un evento deportivo o cosas por el estilo. Eran gente de todas las edades.
Me pasaba lo que ocurre cuando uno se reencuentra con un amigo o amiga y le nota algo raro. Algo se hizo, pero uno no sabe bien a bien que. Tal vez se cortó el cabello o le cambió el color, trae otros lentes o, si es hombre, se dejó el bigote. Uno se tarda unos minutos en identificar lo que cambió, o de plano le pregunta: ¿Qué te hiciste que te vez diferente?
Así me pasaba con la película; había algo raro. Hasta que me di cuenta del motivo de mi inquietud: estaban flacos. No en el sentido de enfermos o hambrientos; más bien flacos saludables, pero con bajo peso desde la perspectiva de mi propio estándar actual. Y es que ahora estamos gordos… y menos saludables.
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición realizada en 2016, la más reciente de momento, el 73 por ciento de los adultos de México tenemos sobrepeso u obesidad, es decir más de 60 millones de personas. También el 36 por ciento de los adolescentes y uno de cada tres niños.
El resultado es que cada año mueren cerca de 90 mil personas por enfermedades asociadas a la obesidad, sobre todo diabetes, pero también enfermedades cardiovasculares, respiratorias e infecciosas. Cerca de la mitad de estas muertes son de personas en edad laboral; lo que implica que ellos y sus familias pierden años de ingresos. El tratamiento de una diabetes complicada y prolongada en medicina privada puede ascender, a lo largo de varios años, a más de un millón y medio de pesos. Tratarla adecuadamente, prolongando las capacidades y vida del paciente costaría la décima parte.
Para el sector de salud público el costo de atender la obesidad y las enfermedades relacionadas es de más de 120 mil millones de pesos al año. Sin embargo, estudios del Banco Mundial y la Organización Internacional del Trabajo la pérdida económica anual sería de 250 mil millones de pesos si se le suma la pérdida en productividad, ausentismo laboral y menos años de trabajo.
Nos hemos vuelto gordos y no es fácil retroceder en este camino porque es el resultado de todo un cambio en estilos de vida. La modernidad impone prisas cotidianas y presiona la entrada al trabajo de hombres y mujeres; hay menos tiempo para preparar la comida en casa. Así que nos vamos por la vía fácil de comer alimentos industrializados, ya preparados y adaptados a vivir de prisa.
Y con ello la industria ha hecho su agosto vendiéndonos chatarra. Del viejo taco de frijoles con quelites y chile, tal vez algo de queso; hemos pasado al pan dulce industrializado y al refresco elevando el consumo de harinas, grasas y azúcar. La modernidad deteriora la alimentación sobre todo en nuestro país donde gobierno y sociedad no han hecho la tarea de controlar a la industria y mantener tradiciones más saludables.
En estos días la industria de alimentos en México se retuerce quejándose de los costos que le puede implicar las nuevas normas de etiquetado de advertencia sobre contenidos excesivos de ingredientes poco saludables: azúcar, sal, grasas y demás. Se quejan del costo de cambiar los empaques; pero lo que realmente les afectaría es una disminución del consumo de sus mercancías y el esfuerzo por reformular sus productos de maneras más saludables.
Los gustos son maleables. A mí me dijeron que tenía que reducir el consumo de sal y al principio no me gustó mucho. Ya me acostumbré y ahora cuando como en la calle todo me parece salado y tengo que pedir que le pongan menos sal a mi comida. Igual ocurre con el azúcar; en México los refrescos tienen más azúcar que en otros países; así nos han acostumbrado.
Algunos tienen la teoría de que en la medida en que el modelo económico empobreció a la población el gobierno relajó las normas nutricionales y de calidad de los productos para permitir su abaratamiento. Así que ahora consumimos atún que es en realidad soya, yogurts con harina, lo que en realidad los convierte en engrudo, quesos boligoma y todo sobre endulzado para disimular su baja calidad. Con la pobreza vino el achatarramiento del consumo de la mayoría y con la mala nutrición el deterioro de la calidad de vida. Y las ganancias privadas se convirtieron en enorme gasto público.
Parte de la recuperación de la calidad de los alimentos es conseguir que los alimentos procesados tengan un etiquetado claro, comprensible y que permita hacer comparaciones entre unos y otros con gran facilidad. Es solo un paso en la dirección correcta. Habrá que vigilar que el impacto sea real; que realmente induzca modificaciones en la dieta que contribuyan a restaurar la salud de la población.
Alguna vez vi un documental sobre una primaria en Japón donde los niños se preparaban una comida saludable como parte de las actividades escolares. En Argentina vi escuelas con cocinas donde las madres preparaban los alimentos que comerían sus hijos en la escuela. En otro video vi los niños de una escuela de Francia comiendo alimentos que aquí o en los Estados Unidos serían considerados gourmet por su alta calidad.
Son países donde no se trata simplemente de alimentar, sino de educar y transmitir una cultura. Lo menos que deberíamos hacer es enseñar a leer correctamente la lista de ingredientes de los alimentos.
En la lucha contra la obesidad un paso importante será hacer efectivo el derecho al agua potable para todos. El consumo de refrescos se ha convertido en un gran negocio; nos encontramos entre los mayores consumidores de refrescos y agua embotellada del mundo. Un espacio donde debe ser gratuita y saludable es la escuela. Sería parte de una enseñanza importante; que beber agua no azucarada es lo más natural.
Lo que comemos es hoy en día un asunto multidimensional de gran importancia: es un factor de la salud o enfermedad de la mayoría, más importante aún que las medicinas; estar gordos obliga al sistema de salud a atender a un alto costo enfermedades que son prevenibles y ni siquiera debieran existir. Evitar el sobrepeso prevendría muchos sufrimientos. Y ahora sabemos que una dieta saludable, más basada en granos y plantas, tendría un impacto positivo en el medio ambiente.
Así que a comer mejor y adelgazar.
domingo, 15 de septiembre de 2019
Presupuesto insuficiente
Jorge Faljo
Este fin de año la discusión del PEF, el presupuesto de egresos de la federación, apunta a ser particularmente álgida. La Secretaría de Hacienda acaba de entregar el domingo pasado a la Cámara de Diputados su propuesta para el 2020. En ella se dará la discusión central y deberá haber un presupuesto aprobado por mayoría el 15 de noviembre a más tardar.
No hay documento de política pública más importante pues en él se señala el monto a gastar y, más importante, como se van a distribuir los dineros del gasto público. Lo que incluye a los tres poderes de la federación, ejecutivo, legislativo y judicial, a las entidades autónomas y a los gobiernos estatales y municipales.
El presupuesto se desgaja en múltiples destinos que van del pago de los intereses de la deuda acumulada a los costos de la administración, lo destinado a proyectos de inversión, programas sociales y de impulso a la producción, pensiones y demás. En conjunto el presupuesto es la radiografía de las prioridades, y también de las limitaciones gubernamentales.
Este presupuesto es ya el centro de disputa entre grupos y entidades con intereses legítimos pero que difícilmente caben todos bajo la cobija de la austeridad. El dinero no alcanza.
Las reacciones ante el presupuesto se pueden ver en dos niveles, en primero lugar el general y en segundo el de la multitud de intereses particulares.
En el plano general la reacción de los grandes capitales financieros y empresariales es predominantemente buena pero desconfiada. Representa bien esta posición el licenciado Gustavo de Hoyos, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana cuando califica al paquete económico (ingresos y egresos) como “conservador y ortodoxo”, lo que viniendo de su parte es un elogio. Aah, pero también dijo que era “optimista y hasta soñador”. Una linda manera de expresar su escepticismo.
Desde la perspectiva financiera el presupuesto es ortodoxo porque es austero. El gobierno va a gastar menos de lo que recibirá de ingresos y el diferencial se destinará al pago de los intereses de la deuda. Con ello se contiene el incremento del endeudamiento y se genera confianza en la capacidad de pago gubernamental. Por otra parte, es optimista y soñador porque proyecta un ritmo de crecimiento y una plataforma de producción petrolera, de los que dependen buena parte de los ingresos que podrían no ser alcanzados.
Si no se alcanza un crecimiento del 2 por ciento en 2020 se verían afectados los ingresos y eso daría pie a todavía menor gasto, o endeudamiento. Y la mayoría de los analistas ubican el futuro crecimiento de ese año en alrededor del 1.4 por ciento.
Viene al caso recordar que las cifras de julio pasado señalan una baja de 10 por ciento en la captación del impuesto sobre la renta respecto al mismo mes del año anterior. También bajó la entrada de IVA en un 7.9 por ciento. Lo que daría pie a pensar que en lo que resta de este año podría ocurrir un crecimiento menor al previsto, incluso negativo. Para el Banco de México, en desacuerdo con AMLO, la perspectiva es de marcada incertidumbre.
El equilibrio fiscal y gastar menos de lo que se recibe, para no incrementar la deuda son bien vistos, todos opinan que es lo mejor siempre y cuando y la austeridad recaiga en los bueyes de mi compadre y no en los propios.
La Confederación de Cámaras Industriales se opone a la reducción de la inversión física, desde construcción y mantenimiento de carreteras, escuelas, hospitales y demás. No solo tendría un efecto negativo en la generación de empleo, ellos dicen, sino en el número y monto de contratos públicos, yo creo.
Es tal la preocupación que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, dijo que puede haber un pequeño margen de maniobra en la búsqueda del superávit primario; es decir que para ellos el presupuesto podría ser algo menos ortodoxo.
No son los únicos inquietos.
La Conago, que abarca a prácticamente todos los gobernadores de todos los partidos, ha programado reuniones para armar un frente común y buscar que se modifique el actual proyecto. Van a pedir una reunión con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera y todo su equipo para que no les reduzcan presupuestos, el de infraestructura y los demás.
Desde más abajo en la escala socioeconómica también surgen protestas. Si no se modifica la propuesta presupuestal los pueblos indígenas sufrirán un brutal recorte en apoyos, dijo la Red Nacional Indígena.
Por su parte el Consejo Agrario Permanente, que abarca a diversas agrupaciones de productores rurales, afirma que la reducción del 29.3 por ciento en los programas productivos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, si no se corrige, provocará una “pronunciada caída de la producción agropecuaria”, un marcado desequilibrio en la balanza comercial correspondiente, deteriorará las condiciones de vida y la estabilidad social del medio rural. Este presupuesto contradice los compromisos presidenciales y del Plan Nacional de Desarrollo en favor del rescate del campo y la autosuficiencia alimentaria.
Numerosas otras entidades y sectores apuntan en la misma dirección: no nos descobijen. Y este grito colectivo sobre la insuficiencia presupuestal extiende la percepción de que la solución de fondo requiere incrementar los ingresos públicos.
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, de Morena, acaba de señalar que “el dinero no va a alcanzar”. Considera que existe un potencial recaudatorio no explotado sin infringir la promesa de AMLO de no subir impuestos en sus primeros tres años de gobierno.
Para otros muchos, algunos inesperados, es necesaria una reforma fiscal. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial también dijo que habrá necesidad de discutir recursos adicionales para el erario y que no sean los más pobres los que paguen esos impuestos. Lo que indica cierta conciencia del empresariado acerca de la necesidad de fortalecer el gasto público, el social y el que directamente los favorece en un contexto en que el mayor endeudamiento es inviable.
Concuerda con ellos el Fondo Monetario Internacional que en noviembre pasado le propuso al gobierno de México elevar sus ingresos e impulsar la equidad socioeconómica aumentando la progresividad del impuesto sobre la renta, con impuestos a los ingresos financieros y a las grandes herencias y propiedades, entre otros.
Cada día es más evidente que seguir como paraíso fiscal para las grandes fortunas es un obstáculo que tendremos que saltar más pronto que tarde.
Este fin de año la discusión del PEF, el presupuesto de egresos de la federación, apunta a ser particularmente álgida. La Secretaría de Hacienda acaba de entregar el domingo pasado a la Cámara de Diputados su propuesta para el 2020. En ella se dará la discusión central y deberá haber un presupuesto aprobado por mayoría el 15 de noviembre a más tardar.
No hay documento de política pública más importante pues en él se señala el monto a gastar y, más importante, como se van a distribuir los dineros del gasto público. Lo que incluye a los tres poderes de la federación, ejecutivo, legislativo y judicial, a las entidades autónomas y a los gobiernos estatales y municipales.
El presupuesto se desgaja en múltiples destinos que van del pago de los intereses de la deuda acumulada a los costos de la administración, lo destinado a proyectos de inversión, programas sociales y de impulso a la producción, pensiones y demás. En conjunto el presupuesto es la radiografía de las prioridades, y también de las limitaciones gubernamentales.
Este presupuesto es ya el centro de disputa entre grupos y entidades con intereses legítimos pero que difícilmente caben todos bajo la cobija de la austeridad. El dinero no alcanza.
Las reacciones ante el presupuesto se pueden ver en dos niveles, en primero lugar el general y en segundo el de la multitud de intereses particulares.
En el plano general la reacción de los grandes capitales financieros y empresariales es predominantemente buena pero desconfiada. Representa bien esta posición el licenciado Gustavo de Hoyos, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana cuando califica al paquete económico (ingresos y egresos) como “conservador y ortodoxo”, lo que viniendo de su parte es un elogio. Aah, pero también dijo que era “optimista y hasta soñador”. Una linda manera de expresar su escepticismo.
Desde la perspectiva financiera el presupuesto es ortodoxo porque es austero. El gobierno va a gastar menos de lo que recibirá de ingresos y el diferencial se destinará al pago de los intereses de la deuda. Con ello se contiene el incremento del endeudamiento y se genera confianza en la capacidad de pago gubernamental. Por otra parte, es optimista y soñador porque proyecta un ritmo de crecimiento y una plataforma de producción petrolera, de los que dependen buena parte de los ingresos que podrían no ser alcanzados.
Si no se alcanza un crecimiento del 2 por ciento en 2020 se verían afectados los ingresos y eso daría pie a todavía menor gasto, o endeudamiento. Y la mayoría de los analistas ubican el futuro crecimiento de ese año en alrededor del 1.4 por ciento.
Viene al caso recordar que las cifras de julio pasado señalan una baja de 10 por ciento en la captación del impuesto sobre la renta respecto al mismo mes del año anterior. También bajó la entrada de IVA en un 7.9 por ciento. Lo que daría pie a pensar que en lo que resta de este año podría ocurrir un crecimiento menor al previsto, incluso negativo. Para el Banco de México, en desacuerdo con AMLO, la perspectiva es de marcada incertidumbre.
El equilibrio fiscal y gastar menos de lo que se recibe, para no incrementar la deuda son bien vistos, todos opinan que es lo mejor siempre y cuando y la austeridad recaiga en los bueyes de mi compadre y no en los propios.
La Confederación de Cámaras Industriales se opone a la reducción de la inversión física, desde construcción y mantenimiento de carreteras, escuelas, hospitales y demás. No solo tendría un efecto negativo en la generación de empleo, ellos dicen, sino en el número y monto de contratos públicos, yo creo.
Es tal la preocupación que el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar Lomelín, dijo que puede haber un pequeño margen de maniobra en la búsqueda del superávit primario; es decir que para ellos el presupuesto podría ser algo menos ortodoxo.
No son los únicos inquietos.
La Conago, que abarca a prácticamente todos los gobernadores de todos los partidos, ha programado reuniones para armar un frente común y buscar que se modifique el actual proyecto. Van a pedir una reunión con el secretario de Hacienda, Arturo Herrera y todo su equipo para que no les reduzcan presupuestos, el de infraestructura y los demás.
Desde más abajo en la escala socioeconómica también surgen protestas. Si no se modifica la propuesta presupuestal los pueblos indígenas sufrirán un brutal recorte en apoyos, dijo la Red Nacional Indígena.
Por su parte el Consejo Agrario Permanente, que abarca a diversas agrupaciones de productores rurales, afirma que la reducción del 29.3 por ciento en los programas productivos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, si no se corrige, provocará una “pronunciada caída de la producción agropecuaria”, un marcado desequilibrio en la balanza comercial correspondiente, deteriorará las condiciones de vida y la estabilidad social del medio rural. Este presupuesto contradice los compromisos presidenciales y del Plan Nacional de Desarrollo en favor del rescate del campo y la autosuficiencia alimentaria.
Numerosas otras entidades y sectores apuntan en la misma dirección: no nos descobijen. Y este grito colectivo sobre la insuficiencia presupuestal extiende la percepción de que la solución de fondo requiere incrementar los ingresos públicos.
Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de la Comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados, de Morena, acaba de señalar que “el dinero no va a alcanzar”. Considera que existe un potencial recaudatorio no explotado sin infringir la promesa de AMLO de no subir impuestos en sus primeros tres años de gobierno.
Para otros muchos, algunos inesperados, es necesaria una reforma fiscal. El presidente del Consejo Coordinador Empresarial también dijo que habrá necesidad de discutir recursos adicionales para el erario y que no sean los más pobres los que paguen esos impuestos. Lo que indica cierta conciencia del empresariado acerca de la necesidad de fortalecer el gasto público, el social y el que directamente los favorece en un contexto en que el mayor endeudamiento es inviable.
Concuerda con ellos el Fondo Monetario Internacional que en noviembre pasado le propuso al gobierno de México elevar sus ingresos e impulsar la equidad socioeconómica aumentando la progresividad del impuesto sobre la renta, con impuestos a los ingresos financieros y a las grandes herencias y propiedades, entre otros.
Cada día es más evidente que seguir como paraíso fiscal para las grandes fortunas es un obstáculo que tendremos que saltar más pronto que tarde.
domingo, 8 de septiembre de 2019
Desarrollar sin invertir
Jorge Faljo
Dediqué mi entrega anterior a la relación entre crecimiento y desarrollo y me han hecho algunas preguntas que creo conveniente aclarar. Sostuve que México creció, poco y sin real desarrollo en las últimas cuatro décadas. En ese periodo la mayoría se empobreció, millones tuvieron que emigrar y hubo deterioro ambiental. La ausencia de fortalecimiento del mercado interno y la mayor inequidad se convirtieron en obstáculos a un crecimiento dinámico.
Lo más relevante en una coyuntura en que el país no crece es reflexionar sobre si es posible el desarrollo, entendido como mejoría del bienestar de la mayoría, sin que al mismo tiempo haya crecimiento.
Avanzar hacia la equidad y una mejora substancial del consumo de la mayoría sin mayor producción sería altamente conflictivo. Y tal vez ni siquiera posible, porque es evidente que tendría que acompañarse de un mayor volumen de satisfactores: alimentos, vestido, calzado, vivienda y servicios públicos.
Desde esta perspectiva no cualquier crecimiento es apropiado. La producción para el consumo popular no ha sido prioridad en las pasadas cuatro décadas; lo que se nos dijo es que para desarrollarnos la prioridad tendría que ser la exportación. No era cierto y el modelo no creó desarrollo y el crecimiento fue minúsculo; muy inferior al de la media internacional.
Cambiar el énfasis del mero crecimiento al desarrollo implica cambiar las prioridades de producción. Y no solo el qué, sino el cómo.
Cambiar las prioridades del sector público es una decisión esencialmente política, la que tomó el pueblo de México en las pasadas elecciones; el resultado es que este régimen reorienta importantes recursos hacia las transferencias sociales, los apoyos al consumo de grupos vulnerables.
Sin embargo el abandono del modelo nacionalista y la desatención al mercado interno, que duró décadas, nos coloca en una situación de debilidad productiva en la que el incremento del consumo popular podría tener que ser satisfecho con importaciones. No es una perspectiva; es un hecho que se acentúa desde hace muchos años. Dependemos de las importaciones en el consumo de alimentos, ropa y calzado (incluso de “paca”) y no se diga en electrodomésticos y electrónicos.
La entrada de remesas provenientes de trabajadores en el exterior ha sido una gran contribución al bienestar de millones de sus familiares. Pero no ha sido, en su mayor parte, un recurso de inversión sino un incentivador de la globalización del consumo popular. Es decir, de la mayor dependencia de la producción de transnacionales de México, China o los Estados Unidos.
Las transferencias sociales tal y como han sido planteadas por la actual administración corren el riesgo de apuntalar esa tendencia: la transnacionalización del consumo popular, demandar lo que las empresas globalizadas inducen a que se compre.
Elevar de manera substancial el consumo popular sin inserción productiva de las mayorías lleva a topar con tres obstáculos: uno sería una mayor demanda de importaciones y dólares en un momento en que conseguirlos se torna más difícil; el segundo es la capacidad financiera del gobierno para ampliar una estrategia redistributiva, y ya vemos que no es mucha; el tercero es la poca disposición e incluso la posibilidad de actuar del semiparalizado sector globalizado de la economía nacional para, por medio de impuestos, cargar con el peso del asistencialismo en gran escala.
No parece viable que la inversión privada se reoriente a la producción para el consumo popular. No lo ha hecho en décadas, no es su interés, no son sus capacidades y no hay la perspectiva de alta rentabilidad. El sector de grandes empresas, el altamente favorecido por la concentración de la riqueza y que tiene la sartén de la inversión por el mango, simplemente no lo hará.
Pero no estamos ante un callejón sin salida. Es posible acrecentar la producción para el consumo mayoritario sin inversión, mediante una estrategia de reactivación de capacidades. Van ejemplos.
Hace años en un pueblo de Oaxaca les pregunté a un grupo de señoras que les había parecido un curso de cría de cerdos y elaboración de productos cárnicos. Estaban contentas porque para tomar el curso recibieron una beca en efectivo. Todas declaraban tener entre dos y cinco cerdos en sus traspatios. Pero al preguntarles cuantos cerdos tenían a mediados de los años ochenta, dijeron que aquellos eran buenos tiempos y tenían entre 30 y 40 cada una.
Esta respuesta concuerda con las estadísticas oficiales que señalan que de 1982 a 1991 el hato ganadero nacional se redujo en 7.8 millones de cerdos, 3.5 millones de cabras, 2.7 millones de borregos, 13.9 millones de reses. Estas cifras son el resultado compuesto de la pérdida del hato campesino y del incremento de la producción de las grandes empresas. En 1992 se suspendieron estas estadísticas.
La pérdida fue incalculable en la avicultura. Una tía tenía hace unos cincuenta años 500 gallinas en su traspatio y producía una caja de 360 huevos al día. Decenas de miles de granjas pequeñas desaparecieron. Hoy en día no es rentable ninguna unidad de producción de menos de 100 mil gallinas y las que dominan el mercado se manejan en millones de aves.
La destrucción neoliberal se ensañó con las empresas orientadas al mercado interno. Entre 1995 y 2008 las 1,298 principales empresas textiles captadas por la Encuesta Industrial Mensual se redujeron a 611. Las 6,797 principales empresas manufactureras se redujeron a 4,352. Son números compuestos que reflejan la quiebra de miles y la creación de algunas nuevas empresas. También estas estadísticas se dejaron de generar en 2009.
Un caso que recientemente apareció en las noticias es el de la producción de amoniaco, un fertilizante. La producción nacional se redujo de 821 mil toneladas en 2010 a 450 mil en 2018; en ese periodo las importaciones crecieron de 289 a 547 miles de toneladas. Ahora AMLO plantea incrementar la producción interna mediante la reactivación de plantas que cerraron hace veinte años.
Estas y muchísimas empresas no cerraron por deterioro y dificultades técnicas, sino porque su mercado desapareció con el empobrecimiento de la población, porque lo que quedó del mercado interno se transnacionalizó, o porque el gobierno abandonó su función reguladora.
Hablando de rescates extremos, mi padre me contó que en la segunda guerra mundial vio cómo por falta de llantas para vehículos, se cortaban algunos árboles para rescatar y reusar las llantas viejas que se usaban como macetas en las calles. Me vino a la memoria esta medida de rescate.
El hecho es que es posible reactivar con casi nula o muy baja inversión decenas, incluso cientos de miles de micro, medianas y hasta grandes empresas si cambiamos la estrategia de respaldo a gigantes por otra de producción interna. Esto será indispensable como parte de un nuevo crecimiento que implique desarrollo.
Dediqué mi entrega anterior a la relación entre crecimiento y desarrollo y me han hecho algunas preguntas que creo conveniente aclarar. Sostuve que México creció, poco y sin real desarrollo en las últimas cuatro décadas. En ese periodo la mayoría se empobreció, millones tuvieron que emigrar y hubo deterioro ambiental. La ausencia de fortalecimiento del mercado interno y la mayor inequidad se convirtieron en obstáculos a un crecimiento dinámico.
Lo más relevante en una coyuntura en que el país no crece es reflexionar sobre si es posible el desarrollo, entendido como mejoría del bienestar de la mayoría, sin que al mismo tiempo haya crecimiento.
Avanzar hacia la equidad y una mejora substancial del consumo de la mayoría sin mayor producción sería altamente conflictivo. Y tal vez ni siquiera posible, porque es evidente que tendría que acompañarse de un mayor volumen de satisfactores: alimentos, vestido, calzado, vivienda y servicios públicos.
Desde esta perspectiva no cualquier crecimiento es apropiado. La producción para el consumo popular no ha sido prioridad en las pasadas cuatro décadas; lo que se nos dijo es que para desarrollarnos la prioridad tendría que ser la exportación. No era cierto y el modelo no creó desarrollo y el crecimiento fue minúsculo; muy inferior al de la media internacional.
Cambiar el énfasis del mero crecimiento al desarrollo implica cambiar las prioridades de producción. Y no solo el qué, sino el cómo.
Cambiar las prioridades del sector público es una decisión esencialmente política, la que tomó el pueblo de México en las pasadas elecciones; el resultado es que este régimen reorienta importantes recursos hacia las transferencias sociales, los apoyos al consumo de grupos vulnerables.
Sin embargo el abandono del modelo nacionalista y la desatención al mercado interno, que duró décadas, nos coloca en una situación de debilidad productiva en la que el incremento del consumo popular podría tener que ser satisfecho con importaciones. No es una perspectiva; es un hecho que se acentúa desde hace muchos años. Dependemos de las importaciones en el consumo de alimentos, ropa y calzado (incluso de “paca”) y no se diga en electrodomésticos y electrónicos.
La entrada de remesas provenientes de trabajadores en el exterior ha sido una gran contribución al bienestar de millones de sus familiares. Pero no ha sido, en su mayor parte, un recurso de inversión sino un incentivador de la globalización del consumo popular. Es decir, de la mayor dependencia de la producción de transnacionales de México, China o los Estados Unidos.
Las transferencias sociales tal y como han sido planteadas por la actual administración corren el riesgo de apuntalar esa tendencia: la transnacionalización del consumo popular, demandar lo que las empresas globalizadas inducen a que se compre.
Elevar de manera substancial el consumo popular sin inserción productiva de las mayorías lleva a topar con tres obstáculos: uno sería una mayor demanda de importaciones y dólares en un momento en que conseguirlos se torna más difícil; el segundo es la capacidad financiera del gobierno para ampliar una estrategia redistributiva, y ya vemos que no es mucha; el tercero es la poca disposición e incluso la posibilidad de actuar del semiparalizado sector globalizado de la economía nacional para, por medio de impuestos, cargar con el peso del asistencialismo en gran escala.
No parece viable que la inversión privada se reoriente a la producción para el consumo popular. No lo ha hecho en décadas, no es su interés, no son sus capacidades y no hay la perspectiva de alta rentabilidad. El sector de grandes empresas, el altamente favorecido por la concentración de la riqueza y que tiene la sartén de la inversión por el mango, simplemente no lo hará.
Pero no estamos ante un callejón sin salida. Es posible acrecentar la producción para el consumo mayoritario sin inversión, mediante una estrategia de reactivación de capacidades. Van ejemplos.
Hace años en un pueblo de Oaxaca les pregunté a un grupo de señoras que les había parecido un curso de cría de cerdos y elaboración de productos cárnicos. Estaban contentas porque para tomar el curso recibieron una beca en efectivo. Todas declaraban tener entre dos y cinco cerdos en sus traspatios. Pero al preguntarles cuantos cerdos tenían a mediados de los años ochenta, dijeron que aquellos eran buenos tiempos y tenían entre 30 y 40 cada una.
Esta respuesta concuerda con las estadísticas oficiales que señalan que de 1982 a 1991 el hato ganadero nacional se redujo en 7.8 millones de cerdos, 3.5 millones de cabras, 2.7 millones de borregos, 13.9 millones de reses. Estas cifras son el resultado compuesto de la pérdida del hato campesino y del incremento de la producción de las grandes empresas. En 1992 se suspendieron estas estadísticas.
La pérdida fue incalculable en la avicultura. Una tía tenía hace unos cincuenta años 500 gallinas en su traspatio y producía una caja de 360 huevos al día. Decenas de miles de granjas pequeñas desaparecieron. Hoy en día no es rentable ninguna unidad de producción de menos de 100 mil gallinas y las que dominan el mercado se manejan en millones de aves.
La destrucción neoliberal se ensañó con las empresas orientadas al mercado interno. Entre 1995 y 2008 las 1,298 principales empresas textiles captadas por la Encuesta Industrial Mensual se redujeron a 611. Las 6,797 principales empresas manufactureras se redujeron a 4,352. Son números compuestos que reflejan la quiebra de miles y la creación de algunas nuevas empresas. También estas estadísticas se dejaron de generar en 2009.
Un caso que recientemente apareció en las noticias es el de la producción de amoniaco, un fertilizante. La producción nacional se redujo de 821 mil toneladas en 2010 a 450 mil en 2018; en ese periodo las importaciones crecieron de 289 a 547 miles de toneladas. Ahora AMLO plantea incrementar la producción interna mediante la reactivación de plantas que cerraron hace veinte años.
Estas y muchísimas empresas no cerraron por deterioro y dificultades técnicas, sino porque su mercado desapareció con el empobrecimiento de la población, porque lo que quedó del mercado interno se transnacionalizó, o porque el gobierno abandonó su función reguladora.
Hablando de rescates extremos, mi padre me contó que en la segunda guerra mundial vio cómo por falta de llantas para vehículos, se cortaban algunos árboles para rescatar y reusar las llantas viejas que se usaban como macetas en las calles. Me vino a la memoria esta medida de rescate.
El hecho es que es posible reactivar con casi nula o muy baja inversión decenas, incluso cientos de miles de micro, medianas y hasta grandes empresas si cambiamos la estrategia de respaldo a gigantes por otra de producción interna. Esto será indispensable como parte de un nuevo crecimiento que implique desarrollo.
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